Manos del tiempo

Prólogo

Las manos de una deidad pérfida

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El bosque entero, que una vez había gozado de flora y vida, ahora no era ni más que una burda parodia. Ahora ya no había nada allí, absolutamente ningún remanente de vida, solamente una inhóspita llanura con polvo volando por doquier, viéndose empujado por una súbita tormenta de arena mientras la noche aparecía en medio de un gris, plomizo y deprimente cielo.

Pero, había algo que se avivaba en medio de ese terreno infértil. Los chakra de los millones de ninjas que rugían con la furia de una tempestad. Se arremolinaban como una tempestad enfurecida y resaltaban en medio de la borrosa arena que volaba por todos lados. Comandados por una fuerza común, guiados por la valentía personificada en un muchacho que refulgía como una antorcha de voluntad. Ellos eran guiados por un muchacho que no tenía más de dieciséis años, cuyo fulgor era comparable con el de leyendas como el Yondaime Hokage. Uzumaki Naruto les había guiado en medio de una batalla campal, protegía a cada uno de ellos como camaradas verdaderos a pesar de que no conocía a más de la mitad, por más herido que había terminado —y probablemente arriesgándose— seguía adelante con un porte de voluntad que les daba valor. Por lo menos así fue, hasta que de pronto todas esas emociones fueron arrebatadas de repente.

Habían creído, muy frívolamente, que podrían triunfar, hasta que eso que menos esperaban había tenido lugar. Fueron testigos de cómo Uchiha Obito, el guerrillero cabecilla de toda esta guerra, destrozaba las cadenas de la mortalidad que lo ataban a su anterior humanidad, y ascendía a algo más; ante los ojos de todos ellos, él se convirtió en una deidad que no tenía rival.

Ni siquiera el primer Hokage —el hombre más fuerte en ese momento—, había podido con él. Fue entonces cuando un enorme horizonte de desesperación se cernió sobre todos los shinobi cuando el Uchiha fue moldeaba una de esas extrañas esferas negro azabache, en una lanza, blandiéndola como una autentica arma que era suficiente para devastar montañas enorme. Sin embargo, había una peste más fastidiosa que el mismo Uzumaki Naruto; Uchiha Obito entornó los ojos y arrugó la nariz cuando posó su mirada divina en el traidor.

Uchiha Sasuke retrocedió por el daño causado. Él rezongó molestado y ordenó a la estructura ósea que se reparara de inmediato. Las llamas purpureas añiladas se avivaron, y en menos de un instante, las fisuras en el esqueleto se esfumaron por arte de magia repararse mientras Naruto aterrizaba detrás de él, habiendo evadido —muy difícilmente— el último ataque de su amigo que iba dirigido al Uchiha omnipotente.

Fuera de balance, Obito tomó un momento para ponerse en balance adecuado mientras clavaba su mirada en el joven Uchiha en la lejanía. Su demoníaco cuerpo comenzó a fulgurar con un insondable poder, el mismo poder del cual irradiaba en sus ojos en sus disparejos ojos.

Cualquiera que mirara hacia el nuevo jinchûriki estaba lleno con el sentimiento de de profundo peligro.

Su cuerpo era disparejo, partiendo desde abajo en el medio. ¡Toda zona de su cuerpo gritaba antinatural!

El lado izquierdo de Obito era, sin embargo, un tanto... normal. Esta piel era liza y humana, si un poco color ceniza. Siendo la excepción las bijû dama que flotaban detrás de sus brazos y picos que brotaban en la parte superior e inferior de su espalda.

Su otro lado era completamente diferente...

Estaba completamente cubierto de escamas grises blancas. Esta armadura inquebrantable le revistió desde sus pies descalzos hasta la línea de sus cabellos, la evidencia de que la influencia del Jûbi no estaba completamente contenida ni siquiera por los ojos cerúleos ondulados del rinnegan.

Incluso el cabello de Obito había pasado del común negro azabache Uchiha a un sorprendente color blanco hueso, una prueba más de la bestia inmortal atrapada ahora en su interior.

En la parte posterior del Jinchûriki había un total de diez, picos largos blancos como el hueso, cinco en la parte superior justo debajo de las uniones de sus hombros, y cinco en la parte inferior a lo largo de la parte baja de espalda. Situado justo en los omóplatos descansaron el símbolo más espeluznante de una gigante magatama con círculos concéntricos en sus cabezas. Nueve diminutas magatama reposaban presididas de ella en tres filas.

Los dos muchachos se estremecieron cuando vieron los ojos del monstruo brillando con esos inauditos ojos clavándose sobre ellos.

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Sasuke observó en silencio, mientras su mente le mostraba imágenes de días serenos y tranquilos con el imbécil, bueno para nada de cabellos dorados de Naruto, con el maestro que nunca era atento de Kakashi y con la inútil fanática suya que era Sakura.

Pero ahora, todo lucía tan diferente, ellos eran fuertes ahora y estaban allí confrontando al hombre que rozaba la omnipotencia. Aun así, por más poderosos que se hubieran puesto ambos, Sasuke no estaba dispuesto a dejarles a ellos cambiar el retorcido sistema ninja que subyugaba al mundo entero, era su deber como Uchiha ser el visionario que guiara al mundo a una nueva era.

Era la última voluntad de Itachi.

Que Sasuke domara al destino por los cuernos.

Blandiendo la espada del kagutsuchi —controlando las llamas, moldeando su forma con meramente desearlo, como un artesano lo hace con la arcilla—, un enorme sable forjado por las llamas del propio amaterasu controlado de sus ojos, miró a Uchiha Obito y a Naruto a la vez, impidiendo el golpe en el muchacho de cabellos dorados puntiagudos como un sol.

—No —murmuró. Ambos por igual, Uchiha Obito y Naruto, le miraron confundidos sin llegar a comprender perfectamente lo que quería decir con esa frase tan fría.

El viento alrededor de Sasuke cambió completamente, había comenzado a arremeter contra el Uchiha omnipotente y acarreador de la bestia inmortal. Los violentos vientos huracanados tomaban las hojas y tierra, lanzándolas en alguna parte de la extensa y desolada llanura.

Con la gracia de un Uchiha, Sasuke descendió la mirada. En la zona más oscura de sus pensamientos, pudo ver aquella dichosa foto que habían tomado días después de haberse convertido en un equipo. Sin embargo alguien no encajaba allí. Sasuke no vaciló en un instante en erradicar de Naruto de allí, haciendo que el fragmento cercenado de la fotografía tan atesorada por ellos desapareciera en la negritud del olvido.

Entonces el mangekyô eterno fulguró de carmesí en medio de la oscuridad sombría de los cabellos añilados de Uchiha Sasuke. Rencor rebosaba en esa mirada mientras el susanô azul purpureo avivaba sus flamas de resentimiento.

Yo borraré el pasado. —La enorme espada de llamas infernales aullaron mientras se alzaban en medio del cielo nocturno de morado y negro.

Naruto rechinó los dientes cuando recordó que Sasuke había mencionado algo similar con el mismo tono gélido como una tormenta de nieve hacía tan sólo horas cuando encararon al Jûbi frente a frente. Era precisamente cuando ambos habían embestido a la criatura demoníaca con una casi indetenible combinación de viento y llamas oscuras.

¡Los bijû siguen en el interior de esa cosa enorme también! ¡Cuando esté lo suficientemente débil, apaga esas llamas negras! ¡Yo y Kurama sacaremos a los bijû de allí!

¡No! había respondido con tono imperativo. Todo arderá tal y como está.

Naruto sentía un vacío en el estómago cuando la realidad le dio en lo más profundo del alma, pues nada había cambiado entre ellos. Sasuke quería cambiar el sistema del mundo shinobi, para ello, necesitaba inmolar a los bijû... aquello implicaba que pronto iría a por Kurama también.

Y sólo pensar eso hacía que la visión de Naruto se manchara de rojo.

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Por más duras y severas que habían sido las palabras del Uchiha menor, el rostro de Uchiha Obito no había cambiado en lo más mínimo ni tampoco había reflejado menor expresión más que pura e inhumana tranquilidad; la declaración de Sasuke no le había afectado en lo más mínimo. Él estaba más allá de él, más allá que cualquier otro shinobi en toda esa vastedad de ninjas que se hallaban en la desolada región donde se libraba esta batalla pérdida y sin chiste alguno; esta conversación tenía lugar, sola y únicamente porque él la estaba consintiendo.

Después de todo, ¿se pararía un dios a contemplar una cucaracha? Lo que haría uno es deleitarse con su insignificancia antes de aplastarla como el insecto que es.

En ese momento, Uchiha Obito no era más un humano y ya no estaba encadenado a las limitaciones de uno. Ahora era un dios en todo el significado de la palabra. Podía percibir cada energía y forma de vida en toda la región, podía percibir las emociones de desesperación de cada shinobi que prácticamente sollozaban del pánico, podía sentir cada ser vivo desde animales, personas y hasta la propia flora. Se embelesaba con esas emociones que revelaban desesperación, temor y amargura, sabían que el final había llegado, ¡no había forma de defenderse de la cólera de aquel dios del odio y destrucción!

Todos, absolutamente cada uno de esos seres debajo de él no eran sino viles cucarachas: insignificantes, patéticas e irritantes cucarachas. Y por encima de todos ellos, estaba aquel joven Uchiha quien parecía pedir a gritos que él le aplastase como tal.

Como una ondulación en medio de una charca, algo cambió en Obito, ninguno de los dos muchachos podía decir si se trataba de su rostro o acaso era su postura lo que habían cambiado, pero de pronto, él lucía más peligroso que nunca antes. El poder que residía muy en su interior, comenzaba a hacerse notar finalmente, preparando su fuerza como el azote de un tsunami para terminar con todo en una simple, breve y corta implosión.

Como una completa desestimación de la declaración de Sasuke, el rinnegan de Obito pulsó con un poder aterrador, paralizando a cada Shinobi cerca de su rango que fuera testigo de ello. Habían millones de shinobi, miles de ellos famosos ninja en sus regiones con admirables habilidades de combate que los volvían guerreros eficientes, pero con tan sólo experimentar el poder de aquella deidad hecha hombre, provocó un efecto que no esperaban: todos quedaron petrificados en medio de una despiadada eficiencia.

Todo pareció congelarse de pronto. El viento fue perforado y Obito desapareció como un espectro. Hubo una tranquila, serena y callada brisa rondando por el aire, pero de pronto, ¡un titánico estallido! ¡La barrera del sonido fue totalmente destrozada por la velocidad supersónica de dios! Cuando Obito asaltó, lo hizo como una deidad furiosa, con un agarre de acero y una pisada una mancha en medio de la brisa de la noche.

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Materializándose con una muestra de una velocidad supersónica, Uchiha Obito apareció ante Naruto y Sasuke, y antes de que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, sus manos sujetaron a los muchachos. El agarre capaz de achatar titanio. El cráneo de Sasuke no aguantó antes de ser triturado.

Cuando su mundo sucumbió ante oscuridad, supo que no había chance para ganar. Después de todo, allí llegó todo, este era el final. Lo último que supo fue que Naruto también fue arrastrado a su propio infierno personal también junto con él. Oyó el grito del padre de Naruto, Namikaze Minato, cuando las dos bombas bijû en las manos de la deidad del Uchiha —esferas capaces de demoler regiones— se dispararon.

Hubo una explosión, eso era todo lo que Sasuke sabía, después nada absoluta, su conciencia terminó desvaneciéndose completamente en el olvido y su alma sucumbida a la oscuridad eterna.

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Por un largo rato, solamente se oyó el murmullo del viento, céfiros tranquilos y gentiles que levantaban nubes de polvo que se perdían en la oscuridad de la noche. Algo comenzaba a moverse, pero no estaban seguros de qué era exactamente.

Las nubes reflejaron un espectro allí, una persona que tenía sus dedos manchados con esencia carmesí. No había nadie más allí, ni chakra, ni siquiera cadáver remanente.

Naruto y Sasuke se habían ido. Pero Uchiha Obito no. Los vientos cambiaron de pronto, ahora estaban atemorizados y llenos de desesperación mientras los ojos de la deidad brillaban.

Miles miraban con furia impotente y tristeza. ¡Habían perdido! ¡Habían perdido! Y no había vuelta atrás.

El mundo tembló cuando el dios portador del rinnegan rugió en el cielo de luna llena.