La luz se filtraba por entre los cristales de la habitación principal de la familia Lockser. Ésta constaba de la madre, cierta maga elemental llamada Juvia Lockser, de estatura media, tanto los ojos como el pelo eran azules, aunque los primeros eran más oscuros, rondaba los veinticinco años, su aspecto no decía lo mismo, seguía pareciendo una muñequita de porcelana con su piel blanquecina, inocente y dulce. Ella era todo lo contrario, con el paso de los años había aprendido a ser fría y decidida, nadie iba a arreglarle las cosas, ella misma se las tenía que solucionar y por tanto la Juvia Lockser que se había unido a Fairy Tail años atrás ya casi no existía. Seguía siendo tímida y apenas tenía amigos (por no decir que no los tenía) de confianza así que su vida estaba principalmente dedicada a sus dos hijas de seis años, mellizas, Mira y Erza.
-¡Mamá! - Mira entró llorando en el dormitorio de su madre, creando así un estruendo importante, enseguida trepó por la cama mientras intentaba limpiarse las lágrimas con las mangas de su pijama de gatitos-¡Mira lo que le ha hecho Erza a mi muñeca! - se la tendió para que viese como el juguete se mostraba medio congelado. Era igual que su padre, tanto de forma física y mental... por no hablar ya del poder que la pequeña demostraba tener a tan corta edad.
Al conocer la iniciativa de su hija mayor no había dudado en buscar una maestra para que le enseñara todo lo que una maga de hielo debía saber, mientras, ella le enseñaba a la pequeña Mira la magia de agua por la que la pequeña sentía predilección. Quería que llegada a cierta edad sus hijas se unieran a un gremio para poder vivir así de los que más les gustaba y a la vez había en la familia, la magia.
Negó con la cabeza mientras cogía la muñeca, acurrucó a la niña de cabellos azules entre sus brazos y besó su sien. Aplicó agua hirviendo con rapidez sobre el juguete y éste enseguida se descongeló.
-¡Erza! -llamó a la niña alzando la voz mientras consolaba a la más pequeña, aunque en realidad se llevaban solo varios minutos.- ¡Ven aquí ahora mismo! -fijó la mirada en la puerta del dormitorio esperando a que la niña de cabellos azabaches y ondulados a juego con unos ojos azules oscuro y expresivos apareciera. La pequeña apareció por la puerta con la larga melena, que iba recogida en una trenza de lado, empapada, bueno, más que eso, chorreaba agua por el pasillo del pequeño apartamento. La mujer bajó la mirada hacia Mira alzando una ceja. Suspiró, no sabía que iba a hacer con sus dos hijas.
-¿Tú sabes algo de esto? -inquirió observando como una sonrisa traviesa aparecía en el rostro de la pequeña peliazul.
-¡Mamá, Mirajane tiene la culpa! -casi chilló la primogénita mientras esparcía agua por toda la habitación- Si no me hubiese quitado a Deliora... yo solo intentaba cogerla y mira lo que me ha hecho en el pelo... -hizo un mohín cruzándose de brazos. No, no había otro nombre para la famosa muñeca más que Deliora, a pesar de conocer la historia Erza se había negado a cambiarle el nombre al juguete y hacía oídos sordos a cualquiera que le pusiera mala cara a el nombre de su preciado juguete.
Juvia suspiró y cerró los ojos acumulando la paciencia- Niñas, Juvia quiere que compartáis todos los juguetes salvo las muñecas, Mira... -bajó la mirada hacía la pequeña que ya agarraba entre sus brazos a su recién, recuperado juguete- No cojas a Deliora y Erza... -dedicó una sonrisa tierna y dulce a su hija mayor- Si Mira vuelve a hacerlo ven y díselo a Juvia, ella lo arreglará ¿Vale?
La pequeña de cabellos mojados asintió. Enseguida un sonrojo acudió a la cara de la niña cuando su estómago sonó anunciando que tenía hambre, miró a la maga elemental buscando una solución y ésta se levantó sujetando a su hermana entre los delgados y pálidos brazos. Emprendió camino a la cocina aunque mucho no tardó pues la casa contaba de un baño un salón unido a la cocina y dos dormitorios, era lo que se podía permitir con lo que ganaba de camarera más lo que había ahorrado con todas sus misiones. No, ya no trabajaba en un gremio, al enterarse de que esperaba un bebé (que luego resultaron ser dos) decidió alejarse de ese mundo, temía que le ocurriera algo teniendo una familia a la que mantener, sus hijas no podían pasar por lo que ella había pasado, quedándose solas en orfanatos. Por ello, trabajaba de camarera en una cafetería perteneciente a una gran cadena, el dueño había accedido a pagarle más cantidad al ver la situación en la que se encontraba.
Dejó a Mira sentada sobre la encimera y ésta bajó la mirada a sus pálidas piernecitas que colgaban. - ¿Qué queréis que Juvia prepare para desayunar?- inquirió mientras salía de la cocina para sacar una suave toalla del armario del pasillo. Volvió y se acercó a su otra hija. Le deshizo la trenza y comenzó a secarlo con cuidado.
-¡Leche! -exclamó la pequeña peliazul pegando un bote desde la encimera
-¡Erza-pan!- la siguió su hermana, siempre le hacía ilusión comerse en un bollito de pan.
-¡Leche con pan! -exclamó esta vez la mujer sin dejar de secarle el pelo dirigió la mirada a la niña que se encontraba sentada en el mueble.
-¡Miu está de acuerdo! -Mira alzó la muñeca soltando una carcajada risueña.
-Miu... ese no es un buen nombre para una muñeca, en cambio Deliora... -comenzó a explicar la primogénita de los Lockser mientras dejaba que su madre le secara el pelo.
-Erza... ¿Y tus pantalones?... –inquirió su madre con desesperación cortando la explicación del buen nombre de la muñeca, la maestra que actualmente enseñaba a Erza también hacía coger el hábito y la pequeña, al menos la dejaba con una camiseta interior, ya se quitaba la ropa sin apenas notarlo. Era tan parecida a su padre.
-Uh... pues ahora que lo dices... -la niña miró con cara de circunstancia sus piernas al fresco y se cruzó de brazos- No tengo ni idea...
-¡Erza no puedes quitarte así como así la ropa!- exclamó Juvia exaltada, en el fondo le encantaba que se pareciera tanto a Gray.
-¡Mamá lo hago sin darme cuenta! ¡Te lo juro! - se excusó la pequeña mientras las carcajadas de la otra niña inundaban la cocina.
-¡Póntelos ahora mismo o Juvia se enfadará!- esta vez la que se cruzó de brazos fue la maga elemental.
-¡Aye! -gritó la pequeña antes de ponerse a buscarlos por la cocina aún con la toalla en la cabeza.
Y así, comenzaba un nuevo día en la vida de aquella pequeña y curiosa familia
Juvia cerró la puerta del apartamento apoyando en ella la espalda, suspiró cerrando los ojos mientras alzaba la cabeza. Acababa de dejar a las dos niñas en la escuela, salir de casa por las mañanas era un no parar pero merecía la pena al ver a sus dos pequeñas hijas cogidas de la mano camino del colegio. Ambas niñas eran muy diferentes.
Mirajane era exactamente igual a su madre cuando tenía su edad. Sus cabellos azules se ondulaban en las puntas (N/A: De forma casi antigravitatoria porque hay que ver) y llevaba el gorro heredado de su madre, a juego con un abrigo largo azul. Actualmente vivían en una zona con un temporal frío. Sus ojos eran de un azul oscuro y la piel era pálida como de porcelana, era tímida con los demás y muy dulce. Demostraba su predilección por la magia de agua y admiraba a su madre.
En cambio la mayor de las mellizas, Erza, era todo lo contrario, exactamente igual que su padre con una larga melena azabache, ojos azul grisáceo que intimidaban a todos los niños de su escuela. Tenía mucho talento (al igual que orgullo) y le encantaba ser la primera de los aprendices de su maestra. Por desgracia para todos también tenía el hábito de ir quitándose la ropa al no notar frío, así que por lo general llevaba medias y una camiseta interior que Juvia había decidido ponerle al ver que iba a ser imposible quitarle el hábito. Al menos si se quitaba la ropa al fresco del todo no se quedaba. No hacía más que preguntar por su padre cosa que su hermana no hacía y aún sabiendo que nadie le iba a responder no se cansaba a la hora de pedir explicaciones.
Su padre, sí, era un tema delicado en la familia…
Todo había ocurrido unos años atrás, ella tenía diecinueve años y su amado-ya-no-tan-amado-Gray-sama veinte. No era la primera misión que hacían juntos pero posiblemente era una de las más complicadas a la vez que la última, por ello al terminarla fueron a celebrarlo, todavía sin saber cómo tras más copas de las que podían recordar acabaron dejando un rastro de besos camino del dormitorio en el que se alojaba el chico. Ninguno de los dos era consciente de lo que habían hecho hasta la mañana siguiente pues tras la pasión del momento ambos cayeron dormidos prácticamente al instante. Ella despertó feliz, risueña pues al verse en aquella situación con su ¨Gray-sama¨ llegó a fantasear con la opción de llegar a ser su novia, casarse y tener treinta bebés. Pero todo se tornó oscuro cuando él dijo, demasiado serio a decir verdad, que aquello no había sido amor, simplemente sexo, nada más, no volvería a ocurrir y mejor si se mantenían alejados durante un tiempo. Seguidamente se vistió en silencio y sin mirar a la joven salió del dormitorio con el poco equipaje que había llevado a la misión, asomó la cabeza y la miró a los ojos durante un momento para decirle que la esperaría en la estación. Algo se rompió en el corazón de Juvia y se quedó quieta por horas perdiendo el tren que la llevaría de vuelta.
Cuando volvió al gremio estaba distante, fría, triste… a parte de la nube de curiosidad que invadía el lugar debido a que la llegada de ambos jóvenes había sido por separado. Mirajane no tardó en preocuparse por ella, acogiéndola en sus brazos como una madre, mientras se desahogaba, dejando que una gran tormenta azotara Magnolia.
Las palabras del mago de hielo se volvieron a repetir en la mente de la madre una y otra vez mientras las lágrimas caían deslizándose por sus mejillas, muriendo en su barbilla, fuera comenzó a llover con fuerza pero a ella no le importó. Pronto tenía que entrar a trabajar así que tenía que darse prisa, trabajaba en una cafetería perteneciente a una gran cadena que tenía locales por todo el continente y gracias a ello podían vivir bien. Aún con los ojos borrosos por las lágrimas se separó de la puerta camino del salón, agarró su bolso y tras respirar hondo un par de veces, se serenó y agarró su paraguas rosa. Salió de nuevo de la casa y abrió el objeto una vez estuvo en la calle, su lugar de trabajo no estaba muy lejos así que con un paso firme en varios minutos estaría allí. Volvió a sumirse en los recuerdos…
Juvia salía del baño con un aparatito en la mano, solo Mirajane sabía de su malestar al igual que su atraso menstrual, el corazón de la maga latía con fuerza, estaba asustada, no quería mirar el resultado, no quería estar embarazada. No sabiendo que el padre de ese bebé la ignoraba, huía de ella y salía corriendo cada vez que quería acercarse para hablar con él. Se había tomado muy en serio lo que dijo de alejarse de ella y esto no hacía más que lastimarla aún más. Para Juvia había sido una humillación y una pérdida de orgullo pensar que solo la había utilizado para satisfacer sus necesidades sexuales. Tan distraída iba que chocó contra cierta pelirroja de armadura. Del golpe cayó al suelo y el test de embarazo salió volando por los aires.
-¡Juvia!- exclamó Erza preocupada- ¿Estás bien?-inquirió alcanzando el test para devolvérselo- Se te ha caído es… -la maga de clase S abrió los ojos con demasía al ver el resultado que la maga elemental temía tanto mirar- Uh… ¿Le pondrás mi nombre? – dijo de broma la maga, no sabía la importancia del asunto, la cara de confusión de la chica la hizo perder la sonrisa-Juvia… estás embarazada…
La chica no lo tomó como una afirmación si no mas como una pregunta así que bajó la mirada avergonzada- Juvia no lo sabe… le da miedo mirarlo, por favor… Erza-sama no se lo diga a nadie – los ojos de la peliazul se llenaron de lágrimas y ésta se tapó la cara con las manos ahogando un sollozo.
-Nono… que estás embarazada- la pelirroja asintió remarcando el ¨estás¨ mientras que la otra chica se derrumbó de golpe. Nunca se le había dado muy bien consolar así que le devolvió el test y puso su mano en la espalda como muestra de apoyo- Tranquila, no se lo diré a nadie…
-¿Juvia?- Mirajane asomó la cabeza y al verla llorando se acercó a ella arrodillándose en el suelo, la rodeó con los brazos preguntando en un susurro cuál era el resultado del test, la susodicha asintió con la cabeza llorando aún más.
La pelirroja y la albina se miraron preguntándose con la mirada quién podría ser el padre pues aún siendo el paño de lágrimas de la futura madre, Mira no sabía con quién había ocurrido pero se hacía una ligera idea. Fue Erza la que se decidió a preguntar, Juvia susurró de forma casi inaudible ¨Gray-sama¨ y ambas se sorprendieron, aunque sabían que ese mago de hielo tenía algo que ver. Tras una larga charla con ellas y un par de infusiones (pastel de fresas en el caso de la pelirroja) para calmar el ataque de ansiedad que tenía la embarazada Juvia se encontraba en sentada en su cama, era muy tarde y había tomado una decisión, se iría, no podría vivir con el rechazo del padre de su bebé así que agarró una bolsa, metió lo básico en ella, recogió todo el dinero que había ahorrado y suspiró mientras escribía una nota para Mira y Erza, explicando su marcha. Si se daba prisa podría coger el tren de medianoche.
Sorprendentemente no había nadie en el gremio así que dejó la nota doblada sobre la barra, escribió Mirajane y dejó escapar un sollozo. Llevó una mano a su vientre y lo acarició con dulzura, a su bebé no le faltaría de nada, moriría por él si hiciera falta y eso que solo sabía de su existencia desde hace horas atrás. Decidida salió caminando dirección a la estación. Esto se acababa aquí y agradecía a Magnolia todos los buenos momentos pero era hora de volver a seguir el camino que la vida tenía para ella, un camino que debía hacer sola.
Juvia cerró el paraguas una vez hubo entrado en el local. Recibió con una sonrisa triste a sus compañeros y compañeras que ya servían los desayunos a los clientes, pocas mesas quedaban libres.
-¡Juvia! ¡El jefe quiere verte!- Nukuri, una de sus compañeras, de pelo castaño, alta, ojos azules, aunque no más oscuros que los de la madre y un par de años más, la habló desde la barra al ver que la peliazul pasaba camino de los despachos para fichar su llegada, ésta asintió y tras apuntar en la lista su nombre y la hora de llegada salió disparada hacia el despacho de su jefe aún con el paraguas rosa en la mano. Él la recibió con una sonrisa, era un hombre mayor, padre de familia, trataba a sus empleados como miembros de su familia y por ello aquella sucursal de la cadena funcionaba tan bien. Al conocer la situación de Juvia se compadeció de ella intentado darle toda la ayuda posible. Por ello la trataba como a una hija más, y a ambas niñas como a sus nietas.
-Juvia, querida… buenos días- sonrió de forma paternal nada más verla entrar por la puerta- Siéntate, hija... –señaló con la mirada la silla que se encontraba delante de la mesa y carraspeó la voz.- Verás van a abrir otra sucursal en una ciudad algo lejana… Magnolia, no sé si la conoces…- Comenzó el hombre ante la cara de incredulidad de la maga. ¿Qué si la conocía? No había huido de aquella ciudad seis años atrás, no que va. Además ¿Ella qué tenía que ver con eso?
-Me han hecho elegir un empleado para mandar a ésta sucursal…-continuó el hombre mirando varios papeles en su escritorio.
¡Oh, no.
-Creo que eres la más adecuada, Juvia, no solo por el aumento de sueldo si no por las escuelas que hay, los maestros, estoy seguro de que tus hijas crecerán mejor allí que en este pueblecito perdido en el mapa…- prosiguió mientras el corazón de la maga elemental latía con demasiada fuerza.
OhnoQUENOQUENO
-No aceptaré un no por respuesta, saldréis éste jueves por la mañana… - terminó de firmar unos papeles y le entregó un sobre a la chica con una gran cantidad de dinero y tres billetes de tren. Dado que era lunes solo tenía dos días para organizarlo todo.
-Gracias por pensar en Juvia, señor… - no le salió la voz para decirle que no, que no podía volver a la ciudad donde seguramente estaba el padre de sus hijas, donde tenía más posibilidad de encontrárselo que ver un gato en la casa de una vieja. Respiró hondo, era cierto que sus hijas estarían mejor allí y además, aquella ciudad era muy grande, no tenía por qué encontrárselo. No, claro que no. Aún con el mal cuerpo sonrió a su jefe y salió del despacho retorciendo con fuerza el mango de su paraguas.
¿De verdad iba a trasladarse a la ciudad donde vivía el padre de sus hijas?
Sí, iba a hacerlo.
Y hasta aquí llegamos con el primer capítulo, comentad, me haría mucha ilusión saber si os gusta. Es mi primer Gruvia y espero haberlo hecho bien.
Espero vuestros comentarios :D
Toulouse~
