-¡Ataide!- volví a sobresaltarme. La voz de la enfermera era áspera y fuerte y parecía sacada de un viejo y polvoriento libro de terror. La sala de espera era aun peor: azulejos blancos, desprovista de muebles, flores, cuadros, nada. Parecía un psiquiátrico.

Una mujer de posibles treinta años, alta, bonita y con abultado vientre se puso de pie y de la mano de un hombre igualmente guapo y alto entró a la sala principal, donde la doctora Terra Caller atendía a las mujeres embarazadas. Sí, yo estoy esperando ser atendida.

Casi todas las parejas allí se veían felices y digo casi porque hay solo una excepción: Peeta y yo. Bufábamos, temblábamos y nuestro semblante era casi igual al que teníamos al entrar a los juegos. Estábamos sentados en las incomodas butacas del hospital, negras y lisas, frías como nuestro tacto en ese momento. Peeta se hallaba inclinado, con la cabeza entre las manos, su espalda de perfecta musculatura se veía tensa y contracturada. Yo, en cambio, estaba erguida, asustada, mucho más que él. Dude varios minutos pero al final lo hice. Acaricié su cabellera rubia y noté como se sobresaltaba. Cuando levantó la cabeza para mirarme le regale una sonrisa forzada, él me correspondió. Tomó mi mano y mi sonrisa fue apenada, nos consolábamos mutuamente. Se sentó a la buena manera para mirarme bien a los ojos y me presionó la mano con suavidad.

-Todo estará bien- dijo- lo prometo.

-No puedes asegurarme nada, Peeta- le reproché- Esto no está a tu alcance.

Pareció meditarlo un momento y luego asintió. Francamente lo que más me molestaba eran las miradas. Todos los ojos clavados en una sola pareja: la nuestra. Me recosté sobre su hombro y no tardé en sentir su mejilla sobre mi cabello. No quería pensar en nada, en nada que no fuéramos nosotros dos y nuestras manos entrelazadas. Jugué con sus dedos un momento, solo hasta que vi como la puerta de la sala principal se abría nuevamente. La yunta que había pasado anteriormente volvía a salir, esta vez con una sonrisa doblemente deslumbrante. El hombre llevaba a su mujer abrazada y ella no paraba de "susurrarle", porque en realidad podía oírse a un kilometro, que lo amaba.

La enfermera de voz escalofriante volvió a salir y tras ella una niña pequeña, de no más de trece años con el cabello caoba ceniciento y lacio y la piel morena. Era del distrito once, no había duda alguna. Solo se me vino un nombre a la mente, el de Rue, ambas tenían el mismo frágil y dulce aspecto.

-¡Meenvielle!- gritó la sanitaria y pude notar que no solo yo estaba asustada, pues Peeta dio un buen salto al oír el llamado. Otra pareja se levantó. La mujer tenía apenas una pequeña y perceptible pancita.

La niña similar a Rue se paró frente a nosotros y nos sonrió con carisma, ternura y… ¿Arrogancia?

-Hola- nos dijo y se llevó tres dedos a los labios para luego enseñárnoslo. Nos había reconocido, como todos. Le sonreí por cortesía, no parecía tener buenas intenciones. Además mi humor no era el mejor ese día. ¿A quién engaño? nunca estoy de humor, excepto en mis momentos con Peeta.

-Hola- pronunció mi chico del pan con amabilidad. La niña se llevó ambos brazos atrás y se tomó las manos mientras miraba con atención a mi pareja.

-¿Hace mucho que esperan?- nos preguntó y Peeta se llevó el reloj de la muñeca ante los ojos.

-No- respondió él con naturalidad- solo llevamos esperando doce minutos, creo.- La niña se rió con fuerza y luego me miró mientras señalaba repetidas veces mi vientre plano.

-Me refiero al bebé- alegó aun sin dejar de reír. ¡AL DEMONIO! Esa niña no tenía nada de frágil y nada de dulce, destilaba arrogancia. ¿Cómo pude compararla con Rue? Peeta soltó mi mano de inmediato, pero la volvió a tomar en menos de un latido de corazón. Lo escuché suspirar, me escuché suspirar, lo sentí temblar, me sentí temblar, me miró y lo miré- ¿Cuánto tienes? ¿Dos mese? ¿Menos?- las preguntas eran disparadas a mi persona, era obvio.

-Aun no es nada seguro- logré musitar. El temblor de mi voz debió ser muy grande porque Peeta acarició mi mano para tranquilizarme. La niña arqueó una ceja y volvió a reírse. - ¿Qué es tan gracioso?- pregunté de mala gana, me estaba impacientando.

-Primerizos…- articuló entre pequeñas y musicales risitas.

-¿Primerizos? – Inquirió Peeta confundido y luego descubrió el significado de aquella única palabra, lo vi en sus ojos.- ella ha dicho que aun no es nada seguro, niña.

-Bueno, en tal caso, si están tan seguros, dejen de actuar como primerizos- pronunció mientras se acariciaba el cabello y cambiaba el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Seguí con mi mirada gris la ondulación que le hacía a su cabellera caoba con sus propias manos. Iba a responderle, o propiamente dicho, a gritarle que se largara pero entonces la pareja Meenvielle salió de la sala principal y la enfermera de voz grotesca gritó el único apellido que no quería escuchar.

-¡Mellark!- Aun luego de tres años, es extraño para mí que me llamen por ese apelativo. Katniss Everdeen de Mellark, o más fácil, Katniss Mellark, Señora Mellark, Mellark, Solo Señora, entre otros. Cuando acepté casarme con Peeta nadie dijo que adquiriría miles de nombres distintos.

-Aquí- habló mi esposo mientras me levantaba tirando de mi mano. La mujer nos enseñó amablemente el camino mientras la niña, que de Rue no tenía nada, se acostaba de risa en el suelo al ver nuestras caras níveas.

-Si llego a estar embarazada- comencé a musitar al oído de Peeta- solo espero que nunca sea como ese demonio.- se rió.

- No lo será si le enseñas como no serlo.- Mire a sus ojos azules y de repente me di cuenta de la situación en la que estábamos: hablando de cómo criar un bebé cuando ninguno lo deseaba aun. Yo nunca quise hijos, Peeta sí. Hace tan solo cuatro meses me había convencido de tenerlos pero entonces pasó… Un ataque, no uno leve. Peeta se había despertado en la noche de una pesadilla, una que hizo que su cerebro pensase que era real, mas tarde, cuando me recuperé, me contó que había soñado que yo mataba a su familia. Digo cuando me recuperé porque intentó desnucarme mientras dormía. Mis gritos habían despertado a Haymitch y pudo llegar a tiempo, lo cual implicó destruir una de las ventanas. En fin, luego de eso Peeta había querido dejarme bajo el pretexto de no querer hacerme daño. Tras múltiples charlas lo convencí de que siguiéramos. No fui yo la que lo dijo, sino él: "Nada de niños hasta que sane el pasado". Y aquí estamos, amor, cuatro meses después, en una sala celeste a punto de saber si nuestro descuido provocó o no un hijo.

-De todas formas- dije- aun no sabemos si estoy o no… ya sabes. – asintió pero no estaba decepcionado, mas bien, sus ojos demostraban temor, temor a ser un padre que podría matar a la madre en cualquier momento.

L a doctora parecía a simple vista una mujer agradable. Sus ojos color ámbar brindaban una seguridad casi tan grande como la de los de Peeta. Su cabello era similar a su tono de piel, oscuro, y su estatura mediana la convertía en algo a lo que mi chico del pan llamaría "adorable".

-Señor Mellark, Señora Mellark- nos saludó con vos tersa mientras realizaba una respetuosa inclinación de cabeza y nos señalaba los asientos frente a su desorganizado escritorio. Sonreía por lo que le devolví una pequeña y nerviosa sonrisa, ya me sentía en el capitolio. Mientras nos sentábamos como si los sillones fueran letales, acaricie la madera de la mesa y distinguí perfectamente el tipo de tarugo, era Teca. Al parecer varias charlas con Johanna me hicieron una experta en texturas de troncos. – Debo reconocer, que leí el apellido por lo menos unas treinta y siete veces, solo para asegurarme de que realmente eran ustedes.- sonreí y pude ver de soslayo que Peeta hacía lo mismo.

-Aun no es nada seguro- me sorprendí cuando oí esa frase veloz de los labio de Peeta. Ya sabía que le daba miedo hacerme daño, ya sabía que quería postergar lo del bebé pero aun no me hacía la idea de que ese fuera el mismo chico que meses atrás se arrodillaba ante mí para pedirme una familia de más de dos.

-Si, claro- corroboró la doctora- Señora Mellark…

-Katniss, por favor- pronuncie con rapidez- solo Katniss no hace falta tanto nombre.- Peeta sonrió.

- Bien, Katniss, Te haré unas preguntas de rutina para anotarte en una ficha- me informó mientras abría su cuaderno y apoyaba la pluma sobre una hoja en blanco- si no estás embarazada tendré una ficha lista para cuando lo estés. – asentí con cuidado. Preguntas. Preguntas sobre embarazos significaba también preguntas sobre sexo, sobre vida privada. Genial.- Katniss y Peeta Mellark…- susurró mientras lo anotaba en su hoja virgen.- ¿Cuántos años tienes, Katniss?

-Veintiséis.-Bueno, eso no fue nada.

-¿Antecedentes de embarazos?- dijo mientras ya anotaba un "si" en su cuaderno.

-No- habló Peeta y la mujer lo miró incrédula- todo fue una farsa para que detuviesen los juegos- explicó- Katniss y yo, en ese momento, éramos tan vírgenes como cuando nacimos.

-Entiendo- Musitó Terra Caller y cambio el "si" por un "no". En su rostro se notaba la sorpresa. La letra de la doctora no era un jeroglífico, era prolija y legible, algo extraño en un medico.- ¿A que edad te desvirgaste, Katniss?.

Fantástico. Ya sentía todo el calor acumulándose en mis mejillas. Oí como Peeta reprimía una risa al verme tan nerviosa.

-A los veinte años… - respondí con cautela como si estuvieran firmándome para una propo.

-Bien… sé que esto debe de serte vergonzoso , Katniss asi que solo te preguntaré una cosa mas ¿Vale?

-Vale.

-Necesito la fecha de tu último periodo…

-Veintinueve de noviembre… - La doctora pareció asimilar lo que acababa de responderle.

-Pero… ¡Katniss estamos en enero! No queda mucho análisis que hacer… estas embarazadísima.

Noté la presión fuerte de la mano de Peeta y su nerviosismo.

-Escuche- susurré- no importa lo que crea, hágame unos análisis que lo comprueben.

La mujer pareció dudar y luego suspiró mientras anotaba algo en un pequeño pedazo de papel.

-Vayan al laboratorio. Ahí les dirán todo.

-Gracias, Doctora Caller- musitó Peeta y me empujó con delicadeza a la puerta.

-Bien- dije- el laboratorio esta a tres puertas de aquí…

-Katniss, ¿Enserio quieres seguirte engañando?- me preguntó mi chico del Pan y me quede absolutamente petrificada- Seremos padres.

-Tal vez no.

-Dos semanas pueden no ser nada, Katniss. Pero tú tienes dos meses de retraso.

-Peeta, ya hablamos de esto. No niños hasta que estemos bien.

- Tal vez sea lo que necesitamos para estar bien, tal vez un bebe haga que mi mente funcione correctamente para siempre.

-Peeta… hagámoslo, aunque sea por capricho.

Me miró a los ojos, los tenía llenos de lágrimas, me sonrió y tomó mi mano.

-Anda, acabemos con esto.- alegó.

Cuando entramos al laboratorio nos atendió un enfermero bastante veterano y brusco. El lugar estaba lleno de frascos, sangre calcificada, jeringas, medicamentos, hierbas medicinales y orina enfrascada. Mi estomago se revolvió.

-Parece la sala de torturas del capitolio- comentó mi chico del pan.

-No te preocupes- susurré- en tal caso me torturaran a mi…- sonreímos, no de mentira, no de consuelo, fue un gesto sincero.

-Jamás lo permitiría.

El enfermero, brusco como ya mencioné, no separó de un tirón y me obligó a darle el brazo. Lo extendí y con un extraño aparato tomó sangre de una de mis venas.

-Esperen aquí- dijo- es lo último en tecnología en diecisiete minutos estarán los resultados.

Diecisiete minutos me separaban de la verdad, una verdad más que clara pero que me negaba a ver. Si hubiese seguido mi plan de vida y me hubiese mantenido virgen por siempre esto no hubiera pasado. Cuando accedí a demostrar que estaba locamente enamorada de Peeta y que quería estar con él, sabía que algún día "eso" pasaría, aunque me lo negaba siempre.

Recuerdo la primera vez que estuve en sus brazos en un sentido estrictamente carnal… no me gusto ¡carajo, si que dolía! Pero las otras veces, las de ahora, son una de las cosas más placenteras y bonitas de mi vida, ver como nuestros cuerpos encajan y…

-¿Katniss por que estas sonrojada?- Demonios Peeta siempre se da cuenta de todo.

-Nada… solo hace calor.- mentí

-¡Deben ser las hormonas!- gritó el enfermero a lo lejos.

-Mientes mal- me recordó Peeta besado mi frente, cuando quiso apartarse me aferré a su pecho con fuerza y me dejé llevar por los latidos de su corazón. Ese corazón que según él, me pertenecía…

Si, no me arrepiento para nada de haber perdido mi virginidad… fue horriblemente doloroso, si, pero a la vez fue único. Estaba muy asustada, temblaba bajo sus brazos y ver nuestros cuerpos desnudos bajo la luz tenue me había causado una sensación nauseabunda y ¿placentera? En ese momento no lo sabía, ahora si lo sé, era placer. Lo recuerdo tocándome, acariciando cada recodo de mi piel mientras me besaba y me guiaba. Claro que los dos éramos vírgenes pero siempre sentí que él supo cómo hacer las cosas en ese momento, yo solo lo seguí como un corderito asustado. Cuando me había preguntado si podía desnudarme me sentí absolutamente inocente e intranquila por lo que el instinto de siempre dominar la situación me había llevado a arrancarle yo la ropa a él de una maldita vez por todas. El se había reído por mi reacción y no dejaba de susurrar que me amaba mientras besaba mi cuello, mi pecho y mis labios.

Cuando ya la situación era absolutamente predecible, cuando era el momento más culmine de mi vida, me miró a los ojos y me acarició el cabello que se pegaba a mi rostro producto del sudor y el éxtasis que mi cuerpo emanaba en ese momento.

-¿Tienes miedo?- Me había preguntado en un murmullo, mientras intentaba controlar su agitada respiración.

-Si.- admití con valor y es que había pasado por todo, dos veces en los juegos, una rebelión, miles de asesinatos... Pero esta situación me superaba, yo no tenía el control… lo tenía él, Peeta, mi dueño, el único hombre al que realmente amé en toda mi existencia.

-También tengo miedo- me había susurrado riendo mientras depositaba un casto beso en mis labios. Aumenté el ritmo del beso y dejé que me asfixiara por completo con el peso de su cuerpo, luego vino la peor parte, para ese punto estaba absolutamente nerviosa. Me pidió que abriera las piernas y lo obedecí con lentitud.

-Te va a doler…- me advirtió. Ya lo sabía, ya me lo habían dicho en la escuela, en las charlas con mi madre, con Johanna, con Effie… pero simplemente cuando lo dijo él me sentí desfallecer de terror. Dejé escapar un sollozo y él se apresuró a calmarme, hablaba sobre mis labios con firmeza y rapidez para que lo escuchara- Escucha, Katniss, luego de esto no volverá a dolerte, te gustará, lo prometo… pero tienes que pasar por esta molestia primero.

-Vale…

Y entró. Entró en mí y sentí como cada musculo de mi rostro se contraía por el dolor. Lloré como si me estuviese matando, le grité que se apartara, le dije incluso que lo odiaba, intenté librarme de él a los golpes… Era realmente horrible, no lo deseaba, no me gustaba. Lloré, lloró, lloramos mientras comenzaba a moverse, cada penetración era como una puñalada en mi zona baja. De sus labios escuchaba gemidos, suspiros y sollozos de culpa. Pero a pesar del dolor horrendo que me recorría el cuerpo había sentido algo distinto, un calor que subía por todo mi ser y me hacía disfrutar… Y con un grito mío y posteriormente suyo terminó. Sentí algo derramarse en mi interior, supe lo que era de inmediato pero no me preocupe pues me había preparado para ello, los anticonceptivos me cuidarían. Cuando se desplomó sobre mi, escondió su cabeza en mi cuello y dejo que su respiración y la mía se calmaran.

-Lo siento…- había dicho y yo acaricié la cabellera rubia cenicienta de su cabeza. Lo perdonaba, porque tenía razón ese dolor era necesario para poder entregarme a él con locura las veces que quisiera.

-Tú me amas ¿Real o no real?- le había preguntado, imitándolo, necesitaba que me lo dijese para saber que todo valía la pena.

-Real, Katniss…- musitó mientras se incorporaba para mirarme a los ojos.- Tú me amas ¿Real o no Real?

-Real, Peeta…

El gong de un aparato me sacó de mis acalorados recuerdos y me llevó de nuevo a la realidad.

-Diecisiete minutos- dijo el enfermero trayendo los análisis en mano- ¿Debo decir felicidades?

Peeta le arrebató el papel de su poder y lo puso ante nuestros ojos.

Positivo. No me sorprende, solo asiento para mí misma y sonrío con desgano. Este papel me dice algo que ya sabía, algo que simplemente no quería aceptar. Seré madre y él será padre.

No hay otra realidad.