—¡Vamos Gaara!- escuché, mientras notaba como dos manos me zarandeaban- ¡Despierta, que hoy es un gran día!
Lentamente y de mala gana, fui sacando mi cuerpo de la cama, mientras trataba de desenredarme de el nudo que estaba hecho con las sábanas. Tanteé por el suelo con las manos, hasta que encontré dos bolas peludas que supuse que serían mis zapatillas.
—No entiendo que tiene este día de especial, si me despiertas así todas las mañanas- comenté, mientras me desabotonaba la parte de arriba del pijama. El verano acababa de empezar y hacía un calor espantoso. Las chicharras cantaban sofocadas y por la ventana entraba un aire caliente y bochornoso. Y tampoco es que notase muy bien el paso del tiempo, después de dos años sin ir al instituto.
Tanteé por toda la pared hasta llegar a la puerta y me dirigí hacia las escaleras con cuidado.
—Todos los días son grandes y especiales- canturreó, colocándose delante mía, y guiando mi mano hacia la barandilla. Desde la habitación contigua a la mía comenzaron a oírse risillas traviesas, y mi hermana giró los ojos con gesto de desagrado.
—Puedo yo solo- murmuré, a lo que ella hizo caso omiso, y fue escoltándome peldaño por peldaño hasta que llegamos a la primera planta. Oí sus pasos alejarse en dirección a la cocina, y desde allí la vajilla resonando, probablemente preparando el desayuno.
Extendí mi mano hasta alcanzar el cuero del sofá, y con eso me guié hasta poder sentarme en él. No tardé mucho en distinguir el olor del pan tostado, y mi barriga rugió con hambre.
Las voces del piso de arriba se habían hecho más fuertes, y pronto oí la puerta abrirse, con cuatro pies bajando rápidamente por la escalera. Una voz femenina reía a carcajadas, y mi hermano parecía estar divirtiéndose también. Noté como se dirigían a la entrada, y también a mi hermana saliendo de la cocina.
—¿A dónde crees que vas?- le regañó, retirándole de la salida. -¡Kankuro, te quiero ver ya sentado en la mesa!- chilló, y también oí un pequeño forcejeo -. Y tú- le dijo a la chica- largo de aquí-.
La chica rió con descaro, y mi hermano bufó desagradado.
—Vamos Temari ¿Que más te da a ti?- rogó, tratando de convencerla-.
—No doy de desayunar a zorras en mi casa- dijo cortante y, acto seguido, sentí un portazo, como echándola de casa.
-¿¡Pero qué haces!?- gruñó Kankuro, enfadado. Trató de dirigirse a la puerta, pero mi hermana le arrastró hacia la mesa. -¡Ahora seguro que no volverá a hablarme!- refunfuñó, mientras tomaba asiento.
El olor a pan caliente se acercó lentamente hacia mí, con mi hermana trayendo los platos. Tiró el de mi hermano con desgana y acercó el mío suavemente. Busqué por la mesa algún bote de mermelada, y traté de servirla mientras ellos dos seguían discutiendo. A Temari no le agradaba mucho que mi hermano trajese una novia cada noche, y en cierto modo a mi tampoco. Y eso que desde su habitación, que estaba más alejada, no se sentía mucho. Pero yo, que dormía pared con pared, tenía que sufrir aquel coro de gemidos y jadeos todas las noches casi en primera persona. Con razón me habían salido aquellas extrañas bolsas, que seguro (aunque no tenía manera de comprobarlo, ya que siempre llevo los ojos vendados) eran enormes y negras como el carbón.
Mi hermana, desesperada viendo mis múltiples intentos de echar mermelada en la tostada sin desperdiciarla por toda la mesa, me quitó el cuchillo de las manos y las untó rápidamente, mientras yo oía de fondo la discusión de ellos dos. Me limité a recogerlas con un gracias casi mudo y bajé mi cabeza mientras comenzaba a mordisquearlas.
Como odiaba sentirme así. Es realmente frustrante no poder hacer casi nada por ti mismo, estar constantemente dependiendo de los demás. Y es que, por si no os lo he dicho antes, soy ciego.
Hace dos años que mis hermanos y yo vivimos solos, que nuestros padres murieron. Aquel día que, como dice Kankuro "se fue la luz", y los cristales del coche, ya abajo del acantilado , se clavaron en mis ojos dejándolo todo oscuro para siempre.
Me levanté con mi plato y avancé pegado a la pared hasta llegar a la cocina, apoyándolo donde supuse que estaría el fregadero. Mis hermanos me siguieron momentos después, y comenzaron a recoger lenta y silenciosamente la cocina. Antes incluso hacía esfuerzos por colaborar, pero ya, dos años después, y sabiendo de antemano que me lo impedirían, que me he vuelto inútil para todo, ni me molesto en preguntar.
—Y, bueno... - murmuro Temari, rompiendo el silencio y captando nuestra atención- tengo una noticia que daros ¡Nos he apuntado a las clases de ballet de la compañía de Konoha!
—¿¡Nos!? -gritamos Kankuro y yo al unísono. Otra vez, mi querida hermana tomando decisiones a la ligera-.
—Oh vamos, no seáis aguafiestas- trató de convencernos- sólo van a estar por aquí un mes ¡Y quién sabe cuándo volverán! Seguro que este lunes, cuando veáis como es, os encantará.
—Como si no vuelven nunca- contesté, enfadado- no pienso ir a clases de mariconeo.
—Gaara, hace casi dos semanas que no sales de casa, y mira que la última vez fue para acompañarme a tirar la basura- me cuestionó, apenada -. Además, te llevarás muy bien con la gente de allí, de hecho cuando fui a hacer las inscripciones conocí a varios y me parecieron súp...
—He dicho que no- corté, secamente. Sólo de imaginarme a mi bailando, ciego como soy y con aquella música tan lenta y afeminada me daban arcadas -.
Salí de la habitación, tratando de parecer enfadado, aunque lo único que conseguí fue tropezar con la moqueta del salón y acabar con la cara y el orgullo por los suelos.
Aparté a mi hermana cuando trató de ayudarme a levantar, y con la máxima rapidez posible subí las escaleras para encerrarme con pestillo en mi habitación.
Odio a la gente. Odio salir a la calle. Odio mi vida.
Muchas veces he pensado incluso en acabar con ella, pero siento que no tengo el coraje ni para hacer eso. Ojalá hubiese muerto aquel día, y los cristales en vez de ir a mi cara se hubiesen clavado unos centímetros más abajo, atravesando mi cuello y cortando toda la yugular.
Desde abajo seguía oyendo la conversación de aquellos dos, hablando sobre cómo sería el curso que, por lo visto, a Kankuro pareció interesarle. Y mis nervios llegaron a su máximo estado cuando verifiqué que hoy era sábado.
"Oh no, ¡empezaremos pasado mañana!" ¿Qué haría yo allí, solo, rodeado de gente de mi edad y sin ni siquiera poder ver lo que como me estoy moviendo? El estómago se me hizo un nudo extraño y comencé a idear maneras de saltarme aquellas clases, aunque no conseguí planear nada lo suficientemente bueno como para simular estar enfermo un mes.
¿Y cómo haría para interactuar con la gente de allí? La última vez que hablé con alguien que no fuese de mi familia fue hace seis meses, y tampoco creo que decirle "por aquí por favor" al hombre de la compra sea una gran fuente de fiabilidad.
Aquella era la manera perfecta de regular nuestra "vida social": a Kankuro le impediría salir de fiesta durante un mes, y a mí me haría estar fuera el mismo tiempo.
Quiero mucho a mi hermana, pero hay momentos en los que realmente desearía que se fuese de viaje muy muy lejos, y mucho mucho tiempo.
Después de dos días de quejas continuas, que no resultaron servir para nada, a la segunda mañana Temari me levantó sin su "Hoy es un gran día" habitual, y se limitó a lanzarme algún tipo de ropa (que yo no pude distinguir) a modo de despertador.
Después de desayunar con un raro tembleque nervioso en las manos, y seguidamente de vomitarlo todo (y de que ni eso me salvara) Temari me guió de la mano hacia el coche y en un unos minutos, que a mí me parecieron horas, estacionó el coche cerca del arcén y me condujo hacia el edificio donde se impartirían las clases.
Kankuro me advirtió de unas escaleras que subían al edificio, y ya cuando estuve arriba noté bajo mis pies un caro suelo de mármol, y muy resbaladizo. Parecía que aquel lugar era alguna especie de lujoso monumento y, por las voces que me rodeaban, estaba muy lleno de gente.
Instintivamente di varios pasos hacia atrás, tratando de huir de aquella multitud que me rodeaba, pero Temari se aferró muy fuerte a mi brazo y no permitió que escapase.
Caminamos en línea recta y subimos varios peldaños, hasta llegar a un lugar más fresco y elevado que parecía ser la azotea. Noté como varias personas me rozaron mientras andaban, señal de que aquello estaba realmente atestado, y me apreté más todavía contra Temari, totalmente atemorizado.
De pronto se escucharon aplausos, parecía que los bailarines habían entrado y las vítores llenaron el lugar. Un hombre llamado Madara se colocó por el centro de la sala, presentándose como jefe de la compañía, y seguidamente los cinco bailarines que impartirían las clases también se dieron a conocer.
La primera, Karin, tenía una voz aguda y un tanto desagradable, pero, a juzgar por los comentarios de la gente su baile era excelente, y sería la tutora del grupo 1
El segundo, Itachi, causó admiración entre las chicas y nos informó que sería el jefe del segundo grupo, y también oí a Temari comentar que tenía unos ojazos negros impresionantes
La tercera, Ino, "tenía un pelazo" e, incluso desde lo lejos que me encontraba, pude escuchar unos gráciles y largos saltos en el aire.
El cuarto, Sasuke, dijo que era el hermano de Itachi, y si este ya había causado conmoción, él simplemente volvió locas a todas las mujeres. Y es que, por lo visto era el mejor integrante masculino del grupo y su baile era tan perfecto como famoso a nivel mundial.
Sin embargo, fue la quinta y última integrante la que me más llamó la atención. Antes de que empezase a hablar, un extraño olor me embriagó, como una bofetada en la mente, y calló por completo el hilo de mis pensamientos. Un dulce dulce, muy muy dulce aroma a... ¿fresa?
Me resultaba difícil distinguir lo que era, pero aquella fragancia me había invadido por completo, como un prólogo dedicado a la persona que iba a conocer.
—Buenas tardes- se presentó, cortésmente. Su voz era clara y firme, y su , por lo visto, muy buena apariencia tampoco pasó inadvertida para los integrantes masculinos de la sala. -Me llamo Sakura Haruno, y seré la tutora del grupo cinco ¡Un placer!
Oí el viento cortado por varios finos y altos saltos, a la par que un dúo de pies golpeando levemente el suelo. Hubiera pagado por haberlos visto.
La siguiente hora, de selección de grupos, pasó como si fuera flotando en una nube, y cuando caí de nuevo a la tierra me encontraba simplemente en el mismo equipo que Temari. Con un tirón en el brazo, me indicó que me sentase en el suelo, y en el momento que lo hice descubrí una ¿aterradora? verdad.
Aquel olor a fresa se encontraba a mi derecha, precisamente al lado mía.
Mi corazón sufrió como un espasmo en aquel momento, y creo que si hubiese tenido ojos habría visto alguna columna de humo saliendo de mi cabeza.
Empezando por el lado contrario, la gente comenzó a decir sus nombres, dando una la vuelta completa al círculo y, una vez que Kankuro y Temari dijeron los suyos, comprendí que me tocaba a mí y, en un ataque de nerviosismo, traté de decir el mío, sin que saliese palabra alguna de mi garganta. Hasta que, en un tiempo parecido a dos o tres años, Temari hizo su muy desafortunada intervención.
—Él es Gaara- le informó, lenta y muy pedagógicamente, como la médica de alguna consulta pediátrica - es hermano mío y de Kankuro. Y me gustaría comentarle que, si pudiese ser, creo que debería dar las clases de diferente manera pues no tiene... la vista muy bien.
Oh no. Temari. Que has hecho. Ella no tenía por qué saberlo. Yo sólo podría haber simulado un día o dos, o, no sé, tiempo al menos para conocerla. Y encima con eufemismos.
Sentí como si un agujero me tragase por completo, mandándome a una esquena de soledad para siempre.
—Oh, bueno, pues... encantada- dijo Sakura, con un tono risueño. Su risa era como una cancioncilla agradablemente infantil. Y, entonces, noté que algo suave y aterciopelado levantaba mi mano. Me estaba saludando. Fue completamente sobrecogedor, como una descarga electica en el cerebro. Retiré mi brazo con brusquedad en algo parecido a un escalofrío, para después meditar sobre lo raro que había sido eso, y la cara con la que me estaría mirando todo el mundo en aquel momento.
Bajé mi rostro con vergüenza y me mantuve así toda la clase, quieto mientras escuchaba cómo los demás hacían los ejercicios, y con la promesa de mi hermana de que luego me los enseñaría ella a mí.
Así transcurrió la hora entera, entre varios taconeos en el suelo y el olor a fresa mezclado con la colonia alcoholizada de una mujer. Al terminar, mis hermanos se acercaron a mí entre risas y también oí a Sakura bromeando con ellos sobre la postura de "nosequé vieja que no sabía ni para que se había apuntado al curso".
—Oye, ¿Por qué no venís a la fiesta de inauguración? Es esta noche- les dijo. Parecía que habían hecho buenas migas.
—Oh... vaya- murmuró Temari, un poco cortada- es que, sabes, tengo... otras cosas que hacer- dijo. Claramente, las "otras cosas que hacer" era cuidarme como a un niño de cuatro años, y mis probabilidades de llegar a hablarle a Sakura algún día estaba bajando a niveles nunca vistos.
—Tranquila, no importa- contestó alegremente- aunque creo que podría venir el también Es que realmente no me gustaría estar con la gente de la compañía por allí, y menos con mi ex, Sasuke, ya sabéis...
Otra vez tratado en tercera persona, y sin preguntarme ni siquiera mi opinión. Y otra vez la típica historia de la niña que sigue enamorada de su ex. Tendría que ser muy tonto para dejar a alguien que huele tan suculentamente bien.
—Bueno... nos lo pensaremos- dijo mientras me tomaba de la mano para levantarme- ¡Hasta luego!
—¡Hasta luego Temari! ¡Hasta luego Kankuro!- se despidió y, seguidamente, tomó mi mano como gesto de adiós también- Espero que no me la rechaces esta vez
Me fijé en como el tacto de su piel subía a oleadas por mi cuerpo mientras trataba de no volver a ser descortés y notaba como la sangre rojiza comenzaba a acumularse en mis mejillas.
Al fin fue ella quien cortó el saludo y, seguidamente, mi hermana me arrastró hacia fuera del edificio. Aún sentía aquella extraña electricidad estática, que tardó en irse todo el resto del día.
—¿Iremos a la fiesta?- pregunté, mientras nos montábamos de vuelta en el coche.
—Vaya- rió Temari, mientras encendía el motor- que raro que tú tengas ganas de salir de casa. Pero si es la única manera de sacarte de allí, creo que sería una bueno que fuésemos.
—Espero que vaya aquella chavala tan mona del grupo 3- comentó Kankuro. Temari y yo carcajeamos, ya acostumbrados a su muy hormonada manera de pensar.
Inmediatamente después de comer, mis dos hermanos volaron hacia sus respectivos cuartos a prepararse para la fiesta. Kankuro estuvo cerca de una hora en la ducha y también oí a mi hermana gritarle para que saliese ya del baño.
Yo, simplemente, pasé toda la tarde delante del espejo, tratando de adivinar con aquellos ojos vendados cómo sería mi rostro dos años después. Aún conservaba borrosos recuerdos de mi imagen, e incluso de la de mis hermanos y mis padres, y también de algunos lejanos amigos que ya hacía meses que no veía.
"Es increíble como toda tu vida puede irse a la mierda sólo por doblar mal una curva" pensé, mientras mi hermana me lanzaba otra prenda no identificada que suponía que sería elegante.
Después de tratar de ponerme una ajustada camisa y una chaqueta de algo parecido a lino, volví a intentar mirarme en el espejo. Lógicamente, todo seguía negro y oscuro, incluso cuando tocaba el cristal frío pretendiendo delimitar con mis dedos mi propia figura.
—No te preocupes, estás muy guapo- dijo Temari, abrazándome por la espalda. Quité mi mano del espejo en un suspiro.
—¿Cómo soy?- le interrogué, ya desesperado por no captar mi reflejo- Es decir, cómo soy ahora, cómo he crecido y... y todo eso.
—Hmm... bueno- reflexionó, girándome para observar mejor mi cara- Parece que tu pelo está más largo, y oscuro. Te queda bien. Y estás muy delgado, aunque no demasiado. También tu piel está más blanca, aunque eso se podría arreglar saliendo un poco más a la calle. Seguro que vas a volver a todas las chicas locas.
—¿Y este traje?- pregunté -¿Cómo es?
—Ese traje era de papá- me informó, mientras ajustaba la solapa de la pechera y recolocaba el nudo de la corbata-. Es negro, de cuello bajo como un esmoquin, y bastante elegante. Te queda perfecto- nuevamente, me giró hacia el espejo y acercó mi mano hacia el cristal. Puso mi mano en su cara para que sintiese cómo cerraba los ojos, y colocó sus dedos encima de los míos- ¿Y yo? ¿Cómo estoy?
Sentí su respiración lenta y acompasada, y lo cierto es que me relajó bastante.
—Seguro que muy guapa- afirmé sonriente. Con mi mano todavía en su cara, noté como ella también reía levemente.
Tiró de mí hasta montarme nuevamente en el coche, y poco a poco me fui preparando para la noche que me esperaba.
