El sol entraba por la ventana, iluminando la pequeña habitación totalmente ordenada, limpia y vieja.
El joven pelinegro se encontraba acostado en la cama, con un libro abierto entre sus manos. Todas las mañanas iniciaban igual en el Orfanato de Wool, la señora Cole tocaba su puerta para avisar la hora de comida, mas nunca se atrevía a entrar o abrir la puerta. Eso hacia más soportable la estadía en el lugar, sin ser molestado más que con unos vacilantes golpes en su puerta.
Los chicos del orfanato eran desagradables, catalogando quien es mejor a quien, pero muchas veces se equivocan, y estaban más que equivocados con respecto a Tom.
Tom Riddle se caracterizaba por su seriedad y frialdad, no tenía ningún amigo en ese asqueroso lugar, y no era que le importase, no, él no se permitiría estar con ese tipo de muggles, siempre inferiores a él.
Tom levantó la mirada de su libro cuando la señora Cole tocó la puerta por segunda vez en el día, indicando la hora de comer. Aunque no le gustaba rodearse de ese tipo de gente. Tom, con rapidez, formalidad y elegancia, se levantó de su cama y dejó el libro en el malgastado escritorio que se encontraba a su lado.
Era preferible elegir una mesa apartada de todos, comer lo más rápido posible y regresar para seguir con su lectura. Un libro diferente cada día. Los Slytherin del grupo de Tom se encargaban de eso, siempre dándole un libro diferente antes de salir de vacaciones, uno más interesante que el otro.
Como era de esperar, el destruido comedor se empezaba a llenar cuando él llegó al lugar, pero no era algo con gran significado para él. Tom se dirigió abriéndose paso entre los jóvenes a la barra donde servían la comida. Los niños se abrían paso rápidamente cuando lo veían, sin mencionar que le daban su puesto en la fila para no molestarlo, aunque había algunos desafortunados que aún no aprendían eso, mas ese día en particular parecía ser tranquilo. Tan tranquilo que en cierto punto parecía extraño.
Tom no le dio importancia y comió su comida con educación y modales. El encanto nacía solo en él, era natural y embellecedor, tal como decían las encargadas del roído lugar.
Dejando los cubiertos sucios en su lugar, Tom se dirigió a su habitación en tiempo récord, nunca había sido tan fácil comer en ese orfanato, siempre topándose con cualquier estúpido que se creía con la habilidad de vencerlo. Totalmente patético.
Cerró la puerta y se dirigió a su cama nuevamente, agarrando el libro que había dejado y volviendo a la lectura. Tom Riddle tenía un gran apetito por el conocimiento, se sentía orgulloso con sus maravillosas notas y amplio conocimiento en los distintos temas, muchos se preguntaban si realmente no pertenecía a Ravenclaw, pero él era un Slytherin hecho y derecho, el mejor que pudo haber existido en siglos.
Pero, como ya fue dicho, ese día no era exactamente normal.
Una luz blanca apareció a un metro de la puerta, iluminando por completo la habitación y llamado la atención de Tom, quien se puso instantáneamente en guardia.
La luz fue disminuyendo rápidamente, sin dejar rastro de que algo raro había pasado dentro de la habitación, sin contar del joven azabache que había aparecido junto a ésta.
—Estúpidos gemelos —gruñó el joven con los ojos cerrados, buscando a tientas algo en el piso—, mientras más digas que no lo hagan, lo hacen... ¡Aquí está! —el azabache agarró unos lentes redondos y se los colocó con cuidado.
Tom miró con asombro las brillantes esmeraldas que se encontraban detrás de aquellas torcidas y feas gafas. En ningún lugar se podía ver ese verde, tan vivo y brillante, al menos, claro, en una maldición asesina.
El ojiverde miró a su alrededor con rapidez, quedando paralizado al ver a Tom apuntarle con su varita.
—Eh, hola —susurró con cuidado, levantándose del frío piso.
Tom simplemente movió la varita, esperando algo más del recién llegado.
—Esto... ¿me puede decir dónde estoy? —preguntó con cautela.
—Orfanato de Wool —siseó Tom con frialdad.
—¿Y eso está en...?
—Londres, Inglaterra —contestó nuevamente.
—¡Genial! No me queda tan lejos la Madriguera —los ojos del azabache brillaron con alegría—. Ahora, ¿puedes bajar tu varita? Me pone algo nervioso.
—¿Quién eres? —cuestionó Tom sin bajar su varita, irritado por el comportamiento del otro.
—Harry —respondió—, ¿y tú?
Tom se quedó callado, sin ganas de contestar, no se le pasaba que el joven había omitido su apellido.
—¡Alto! Yo te conozco —dijo el joven con una pizca de terror en su rostro. Su mano derecha viajó rápidamente a su túnica, buscando algo entre la tela—. Tom Riddle.
El mencionado levantó lo ceja con fastidio, ¿quién era y cómo sabía su nombre? Por lo que veía, el joven sabía más de él de lo que se imaginaba.
—¿De todos los lugares en el mundo, de todos la años, minutos y segundos ocurrentes, tuve que aparecer aquí y ahora? —gruñó con fastidio el azabache, sacando su varita y apuntando al Slytherin con ella—Te hago un trato, tú bajas tu varita y yo la mía.
Las palabras hicieron a Tom fruncir el ceño, si algo había aprendido era en no confiar en los demás, pero aquellos ojos verdes parecían cumplir con lo que prometía, sin mencionar que el chico parecía ser una persona buena , tal vez algo torpe, y ,por como traía su túnica, Tom afirmó esa declaración.
Con cuidado y sigilo, Tom fue bajando su varita al mismo tiempo que Harry lo hacía.
—¿Qué haces aquí y por qué sabes quién soy? —preguntó Tom en tono neutro, tal vez si preguntaba bien el chico contestaría.
—Te conozco más de lo que piensas, Riddle —a Tom no se le pasó por desapercibido como Harry escupía su nombre—, pero no estoy aquí para pelear, ¿sabes? Estoy cansado y dolorido, necesito pensar qué rayos voy a hacer estando aquí...
La piernas del joven fallaron de un momento a otro. Lo único que se oyó fue el golpe de sus rodillas al chocar con el piso y un leve gemido antes de cerrar los ojos y quedar dormido.
Tom miró sorprendido al chico, pero no podía dejarlo ahí, algo le decía que ayudara al recién llegado, tal vez fue el ligero brillo de debilidad en los ojos del joven o puede que su pequeño y delicado físico le hicieran compadecerse de él, pero terminó por cargarlo y acostarlo en su cama admirando las delicadas facciones del chico misterioso.
