Sirius Black enterró sus manos en el cabello, ocultando su rostro.
Había tenido noticias de su familia. Una familia que habia renegado de él y a la cual Sirius también había dado la espalda. Él había sido, desde el principio, la oveja negra de los Black. Nunca le había importado, es más, se había enorgullecido de aquel apelativo. Detestaba todas las ideas que habían intentado inculcarle desde su más tierna infancia, se burlaba con desdén de su supuesta realeza de sangre y no podía oir la palabra « sangre sucia»
Su hermano, Regulus Acturus Black había desaparecido y le daban por muerto. Nunca se había llevado bien con su hermano menor, desde pequeños habían sido como el día y la noche. Regulus había sido callado, obediente y el ojito derecho de Walburga Black, nunca la había dado problemas y si muchos motivos para presumir de su hijo menor, por el contrario Sirius era descarado, arrogante y no dudaba en poner en entredicho las creencias de sus progenitores. Con aseduidad tenía una sonrisa burlona pintada en su apuesto rostro que su madre aborrecía y sus ojos grises refulgian con frialdad, o con fuego, dependiendo del momento.
Con tan solo 16 años Regulus había seguido los pasos de su prima, por aquel entonces, ya Bellatrix Lestrange, casada con Rodolphus Lestrange solo por conveniencia y no por amor. Otra tradición familiar-pensó con acidez- su hermano se había unido a los seguidores del señor tenebroso, llamados mortifagos, sin duda había sido una gran alegria para su madre, que muy probablemente habría celebrado una gran fiesta a la cual él no había sido invitado y a la que, obviamente, tampoco habría asistido.
Regulus Acturus Black había muerto con tan solo 18 años. Probablemente se había arrepentido y sus propios compañeros habían acabado con su vida, tal vez la magnitud de la guerra había sido demasiado peso para para sus jovenes hombros. Tal vez había intentado huir de aquel horror.
Solo tal vez se habría dado cuenta de su error y había querido rectificar acarreandole grandes consecuencias. El mago pagó con su propia vida.
Sirius apretó los puños.
Si, era cierto que no se llevaba bien con él, que prácticamente le había ignorado durante los años que habían coincidido en Hogwarts, que había llegado casi a despreciarle. También era cierto que el lugar de verdadero hermano lo había ocupado su mejor amigo y compañero desde el primer día de clase, James Potter, con el que había conocido que era tener una familia de verdad, calida, acogedora y que le aceptara con sus virtudes, defectos y errores.
Pero también era verdad que Regulus era de su sangre...y había concebido la esperanza de que no eligiera el camino equivocado, de que no siguiera los pasos de la ancestral y noble casa de los Black y de que si lo hacía - como así pasó- Fuera lo suficientemente inteligente para rectificar sus errores y mantenerse con vida. De recurrir a él si era necesario, porque en el fondo, aunque se llevaban mal y eran contrarios, eran hermanos y en algún recondito lugar de su memoria conservaba unos pocos buenos momentos que habían compartido juntos. Pocos, pero suficientes como para no darle la espalda...si él hubiera confiando en Sirius.
Pero no lo hizo. Y ahora estaba muerto. No volvería a verle.
Sabía que Walburga se moriría de pena por aquella perdida. Pero en su mano no estaba aliviar el dolor de lo que él nunca había considerado como una madre. Porque ella, en realidad, nunca había ejercido como tal con su primogenito. Solo había obtenido ira, rencor,odio y desprecio por su parte. Y aunque Sirius quisiera consolarla, ella nunca le aceptaría.
Si, sin lugar a dudas Sirius Black se sentía orgulloso de ser el traidor de la familia, de haber macillado el noble apellido de los Black. De ser, resumiendo, diferente a ellos.
Pero en aquellos momentos, no podía parar de pensar en su hermano y en lo que podría haber llegado a ser si no le hubieran envenenado con aquellas ideas odiosas. Regulus las aceptó desde pequeño sin cuestionar nada más. Sin ni siquiera pararse a pensar si eran correctas o no. Siempre había sentido adoración por su prima Bellatrix, mientras que Sirius lo había sentido por su otra prima marginada, Andromeda Tonks.
Pobre Regulus,tan inteligente en algunas cosas y tan tonto en otras...-pensó con amargura
En aquellos instantes Sirius sintió algo que había experimentado muchas veces, y en muchas ocasiones diferentes. Pero sobre todo en sus años de encierro en su habitación de Grindmund place donde tan solo y encerrado se sentía.
Todo eso fue diluyendose cuando ingresó en Hogwarts, conoció a James y al resto de merodeadores y fue seleccionado Gryffindor, y terminó por desaparecer cuando se escapó de casa y se fue a vivir con los Potter, sintiendo la libertad más absoluta.
Pero ese dolor era diferente. Era el dolor por una perdida, aunque realmente nunca había tenido a Regulus. Era el dolor de la impotencia por no haber podido hacer nada.
Una solitaria lágrima rodó por la mejilla de Sirius, y en aquel instante James entró en la habitación, como impulsado por un iman que hacía que corriera al lado de su amigo, acudiendo a la llamada silenciosa que Sirius no había emitido. Demostrando la empatia que ambos compartian y que tan especial hacía su amistad.
Se limitó a abrazarle. Las palabras entre ellos sobraban. Bastaba con las miradas y a veces con mucho menos que eso.
James sabía exactamente como se sentía su ía con él su sufrimiento y su carga. Así había sido desde el principio y así sería siempre.
Sirius se sintió mejor. Sonrió a su amigo, a su hermano, que siempre había permanecido a su lado.
No sabía la verdad de lo que le había sucedido a Regulus. Pero si lo hubiera sabido, Sirius Black se habría sentido orgulloso.
