Harry Potter no me pertenece. Cualquier nota se encuentra al final del capítulo. Gracias a Alex Daniel por ser mi Beta Reader.
Fluviales Vidae. — El Flujo de la Vida — Capítulo 1: Conjeturas y Casualidad.
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"La vida es uno de los misterios más grandes y maravillosos que afronta el ser humano. Tan variable, tan impredecible, tan grande y maravillosa, y a su vez tan pequeña e insignificante; esta siempre llena de posibilidades, hechos, creencias e ideales, fantasías y realidades que se encuentran en cambio constante alrededor de los individuos. Nunca se está completamente seguro de tener todo el saber, puesto que todo individuo cambia constantemente de parecer. Inverosímil y caótica, la experiencia de vivir rompe y reforma la percepción de la sociedad sobre ciertos eventos. Coincidencias que mueven la percepción de los individuos para buscar alguna respuesta frente a la casualidad…"
Cerro con fuerza la libreta, medianamente contento con el resultado, aunque quizá no lo suficiente. Dispuesto a no frustrarse por un simple borrador, miro a su alrededor sin muchas preocupaciones. Entre estructuras arquitectónicas prácticamente iguales, con separaciones similares y simetría por donde pudiese ver, Little Wining en Surrey resultaba ser un vecindario, al menos visualmente, algo aburrido y bastante homogéneo. Los diversos N° de Privet Drive, a su vez, era un sitio sin sobresaltos en aquel aburrido y algo insulso barrio de población usualmente familiar, en aquel aburrido y calmo trocito en un minúsculo rincón del vasto territorio que conformaba lo que era Inglaterra. Contratistas, inversionistas, familias nucleares y personas jubiladas. Parecía ser el molde clásico de vivienda para "las personas honradas y respetables".
Por eso era algo sin precedentes cuando un vecino fuera de lo común hacia acto presencia por aquellos lares. Llamaba mucho la atención. La curiosidad infame que todo ser humano poseía en lo más profundo, sin diferencias de clases o edad. Era irónico lo mucho que dichos vecinos se empeñaban en mantener su propia privacidad por encima de la de los demás. Tenía la sensación de que las personas espiaban de vez en cuando por las cortinas. Bah, algunas personas eran simplemente metiches.
Pack. Pack. Pack.
¡Thud! Paf.
— ¡Alabado sea! —Extendió los brazos hacia el cielo, celebrando por un segundo. —…creo que esta es la última. —
Se permitió soltar una pequeña sonrisa, para después soltar un bostezo. Suspirar con cansancio y estirar un poco la espalda. Hizo aquello sin mayores preocupaciones, mirando a su alrededor al insulso jardín. El césped estaba verde, en un tono que encontraba particularmente bonito e intenso, pero se encontraba alto y desarreglado, sin ninguna flor a la vista. Inclusive algunas de las briznas eran más largas que otras, como un mal corte de cabello. Una carcajada se atoro en su garganta al pensar como acabo su hermano cuando Gwendoline se hartó de que se dejase el cabello desarreglado. Nunca pensó que sería tan peligroso dejar tijeras cerca de ese par.
Negó con la cabeza, divertida. Pensó distraídamente que quizá debería buscar algunas flores mientras se dejaba car durante unos minutos en la tarima de madera de roble en la entrada, o tal vez piedras para hacer un camino de adoquines. Arena y grava tampoco sonaban mal para rellenar el espaciado. Quizá adoquines de colores… y algunos diseños con las piedras para crear un camino de imágenes; estaba cansado de tener siempre piedras grises sin ninguna variación señalando el camino a su propia casa. Y eso le traía el pensamiento de que aún no revisaba toda la zona verde disponible.
Las comisuras de sus labios temblaron, y se permitió inhalar profundamente el agradable olor a césped. También debía de arreglar el jardín trasero. Toda una –probable– jungla llena de misterios sin resolver. Quería pensar detenidamente como poder decorarlo. Una mesa con algún toldo, un bonito jardín, le llamaban bastante la atención los estanques y las cascadas.
Sonrió, secándose la frente con la manga de la chaqueta que llevaba puesta. El porche de la propiedad, con su pequeño y sencillo pórtico frontal, los alféiceles de colores claros en las ventanas y sus prolijas paredes blancas; se sentía bastante bien por el momento, observando la fachada clara y el techo de un grisáceo y oscuro azul, con el gran roble de fondo en la parte posterior, verde y fuerte. Quizá incluso fuese un árbol de manzanas, ¿Quién podría saberlo?
Tamborileo los dedos contra la madera lisa y clara del porche. Luego pensaría en que más colocar, si alguna silla o maceta. Por ahora, quería explorar antes de meter las cajas en su nueva residencia quizá a futuro, su hogar.
— o — o — o — o — o — o — o — o —
A su vez, Los vecinos estaban curiosos mientras el nuevo miembro de su comunidad se tomaba su tiempo para instalarse.
Desde los primeros números de Privet Drive, los pobladores sabían que pronto tendrían a alguien nuevo entre su comunidad. La casa al final de la cuadra llevaba en venta desde hacía casi cinco meses, y apenas hace dos semanas, alguien había notado el letrero de Vendido en la propiedad.
Especulaciones se habían lanzado en menos de un segundo. Aquella residencia era una de las pocas –o quizá la única– que tenía alguna leve diferencia que le hacía resaltar entre los demás. Era muy bonita, eso no se negaba. Y la fachada tanto exterior como interior daba una sensación etérea y sencilla, acogedora y cómoda. No estaba pintada de otro color. El techo no era de otro tipo de material. El caminillo de graba era prácticamente el mismo. Sin embargo, se sentía en el aire una pequeña diferencia que le hacía sencillamente agradable.
Algo... Mágico, por así decirlo.
Ahora, Petunia Dursley se encontraba caminando suavemente por la acera. Con descuido, tamborileo sus dedos sobre su antebrazo, donde llevaba colgando una bonita cesta de mimbre. Hacia unas cuantas horas que un automóvil de un oscuro color verde, sencillo y bastante agradable al espectador, cargado de varias cajas y maletas, había pasado frente a su casa en dirección a la casa en venta. Por pura mala suerte no había logrado ver al conductor.
Vernon no estaba en casa, pero ambos habían acordado que al menos alguno de ellos dos debería de ir a ver qué clase de persona se había mudado a su vecindario en plena temporada de clases. Lo usual para cualquiera solía ser cambiar de residencia cerca del verano, para poder adecuarse a un nuevo vecindario con calma y retomar el trabajo sin muchas complicaciones.
« ¡Sospechoso! ¡Sospechoso!» Eso gritaba sus alarmas internas de manera intermitente pero constante. Un escalofrió recorrió su espalda pese al suave sol de otoño sobre su cabeza. Quizá tan solo había sido por mera necesidad, o por apresurarse. Septiembre tampoco era un mal mes para las mudanzas después de todo.
o — o — o — o— o — o — o
El grifo goteo por un momento cuando cerró la llave del agua. Recién había logrado terminar de arreglar y conectar el refrigerador blanco y gris en su lugar de la cocina. Las alacenas estaban también vacías, salvo las que tenían la vajilla y los cajones con los cubiertos y algún mantel.
Eso trajo a colación otro número a la lista mental: Tenía que hacer compras.
—Mhm. —Roto la unión del hombro sin mayor cuidado. —...ya lo hare después. —Murmuro para sí mismo, sonando exhausto y también algo aburrido.
Deslizo aquello fuera de su mente como si agitase el periódico para ver la primera plana, y en su lugar estiro los brazos hacia el techo, disfrutando la sensación de sus músculos relajándose mientras que hacia aquello. Aquí, allí. Realizo el ejercicio un par de veces más, considerando que más podría mover antes de que finalizara el día. Aún tenía algunas habitaciones más que revisar.
Las cajas estaban en la entrada. El recibidor tenia aun las sabanas sobre el sofá y lo sillones, medio cubriéndoles. La mesita de café con superficie de cristal combinaba humilde y cómoda con los muebles de cuero que tan cómodos le parecían. Los estantes de madera oscura que acomodo en la sala estaban aún vacíos, esperando por ser rellenados aunque fuese a la mitad antes de finalizar el día.
Gruño, sintiendo pereza.
El viaje había durado casi cuatro horas y logros ser especialmente incomodo, con el extenuante calor de estar enclaustrado en el automóvil durante tanto tiempo sin poder hacer nada más que conducir. Sin contar el tiempo de cada una delas paradas -ya fuesen para comer o solo descansar- había invertido la mayor parte del viaje en detallar la zona y verificar donde estaban los servicios más cercanos, como el banco, tiendas, y también librerías y papelerías. Localizo algunos restaurantes entre Londres y Surrey, mas realmente no le apetecía conducir más por el momento.
Se sentía realmente exhausto.
Giro la vista hacia otro lado. Dudaba un poco si podría llegar a encontrar algún restaurante cerca de aquel suburbio, pero siempre podría caminar un rato y verificar. Apenas era pasado el almuerzo y faltaba mucho para la hora de la cena, podría permitirse una pausa antes de-
Sintió como gruño su estómago, y reconsidero seriamente su última afirmación mental. ¿Hora de la cena? ¡Y un comino! ¡Quería comer una manzana ahora mismo!
«O chocolate.» Pensó de forma distraída. Era una lástima que se terminasen las pocas golosinas que había empacado mientras conducía hasta la residencia. Su estómago gruño nuevamente, protestando. «…pues ya. Puedo ir en un rato a ver la tienda. Debo de reponer la despensa.»
Se apoyó en el borde del mesón de la cocina por un momento, sintiéndose ausente con sus pensamientos. Aún quedaba mucho que hacer, y sin mentir, no quería ir a mirar que tanto había en el sótano: esperaba fervientemente que no tuviese que mover, revisar o vender cosas. Cabía al tema que hacer con el cuarto, una vez estuviese limpio y disponible. Él aun no sabía qué hacer con ese lugar, pero esperaba no tener que discutir con Gwendoline y Leo sobre tenerlo como un gimnasio o una improvisada biblioteca.
Sus hermanos podían ser un real dolor de cabeza. Pero: Por una vez, él iba a decidir que pasaba con su casa. Y no iba a aceptar ruegos ni reclamos por parte de nadie. « ¡Nadie!» Hizo una pequeña mueca determinada.
Bostezo.
Al menos Helio no solía ser tan insistente al respecto. Por ella, quizá si haría una excepción. Sabía que ella amaría arreglar el jardín. Muchas flores y color. «Bah. Mala idea no es…»
El peso de su espalda se apoyó contra la fría pared. Santo Cielo, y aun tenía que colgar aunque fuese algún cuadro. Quiso gimotear un poco debido a ese pensamiento sin previa apertura. Su hermano querría darse la bomba llenando su casa de cuanta pintura se le ocurriera. «…aunque, quizás un dragón… ¡No, no-no-no! ¡No puedo empezar a seguirle el juego!»
¿A quién estaba engañando? Sabía que Leonard le regalaría un cuadro de animal fantástico para su oficina. Había empapelado la última con imágenes de paisajes y castillos medievales en menos de una semana. Se atrevía a pensar que habían sido dos días, pero no podría estar muy seguro. El había estado en Bristol por unos diez.
Otro suspiro más vino y se fue. El traía todas esas imágenes dentro de un álbum en su maletín, el cual seguía en el auto. La primera parte de ese libro eran, en su mayoría, imágenes suyas. Leonard, sin embargo, se las ingenió para llenar un álbum entero y la mitad del que traía con arte conceptual. Bendito fuese su hermano, que le ahorraba trabajo en la editorial. Aun se sentía incómodo, y algo acalorado, pero al menos el lavarse el cabello le había sacado algo de la incómoda sensación de haber conducido durante tantas horas. Volvió a estirarse, tratando de sacar algo de la sensación de pereza de su cuerpo. Ahogo un bostezo.
Leo podría encargarse de los cuadros, y el resto de las cosas pesadas que aún no montaba –y que no quería montar. Le dejaría el orden de la cocina a Hellie, quien tenía todos los objetos de decoración y los utensilios de cocina. Y, rememorando, era Gwendoline la qua tenía todas las fotografías en su departamento en Londres. Su estómago volvió a ruñir, exigiendo alimento. « ¡Fantástico!» Pensó de forma casi cínica. «Una hora más de carretera para buscar cosas antes de comer.» Pizza humeante parecía el mejor prospecto para el futuro.
Jugueteo con sus dedos. Tenía que comprar marcos para fotos, reflexiono distraídamente. Rasco su nuca sin prestar atención a la humedad en sus dedos, y paso la toalla por su cabeza, con su cabello azabache aun frio y goteando algo de agua helada. Con el resto de sus pensamientos en un parcial orden, y el improvisado lavado de cabello, al menos podría soportar hasta la noche para darse una ducha.
Suspiro. Ahora podría al menos descan-
Escucho el timbre. Sus hombros se erizaron.
¡Pero se podría ser inoportuno-!
—Buenas tardes Madame, ¿Puedo Ayudarla?—
Petunia sintió sus hombros contraerse, casi como si hubiese pasado por un espasmo gracias a un ruido repentino de un cristal siendo roto. ¡¿Pero cómo se les ocurría dejar a alguien con esas pintas en un vecindario familiar?!
¡¿Alguien al menos se había fijado en cómo se vestía el hombre?! ¡Ese cabello! ¡Y esas ropas desarregladas, por favor! ¡Eso era una pésima influencia! Lo poco que podía ver del pasillo mostraba el desorden de cajas y plástico regado sobre el suelo le hacía tener un espasmo de nervios.
— ¿Señora?—
El hombre le miro con una pequeña mueca en el rostro, acompañada de un ceño levemente fruncido, sintiéndose extrañado por el súbito silencio.
Observo a la mujer frente a él con las cejas levemente alzadas. Mantuvo la toalla alrededor de su cuello a causa de su cabello aun húmedo, agradeciendo en silencio el haberse cambiado de ropa al mover la mayoría de cajas al porche y al recibidor.
La pregunta le había venido de forma bastante espontanea. Por lo menos no había sonado cínico.
Petunia alcanzo a toser, recobrando un poco la compostura de la forma más sutil que pudo. —B-Buenas tardes, —forzó las comisuras de su boca para hacer una especie de sonrisa, a modo de ocultar su incomodidad—. Mi nombre es Petunia Dursley, vivo en el número cuatro, al inicio de la calle. —Procuro hacer énfasis en su apellido de la forma más tranquila que pudo, sin sonar muy empeñada en denotar su estatus.
Si era sincera, ella había esperado una clásica familia nuclear: Una Ama de casa con quien charlar sobre vanidades e intercambiar recetas, un caballero formal y de buena familia que jugase golf con Vernon los domingos, e incluso un niño o una niña que hiciese amistad con su Duddy; ¡No a un vago de cabello largo que atendía la puerta sin siquiera arreglarse! ¡Menudo descaro tenía ese –ese hombre!
El caballero frente a ella tan solo parpadeo, ningún tipo de emoción fue legible en su rostro.
—Soy Salazar Prince, Es un placer. —indico con voz neutra y una pequeña inclinación, casi a modo de reverencia.
Ella parpadeo de vuelta, en el segundo en que el hombre se incorporaba, lo que fue rápido.
O se hacia el tonto, o realmente no había notado lo quería darle a decir.
—...igualmente. —Logro mantener su sonrisa, sin verse excesivamente forzada—. Vera, quería entregarle este pastel de moras, —enseño la cesta colgando de su brazo—, a modo de regalo de bienvenida, me refiero. —
Salazar alzo las cejas sorprendido cuando Petunia empujo la cesta con el pastel a sus brazos. — ¡Seguro que su mujer esta exhausta con la mudanza! ¡Adelante, aquí tiene!—La mujer sentía que sus mejillas se iban a romper.
Oh, dilema.
Tenía una buena, muy buena, idea de a donde quería llevar la mujer las cosas. El irónico pensamiento paso por su cabeza durante unos segundos, mientras recibía el pastel con una sonrisa tranquila en el rostro. Por el afán de la mujer… la situación iba exactamente hacia donde él pensaba.
—...Es usted muy amable, Señora Dursley. —Respondió él, amable-. Pero me temo que no estoy casado. —Y se escuchó el cristal al romperse. No debería sonreír tanto. —Sin embargo, estoy muy seguro de que a mi hermana le encantara probar su cocina. La repostería es una de sus pasiones. —no quito la sonrisa de su rostro.
Hellie lo regañaría por ser tan malvado. Gwendoline, por otro lado, lo haría. Luego reiría como una bruja malvada y le diría que podía hacerlo mucho mejor. Tenía una hermana rara.
—...Que amable. —Siguió sonriendo como si nada—. Me he fijado en su automóvil. Es realmente bonito y elegante. —Soltó una suave risilla que a Prince se le antojo falsa—. ¿Es de la compañía en la que trabaja?—Inquirió.
Y otra más.
—Oh. Me temo que no, —negó suavemente con la cabeza—, Es mío. Lo obtuve como premio en la última fiesta de la Editorial en la que trabajo. —
Sonrió para sí mismo, escuchando el salpicar de su metafórico anzuelo al lanzar esa pequeña carnada. Las fijaciones de Gwendoline se le estaban pegando. «Malas mañas, Salazar. Malas mañas.»
Ella lucio realmente sorprendida. — ¿Es escritor?—El caballero asintió levemente—. Debió ser muy difícil conseguir una casa. —Petunia sonrió con falsa amabilidad y condescendencia. Aparte de vago, resultaba ser un insulto cuanta cuentos. Prince, sin embargo, tenía los hombros rectos y calmos mientras la mujer hablaba.
Salazar sonrió a medio lado, sin inmutarse. —Sí, —admitió—, Mi hermana y yo estamos complacidos. No hay nada que no logre el trabajo duro. Las cosas adquieren más valor al luchar por ellas. —su respuesta destilaba una leve traza de orgullo propio.
Las sonrisas tensas duraron solo unos segundos, hasta que pudieron escuchar un pequeño escándalo que se hacía más fuerte. Salazar solo tuvo que mirar hacia la calle, sin siquiera apartarse al estar convenientemente alineado; Petunia por su parte se giró, ambos enfocaron la vista para ver una curiosa comitiva de pequeños niños correteando, gritando y riendo por la calle de Surrey. Y justo al frente iba uno especialmente regordete y ruidoso.
Petunia Dursley no vio a Salazar Prince sonreír levemente. No lo hubiese notado de todas formas.
— ¡Oh, Dudley! ¡Querubín! —El niño rubio y regordete, que a visión de Salazar se parecía un poco a una versión grande de un lechón, se giró hacia ellos, lleno hasta los calcetines de tierra—. Discúlpeme Señor Prince, —La señora Dursley sonrió con una pequeña mueca. La mujer detestaba la suciedad. «…fanática de la limpieza, probablemente.» —, debo llevar a mi pichoncito a limpiarse. —Petunia sonrió de la forma más amorosa que podía.
Salazar desestimo ello con la mano, su brazo derecho sostenía el pastel: —No se preocupe Madame. No hay daño. —
Petunia tomo del brazo a Dudley, y, dando una grácil despedida, le dedico un adiós.
—Mami, ¿Quién es ese hombre?—
Ella le apretó el hombro, frunciendo los labios con el mayor disgusto. —No te acerques a él, Duddy. —Siseo de forma más estricta que pudo.
Salazar se quedó sonriendo en el porche hasta ver que se perdían. Una parte de sí mismo se ocupó de recordarle que no debía ser sano sonreír cínicamente por tanto rato. Agradeció aquello, soltando una muy suave y discreta carcajada al cerrar la puerta. Era mujer era una arpía frívola... Sentía un pequeño espasmo en la comisura de sus labios. La Sra. Dursley ni siquiera se molestaba en ocultarlo bien. O quizá era el quien sabía leer a la gente. La cesta de mimbre acabo sobre el mesón de la cocina mientras rebuscaba en las cajas por la vajilla. Al menos saco un pastel de una presentación bastante cliché.
Un plato blanco y un cuchillo acabaron sobre la mesa. «Bien Sra. Harpía,» Apoyo la punta del cuchillo sobre la corteza del postre. «Veamos que tal es su cocina. ¡Provecho!»
Shh–Shh–Shh. Shh–Shh–Shh.
Pauso. « ¿Que diantres?»
Shh–Shh–Shh.
Escucho el césped sacudirse, distrayéndole de sus pensamientos. Por algún motivo, sus hombros se estremecieron al percibir el sonido del alto césped sacudirse. No fue solo una, sino dos o tres veces de forma esporádica. Quizá no se hubiera preocupado, si el ruido no hubiese sonado de forma tan fuerte, ni por la misma zona.
Procuro primero asomarse por la ventana, pero de todas maneras tuvo que salir. Sintió los hombros tensos, y fue precavido asegurándose de tener una llave o algo con lo que golpear en la mano.
Demonios, Demonios, Demonios. «Justo ahora, y no esta Leonard. Maldita sea…» Pensó sudando frio. En este tipo de situaciones, odiaba tener estos ataques de pánico. Que no fuese una serpiente, por el amor a Dios. Por favor, Por favor. Su hermano era quien tenía más conocimiento práctico de Zoología. Salazar podía cuidar de un perro o un gato, e incluso hizo un buen trabajo con aquel pez dorado que tuvo de niño.
El césped se volvió a sacudir, esta vez de una forma más leve, pero estaba más cerca de sí. «Que sea un mapache, que sea un mapache…» Salazar sudo frio. Le tenía un horrible pánico a aquellas cosas. ¡Malditos animales viperinos!
El ruido volvió a escucharse y se impulsó a actuar, apartando bruscamente las largas briznas de hierba que cubrían el animal al que perseguía, sujetando con fuerza el objeto que había tomado: una llave inglesa.
La incredulidad lo inundo, y sus ojos grises destellaron de sorpresa.
Sentado entre el césped debido al susto, con rostro aterrado, un niño pequeño y flacucho está ahí. Cabello negro, rodillas nudosas y rostro sucio por la tierra. Tras la montura sujeta por cinta a su nariz, había un par de brillantes ojos verdes que le miraban aterrados.
— ¿Pero qué demonios?—
Bueno, ¡Hola! *Saluda alegremente* ¿Cómo estáis, uhm? ¿Interesados por la historia? Este es un pequeño proyecto de Harry Potter que quise hacer desde hace un tiempo, y me ha motivado un amigo para estructurarla bien y subirla. ¡Viva!
Como verán, tenemos a un personaje principal en escena: Salazar Prince, además de a nuestro pequeñito de ojos verdes. Salazar es alguien a quien le tengo cariño, ¡Y que nadie se preocupe, que no va a matar a Harry! Creo... Es broma. Es broma.
Tengo cositas planeadas para esta historia, pero como todo, el rumbo siempre está en constante cambio. ¡Hay que ver donde nos lleva el viento, porque esto es una aventura! ¡Vamos allá!
—Kaira.
PD: Recordad: la magia más grande es la magia de comentar y retroalimentar al autor. *Guiño*
