Un Último Deseo
Hagrid no se extrañó de que Luna Lovegood penetrara como si tal cosa en el recinto de Hogwarts. La vió dirigirse hacia el cementerio, y supuso que quería visitar la tumba de Dumbledore. Al guardabosques ni se le pasó por la cabeza preguntarle si estaba autorizada por la Dirección del Colegio. ¿A quién se le ocurriría tratándose de una de las heroínas de la segunda guerra contra "quién tu sabes"? (como a otros muchos, a pesar del transcurso del tiempo, Hagrid todavía prefería referirse a Riddle de aquella manera, como si temiera que pronunciar su nombre fuera suficiente para invocar su espíritu desde el Más Allá). En efecto, cuando la vio de espaldas, inclinada sobre la tumba blanca, se dio media vuelta y se internó en su cabaña, convencido de que solo mirarla en la distancia era una invasión de su intimidad. Y de la de Dumbledore, de algún modo.
Tampoco le extrañó que poco después anduviera merodeando por el bosque prohibido. De todos era sobradamente conocida su afición por buscar criaturas mágicas extravagantes, algunas de las cuales solamente existían en su imaginación.
Luna se adentró en la espesura con total tranquilidad, como lo había hecho desde niña, y sólo cuando estuvo segura de encontrarse fuera del alcance de la mirada de Hagrid, osó sacar una de las dos varitas que llevaba en el bolsillo interior de su capa.
A muchas millas de aquel lugar, Xeno Lovegood respiraba dificultosamente. Hacía ya muchos días que yacía en su cama. Su cabello blanco y algodonoso se extendía por la almohada y flotaba sobre su cabeza, como un halo, dándole cierta apariencia ultraterrena, antesala de que pronto partiría para el postrer viaje. Levantó los párpados pesadamente y giró la cabeza con dificultad. Sonrió al posar su mirada en la silla que tenía al lado. Sobre ella, doblada cuidadosamente, estaba la Reliquia.
Antes de invocar el hechizo, Luna sonrió para sí. Como sincronizada con su padre, acababa de recordar lo fácil que le había resultado obtenerla. Bastó llamar a la puerta de los Potter y contarles que su padre se encontraba en sus últimos momentos y que partiría más feliz de este mundo si hubiera podido contemplar alguna de las famosas Tres Reliquias. Aquello bastó para que Ginny saliera corriendo a coger la capa y se la tendiera, bajo la mirada aprobadora de Harry. Al fin y al cabo, eran dos Gryffindor, y no tenían por costumbre meditar ni un segundo antes de actuar. Si hubiese sido Draco, por ejemplo, antes de entregarle la capa hubiera indagado más. En fin, suerte para ella…
Precisamente, como Harry era tan típico Gryffindor, hacerse con los otros objetos estaba siendo muy, muy fácil, especialmente para una Ravenclaw. Especialmente para Luna.
"Accio Piedra de la Resurrección" – murmuró quedamente mientras apuntaba hacia la espesura con aquella varita que todavía resultaba extraña a sus dedos -. Esperó unos segundos, y pronto escuchó un ruido como de hojas sacudidas. Extendió la mano y, poco después, sobre la misma se posó suavemente un tosco anillo con una piedra negra bastamente tallada. Luna sonrió de nuevo. Haría tan feliz a su padre…
…Pero, ahora que las tenía… ¿no podrían tener algún otro uso?... La sonrisa de Luna se hizo más y más grande. Al fin y al cabo, el mundo mágico seguía teniendo los mismos vicios y defectos que fomentaron el auge de Lord Voldemort. Nada ni nadie, ni el mismísimo Harry Potter, podrían asegurar que, al cabo del tiempo, no vendría otro señor tenebroso. En tal caso sería muy valioso contar con armas poderosas… Tendría que meditar sobre ello, pensó mientras guardaba la varita y el anillo en el bolsillo de su capa…. De momento, se concentró en que haría muy felíz a su padre.
