Disclaimer: Todos los personajes de ésta historia son propiedad de Naoko Takeuchi, pero... la vida afortunadamente nos regaló Fanfiction para escribir lo que yo quiera.


"Canción secreta de amor"

por Kay CherryBlossom

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1. La estrella inalcanzable

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Era una tarde de domingo cualquiera, con el clima fresco, propio del entrante del mes de febrero. Después de un duro medio invierno, al fin comenzaba a graduar el viento helado y la vegetación de las calles se notaba más viva y bonita. De igual manera, la gente se mostraba vivaracha y comunicativa. Y no tenía mucho que ver el tiempo atmosférico, si no más bien, que en Japón ya estaban comenzando a verse en las tiendas los corazones de papel maché, las guirnaldas de angelitos y las ofertas en las confiterías. Y eso entusiasmaba a -casi- cualquiera, pero sobre todo a las jovencitas enamoradas.

Al igual que tantos grupos de adolescentes, el de las ex-sailor scouts no era ni sería la excepción. Desde hacía días, Lita, la más alta y con mejor vocación para la cocina y las manualidades domésticas, había citado a sus otras cuatro amigas a pasar el día con ella en su casa, y platicar animosamente como les había ido en las vacaciones y las fiestas, mientras elaboraban una receta de prueba para unos deliciosos -y amorosos- chocolates para San Valentín.

En Japón, San Valentín es una fecha muy importante, y todos se lo toman muy en serio. Propio más que en distintas nacionalidades, se estila obsequiar chocolates (sólo chocolates) de diferentes clases y estilos, según fuera el caso: para un profesor sería adecuado un pequeño chocolate comercial, para un amigo uno más bonito pero igual de barato, y finalmente sin tener que admitirlo en voz alta (parte del encanto de la tradición) obsequiar un delicioso chocolate casero (o algún postre que lo lleve como ingrediente principal) envuelto con dedicación y dado en mano, era sin dudar una declaración abierta de amor sincero.

En teoría. La vida real, por supuesto, dista mucho de ser así.

Pero se aprende con los años, la experiencia, los corazones rotos y... sí, más experiencia. Y hasta ahora, ninguna de las chicas les ha pasado nada como eso. Por eso, en sus precoces etapas, se dedicaban a construir castillos en el aire, a idealizar a ése hombre que les sonrió en la parada del autobús o en interpretar miradas de ése compañero de clase que según ellas, no son casuales. Todopuede significar algo.

Para Serena, por ejemplo, significaba un desastre inminente:

—Yo creo que tú deberías hacer el mío, Lita —insistió Serena, entre angustiada y cómica, desde su posición agazapada en la cocina. Llevaba un delantal de conejos y mantenía las manos detrás de la espalda, por aquello que cualquier cosilla inofensiva se pusiera en sus manos ella lo convirtiera en una llamada de emergencia a los bomberos.

—Serena, ya hablamos de eso, si vas a terminar haciendo lo mismo del año pasado, mejor ve y compra uno al supermercado, no es justo que Lita lo haga por ti —le espetó Rei de modo estricto, mientras junto con Lita, hojeaban la revista de cocina que habían comprado ayer, a la salida del instituto.

El año pasado, Lita terminó cocinando todos los chocolates de las demás, porque Serena y Mina hicieron un revoltijo deforme que bien podría causarle diarrea a sus pobres víctimas, mientras las rubias lloriqueaban agitando los brazos por su fracaso, tiraron el molde de Rei, que terminó por estropearse también. Amy, por su lado (y prudentemente decidido) prefirió simplemente "observarlas"... y reír.

Serena torció los labios, haciendo un pequeño puchero.

—Ña... creo que todo saldrá mal —gimió, recordando la tragedia del año anterior.

—Tú problema, Sere, es que no te apegas al manual —le aconsejó Amy, sentándose en un taburete de la cocina —. Es fácil, ¡como una guía de estudio!

—Eso no suena muy esperanzador, Amy —dijo Serena tristemente.

—¿Te apetece el sirope, o las galletas? —preguntó Lita a Rei, comparando ambas recetas —. Me parece que las segundas son más fáciles. A no ser que quieras lucirte...

—¡Claro que no! ¡Recuerda que estoy dándole un chocolate obligatorio! —replicó ella muy colorada.

El año pasado también, Rei había recibido unos chocolates que parecían un error de la naturaleza de Cupido. Nicholas la había estado persiguiendo por todo el templo para dárselos, y aunque Rei lo esquivó lo más que pudo (creyendo que quería invitarla a salir), los aceptó finalmente, pues el chico ya estaba muy deprimido sentado en las escaleras del templo. A Rei le causó un poco de gracia, pero lo regañó por ser tan tonto, pues los chicos no daban chocolates porque eso daba muy mala suerte.

Pero contrario a lo que pensaba la mayoría, Rei era una chica sensible (que se esforzaba mucho en fingir que no) y "a fuerza" se le unió a sus amigas para devolverle el favor. Después de todo, 1)ella era una señorita educada y 2)no quería oírlo gimotear que no había recibido nada de su parte otro año más.

Eso sí, era por obligación.

—Si lo hacemos así, nos ahorraremos algo de dinero. ¿Qué harás tú, Mina? ¿Quieres compartir la masa conmigo?

La aludida llevaba prácticamente una hora leyendo un artículo de modas sobre "Qué hacer cuando no tienes champú en tu casa y cómo limpiar tus poros en cinco minutos", con las piernas levantadas en el sofá, en una posición extraña y graciosa. Cada y tanto, extendía la mano hacia la mesita más cercana y se llevaba una cereza dulce a los labios, y así sucesivamente, sin decir palabra alguna.

—Mina... —Serena puso los brazos en jarra y la enfrentó —. Ya es suficiente de ésa farsa, ¡levanta ése trasero y ponte a cocinar!

Hasta entonces, la rubia le miró, aunque con malas pulgas.

—¿De qué estás hablando?

—No te hagas la loca. Los chocolates, a éso venimos.

—No haré chocolates porque no los necesito —repuso con orgullo —. Si estoy aquí, es porque hoy toca limpieza en casa y detesto lavar la ropa, así que no me des la lata, Serena.

Las demás se miraron. Rei hizo los ojos en blanco, Lita negó con la cabeza y Amy sólo se encogió de hombros.

Con la cuchara sopera sobre el hombro, cual arma, Serena señaló a Mina con amenaza:

—A otro lado con ése cuento barato.

—Qué modo de hablarle a tus mayores es ése —replicó Mina haciéndose la adulta.

—¡Sólo son unos meses! —se enfadó la chica con peinado de chonguitos —. Y no cambies el tema.

—¿Cuál es el tema, según tú?

—Pues que yo sé que te gusta alguien.

Minako arqueó sus cejas con escepticismo.

—Y eso lo sabes ¿poooor?

Serena esbozó una sonrisita malévola.

—Te he visto suspirar a la nada y dibujas corazones en tus libretas. Además, te arreglas diferente el pelo todos los días y antes no lo hacías. Y...

Sus caras se juntaron a unos centímetros de distancia, Mina parpadeó confusa.

—¡Ajá, lo sabía! —se burló —. Traes brillo labial en la boca.

Mina se ruborizó y le dio un golpe en la cabeza con la revista. ¡Plaf!

—¡Por supuesto, tonta, soy una chica! ¿Esperabas un bigote o qué?

—Pues antes no lo hacías —Serena le arrebató la revista y le devolvió el "gesto" ¡plaf!—. Y si no me equivoco, ¡siempre has sido una muy descuidada!

Mina, ya despeinada, estaba buscando con qué pegarle a Serena, un cojín o algo... cuando Amy las apaciguó.

—Tranquilas... ¿qué más da si a Mina le gusta o no alguien? ¿qué importa?

—Importa porque se supone que somos amigas —aclaró Rei sutilmente, desde su lugar.

Rara era la vez que Rei apoyaba a Serena, así que Mina sintió pánico ante lo que se avecinaba, y pidió auxilio a Lita con los ojos.

Y Lita, que normalmente amaba la paz mundial, sugirió amablemente:

—Tal vez éste año sea tu oportunidad —le animó.

—¡Qué pasa con ustedes! —exclamó Mina, ofendida —. ¡Están armándose una telenovela en la cabeza!

Mina se rió, quizá demasiado fuerte, cosa que invalidó por completo su sarcasmo. Todas le miraban de la misma manera desconfiada, así que agregó:

—¡Eso es porque estoy enamorada del amor, no es nada raro! Es mi trabajo, de hecho.

Y les picó un ojo a todas, muy coqueta.

Rei entrecerró los suyos con sospecha hasta volverlos rendijas, mientras Serena aleteó con su mano y se viró para seguir cocinando con sus amigas.

—Qué manera de salirse por la tangente... —se quejó la princesa, luego le dio la estocada final a su amiga, amarrando su mandil con fuerza—. ¡Pero para que te sepas, que yo a ti sí te cuento todo!

Minako le sacó la lengua, y luego ocultó el rostro tras su revista. Pero mientras sus ojos estaban fijos en ésa publicidad de zapatos, el corazón le estaba latiendo muy rápido. No estaba actuando muy madura, claro, como tampoco su intención era pelearse con Serena. Creía que poseía una gran habilidad para inventar mentiras a la velocidad de luz, que le funcionaban con los profesores cuando no estaba enferma sino trasnochada por jugar videojuegos; para su mamá cuando reprobaba matemáticas y aseguraba que era un odio personal y ahora, con sus amigas, cuando querían otra vez sacarle información de un supuesto enamorado que según ella ni existía.

Sí existía. Era tan real como la culpa que sentía por guardarle secretos a sus mejores amigas o la misma decepción de negárselo a sí misma.

Pero era mejor así. De todos modos era una cosa imposible, algo así como querer tocar el sol con la mano. Nada ganaría, más que cansarse, enfadarse y finalmente... darse por vencida. El sol no se puede tocar, porque son estrellas bonitas que por mucho que te dejen deslumbrada, también te queman.

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El ensayo del chocolate salió bien y mal a partes iguales. El de Serena no tenía mal sabor, pero su consistencia seguía pareciendo vómito de bebé. Además, terminó peleando con Rei por el espacio de a barra y en venganza le echó una cucharada de sal a su mezcla, cosa que desató la furia de la doncella. Al final, terminaron jugando con el chocolate embarrándoselo en la cara, y Lita las regañó fuertemente, y las puso a limpiar el estropicio de su sagrada cocina.

Acordaron juntarse otra vez antes de que llegase San Valentín, más o menos en dos semanas. Mientras, sus vidas llegaban a la crulenta realidad fuera del romance, a las clases regulares del lunes.

En el instituto, todo era un jaleo. El curso se acabaría en abril y estaban entregando trabajos y demás proyectos próximos a los exámenes, todos se notaban algo tensos y emocionados a la par.

Frente a ella estaba Taiki, el mayor del grupo de amigos más cercano a ellas, con una cara de pocos amigos, y a su lado Seiya, contrario a la expresión de infantil alegría que siempre portaba a donde fuera.

—Prometo que es la última vez —rogó el pelinegro al otro, juntando sus manos.

—Justamente éso dijiste la última vez —rezongó él rencoroso. Al final, echó afuera el aire y le entregó su cuaderno. Al menos confiaba más en Seiya que en el par de rubias atolondradas, que también la última vez hicieron picadillo sus notas de física.

—¡Whoo, te invitaré a almorzar toda la semana! —vitoreó Seiya. Se arremangó las mangas de la camisa del uniforme y empezó a copiar con una velocidad desaforada.

Mina hacía burbujas con la pajilla de su malteada de fresa, mientras lo acompañaba, pues los demás estaban en asignaturas distintas aquél día.

—Gracias por estar conmigo —le dijo él, después de un rato, estirándose —. No soporto estar en una biblioteca donde tengo que quedarme callado y...

—Lo sé —le dijo dándole unas palmaditas en la espalda, y ambos les dio escalofríos nombrar la palabra "biblioteca"—. Yo prefiero estar al aire libre, pero entiendo que sería problemático para hacer las gráficas y eso.

—No tanto como derramar fresa sobre ellas, aparta ésa cosa de mis notas.

—Andas de un genio... —refutó ella bostezando —. ¡Ay, qué sueño tengooo!

Una silla se arrastró frente a ella, dejándola prácticamente con el bostezo a medio camino, haciendo también que se mordiera la lengua de vergüenza al verlo tan de pronto.

—Veo que andan igual de productivos que siempre —comentó Yaten uniéndoseles y dirigiéndose al chico —. ¿Terminaste con éso? También necesito la tarea porque...

—No, voy usarlo tooodo el día —le interrumpió Seiya receloso, sólo por fastidiar.

Yaten arqueó las cejas con escepticismo.

—¿De verdad?

—Oh, vamos, Seiya... ¡no seas tacaño! —le insinuó Mina forzadamente y le dio un codazo —. Todos sabemos que los apuntes de Taiki son como las jardineras del insti... ¡son patrimonio comunitario!

Seiya se sobó con dolor las costillas y le vio mal, pero no cedió.

—De éso nada, que busque sus propias fuentes.

—Ay, por favor que...

—Déjalo Aino —atajó el ojiverde, sacudiendo la cabeza —, un día el muy listo necesitará algo de mí y le pagaré con la misma moneda.

—Tsk, no dormiré de la preocupación... —murmuró Seiya sin piedad.

Yaten le lanzó una mirada fría y le dijo a Mina:

—Buscaré a Mizuno, nos vemos luego.

Y se levantó y se fue.

Mina apenas atinó a levantar la mano para despedirse, pero él ya había desaparecido por la puerta.

—Te portaste como un viejo cascarrabias, ¿lo sabes? —le regañó mirando a su amigo con acusación.

—Lástima, viviré con el remordimiento para siempre —se burló él.

—Pero Yaten estuvo enfermo, y por eso no tiene las notas. En cambio nosotros, nos la pasamos jugando Mario Brostoda la noche... ¿no crees que es injusto?

Seiya frunció sus negras cejas y soltó una carcajada.

—Yo vivo con él, y ni siquiera sabía eso... ¿eres su guardaespaldas?

—C-Claro que no, todos lo saben —se defendió ella con torpeza y le dio otro sorbo a su batido, mordisqueando la pajilla con frustración.

—Deberías decírselo —comentó Seiya casualmente luego de un rato, transcribiendo todavía.

—¿Él qué?

—¿Cómo qué? Que te gusta —escupió Seiya sin reparos, a la par que Mina, escupía su malteada de fresa sobre la mesa.

—¡Qué-qué dices! —gritó, limpiándose la boca.

—No puedo creer que volvieras a hacer ésto —se lamentó mirando la hoja salpicada de leche rosada —. Vas a ayudarme, no lo dudes. ¡Hey, a dónde crees que vas!

—¡Ya terminó el descanso!

Seiya, con una mirada asesina, señaló la silla a su lado. Mina volvió a ocuparlo de modo apesadumbrado, arrastrando los pies.

—¿Todavía tratas de esconderlo en éste punto? —preguntó con cierta gracia —. Sólo admítelo y te ayudaré.

Mina, que sentía que en su frente podría cocerse un huevo, le dijo débilmente:

—¿Cómo supiste?

—Dos más dos son cuatro...

—¡Hablo en serio! —brincó ella, impaciente.

Seiya soltó el lápiz y le dio la cara.

—Todos lo saben, eres malísima ocultándolo.

—No es cierto, no tienes pruebas —se rehusó inmaduramente.

Él alzó una ceja con ironía.

—¿No respondiste mal la pregunta del profesor Miyani por estar babeando en historia?

Mina se puso del color de una granada. Es decir, sí estaba viéndolo... ¡pero tampoco estaba babeando!

¿O sí?

—¿Y no te pegó en la cara el balón de voli, porque extrañamente, se pasó él por la cancha para entregarle al profesor una nota del director?

Y vaya que le dolió. Le quedó la marca todo el día...

—Bueno, esooo...

—¿Y no admites que lo persigues, le hablas con cualquier excusa o te sabes datos que a nadie le importan, como haber estado enfermo o incluso lo defiendes para que yo lo ayude con la tarea?

—¡Vale, ya fue suficiente! —aceptó.

—E incluso apuesto, ¿que pensabas darle un chocolate de San Valentín pero no lo harás porque muy en el fondo, tienes miedo que te lo rechace y por eso se lo ocultas a tus amigas?

—¡Dije bastaaaaa! —chilló desesperada, tapándose los oídos.

—¡Eras tú la que querías pruebas, ahí las tienes! —sentenció Seiya dando con el puño un golpe en la mesa, y luego se giró otra vez a sus deberes —. Ahora, si me disculpas, necesito terminar éste trabajo o pasaré mis preciadas vacaciones encerrado en ésta cárcel. Luego, cuando acabe, pensaremos en un plan.

—¿Plan para qué? —repitió Mina, horrorizada.

—Para que se enamore de ti, idiota... ¿qué más?

Mina puso las manos sobre las hojas, inmovilizando y asustando a su amigo a la vez.

—¡No, ni se te ocurra! Yo... yo no quiero hacer nada, estoy muy bien así. Yo... —Mina actuaba a lo bruto, pero la sola idea de que cualquiera pudiera insinuarle algo a Yaten sobre ella o pasar otra de las múltiples vergüenzas frente a él (como las ya mencionadas) le hacía estar dentro de una pesadilla —. Una cosa es que... me guste —admitió a la mala entre dientes —, y otra muy diferente que yo quiera que sea mi novio o algo así.

Seiya le miró como bicho raro.

—¿Cuál es entonces el punto de que te guste alguien, si no vas a estar con ésa persona?

—¡No hay punto! Es... —Mina se mordió los labios —, p-pues... es algo que siento y ya está, estoy bien así. No lo quiero como pareja.

—¿Segura?

—Por supuesto.

Seiya asintió como quien no quiere la cosa, guardó sus carpetas y se echó la mochila al hombro, antes de decir:

—De acuerdo... pero espero que no te arrepientas.

Ella abrió mucho los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Que no eres la única a la que le gusta Yaten —reveló sin pelos en la lengua —. Y se acerca San Valentín, si otra chica se le declara y él la acepta, pues... tendrás que vivir con tu cobardía patética por el resto de tus días, viéndolo con ésa otra. ¡Ciao!

Fue como si le echaran un balde de agua helada encima.

¿Otra?

¿Otra a su lado? ¿Teniendo citas, yendo a lugares súper románticos (con los que ella había fantaseado incluso) en... el lugar que ella quería ocupar?

¿Otra dándole regalos, tomándole de la mano, incuso besándole...?

¿Ella... cobarde?

¡Nunca!

—¡De acuerdo! —le gritó Mina desde su sitio, roja, celosa y enojada —. Pero promete que no será nada raro ni embarazoso.

Seiya sonrió, de la misma manera que hacía siempre que le ganaba en los videojuegos.

—Tú tranqui, yo soy un experto en éstas cosas...

Pero mientras Seiya se alejaba muy contento, a Mina no le daba ninguna tranquilidad aquellas palabras. Más bien, le daba la impresión que muy pronto estaría lamentando ésta impulsiva decisión...

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Aquella semana, la clas de tercer año asistirían a un paseo a las playas de Okinawa, como parte de la tradición estudiantil antes de la entrada de la primavera para despedir el curso escolar. Mina estaba preparando su pequeña maleta con todo lo necesario (de hecho con excesos de necesarios), y terminó metiendo un abrigo de plumas sin darse cuenta de ello. Cuando Artemis, su gatito, le insinuó que se había vuelto loca, Mina se hizo la desentendida y tuvo que armar todo el equipaje de nuevo.

No podía evitar hacer tonterías. Estaba muy nerviosa, y cuando los nervios se apoderaban de ella solía acarrear un montón de desgracias a su paso. Accidentes, palabras fuera de contexto y... cosas como éstas.

Mientras elegía otro traje de baño más bonito que el que solía usar en las vacaciones con sus amigas, suspiró. Sin duda ésto de la declaratoria era una total y absoluta estupidez. No le daban buen augurio las predicciones de Seiya, que aseguraba que el paseo escolar era la oportunidad perfecta con tres días completitos para acercarse a Yaten; pues según él, estaría lejos de las admiradores del grupo musical, las interrupciones de las clases y todo eso.

Y sí, aunque todo el panorama podría pintar para Sueño de una noche de verano, le parecía que terminaría en una tragedia al estilo Tiburón, y ya se imaginaba quién sería la carnada...

Porque por mucho que la playa fuera encantadora, la arena suave y el mar delicioso, estaba 99& segura de que ella no le interesaba a Yaten. Incluso, creía que podía no gustarle ninguna chica. Y no porque tuviese algún trauma o preferencia distinta, más bien, le daba la sensación que todas le daban lo mismo. Era como si ninguna fuese suficiente para acaparar su atención, donde a las únicas que se dignaba a mirar era al grupo de Serena, y porque Seiya tan sociable como era, prácticamente lo orillaba a convivir con ellas, pero no por algo más.

Yaten tenía un montón de seguidoras, todas guapas, listas y con habilidades, que bien podrían atraer a quien fuera que se considerara hombre. Tenía una larga lista de competencia, sin mencionar que por muy bonita que ella se considerara, no sentía que estuviera a su altura.

Era extraño, solía tener un gran autoestima y amor propio, pero algo ocurría con él que le hacía dudar de todas sus virtudes. Además, nunca pensó en Yaten como un potencial novio, como ya se había dicho, lo veía mas bien como su amor platónico. Todo era perfecto, se dedicaba a escribir su nombre, a tararear canciones dedicadas secretamente para él y soñar despierta. Todo era perfecto, hasta que Seiya metió su cucharota en el asunto.

Ojalá hubiera sido menos obvia, ya era demasiado tarde para echarse hacia atrás.

Se talló los ojos con cansancio, pues se había quedado dormida un buen rato. A su lado, Serena le saludó.

Cuando se orientó, Mina comprendió donde se encontraba: en el autobús que les llevaría directo a Okinawa.

—Buenos días —le dijo Serena con buen humor, y luego le ofreció comer de la bolsa de papas con la que estaba arrasando —. Parece que no dormiste bien anoche...

—No es eso, es que el viaje es muy largo —evadió incómoda, hurgando en el aluminio.

—Todo estará bien, confía en mí —le cuchicheó Seiya a sus espaldas, desde el asiento de atrás —. No olvides invitarme a comer a un buen lugar para celebrar, cuando todo ésto termine.

Serena le miró confusa.

—¿Cena por qué? ¿De qué hablas?

—La que me va a dar Mina en agradecimiento, cuando logre conquistar a Yaten.

Mina se puso pálida, y segundos después enfureció.

—¡Por qué diablos estás diciendo eso! —luego, se levantó sobre su asiento y le amenazó con su puño —. ¡No sabes guardar un secreto o qué!

Seiya trató de cubrirse con las manos, después mencionó algo espantado:

—Pero si yo no te dije que lo mantendría secreto. Dije que te ayudaría, que es muy diferente.

Mina, que no cabía en sí de la pena, le dijo a Serena:

—Está ebrio, no le hagas caso —dijo ansiosa, y tomó la lata de jugo de tomate que Seiya traía en la mano —¡Ajá, esto tiene vodka! —inventó.

Pero Serena sólo sonrió con euforia y levantó el brazo, a modo de victoria:

—¡Por fin te decidiste! ¡Ponle mucho empeño para que tu sueño se realice, amiga Mina! —le deseó, juntando sus manos solidariamente.

—¿Eh? —Mina juntó sus cejas, contrariada —. ¿Ya sabías...?

Serena sólo amplió su sonrisa.

—Te dije que todos sabían —le dijo Seiya socarronamente, echando los brazos hacia su nuca.

Taiki, que iba a su lado, sólo le dedicó una sonrisa amable.

—Suerte, Mina.

—¿Tú también, Taiki? —se lamentó —. Oye, ¿eso quiere decir que...?

Seiya sólo negó con su dedo índice.

—No sabe nada. Y tienes suerte que vaya en el otro autobús, porque estás armando un escándalo... procura no gritarle cuando se lo digas, no le gusta la gente tan ruidosa.

—¡Bah!

Mina se acomodó y cruzó los brazos, pensando y pensando otra vez que todo ésto era un terrible error.

Casi se le olvidó la presión y el plan seductor cuando sus pies tocaron la arena. El viento salado le soplaba a la cara y el sol era abrasador. Una de las cosas favoritas de Mina era el verano, y Okinawa tenía un clima tan caluroso que aún estando en invierno en Tokio, era como estar de vacaciones. Apenas dejaron sus cosas en las casitas, todos se dispusieron a disfrutar del día libre que les esperaba. El primero de tres.

No tenía porqué apresurar las cosas, ¿o sí? Tenía tiempo de sobra para idear una fabulosa estrategia junto con Seiya (porque estaba decidida a que no hiciera las cosas por sí mismo, acababa de comprobar lo bruto que podía ser) así que por ahora se dedicaría a nadar, reír y pasársela fenómeno con sus amigos.

Luego de broncearse, el único que quiso acompañarla al mar fue Seiya. Se la pasaron jugando con una pelota de modo casual, hasta que como siempre, él hizo trampa y Mina se enfadó, terminando por lanzarle ataques de agua. Seiya, que había tragado una generosa cantidad de sal, se vengó lanzándola con fuerza hacia la orilla, arrastrándola por la arena.

Seiya se reía a carcajadas, cuando Serena llegó hasta ahí, con un bikini rosa pálido y una mueca de disgusto en los labios.

—Muy bonito, ustedes dos.

—¡Eres un tonto! —le reclamó Mina, apenas poniéndose en pie, y sacudiéndose como podía.

—Pues yo no soy la que tiene arena en partes donde... no debería haber arena.

—¡Me están oyendo! —ambos se giraron hacia ella —. ¿qué rayos están haciendo?

Seiya se rascó la cabeza.

—Oh... no sé, ¿qué se hace en el tiempo libre, acaso? No esperarás que seamos como ésos abuelos, ¿o sí? —se quejó, señalando a Amy y Taiki, que leían apaciblemente debajo de unas palmeras.

La mano de Serena voló hasta su nuca. ¡Plaf!

—¡Oye! —chilló —¿por qué hiciste eso?

—¡Se supone que debes dejar a Mina a solas con Yaten, zopenco! —le recordó —. ¡La estás acaparando toda!

—Es cierto, ¡se me olvidó! —admitió el pelinegro sorprendido —. Será la costumbre, no me di cuenta.

—Sere, no es necesario —repuso Mina con timidez —. Ya habrá tiempo para...

—¡Ningún tiempo! —le regañó, igual que si de su madre se tratara —. ¿Quieres que una de ésas alzadas te coma el mandado?

Mina y Seiya se giraron hacia donde Serena señalaba. En efecto, Yaten estaba tomando el sol en una silla muy cerca de un grupito de extranjeras con acento curioso, parecía francés. Lo señalaban y se reían con descaro mientras compartían sus bebidas. Él no se daba cuenta, porque que llevaba unos audífonos puestos y se encontraba de espaldas, pero la escena era una muestra clara de caza femenina. Seguramente estaban decidiendo cuál iría al ataque.

Mina rechinó los dientes con impotencia.

—Pero es que no sé qué decirle... —murmuró ella, jugando con sus dedos —. Y acabamos de llegar... no se me ocurre nada.

—¡Pues al menos harás algo mejor que tragarte la arena de la playa y tontear con Seiya! ¿O quieres demostrale a Yaten que te interesa pasar más tiempo con él? Eso es lo que yo pensaría si fuera él.

—¡Claro que no!

Más a fuerzas que de ganas, Mina se acomodó un poco el pelo, se humedeció los labios y sacudió un poco las manos, antes de poner su mejor cara y acercarse "casualmente" al camastro donde el peliplateado estaba apartado, sin convivir con nadie más que sus cercanos de vez en cuando para comentar alguna cosa o lo indispensable.

—Hola, Yaten —le saludó ella, con voz candorosa.

Como llevaba lentes oscuros ni tampoco se movió, Mina no supo si le escuchó o no. Ella se acercó un poco más y agitó su mano frente a su rostro ¿estaba dormido?

—¿Qué quieres, Aino?

Mina se echó hacia atrás, como un gato que le echan agua de repente.

—¡Perdón! Pensé que... bueno...

Unas risitas se oyeron a lo lejos. Eran las francesas burlándose de ella, eso y la envalentonó.

—Esto... —siguió, sin saber qué decir. Miró el cielo sin querer y dijo —. ¡Que bonito día! ¿verdad?

Ay, no. Estaba hablándole del clima. Es la regla de oro censurar como tema el clima, al menos para quien tiene mínimo conocimiento en el romance. Ella lo sabía...hasta las revistas que leía lo decían, ¿por qué no se aplicaba sus propios consejos?

Hasta entonces, Yaten se quitó las gafas de sol y la miró.

—¿Qué quieres? —repitió, en el mismo tono impersonal de antes.

—Sólo te saludo... ¿no puedo o qué? —le trató de decir con familiaridad.

Yaten la escaneó de arriba abajo con sus ojos verdes, y Mina sintió que le crujían las tripas. Después de todo, no llevaba más de medio metro de tela embarrado al cuerpo en dos piezas, y le daba la impresión de que de ésas pupilas salían rayos X.

—Puedes, aunque es raro.

—No... ¿por qué? —se hizo la desentendida.

—Supongo que... porque prefieres pasar más tiempo con Seiya, ¿no?

¡Trash!

¡Serena llevaba toda la razón! Seguramente Yaten pensaba que lo hacía a un lado, o que simplemente se aburriría con alguien que no fuese él, o peor: que le gustaba o algo así.

—¡Nada de eso! Eso es porque es el único que se presta para jugar y... ¡te juro que no significa nada! —le aclaró, quizá, más de la cuenta.

Yaten asintió, aunque ni se veía muy convencido, ni tampoco muy interesado en el asunto.

—Si tú lo dices...

Mina sintió que alguien la miraba de nuevo. Eran Serena y Seiya, que sin que Yaten los mirara, le hacían señas a ella de ánimo efusivo, tanto, que caían en lo exagerado y ridículo. Incluso Seiya aleteó con sus brazos, recordándola lo gallina que era.

—Tarado... —rumió Mina.

—¿Cómo me llamaste?

Mina sacudió la cabeza. ¡Juraba que no había pensado en voz alta!

—¡No, tú no! Este... este...eeeeh... —miró desesperada en todas direcciones y dijo — ¡éste cangrejo! —, y señaló un inofensivo, pequeño y casual cangrejito rojo que se paseaba cerca de sus pies, cerca de unas conchas.

—Er...

—Me... ¡me pasó por encima! —alegó, ofendida —.¿Qué cree, que la playa es suya?

Yaten permaneció estoico.

Claro que sí, era muy mala broma...

¡Y éso que ella era una experta en chistes!

Él levantó una ceja, seguramente pensando que era una completa enferma mental, pero sólo se limitó a decirle con ironía:

—Apuesto a que no lo hizo con mala intención.

Mina se rió con histeria.

—Claro, tienes razón...

Seiya y Serena, que seguían mirando, parecían debatirse entre echarse a reír o echarse a llorar, quizá ambos. Mina se mordió el labio inferior. ¿Por qué tenía que convertirse en una completa inútil cuando estaba con él? Ella era muy segura de sí misma, divertida, y simplemente con él no podía hacer nada que no fuera meter la pata de todas las maneras posibles.

Sería mejor retirarse con la -poca- dignidad que aún le quedaba, antes de que Yaten le sacara la vuelta incluso para el saludo por el resto del paseo.

—Bueno... me iré a... tú sabes —giró su dedo señalando el paisaje en general, y dio un paso hacia atrás, cuando Yaten le dijo:

—Espera.

Mina giró sobre sus talones.

—¿Me ayudarías con algo? —le preguntó.

La sonrisa de Mina regresó a la vida.

—¡Por supuesto!

¡Cualquier cosa! Una tarea (tenía cerca a Amy y Taiki) una bebida (incluso obligaría a Seiya a pagarla por ser tan pesado), un bocadillo (hasta Lita le ayudaría). Ésta vez no haría ninguna estupidez y él seguro pensaría en lo eficiente y amable que era. Y si era así, tenía menos posibilidades de ser rechazada que de no serlo.

Yaten hurgó en su maleta, y de ella sacó una botellita blanca. Luego se la extendió.

Mina la tomó entre sus manos sin entender, hasta que leyó lo que era: bloqueador solar.

—¿Me lo pones? —le pidió, y se enderezó para después girarse —. El sol está fuerte, ya me arde toda la espalda y no alcanzo por...

Mina no oyó el resto de sus palabras, porque ya sentía las rodillas hechas de gelatina. Una parte suya estaba renuente y miedosa, y la otra, por qué no decirlo, era morbosa y excitante.

Como fuera, nunca en su vida había tocado a un hombre más que para darle la mano, o a Seiya, para golpearlo cuando era necesario, pero lógicamente no contaba.

Pero a Yaten no iba a golpearlo ni darle la mano. Iba a manosearlo completamente en todo el torso desnudo, y eso era algo extraño y emocionante.

Él le dejó espacio en el camastro, y Mina se acomodó detrás suyo. Pasó saliva ruidosamente y apretó el botellín, pero lo hizo tan fuerte por los nervios que salió una cantidad exagerada de la crema, haciendo un estropicio sobre su traje de baño.

—¡Diablos!

—¿Pasa algo? —preguntó Yaten, girándose un poco.

—¡N-nada! Es que... —improvisó ocultándolo —. Vaya que hace calor, ¿no?

Bueno, al menos no estaba mintiendo. Y tenía sentido.

—Oh —dijo él nada más, y se volteó otra vez.

Mina sacó el aire con tensión, y antes de decidirse, volvió a echar una miradita a su alrededor. Se iba a matar si Seiya estaba de mirón, pero casualmente no estaba cerca. Sólo vio a las francesas con la boca tan abierta, que si hubieran moscas alrededor, ya se las habrían tragado todas. Estaban verdes de envidia.

Al menos tenía una ventaja, ¿no? Ella conocía a Yaten y ellas no. Y eso le permitía tener ciertos... ejem, beneficios.

Sonrió con suficiencia y trató de concentrarse en hacerlo natural para no parecer desesperada ni torpe.

Pero apenas lo tocó, él se estremeció un poco.

—¿Hice algo mal?

—No, es que... estás algo fría —admitió.

—Lo siento —dijo, sin saber qué más decir. Es cierto, acababa de salir del mar y posiblemente con el viento, estaba algo fría.

—De hecho, se siente bien —dijo Yaten. Mina enrojeció sin entender —. Es decir... como hace tanto calor, se siente fresco —compuso rápido.

—Sí, entiendo... —repuso ella, incómoda. Más bien, ambos parecían algo incómodos.

Trató de no hipnotizarse con los pequeños lunares que se encontraba de tanto en tanto en su piel, o con la curvatura de sus hombros o los músculos que se formaban sobre ellos, y que parecían tan firmes a su contacto...

Cuánto le gustaba...

¿Era un momento para intentar otra cosa? Seguramente no, ni bien había cruzado palabra con él sería completamente fuera de lugar, sin mencionar que Yaten podría pensar que estaba obsesionada con él o algo parecido, por apenas estar cinco minutos solos y ella tirando sus flechazos de cupido. No podía... pero al menos, quizá podría intentar sacarle algo más de conversación, algo que no fuese sobre horarios de asignaturas o el estúpido cangrejo o el clima.

—¿Y... la estás pasando bien en el paseo? —preguntó Mina —. Pareces algo aburrido...

—Mmm. No realmente, pero... —Yaten pareció dudar de la respuesta, y al final dijo —. Ya quiero volver a Tokio.

—¿En serio? ¿Por qué?—curioseó sin poderlo evitar.

—Es que no quiero descuidar a...

Un teléfono móvil comenzó a sonar en alguna parte, y Yaten se levantó de inmediato para ir a responder con urgencia.

Lo oyó saludar, hablar de algo que no entendió bien, pues él se había apartado unos cuantos pasos, y además no hablaba en voz alta, hasta que clarito escuchó:

—No, no estaba haciendo nada importante —dijo, y sonrió un poco —. Sí, yo igual...

Oh, no.

Ella no era nada importante.

Sonreía.

Y decía "Yo igual..." ¿qué quería decir eso? ¿"yo igual te extraño, yo igual te quiero, yo igual quiero estar contigo"?

Porque además, previamente le había dicho:

"No quiero descuidar a..."

A su novia.

A su enamorada.

A quien sea que era "más importante" y además la dejaba con la palabra en la boca para hablar con alguien más.

¿No era bastante obvio?

Mina sintió algo raro en la garganta, como si tuviera una de ésas gomas de mascar enormes y estuviese atorada ahí, dificultándole tragar.

Y por eso, se puso de pie de un salto y se marchó de ahí. Seguramente, Yaten ni siquiera se percató.

.

El resto de la tarde fue bastante amarga. Aunque visitaron algunos sitios del pueblo muy bonitos, no logró divertirse. Aquél estupendo plato de mariscos que según Lita era el mejor de Japón tampoco le supo bien, la tienda de recuerdos que Serena había dicho ser muy mona se veía gris e incluso el juego que propusieron por la noche, en la estancia del pequeño hotel donde se quedaron, no logró reírse ni una vez.

Fue hasta que, en una breve oportunidad, Seiya le apartó del resto de los compañeros, y le dijo con el ceño fruncido:

—¿Se puede saber que mosca te ha picado?

—Ninguna. Sólo... fue un día agotador.

—¿Qué ocurrió con Yaten? —quiso saber. Conocía a Mina de pe a pa, y sabía que su ánimo se debía a algo con él —. ¿Te rechazó, acaso?

—No —aclaró Mina, inquieta —¡No iba a decírselo así como así! Fue... algo peor.

—¿Te dijo que te odiaba?

—No...

—¿Te escupió?

—¡No, torpe!

—¿Qué puede entonces ser peor?

Mina jugueteó con su tobillo, haciendo círculos en la duela del piso con su sandalia.

—Creo que... está viendo a otra chica.

Seiya rodó los ojos.

—¿Eso es todo?

—¿Te parece poco? —le reclamó ella en tono deprimente.

—Te he dicho ya que no eras la única, ¿o no?

Mina enfureció de pronto.

—¡Pues verlo en vivo es peor que contado!

—A ver —Seiya parecía perder la paciencia —. Según tú, ¿qué fue lo que pasó?

—Pues... después de mi intento fallido de hacerle plática iba a marcharme, pero luego me pidió que me quedara porque quería que le untase el bloqueador en la espalda. El problema es que sonó su teléfono, y... estoy casi segura que era una chica. Porque... ¡bueno, el caso es que lo sé! Se le notaba ilusionado y...

Los ojos de Mina ya estaban llorosos. Seiya le dedicó una mirada combinada de lástima con desagrado. Le parecía que todo este drama sencillamente era innecesario para lo que acababa de escuchar.

—Mina... ¿me estás diciendo que Yaten te pidió que te quedaras cuando justo ibas a irte, y además que le ayudaras con la crema bloqueadora? —repitió despacio.

—¡Eso dije! ¿Eres sordo? —espetó Mina de mala gana, luego agregó cansina —. ¿Eso qué importa? Te estoy diciendo que le llamaron y...

Seiya le dio un coscorrón.

—¡Me dolió! —gimió ella —¿Se puede saber a qué se debe eso?

—A lo bruta que eres —explicó Seiya muy serio —. Mira, conozco a Yaten. He convivido dieciocho años con él y contando, él no soporta el contacto físico y es más desconfiado con la gente que un gato callejero. Te pidió que hicieras algo que es íntimo, algo que no cualquiera haría. A mí ni siquiera me deja entrar a su cuarto...

—Eso es porque eres un pervertido —gruñó Mina. Eso no tenía sentido —. Eso no significa nada...

Su amigo puso los ojos en blanco otra vez.

—En serio, ¿y te dices la embajadora del amor? ¡Eres un fiasco como Venus!

—¡No soy un fiasco!

—Cualquiera con ojos en la cara y un mínimo de cerebro habría deducido que no le desagrada tenerte cerca después de eso. ¿Qué importa si otras le llaman por teléfono? Tú tienes tu propio encanto, no te des por vencida por ésa estupidez.

Mina se quedó mirando fijamente a Seiya, mientras trataba de comprender sus palabras. Parecían muy sensatas dichas por él, pero si también las analizaba más de la cuenta, podían no ser más que simples conjeturas suyas. ¿De verdad estaba siendo tan infantil?

¿Esa reflexión no serían falsas esperanzas?

—¿De veras crees que tengo encanto? —preguntó ella con estrellitas en los ojos, pues ya se había recuperado.

—C-claro... —respondió Seiya, algo temeroso por su expresión —. Sólo... no empieces a acosarme a mí, ¿vale? Te lo estoy diciendo como una opinión completamente imparcial y justa. Y porque soy buena persona y me gusta ver a los demás triunfar.

—Vale, ya, no seas presuntuoso... —aceptó —. Ya quisieras ser tú, por cierto.

Aunque Seiya le infundió un poco más de ánimos, Mina continuaba dubitativa y pensativa. Y pese a que ya no se sentía triste, tampoco estaba precisamente entusiasta. Y es que con éstas cosas del amor uno nunca sabe, nunca se está seguro... y ella era tan impaciente, que no podía evitar pensar lo peor, o lo mejor, según sus idas y venidas emocionales de adolescente.

A la siguiente noche, planearon una fogata en la playa. Lita estaba armando unas galletas sándwich con los bombones tostados y entre todos charlaban sobre los lugares que habían acudido en el día, etc.

Mina extendió las manos hacia las brasas, porque la noche, contrario a hacía horas, parecía bastante fresca. Debió haber traído algo más grueso que aquél chal, pero qué se le iba a hacer. Tendría que aguantarse.

—Llegó la hora... —empezó Seiya maliciosamente frotándose las manos, con ése tono de voz que empleaba cuando quería hacer algo que estaba fuera de las normas de los profesores o el criterio de Taiki, cualquiera que fuese el caso. Esta vez, fue lo segundo —. ¡Tiempo de contar historias de fantasmas!

Serena fue la primera en replicar:

—¡Siempre sales con ésas! —exclamó molesta, aunque se había encogido un poco —. No quiero oír nada porque voy a tener pesadillas en la noche.

—Eso es porque insistes en dormir sola, y ya sabes...

—¡Qué pesado! —se quejó ella, aunque se le notaba ruborizada —. Yo creo que es mejor jugar a verdad o reto... ¿Verdad, Mina? ¿A que es más divertido que los fantasmas?

Mina les miró a los dos con disgusto. No sabía que era peor, si una leyenda terrorífica de un asesino en quien sabe qué cueva, o confesar sus sentimientos como reto frente a la inquisidora mirada de Yaten que...

Que por cierto, seguía sin aparecer.

—Como quieran —respondió apática.

—Los fantasmas no existen, Seiya —le dijo Taiki tranquilamente —. No hay pruebas de tal cosa. Así que Serena, tampoco tendrías por qué asustarte tanto. Y ya sabes que es una excusa de Seiya para que lo abraces aunque sea por caridad.

Seiya se ofendió.

—Pues tú no sabías que existía éste planeta antes de venir y existe, ¿o no?

—Pero eso es...

Mina suspiró mirando hacia el cielo estrellado. Hoy tampoco había visto mucho a Yaten, con excepción del desayuno y luego un rato por acá, pero se había marchado en poco tiempo, clara señal de que no se sentía muy a gusto. Probablemente Seiya sólo le estaba haciendo ilusiones en balde. No era posible que a un chico le gustara otra chica, y ése chico prefiriera estar solo en un cuarto de hotel, o caminando solo por la costa, cuando ésa chica estaba en otro lado completamente disponible...

—¿De qué me perdí? —preguntó Yaten, apareciendo de pronto. Llevaba una bolsa de plástico llena de bebidas, ubicó a Mina y luego le extendió a ella una lata —. Ten.

—Esto... —le dijo sin comprender.

—Me pareció que tenías frío, así que a ti te traje una bebida caliente.

—Yo...

No supo si se tardó mucho en reaccionar o qué cara le puso, porque Yaten esbozó una mueca forzada y dijo:

—Um... creo que no la quieres.

—¡No, claro que sí! —apuró, y el envase desapareció de sus manos en un segundo. Era chocolate, que traspasó su calor a sus manos de modo agradable. Luego le sonrió abiertamente —. Gracias, Yaten.

Él no dijo nada, y se fue a ocupar su lugar. Desde el extremo opuesto de la fogata, vio que Serena le guiñaba un ojo, como siempre que vitoreaba para sí misma antes de un examen o alguna prueba de deportes.

Bueno, parecía que no era tan invisible. Y tampoco parecía que no le importara lo que a ella le pasara. Había sido un bonito detalle y eso... pues eso ya era algo.

¡Arriba, corazones!

Sólo quedaba un día para regresar a clases, así que el grupo de amigas se reunieron en uno de los cuartitos de hotel para charlar. Serena estaba muy decepcionada de su amiga Mina, ¡ella era su heroína en el romance! Siempre era la más extrovertida para pedirle autógrafos a los famosos, no sentía vergüenza en perseguir a los chicos y además, era muy astuta. Ella en cambio, le seguía como su sombra, riéndose de sus locuras y demás. Mina no sabía, pero Serena la admiraba mucho.

Pero como Serena también era un poco inmadura a ésas alturas de la vida y comenzaba a sentir ansias porque nada se hubiese logrado en aquel viaje, le dijo a su amiga:

—Eres muy lenta, Mina. ¡Ve por él a comerle la boca y ya está!

—Serena, no seas atrevida —le dijo Amy, roja y escandalizada —. Eso no es muy femenino.

Serena ocultó la cara en su flequillo rubio. Lita en cambio, se rió.

—Creo que lo que ella quiere decirte, es que necesitas darle un poco de... consistencia a las cosas —aconsejó la chica de pelo castaño, sentándose en una de las camas individuales, más específicos, en la de Amy.

Mina, que estaba mordiéndose la uña del dedo índice, les dijo:

—No, no puedo. Mejor me espero a llegar a casa y... dejemos que sea San Valentín. Estoy segura que ése día se me ocurrirá algo...

—¿Tú qué opinas, Rei? —preguntó Lita después. Rei pertenecía a una escuela privada diferente a la de ellas y por eso no estaba en el paseo, pero necesitaban su consulta y le llamaron por teléfono, que ahora se encontraba en altavoz.

Opino que no se van a poner de acuerdo —dijo Rei sabiamente —. Mina, sólo haz lo que tú sientas. ¡No deberías presionarte! El chico no se irá a vivir a ningún otro país, y si elige a otra, pues es que no vale la pena.

—Pero Seiya dice que...

¡Seiya dice, Seiya dice! —se burló Rei de Serena, imitándola—. Si Seiya se tira de un puente ahí vas tras él, ¿no?

Serena hizo un puchero y se calló.

—Aunque tiene un punto —señaló Amy —. En San Valentín van a estarlo persiguiendo las admiradoras del grupo. Y aquí tiene privacidad, ¡y un ambiente tan idóneo! Bueno, ¿qué? —dijo ella penosa, pues todas la estaban mirando con suspicacia.

Mina prefirió salir un rato a despabilarse un poco. Por uno de los balcones del hotel, el viento fresco le despejó bastante.

Se encontraba exactamente igual que al principio. Aunque había entendido algo importante proveniente de Rei, era cierto, tenía que hacer lo que sentía. Nadie nacía con un manual incluido que explicara como actuar en situaciones como éstas o como dominar las circunstancias, y a lo mucho, lo que lograría sería controlarse para no derramar ningún refresco en la camisa, vomitar o cualquier cosa que le hiciera enojar y que no quisiera verla ni como conocida... Lo demás, en realidad, estaba fuera de sus manos...

Con sus dedos índices, se tocó las sienes con frustración.

—Un millón de yenes por tus pensamientos, Mina —le dijo una voz varonil. Mina se sobresaltó porque se le hacía conocida a la de Yaten, pero no, sólo era Taiki.

—Me asustaste —le dijo algo tensa.

—¿No puedes dormir? —preguntó él casual —. Ya sé, la historia de la dama blanca de la cueva te ha perturbado.

Mina pestañeó.

—No precisamente... ¡oye, no tengo cinco años! —le dijo después, algo enfadada.

Taiki le sonrió.

—Tienes razón, tú eres una chica valiente.

Mina dejó caer los hombros, algo derrotista.

—No realmente... —murmuró, y sus ojos volaron al suelo.

Luego de un rato, Taiki comentó:

—A pesar de lo que puedan pensar los demás, sí eres un poco tímida, ¿verdad?

Mina levantó el rostro hacia él, sentía las mejillas tibias. Taiki era muy perceptivo y comprensivo.

—Es sólo... pues creo que quizá ésto no sea buena idea —opinó.

—¿Te refieres a Yaten?

Su silencio se lo conformó. Mina continuaba ocultando la cara, pues no estaba acostumbrada a hablar con nadie que no fueran sus amigas sobre sus sentimientos, y aún con ellas lo hacía porque no le quedaba de otra. Aunque Taiki inspiraba confianza, parecía muy sabio y maduro para su edad.

—Yo no me preocuparía, Mina —le dijo Taiki mirando hacia el horizonte, donde las olas chocaban contra las rocas, provocando el tan usual sonido de mar —. No lo subestimes, él sabrá como responderte según lo que sienta y piense. Lo que no debes hacer por ningún motivo, es restarle importancia a lo que sientes y dejarlo pasar.

—¿Tú crees? —cuestionó ella, conmovida —. Pero es que somos tan diferentes...

—Polos opuestos se atraen, ¿no es lo que dicen aquí?

—Se atraen, sí —coincidió renuente —. Pero eso no quiere decir que vivan felices por siempre.

—Un paso a la vez —le aconsejó Taiki y le dio una palmadita en el hombro —. Por cierto, le gusta el chocolate amargo. Creí que te serviría saberlo para tu estrategia de conquista.

Mina le sonrió, y Taiki se marchó tranquilamente por donde había venido.

Decidió que el último día del paseo se olvidaría de eso, no se había dado cuenta de lo poco que había disfrutado el mar y estar con sus amigos, por la preocupación de qué decir y qué hacer respecto a Yaten. El consejo de Taiki lo valoraba como nada, y en el fondo era una romántica empedernida, que soñaba con que el catorce de febrero tuviera más significado que un simple día más en el calendario. Unos días no cambiarían el resultado, y coincidió con Rei: si Yaten la rechazaba, no sería porque era o no catorce de febrero, con o sin chocolate; si no porque no la quería...

Y nada podría hacer contra éso.

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Notas:

¡Hola, gente!

Pues sí, aquí me tienen nuevamente... con una cosilla breve, dulzona y espero, algo entretenida para ustedes. ¿Cuánto me extenderé? No lo sé, pero si se adentran en la trama, verán que no es asunto complejo como para extenderlo mucho, es únicamente algo que me nació hacer, pues desde hace muchos años, no escribo algo para San Valentín y ¡qué diablos! muchos nos reímos de él, pero aún hay gente ilusa como Mina que tiene sus sueños, ¿o no? Quiero dedicar ésta historia a mis amigas, aquellas que me han acompañado en otros fics y siguen haciéndolo, creo que les gustará, y por supuesto me encantaría que me lo hagan saber. Me refiero a Andrea, Katabrecteri, Pam, Ireth, Inventofantasioso, etc. Sé que hay otras que de vez en cuando aparecen, pero ellas han sido muy constantes y no quiero dejar de resaltarlo.

Nos acercamos a la fecha (en tiempo fic y real), así que estén pendientes de la actualización, será pronto.

¡Un saludo, ciao!

Kay