Una tarde castigados…
Un día, en el Colegio San Pablo, una de las maestras llevaba a Candy al cuarto de meditación. Ésta había llegado tarde a la clase y la Hermana Grey determinó que lo mejor que podían hacer con Candy era mantenerla castigada todo el día en uno de aquellos cuartos fríos y húmedos en la torre del ala sur de la escuela. La pecosa aceptó resignada, esto de los castigos se había vuelto rutinario, ya que por cada cosa que hacía, las docentes no vacilaban en llevarla al cuarto de "meditación".
Una vez allí se echó al catre y comenzó a pensar en Albert, en el tío abuelo, en Anthony, en Terry, en el Hogar de Pony, en Tom, en Klin, en la segunda colina de Pony, en el viejo padre árbol, en el cartero, en el día que llegó a la casa de los Leegan y en otras tantas cosas, que se olvidó que estaba allí. Estaba medio adormilada cuando sintió que le tocaban en la ventana. Creyó estar soñando cuando abrió sus ojos vio una figura masculina tocando la ventana y soltó un grito que resonó como eco en medio de una caverna. Se tranquilizó cuando vio que era una cara reconocida. Se dispuso a abrirle la ventana e invitar a entrar a su inesperada visita.
-Neil¿qué haces aquí?
-Lo mismo que tú- dijo sarcástico.
-¿Castigado?
-Seee- replicó fastidiado.- Escuché cuando te trajeron al cuarto. Estoy tan aburrido que hasta me conformo con hablar contigo.
-Gracias- respondió Candy, con ganas de agarrarlo de las greñas de color miel.
Así transcurrió gran parte del día, ellos conversando, mejor dicho… discutiendo.
Candy se aventuró a preguntar: "Neil¿qué te he hecho yo para que me trates tan mal?"
-En realidad, nada. Es que es un gustazo fastidiarte. Además, siempre le sigo la corriente a Elisa. Así me evito más problemas.
-Aaaahhh- gruñó Candy, luego se calmó un poco. –Yo creo que no eres mala persona. Simplemente, te dejas llevar por tu hermana. Si no fueras así…
-¿Si no fuera así qué…?
-Nada, olvídalo- dictaminó Candy.
-Candy… ¿Cómo decírtelo? Bueno… Eh…- Neil comenzó a tartamudear, mientras Candy se comenzaba a impacientar.
-¿Qué es lo que me tienes que decir?- preguntó con mal genio.
El joven se acercó lentamente a la chica y le dio un beso. Ella lo recibió sorprendida, no supo cómo actuar, pero se dejó llevar. Él se despegó de los labios soltando un suspiro de alivio, con ganas de más, con ganas de no sé cómo seguir dándote besos, con ganas de por qué no hice esto antes, con ganas de que no se acabe el castigo, con ganas de no ser un Leegan, con ganas de gritar de felicidad y con ganas de congelar este momento para siempre.
Candy quedó helada. Neil, ese chico odioso y arrogante que siempre la andaba jodiendo, la había besado. ¡Y para el colmo el beso le gustó! De repente, cayeron los dos en tiempo de lo que había sucedido.
-Neil, nadie pero nadie debe saber esto.
-Eso mismo digo yo, nadie puede saber que besé a Candy- se agarró el rostro lleno de desesperación.
-Bueno, sólo nos queda guardar silencio. Este debe ser nuestro secreto.
-Ok, ok. Así será.
Neil se fue inmediatamente del cuarto de Candy feliz como una lombriz y con ganas de bailar como corderito encantado.
Días después, Candy libre de su castigo caminaba sola hacia la segunda colina de Pony. En dirección opuesta, venía caminando Neil con un grupo de amigos. Cuando se cruzaron cada uno viró la cara con mal gesto, pero era notable que una sonrisa pícara amenazaba con aterrizar en sus labios.
