Disclaimer: El Potterverso le pertenece a J. K. Rowling.
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Este fic participa en el reto "Heridas de Guerra" del Foro "La Sala de los Menesteres", si tienen curiosidad pueden leer de qué se trata en el mismo. Iré subiendo los tres capítulos seguidos, uno por día. Cualquier opinión y/o crítica constructiva que pueda ayudarme a mejorar es más que bienvenida y me haría muy feliz =). Gracias, de antemano. Espero les guste. ¡Nos vemos y besitos!
Todo lo que podría ser
I
"Le agradaba"
Ignoró las miradas de todos, las había esperado de todas formas –anticipado, inclusive- pero eso no hacía la experiencia menos desagradable. Si algo hacía, honestamente, era irritarlo de suma manera pero Draco era lo suficientemente sabio para no reaccionar. No aún al menos, no ahora y decididamente no frente a su madre, que también pretendía ignorar las miradas posadas acusadoramente sobre ellos, con una elegancia y una dignidad meritorias de admiración. Su madre, Narcissa, siempre había poseído esa capacidad, de todas formas. La capacidad de caminar erguida y con el mentón en alto sin importar las circunstancias en que se hallara y eso era algo que Draco siempre había admirado de ella. Narcissa Malfoy caminaba como si fuera ella quien se llevara el mundo por delante y no a la inversa y en momentos como aquellos, momentos en que Draco desearía estar refugiado de regreso en la mansión lejos de todo y de todos, aquello era confortante. Aún así, no hacía nada para apaciguar el asumido y resentido conocimiento de que aquello –y en consecuencia aquel año entero- sería un fiasco de principio a fin porque no había forma –simplemente no había forma- de que aquello terminara bien o resultara una experiencia siquiera medianamente rescatable.
Su educación mágica era lo último que le importaba en aquellos momentos, pero su madre sentía discrepar y su padre no se había molestado en opinar porque pasaba la mayor parte de aquellos días en la mansión, recuperándose del aspecto demacrado y avejentado que había adquirido en el último año, y diciendo tan pocas cosas que Draco a veces pensaba que había perdido la voz. No lo había hecho, por supuesto, y eso él lo sabía perfectamente pero aún así le preocupaba el actual estado mental de su padre. Su madre también se preocupaba, aunque con una frialdad que nunca había manifestado hacia su esposo en el pasado, pero su paciencia tenía únicamente un límite y alguien tenía que encargarse de las cosas que Lucius descuidaba mientras intentaba volver a ponerse en pie. Él, por otro lado, no tenía ese privilegio del que su padre gozaba y debía –según su madre- volver a Hogwarts a terminar de educarse. A terminar de formarse, porque ya no gozaban de los privilegios que en el pasado habían tenido y necesitaba al menos los EXTASIS para poder lograr algo en su vida si deseaba hacer algo de ésta en el futuro. Sus referencias de vida no eran las mejores.
Aún así, odiaba aquello y odiaba estar allí, para empezar —No entiendo por qué tengo que estar aquí, madre. Debería volver a casa.
Narcissa suspiró, cansada. Draco lo había notado también, el aspecto consumido y cansado de su madre (casi en consonancia con el de su padre, aunque no tanto) y no pudo discutir más. Su madre tenía la fortaleza de un roble, para estar lidiando con aquella situación como dudaba pudiera hacerlo otra mujer en su posición. De hecho, muchas mujeres en su posición no estaban sobrellevando la situación tan bien como Narcissa Malfoy. Draco había oído que la madre de Crabbe había debido ser internada en San Mungo tras una crisis nerviosa durante el entierro de su hijo y el encarcelamiento de su marido. Desde entonces permanecía allí bajo observación —Ya hemos hablado de esto, Draco. Tu padre y yo lo hemos discutido y pensamos que esto es lo mejor.
Draco dudaba de la veracidad que esa última frase podía contener. Su padre y madre rara vez hablaban en aquellos últimos tiempos, especialmente con su padre enclaustrado en la habitación que llamaba su estudio la mayor parte del tiempo y su madre evitando que el resto de las cosas se derrumbaran a su alrededor porque simplemente no era aceptable permitir que la imagen que tenían y habían cuidado esmeradamente por años se llenara de grietas, aún con todos los reveses ocurridos. Además, una vez pasado el alivio de estar todos vivos y a salvo, las cosas en casa se habían vuelto a enfriar. Su madre resentía a su padre, en cierto punto, por haber arrastrado a toda la familia a la situación en la que estaban ahora y, más aún, a su único hijo a una situación que tan fácilmente podría haber acabado con su vida y Draco sabía que su padre también se culpaba por ello. Por haber puesto en riesgo a su familia, aunque solo había empezado a hacerlo en el instante en que había visto que a Voldemort no le importaba que sucediera con ellos –con él- siempre y cuando obtuviera lo que deseaba. Y Draco agradecía, ahora que todo había terminado, que no lo hubiera hecho, obtenido lo que deseaba, porque seguramente estarían todos muertos ya. El Señor Tenebroso, como su padre había dicho en más de una ocasión, no perdonaba fácilmente y, al parecer, el otro lado de la guerra no lo hacía tampoco.
La frialdad de su madre hacia su padre eventualmente amainaría, o eso quería creer Draco, y su padre eventualmente volvería a estar en sus dos pies y ser el hombre orgulloso y digno de admiración que siempre había sido a ojos de su hijo. Mientras tanto, sospechaba, su madre lo prefería lejos. Lejos del silencio y su actual hogar quebrado y lejos de las cenas vacías de conversación y silencios incómodos únicamente rotos por el ruido de los elfos domésticos o el sonido de la vajilla tintineando. Draco no podía decir que le agradara vislumbrar estas escenas, pero la perspectiva de ir a Hogwarts donde cada persona allí odiaba sus entrañas no le parecía una mejor. Con todo, sabía que no había demasiado que hacer —Entiendo, madre.
Narcissa asintió y sus ojos se suavizaron a duras penas ante la visión de su único hijo. Inhalando hondo, añadió —Lamento que tu padre no esté aquí.
Draco asintió, pero él no lo hacía. No lo lamentaba, no entonces, porque él mismo debía admitir que resentía un poco a su padre por haberlo arrastrado al infierno del año previo, aún cuando nunca antes hubiera tenido sentimientos hacia Lucius que no fueran de admiración o aprobación. Ahora, en cambio, no podía hacerlo. Draco siempre había deseado –aspirado- a ser como su padre pero ahora que lo veía, demacrado y patético, debía admitir que se sentía perdido. Después de todo, las cosas siempre habían estado claras para él: como sangre pura que era debía valorar su estatus, cuidarlo celosamente, y menospreciar a aquellos que no eran como él, por esa razón, la causa del Señor Tenebroso era la suya también y ese era el único lado de las cosas que valía la pena. Ahora, en cambio, ese lado ya no existía. El padre que por tantos años había admirado y como el que había querido ser, ya no existía, y él mismo no sabía qué se suponía que fuera a hacer ahora. O qué fuera a ser de él de ahora en más. Y sabía que su propia madre estaba un tanto perdida en el relación al futuro que les deparaba también. Al menos, pensó, su padre y él habían zafado de Azkaban, pero el precio a pagar había sido demasiado grande.
El tren escarlata silbó a sus espaldas y la gente a su alrededor empezó a movilizarse. Draco quiso quedarse quieto –porque quieto era lo que últimamente el mundo no parecía estar- y no tener que subir al expreso y marcharse pero sabía que debía hacerlo —Tengo que irme, madre.
Narcissa le rodeó los hombros con los brazos y lo presionó contra su pecho, aferrándolo como si temiera perderlo una vez más. Draco sabía que lo hacía, que soñaba con hacerlo también, todas las noches, y que la idea le aterraba de sobremanera y por esa razón le permitió abrazarlo un instante más. Usualmente se quejaría, le diría que no en público, que ya estaba grande para demostraciones de afecto innecesarias pero no podía obligarse a decir todas esas palabras. No cuando el mismo año previo había estado tan cerca de morir, dos veces —Madre...
Lo soltó, irguiéndose como si el pequeño momento de debilidad pública no hubiera existido. Su rostro el mismo semblante elegante y reservado de siempre —Tu padre y yo te escribiremos.
Él asintió, resignado a señalarle que no era necesario que hablara por su padre y que tampoco era necesario que se esforzara en asegurarle que había un "su padre y ella" porque él no era tonto y tenía ojos propios con los que juzgar las cosas. Aun así, no dijo nada de esto. Su madre ya tenía bastante con lo que lidiar, la muerte de una hermana inclusive, y él no quería añadirle más preocupaciones a su actualmente fragmentada familia —No es necesario, madre. Estaré bien.
Narcissa ignoró la observación y prosiguió —Te enviaré como siempre dulces.
—Gracias.
—Ten cuidado —añadió, como si todavía pensara que había algún peligro en la esquina de algún rincón del castillo de Hogwarts aguardando para arrebatarle a su único hijo.
—Puedo quedarme, si así lo prefieres —y por un momento, un pequeño momento, tuvo la esperanza de que su madre accediera.
—No, tu padre y yo decidimos... —el tren volvió a silbar a sus espaldas.
—Adiós, madre —y, sin aguardar más, tomó sus cosas y ascendió al tren, empezando a buscar un compartimiento mientras arrastraba su baúl a sus espaldas. Desgraciadamente, los compartimientos parecían estar todos llenos y atiborrados de personas que lo miraban con recelo e incredulidad al pasar, como si creyeran que no merecía estar allí y que él debería haber asumido esa premisa, para empezar. Los murmullos también le llegaban.
—No puedo creer que haya osado volver, con todo lo que sucedió el año pasado...
Ignorándolo, porque empezar peleas en el tren no ayudaría a su caso y aún tenía todo un año por delante que tolerar, siguió avanzando, arrastrando el baúl. Finalmente, tras lo que pareció un eterno desfile por el corredor con él de principal atracción del show de fenómenos, encontró uno vacío al final. Abriéndolo y depositando el baúl en la rejilla de equipajes, tomó asiento junto a la ventana, observando a su madre allí de pie, blanca como un fantasma y rubia como siempre devolviéndole la mirada con sus cansados y opacos ojos color azul hielo. A su alrededor, las personas saludaban felices a sus hijos que se marchaban, pero no había sonrisa o felicidad alguna en el rostro de la elegante mujer que lo despedía a él. Apoyando la cabeza hacia atrás en el respaldar del asiento, Draco cerró los ojos, también cansado. Su mano derecha inconscientemente buscando el borde de la manga de su brazo izquierdo y tirando nerviosamente hacia abajo, demasiado conciente de lo que ésta escondía. Súbitamente, notó, se sentía demasiado conciente de todo. De todo a su alrededor y de su situación particular y de la marca a modo de cicatriz de guerra marcada con tinta a fuego en su piel. No ardía, ya no más, pero a veces Draco sentía algún que otros cosquilleo y la sola idea de que eso significara algo le aterraba.
El tren empezó a traquetear sobre las vías bajo suyo. La puerta del compartimiento se abrió de golpe, sacándolo de su estado de ensimismamiento —¿Puedo sentarme aquí? —rápidamente, Draco soltó la manga de su túnica y se enderezó, ojos grises ahora bien abiertos y clavados en la persona recién llegada.
Y por un segundo, un pequeño segundo, creyó que se trataba de Daphne Greengrass, compañera de su año de Slytherin y miembro del pequeño grupo de chicas de Parkinson. Era prácticamente idéntica, después de todo, pero inmediatamente descartó la idea porque aunque aquella muchacha tenía el mismo oscuro cabello chocolate que Daphne y los mismos ojos almendrados, había algo en el aire que la rodeaba que la hacía ligeramente diferente también. En primer lugar, su contextura era más pequeña y más agradablemente proporcionada. Era más baja, y seguramente más joven también. Y tenía un aire de dignidad, gracia y elegancia del que Daphne Greengrass –siempre adherida a Parkinson- carecía. Sus cejas, finas y arqueadas, continuaban alzadas aguardando una respuesta. Draco pensó que la hacía ver mayor de lo que realmente parecía, pero no necesariamente en un sentido negativo.
Y entonces se preguntó por qué demonios se lo preguntaba. No era como si fuera ella a la que trataran como si tuviera Viruela de Dragón o Spattergroit sino él. Desviando la mirada desinteresado a la ventanilla, masculló indiferente —Haz lo que te plazca —personalmente, habría preferido estar solo. Debía acostumbrarse, después de todo, considerando que nadie más estaría allí para él ya. Goyle no regresaría, porque su padre estaba en Azkaban y de hacerlo Draco dudaba de todas formas que quisiera hablar con él, de todas las personas. Al fin y al cabo, su padre era la razón por la que Goyle padre estaba preso, así como el padre de Nott también, entre otros porque Lucius había vomitado cada nombre de cada mortífago tras la guerra con tal de salvarse él y salvar a su hijo también e inclusive entre el círculo de aquellos que una vez sus padres habían considerado "amigos" eran considerado ahora traidores. Y Crabbe... Crabbe estaba muerto y él ni siquiera había podido asistir al entierro porque su madre lo culpaba a él de la muerte de su único hijo y a su padre de que su esposo estuviera en Azkaban.
—¡No te atrevas a culpar a mi hijo!. Tu hijo también quiso unirse a la causa, y tú lo permitiste —la voz fría de su madre, gélida, terrible e inclemente como pocas veces la había oído, continuaba haciendo eco en su cabeza cada vez que recordaba a la señora Crabbe gritándole a él -entre sollozos desgarradores y gemidos de dolor- que había dejado morir a Vincent.
Removiéndose en el asiento una vez más, buscando una posición más cómoda en el duro asiento, clavó la vista en el techo y luego en la única persona ocupando el compartimiento a parte de él. Tenía el cabello chocolate intenso ondeándole finamente hacia atrás, y sus ojos se deslizaban por un libro que tenía sobre su regazo. Y, como excepción, parecía ser la única persona no interesada en el hecho de que él se hallara allí, en Hogwarts, tras el año previo. De hecho, no parecía interesada ni siquiera mínimamente en su existencia. Aclarándose la garganta, resignado, dijo —Malfoy. Draco Malfoy —extendiendo la mano con una floritura usual. La chica, alzando las cejas, observó la mano extendida con curiosidad y dijo:
—Sé quien eres —sin extender la suya propia. Pero sin manifestar aversión alguna a él tampoco, como lo había hecho el resto de Hogwarts. En realidad, no parecía muy interesada. Y, siendo honesto, la reacción le irritó considerablemente. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a que la gente se desviviera por obtener su atención y lo adularan hasta el cansancio. Suponía, pensó resignado y bajando la mano (con aire ofendido), que aquello sería algo a lo que debería acostumbrarse. La idea no le entusiasmaba en demasía.
—Mi hermana está en Slytherin también —añadió, con calma.
Y Draco tardó un instante en comprender a qué se refería. Cuando finalmente cayó en la cuenta, la puerta del compartimiento volvió a abrirse de un tirón y ésta vez sí fue Daphne Greengrass la que apareció bajo el marco de la misma, ligeramente agitada y con las mejillas rosas —¡Toria! Aquí estabas... Te estuve buscando por todo el tren. ¿Qué...? —pero sus ojos se deslizaron a la otra única persona ocupando el compartimiento. Sus ojos avellana idénticos a los de su hermana (aunque un tono más oscuros) se abrieron ligeramente. Entonces dijo —Hola, Draco —con una sonrisa escueta.
Malfoy, asintiendo, dijo —Hola —aunque realmente no estaba muy interesado. Si estaba Greengrass en el tren, eso significaba que Parkinson también estaba allí y realmente no tenía las fuerzas ni los deseos de lidiar con Pansy aún. Sabía que eventualmente debería, por la forma en que había decidido terminar su relación con ella –si es que podía llamarla relación, para empezar-, pero en aquel momento no le apetecía.
—Pansy te estuvo buscando por todo el tren, oyó que también habías vuelto, estará feliz de saber que te encontré —dijo, y Draco se limitó a no decir nada. La otra Greengrass lo observó de reojo por un instante, para luego volver a su libro.
Daphne se volvió a su hermana, cruzándose de brazos y con expresión de impaciencia —Toria, deberías ponerte la túnica, pronto llegaremos —y, sin más, se marchó de regreso a su compartimiento. Quince minutos después, Parkinson apareció en la puerta de donde Malfoy y la otra chica se hallaban sentados, dedicando a la segunda una mirada furibunda que la menor de las Greengrass ignoró o, al menos, pretendió ignorar.
—Draco, yo sabía que regresarías. Le estuve diciendo a Daphne que lo harías pero ella aseguraba que no lo harías por... —se detuvo, comprendiendo que había dicho demasiado— ¿Cómo estuvo tu verano?
Genial, quiso decir con sarcasmo y veneno. Mi padre parece un inferius y no puede dar la cara en público por miedo a ser escarmentado públicamente por colaborar con el ministerio para atrapar a los que una vez fueron sus amigos y colegas y mi madre perdió a su hermana y mis padres no se han hablado prácticamente desde que terminó la guerra pero dejando eso de lado, genial. Tengo una lechuza nueva. No obstante, no lo hizo. Por una razón u otra, se abstuvo de hacerlo. Porque Parkinson no lo entendería, de todas formas, y él no tenía los menores deseos de explicarle nada. Ella vivía en una burbuja, y aunque eso le había gustado en el pasado, porque él mismo había vivido en una también, para empezar, ahora lo encontraba meramente irritante. Pansy Parkinson era irritante. Y Draco no tenía las fuerzas para lidiar con ella entonces.
Cuando iba a decir algo, no obstante, la otra única persona presente en el compartimiento se le adelantó, dejando su libro delicadamente sobre el asiento y caminando hasta la puerta del compartimiento donde se hallaba de pie Pansy —Deberías ponerte la túnica, Daphne dijo que llegaremos pronto. Ahora, si me permites, yo haré lo mismo —y, previo a que Parkinson pudiera replicar algo, le cerró la puerta en el rostro, cerrando también la cortina de tela que cubría la pequeña ventana de cristal de la puerta. Volviendo a su asiento, sacó de su baúl la túnica, se la colocó y volvió a sentarse con calma en el asiento, libro en el regazo. Todo eso ante la atenta y entretenida mirada de Draco Malfoy que nunca había visto a nadie osar contestar a Parkinson de esa forma. Estaría furiosa luego, lo sabía, pero entonces, en ese preciso instante, no pudo estar más complacido de que aquella chica le hubiera hecho el favor de deshacerse de ella. Aún no estaba de ánimos para lidiar con todo aquello.
Extendiendo la mano una vez más, dijo —Draco Malfoy.
Y la chica volvió a mirarlo con curiosidad. Solo que ésta vez, esta curiosa vez, una pequeña curvatura agradable apareció en sus rosados labios. Asintiendo con calma, le estrechó la mano con suavidad, retirando sus largos y delgados dedos largos de pianista (que Draco no pudo evitar notar) una vez hubo terminado el gesto, y dijo —Astoria Greengrass —para inmediatamente volver a su libro como si nada hubiera pasado.
Draco, en cambio, la miró otro instante más sonriendo arrogantemente.
Y en ese instante –decidió-;
Astoria Greengrass le agradaba.
