Crepúsculo, Luna Carmesí
Por Wolfrider
Libro 1: Los Hijos de la Luna
Prefacio
Edward y yo corrimos más aprisa, en cuanto el viento nos trajo el sonido de un aullido escalofriante. Un sombrío presagio acerca del destino de la persona más querida para ambos.
Renesmee. Nuestra adorada hija.
Miré el rostro de mi esposo, por un breve instante, y vi reflejado el miedo que embargaba mi corazón. Uno que no había sentido ni siquiera cuando sólo era una débil, y torpe, mujer humana. Sabíamos que nuestra existencia estaría vacía sin ella, y que el dolor de perderla sería algo que ni siquiera nosotros podríamos soportar.
Llegaron nuevos sonidos; un aullido, salvaje y conocido, que logró darnos una ligera llama de esperanza mientras nos acercábamos. Jacob Black, mi mejor amigo en todos estos años, había venido a ayudarnos. Tenía muy presente en mi mente que no sólo Edward y yo sufriríamos si algo le sucedía a Renesmee, Jacob también, y hasta más que nosotros si eso era posible; ella se había convertido en la mitad del corazón de Jacob así como Edward lo era del mío. Almas gemelas, inseparables.
Estábamos a punto de llegar. El gemido de miedo de la voz de Renesmee, junto con el rugido de dolor de Jacob, me estremecieron. De pronto, al igual que cuando estuve a punto de perder a mi hija y a mi esposo a manos de los Vulturi, sentí como el pánico se transformaba en un ansia asesina; una película escarlata veló mi vista, al mismo tiempo que mi boca se llenaba de veneno y se torcía en una mueca agresiva enseñando mis dientes afilados.
Había seis de las criaturas allí rodeando a Jacob, a Renesmee, y a una joven más. Danielle, la compañera de clases de mi hija. La muchachita se encontraba tirada sobre el suelo, y no podía percibir si se encontraba viva o muerta. Pero mi preocupación momentánea por la chica fue borrada de mi mente, al ver el destino que pendía sobre mi hija y mi mejor amigo.
La furia en mi interior creció aun más, y quedé cegada por completo bajo una marea carmesí y salvaje. Edward y yo rugimos al mismo tiempo, mientras nos lanzábamos en una carga demente contra la más grande de las criaturas, en cuyo rostro bestial la luz de la luna destellaba en frías chispas esmeraldas.
