Cinco meses desde que una unidad del Mossad había encontrado el cuerpo de Ziva en aquel espantoso campamento lleno de muerte y desolación. Cinco meses desde que su vida se tornó negra y sin sentido.
Un año desde que estuvo a punto de irse con ella, pero esa maldita pistola le traicionó y decidió encasquillarse tirando por tierra sus planes, su única expectativa desde hacía tiempo.
Cuatro años desde que conoció a Claire, una contable recién llegada de Nueva York. Era divertida y cautivadora, pero no era ella. No quería, pero las comparaba. Recordaba a su compañera, aquél verano sin Gibbs y las largas noches de verano llenas de fuego y pasión. Claire era delicadeza y amor. Tan distintas entre ellas. Pero sin duda sabía con quien se quedaría si pudiera elegir.
Seis años desde que se casó con ella, desde que decidió seguir su vida con otra persona. La quería, no tenía dudas, pero a un nivel distinto. Siempre faltaba algo que le llenara completamente.
Ocho años desde que nació su hijo Chris. Entonces se preguntó cómo habría sido tener hijos con Ziva.
Diez años desde que nació su segundo hijo, Dylan. Y entonces supo la respuesta. Habrían sido morenos, con esos preciosos ojos color chocolate, brillantes como dos estrellas fugaces. Fuertes y temperamentales. Seguro que se habría pasado el día entero corrigiendo su lenguaje.
Quince años desde que una mañana le encontró solo en el sótano viendo viejas películas y le miró con reproche al verle con un vaso de licor en la mano.
¿Qué te ocurre?
Hoy hace quince años que se fue.
Su error fue hablarle de Ziva. Ella lo supo enseguida, nunca se entregaría y la amaría como lo habría hecho con su ninja.
Diecisiete años desde que Claire pidió el divorcio. "Problemas irreconciliables" le dijo al juez. "Siempre estará enamorado de otra mujer" es lo que silenció.
Claire, por favor- suplicó viendo como los niños subían al coche.
No puedo competir con un muerto, Tony- le había dicho cogiendo las maletas.
Cuarenta y cinco años desde que Ziva se fue de su vida. Ahora era la suya propia la que se estaba apagando.
Su ojito derecho, su nieta Lauren le entregó un dibujo. Con sus seis añitos era toda una artista.
Abuelito, ¿te vas a morir?
Todos nos morimos.
¿Y verás a la abuelita?
No creo que ella quiera verme a mí.
¿Y verás a Ziva?
¿Quién te ha contado eso, enana?
Papá, me contó que siempre la quisiste.
Lauren, cuando tengas hijos prométeme que nunca les contarás tus secretos.
¿Por qué? - preguntó ella en tono confidencial acercándose a la cama.
Porque se enterará toda la familia.
Cuarenta y seis años hasta que exhaló su último aliento de vida, con la esperanza de poderse reunir con ella, pedirla disculpas, confesarle cuánto la quería.
Decirle que no había podido vivir sin ella.
