Este fic participa en el reto anual "Long Story 5.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black, para que aquellos a los que les guste den su apoyo.
Un raro acontecimiento para mi escribir historias de Harry Potter, pero como he estado leyendo los libros en los últimos meses, pues me dieron ganas. De esta historia puedo decir que, como ya se habrán dado cuenta, los protagonistas serán nada más y nada menos que Lily y Severus, con lo que pretendo dar oportunidad a este romance que no pudo ser, pero por supuesto, esto no será algo sencillo.
Sin poder decir más por el momento y no dar spoilers de mis planes futuros, espero que disfruten de este relato, y bien, ¡comenzamos!
EL MEDICO BRUJO
Capítulo I- La enfermedad de la reina
¡La reina se muere! El castillo se encontraba en una completa desesperación mientras la señora de aquellas tierras yacía en cama débil y a punto de dar su último suspiro. Meses atrás la reina había comenzado a dar señales de una enfermedad, la cual fue tratada de inmediato, sin embargo esto no sirvió para detener el avance de su padecimiento, el cual ahora la tenía al borde del deceso. Los sirvientes corrían de un lado a otro, subían y bajaban escaleras, nerviosos y temerosos por el destino que al reino había llegado. ¿Qué pasaría ahora en Griffindor? ¿Qué seria del rey James sin su amada esposa, la cual todo el reino sabía que adoraba más que cualquier otra cosa en el mundo? ¿Y que sería del joven príncipe, Harry, sin la protección y el cariño de su madre?
-¿Qué será del reino ahora? –preguntó por lo bajo uno de los sirvientes del castillo, Dean, un joven moreno de más o menos la edad del príncipe.
-¿De qué hablas? –lo cuestiono Neville, otro joven que trabajaba en el castillo, él, como el encargado de cuidar los jardines del castillo.
-Tu sabes a que me refiero –le dijo aun usando un tono de voz bajo para no ser escuchado por nadie más.
Ambos chicos se encontraban en un desierto pasillo, habían salido de la cama al escuchar los fuertes gritos de uno de los sirvientes que había ido a buscar al rey cuando le fue informado que el estado de salud de la reina había empeorado. Por un tiempo la reina, si bien no había mejorado, se había mantenido estable, tanto que incluso los habitantes del reino comenzaban a recobrar las esperanzas. Neville incluso había cuidado y atendido con más dedicación los rosales para que la reina pudiera verlos cuando abandonara la habitación en la que ahora estaba recluida. Pero ahora se sentía un ambiente pesado, que hacía suponer y sentir que ya nada se podía hacer. Al menos era eso lo que interpretaba Neville en el tono con el que hablaba Dean.
-Las cosas han ido cada vez peor en el castillo, ¡En el reino entero! Si la reina fallese… no quiero ni pensarlo.
-¡Ni deberías! –Habló con fuerza Neville-. Yo estoy seguro de que la reina se repondrá.
-Abre los ojos Neville, no ha habido medico capaz de tratar su enfermedad, ni los mejores hechizos ni las mejores pociones han servido de mucho. La enfermedad de la reina es incurable, si Pomfrey no lo ha dicho ya, es porque no quiere recibir la furia del rey.
Neville estaba a punto de contradecir a su compañero cuando vio a la distancia una figura femenina acercándose con un imponente andar. Cuando estaba lo suficientemente cerca los dos chicos pudieron ver la mirada dura detrás de los cristales de las gafas de aquella mujer vestida con una túnica verde esmeralda: Era Minerva McGonagall.
-Señor Thomas, señor Longbottom, vuelvan a sus aposentos de inmediato, en este momento no se requiere de la presencia o intromisión ni del jardinero, ni de un cocinero –les espetó con severidad la mujer a la que respondía todo el personal del castillo. Ambos chicos entraron de inmediato a sus habitaciones para evitar aumentar la furia de la mujer, que en breve se dispuso a continuar su camino.
McGonagall subió las escaleras al final del pasillo y luego otras más hasta llegar al piso donde se encontraban las habitaciones de la familia real. Al fondo se encontraba la habitación de la reina, y en la entrada se encontraban dos hombres acompañados de una mujer vestida con una túnica blanca y con un gorro del mismo color en la cabeza, era madame Pomfrey, la bruja médico del castillo. Los dos hombres, muy parecidos entre sí; de cabellera revuelta y de color azabache y gafas redondas en sus rostros, eran nada más ni nada menos que James Potter, el rey de Griffindor, y Harry Potter, príncipe heredero del trono.
La mujer se acercó con pasos lentos escuchando una disculpa por parte de madame Pomfrey a la que el rey parecía no estar poniendo nada de atención. Vio como el joven príncipe le daba indicaciones de que se marchara y la mujer dio una reverencia para después irse, con un rostro que reflejaba la genuina tristeza y preocupación que sentía por la situación que estaba viviéndose en ese momento. Ambas mujeres se cruzaron al caminar, no dijeron nada, y cada una continuó su camino. McGonagall se paró junto al príncipe, notando su tristeza y desesperación.
-Estoy segura de que ha hecho todo lo que estuvo en sus manos para ayudar a su madre, príncipe.
-Lo se… pero da igual, el destino de mi madre esta sellado –dijo con amargura el joven. La mujer quiso decirle algo, pero no pudo, no sabía que decir, ¿Cómo podía demostrarle al chico que aquello no era el final, cuando ella misma se preguntaba si había una forma de salvar la vida de su reina? En ese momento volteo a ver al rey, su mirada era dura, fría, como si aquello no le interesara mucho, pero en sus ojos se notaba la preocupación y la rabia. Minerva no pudo evitar pensar que un tiempo atrás el rey era más expresivo, más dado a hablar sobre lo que le preocupaba, y que el rey de aquel tiempo habría estado mucho más alterado que su propio hijo. No sabía por qué, pero en ese momento la mujer extrañaba a aquel hombre.
-Debe haber una solución. Minerva, dime que hay una solución –dijo el rey con su tono de voz severo. La mujer titubeo tratando de decir algo.
-Yo…señor…
-¡Majestad! –un grito se hizo presente. Por el pasillo corría un hombre, delgado y con un par de cicatrices en el rostro. Su rostro reflejaba cansancio y tardó unos segundos en recuperar el aliento.
-Remus… -susurró el príncipe mientras miraba curioso al hombre frente a él y a su padre.
-Un médico…un médico señor…en el pueblo… -decía con dificultad el hombre. El rey pareció molestarse al escucharlo.
-¡Por esa estupidez vienes a molestar! Un simple medico…
-Señor…no es un simple médico –dijo Remus, ya un poco mejor aunque aún respiraba con algo de fuerza.
-Lupin, los mejores médicos y brujos de estas tierras han revisado a la reina y ninguno ha podido…
-¡Es que él es diferente! En los dos días que lleva en el pueblo ya acabó con la epidemia de viruela de dragón que se desató –exclamó para que le prestaran atención. El príncipe Harry no ocultó su sorpresa al escuchar las palabras de aquel hombre. Estaba al tanto de la situación que se vivía en el pueblo, pero por la preocupación que había por la reina ni él ni su padre habían hecho nada en favor de sus súbditos.
-Pero una epidemia así… ¿Cómo? –cuestionó Minerva, igual que el príncipe, muy sorprendida.
-La gente del pueblo dice que es un experto en pociones, un médico brujo que en poco tiempo tuvo lista una cura que administro a todos los enfermos, y no solo eso, se ha dedicado a tratar a todo enfermo del pueblo y prácticamente ya no hay ninguna enfermedad grave.
El silencio se hizo presente en el pasillo mientras que la expresión del rey parecía mostrar un mayor interés, sin embargo no dijo nada, se giró para ver la puerta tras la cual su amada seguía debatiéndose entre la vida y la muerte.
-Señor –dijo Remus con algo de duda.
-Capitán Lupin –dijo con una imponente voz el rey-, despierta a Sirius, ambos vayan por ese medico brujo, y tráiganlo al castillo. Denle el oro que pida por salvar la vida de mi esposa.
El hombre hizo una reverencia y con una resplandeciente sonrisa se fue corriendo igual como había llegado. El rey siguió mirando la puerta fijamente mientras levantaba una mano la cual se posó sobre la madera de la puerta.
-Resiste Lily, te voy a salvar –dijo con una voz más suave, que le hacía recordar al príncipe a la forma en que se comportaba antes su padre.
Alejado del castillo, había una pequeña tienda que se encontraba levantada en el patio trasero de una vieja taberna. Tenía una discreta chimenea de la cual salía humo, muestra de que adentro había fuego. Un solo hombre ocupaba dicha tienda, un hombre delgado, de nariz grande y largo y grasiento cabello, negro como sus ropas. El hombre escribía con suma dedicación sobre un pergamino usando una pluma que parecía haber sido arrancada de la cola de un cuervo, y de vez en vez tomaba grandes tragos de un tarro que descansaba sobre la mesa, al lado de sus pergaminos.
Severus Snape, el nombre de aquel extraño medico brujo, que había llegado por azares del destino a Griffindor, y que desde su llegada dos días antes de esa escena, se había dedicado a curar a tanto enfermo se había encontrado, había declinado a las ofertas de quedarse en alguna habitación disponible en casas de diferentes familias que lo alababan como el salvador de su pueblo, sus familias y sus seres queridos. No había ni siquiera aceptado la oferta de ocupar una habitación disponible dentro de la taberna para pasar la noche, sino que se había conformado con pedir que le dejaran levantar su tienda en el patio trasero, y pidió atentamente que nadie lo molestara.
El pueblo lo consideraba un salvador, tanto por sus grandes habilidades, como por el hecho de que había aceptado como pago cualquier cosa que cada individuo al que trató pudiera darle, lo que hacía que la gente lo viera como un alma caritativa, aunque ese no era el verdadero sentido de las acciones del hombre, la verdad era que sabía que muchas personas no tendrían dinero para pagar sus servicios, pero había notado que en ese pueblo crecían gran variedad de plantas que le servirían en futuras pociones, además de que mientras todo el pueblo cubriera su necesidad de alimentos el tiempo que estuviera ahí no perdía nada en mejorar un poco las deplorables condiciones en que se encontraba esa gente. Así pues había recibido una aceptable cantidad de oro, grandes dotaciones de semillas y raíces muy difíciles de conseguir, algunas pieles de animales poco comunes, algunos utensilios y varias promesas de que le llevarían algo de comer y beber que se habían cumplido tan bien que ahora el hombre sabía que después del tarro de aguamiel que había sobre la mesa no sería capaz de beber una sola gota o probar un solo bocado por el resto de su atareada noche. Disfrutaba de la soledad que le permitía hundirse en las artes que más le fascinaban.
Fue en ese momento en que más sumido estaba en sus estudios que escuchó movimiento fuera de su tienda. Se preguntó que podía ser lo que estaba pasando, pero no pasó mucho tiempo antes de que se enterara. Por la puerta entró un hombre con porte intimidante y unas galantes prendas debajo de una capa. Su largo cabello caía sobre sus hombros y su mirada se clavó sobre el brujo de manera inquisitiva.
-¡Le dije que mi maestro pidió no ser molestado! –escuchó la voz de una mujer, y vio como una chica entraba detrás del hombre, vestía un viejo y simple vestido color turquesa sobre el cual tenía puesto un raído y sucio delantal blanco, y llevaba el sucio y enmarañado pelo castaño suelto. La joven con mirada intimidante y voz mandona parecía dispuesta a sacar al otro individuo con todo lujo de violencia, pero antes de que la chica alcanzara al intruso Snape notó que el hombre comenzaba a sacar de debajo de su capa un objeto inconfundible: una varita, se trataba de un brujo.
-¡Hermione! –Dijo Snape poniéndose de pie, llamando la atención del hombre y de la chica-. Retírate, atenderé a este hombre.
-Pe…pero maestro usted dijo…
-¡Que te retires, tonta insolente! –dijo al tiempo que levantaba un brazo y la joven fue empujada por una fuerza invisible que la llevó al exterior de la tienda.
-Eso fue un poco brusco, solo es una niña –dijo el desconocido mientras alejaba su mano de su capa, dejando la varita oculta bajo esta.
-Presiento que eso no le habría importado en caso de haber sacado la varita, ¿señor…? –Snape dejo la pregunta en el aire esperando que aquel sujeto diera su nombre y la razón de su visita.
-Me llamo Sirius, y su majestad, el rey James Potter me ha enviado en persona a buscarlo.
-¿A si? Lo lamento, pero no me gustan mucho las audiencias con la realeza –le dijo para después darse la vuelta y disponerse a tomar asiento otra vez, pero antes de hacerlo sintió que era tomado del brazo y se giró con violencia hacia aquel hombre.
-Debo insistir, el rey me pidió que lo llevara al castillo, y debo cumplir con mi mandato.
-¿Y si me niego a cooperar?
-Tendré que obligarlo –respondió con simpleza y algo de burla el hombre. Snape estaba notoriamente molesto con la actitud del visitante, siempre había detestado ese tipo de comportamientos que él llamaba socarrones y arrogantes-, sin embargo, estoy seguro que no será necesario llegar a ello –dijo mientras volvía a rebuscar bajo su capa. Snape se apresuró a sacar de entre su túnica su varita a la espera de un ataque del visitante, pero para su sorpresa este sonrió al ver su acción y lo único que sacó y le arrojó fue una bolsa que aterrizo sobre la mesa, cerca de su pergamino haciendo un sonoro ruido metálico. Era fácil saber que aquel bulto poco menos grande que la cabeza de su asistente eran monedas de oro-. La reina ha caído enferma, el rey pide que la salve, y a cambio de ello, una suma más grande que esa le será pagada. Ese oro solo cubre las molestias por venir a irrumpir su paz y pedirle que visite el castillo, si la esposa del rey sobrevive, usted recibirá más oro.
-Y supongo que si la reina fallese, el rey no se tomara muy bien la noticia y ordenara que me ejecuten, ¿verdad? –preguntó Snape quien ya tenía experiencia tratando con miembros de la realeza y no quería meterse en líos. Por otro lado, el oro que ahora reposaba sobre su mesa era más que todo lo que había conseguido en dos días de trabajo, debía admitirlo, además de que seguramente el hombre frente a él no tomaría a bien que rechazara la oferta del monarca de esa tierra.
-La recompensa bien vale el riesgo, ¿no le parece señor…? –escuchó la voz de Sirius, que lo sacó de sus pensamientos.
Un último trabajo antes de partir de ese reino, ¿Cuántos problemas le podía ocasionar eso? Después de todo, si intentaban aprisionarlo o eliminarlo, encontraría la forma de liberarse, siempre lo hacía.
-Severus Snape… Está bien, llévame con tu rey.
Al poco tiempo cuatro figuras caminaban a prisa sobre uno de los pasillos del castillo. El hombre llamado Sirius, el compañero de este, un sujeto que se identificó como Remus, el medico brujo Severus Snape, y detrás de los tres Hermione, la asistente de Snape que cargaba con dificultad un par de maletas y hacia esfuerzos por no caerse. Snape miraba por todo el castillo, fascinándose con la rica arquitectura que este poseía, pero no mostraba ninguna emoción. Después de una larga caminata Snape notó al final del pasillo en que se encontraban a varias personas frente a una puerta. Por las ropas elegantes y la preocupación instaurada en la mirada supo que el hombre de cabello negro muy alborotado era el rey, el joven a su lado con un gran parecido físico a él debía ser su hijo, y junto a ellos otras dos mujeres y otros dos soldados los acompañaban.
-Majestad, este es el medico brujo del que todo el pueblo habla –dijo Remus con una reverencia. El rey miró a Severus quien también hizo una reverencia e indico a su ayudante que hiciera lo mismo.
-Mi nombre es Severus Snape, me dijeron que su esposa ha enfermado, ¿Qué síntomas tiene?
-Fiebre, nauseas, dolores musculares, desmayos, vomita todo lo que come…-comenzó a decir madame Pomfrey con nerviosismo hasta que Severus la calló levantando una mano. Parecía fastidiado por el parloteo de la mujer.
-¿Puedes salvarla? –le preguntó el rey con voz autoritaria, Snape sentía que dentro de esa pregunta se escondía una amenaza. Snape no dijo nada por un momento, luego indicó a su asistente que abriera la puerta, quien lo hizo sin dejar de sostener las maletas que llevaba consigo.
-Si puede ser salvada, la salvare –dijo simplemente y entro en la habitación junto a Hermione cerrando la puerta con fuerza antes de que cualquier otro entrara.
-Señor…-quiso decir Sirius.
-Déjenlo, que haga su trabajo –respondió el rey.
En el interior de la habitación Snape invoco con la varita una pequeña luz con la que se ayudó para dar un rápido vistazo. Vio la ventana cerrada y las cortinas extendidas cubriendo el paso de cualquier luz, un tétrico y frio escenario que denotaba la tristeza y desesperanza que la enfermedad de la reina debían producir en todo el castillo. Había frente a la ancha cama una mesa con un candelero sin una sola flama encendida y un cuenco grande con agua.
-Aquí –pronuncio el hombre y con un movimiento de la varita despejo la mesa y encendió las velas del candelero que dejo flotando justo sobre la cama de la enferma-. Ordena las cosas Hermione –le indico a su asistente que de inmediato dejó las maletas en el suelo. Del sucio delantal sacó una varita y con notorio nerviosismo la usó para ordenar el contenido de las maletas sobre la mesa. Un par de movimientos y la mesa estaba atiborrada de frascos con líquidos de diferentes colores, frascos con polvos, hojas, y algunos animales flotando en líquidos ambarinos. Snape vio satisfecho la eficiencia de su asistente y luego se aproximó a la cama, donde yacía la reina.
El hombre miro a la mujer iluminada por la luz de las velas y noto en su esquelético rostro el semblante cansado, el sudor en su frente y mejillas, los labios resecos, las marcadas ojeras, la piel de un tono cetrino y escucho la fuerte y dificultosa respiración de aquella mujer que parecía más una muerta que una viva.
-¿Veneno? –preguntó la chica castaña al acercarse a su maestro.
-Eso parece –dijo el hombre sin mucha preocupación-. ¿Qué piensas tú, que deberíamos hacer? –la chica se puso un poco nerviosa por la pregunta de su maestro, siempre le sucedía.
-Yo…am…be… ¡bezoars! –dijo finalmente con satisfacción por haber recordado algo importante que su maestro le había enseñado.
-Bien… ¿y qué esperas? La reina no vivirá si sigues desperdiciando el poco tiempo que le queda –dijo el hombre. La castaña bien sabía que no recibiría un elogio por su acierto, pero igual se sintió mal por el regaño de Snape.
Mientras la chica se disponía a buscar los bezoars entre las cosas sobre la mesa el hombre de cabello negro miró detenidamente a la mujer. Su aspecto enfermizo la hacía ver poco agraciada, pero algo en ella le decía a Snape que en un estado de mayor salud esa mujer debía ser muy hermosa. Siguió inspeccionando a la mujer hasta que notó algo en su brazo. En ese momento Hermione se acercó con una pequeña cajita de madera y estaba por meter algo parecido a una pequeña piedra en la boca de la reina cuando Snape la detuvo con brusquedad.
-¡No!, espera –dijo asustando a la chica quien retrocedió un poco. El hombre por su parte se acercó un poco más, mirando fijamente el brazo descubierto de la mujer. Lo tomó levantándolo un poco, y luego aproximo la varita que irradiaba una pequeña luz nuevamente. Snape entrecerró los ojos enfocándose en la piel pálida de la mujer hasta que notó eso que había llamado su atención. Debajo de la piel, como si de un cristal se tratara, se alcanzaba a ver algo que parecía ser una lombriz negra deslizándose con libertad.
-Paracitos –sentenció sin duda alguna. En ese momento el brazo que sostenía cobró vida y sintió como de repente apretaba su mano con mucha fuerza. Se sobresaltó un poco y miró el rostro de la mujer nuevamente. Sus parpados ya no estaban cerrados y Snape pudo ver un par de ojos verdes, llenos de luz y de tristeza. En todo ese rostro parecía que esos ojos eran lo único que seguía con vida, lo único que se resistía a morir.
-Por favor…por favor –escucho la súplica de la mujer que después se desvaneció nuevamente.
Snape respiró un poco agitado mientras el brazo caía sobre la cama nuevamente.
-¡Hermione prepara la poción regenerativa, rápido! –le ordenó y la chica obedeció acercándose a los utensilios e ingredientes sobre la mesa.
Sin perder tiempo encendió la hoguera del cuarto y puso sobre el fuego un caldero en el que empezó a verter varios ingredientes. Snape por su parte retiró con rapidez las sabanas que cubrían el cuerpo de la reina, quien vestía un camisón de tela muy delgada, sin embargo el hombre no prestó atención a este detalle. Con la varita comenzó a tocar ligeramente el cuerpo de la mujer dejando grandes cortadas. Sus brazos y piernas pronto estaban cubiertos con cortadas que emanaban bastante sangre.
-Esto va a dolerle, pero le salvara la vida –dijo como si pensara que la mujer lo estaba escuchando, aunque veía esto poco probable.
Sobre la mujer meneó la varita un par de veces y después apuntó al cuerpo inerte que reaccionó de inmediato tensándose. La reina abrió los ojos con brusquedad y comenzó a emitir quejidos que cada vez aumentaban más en intensidad y volumen, demostrando el fuerte dolor que sentía. La mujer se retorcía y gemía incomoda mientras que por las cortadas que el hechicero acababa de hacer comenzaron a salir gusanos negros. De cada cortada que emanaba sangre salían también los extraños gusanos que se fueron acumulando sobre el cuerpo de la reina. Las sabanas y el camisón antes blancos ahora estaban completamente teñidos de rojo y la expresión cansada y moribunda de la reina estaba aún peor. Finalmente el cuerpo de la mujer dejó de moverse, como si se hubiese desmallado por el dolor, al tiempo que Snape dirigía todos los gusanos con la varita hasta un frasco el cual sello y dejo sobre la mesa.
-¿Ya está lista la poción? La reina está a punto de morir por las heridas y la pérdida de sangre –le dijo Snape a su ayudante.
-Lista –dijo mientras con un cucharon servía parte del líquido de un tono rojo bermellón y un poco espeso en un pequeño tarro de barro. Snape se lo arrebato de las manos tan pronto estuvo lleno y se acercó a toda prisa a la mujer que apenas respiraba. La tomó por la parte trasera del cuello y la enderezó un poco para darle de beber la poción.
-Bébalo –dijo como una orden-, si de verdad quiere vivir, beba esto, majestad –la mujer pareció reaccionar ligeramente pues de inmediato aproximo sus labios resecos al recipiente y con la ayuda del hechicero bebió todo el líquido para después toser haciendo una mueca de desagrado.
-Es lo más asqueroso que he probado en mi vida –dijo con voz débil la reina.
-Pero efectiva –le informó Snape mirando como las cortadas comenzaban a cerrarse con rapidez-, su cuerpo ya está sanando y recuperando fuerzas –el hombre se alejó un poco de la cama mientras veía que la reina volvía a quedarse dormida, pero esta vez su rostro parecía más relajado. Cuando al fin las heridas terminaron de cerrarse, a pesar de estar aún manchada con su propia sangre, la reina lucia más viva.
Había salvado a la reina, lo que para el significaba una muy buena paga, para el reino un alivio al saber que su reina seguiría con ellos para protegerlos. Pero para alguien más, el que la reina siguiera viva, era un inconveniente, una frustración hacia sus planes, y una declaración de guerra por parte del médico brujo que había salvado a la reina de la muerte.
Por supuesto, esta historia continuara…
No hay mucho que pueda decir en este momento, salvo gracias por leer el primer capítulo, espero lean el segundo, y que la fuerza los acompañe, peace and love.
