Dejo los tres primeros capítulos de una historia a base de viñetas.
**DISCLAIMER: todos los personajes que aparecen pertenecen a **
Advertencia: historia con escenas lemon het y yaoi. Si no te agrada, no leas.

Querida "Eurdice" (empiezas mal, poniendo el nombre): a mí me da lástima que a estas alturas siga habiendo gente con mente cerrada y homófoba. Y como dices tonterías (mira que aviso en negrita que hay yaoi) por anónimo, yo te declaro Troll de Fanfiction in nomine patris et filii et Spiritus Sancti :)


AROMAS

Capítulo I

Los periodos de entreguerras tienen ese punto de incertidumbre, al menos, para los que las sufren. Porque nadie se espera que, tras una gran contienda donde miles de vidas son aniquiladas en pos de los intereses de un líder, pueda resurgir de nuevo la batalla.

Especialmente cuando al terminar todas las partes implicadas firman armisticios para evitarlo. Pero quizás es que el ser humano sea beligerante por naturaleza y necesite de vez en cuando enfrentarse a sus "enemigos" para reafirmarse en su superioridad.

Sin embargo, nadie puede vaticinar las guerras. Por lo tanto, digamos que vivimos permanentemente en periodos de entreguerras.

Aún así, siempre hay pequeñas pistas que indican el advenimiento de una gran batalla.

Cuando el Viejo Maestro informó al resto de sus compañeros de que se avecinaba la Gran Guerra, inmediatamente el engranaje del Santuario y sus habitantes se puso en marcha.

La diosa Atenea expresó su deseo de mantener alejados a los cuatro caballeros de bronce, aún convalecientes de la última batalla contra Poseidón. El resto de caballeros, de todos los rangos y de ambos géneros, se dedicaron a mantenerse alerta.

Los días pasaban veladamente, con un ambiente de tensión y crispación a flor de piel. Incluso algunos dejaban escapar algún ataque de pánico.

No era para menos, puesto que el adversario sería el mismísimo señor del Inframundo y sus huestes. Ciento ocho temibles espectros que iban retomando sus cuerpos, regresando a la vida a pesar del reino que regentaban.

Así pues había soldados e incluso algún caballero de bronce que exponía sus temores ante aquella guerra.

Pero no él. Hacía años que sus temores se habían quedado atrás. De hecho, el simple recordatorio del fragor de la batalla aumentaba sus deseos de que se iniciara de una vez. Y zanjarla logrando la victoria para su Orden.

Cada día caminaba con paso altivo hacia la palestra, donde ejercitaba sus músculos con profusión. Para él, mantenerse en forma sería vital para poder enfrentarse a las hordas de espectros con soltura.

Y allí se hallaba él, en una esquina, realizando abdominales y flexiones, con el sudor goteando a raudales por su torneado tórax y perlando su frente, empapando su cabello castaño claro.

Subía y bajaba, forzando su cuerpo al extremo, realizando una serie de cincuenta repeticiones de abdominales, cuando a lo lejos divisó una figura femenina caminando hacia él. Al tenerla a menos de tres metros, dejó de flexionar su abdomen y se quedó sentado sobre la arena, mirando a la joven, quien le tendía una toalla.

—Deberías atarte una cinta en la cabeza, como hacía tu hermano— sugirió ella.

—¿Para?— preguntó él, secándose el sudor.

La muchacha se arrodilló junto a él, retirándose la máscara que cubría su rostro.
—Para que el sudor no te molestara.

Inclinándose hacia delante, acercó los labios a los de él, que la recibieron con un cálido y húmedo beso.
Al retirarse unos centímetros, ella se relamió con gusto.
—Hasta tus labios están salados.

Él dejó escapar una leve risa, antes de volver a atrapar la carnosa boca de la amazona de Águila.