Digimon Adventure/tri y sus personajes no me pertenecen.
Recuerda esto.
i.
Recuerdas poco de la primera vez que sucedió ahora. Era uno de los requisitos, después de todo, encontrar ese lapso en tu vida borroso.
Durante el corto período en que podías evocarlo con facilidad, sin embargo, recordabas que encontraste el lugar retornando de la escuela, sola; durante esos días, lo sucedido con Takeru implicaba retornar siempre sola.
Te dolía, relegada, dolía en las memorias imposibles de cambiar, que Takeru se hubiera retraído en su pena inconmensurable tras lo ocurrido con Angemon. Te dolía, también, haber sido incapaz de evitarlo cuando sucedió, y no poder ofrecerle consuelo cuando lo necesitó. Tanto poder entre tus dedos y tanta incompetencia; si hubieras sido tú, el portador de la esperanza, al menos, lo habría intentado.
Era inútil pensarlo; lo es, incluso ahora.
Entonces, encontraste una tienda desconocida en una esquina olvidada de tu camino. Años de recorrer el mismo tramo confundían el encuentro, pero ese no era motivo justificable para el impulso repentino de ingresar; lo hiciste, no obstante. Embelesada, sin pensarlo, avanzaste a pasos suaves al umbral de la puerta.
No lo sabías, pero lo que encontrarías allí cambiaría todo en tu vida.
Una campanilla destruye el ominoso silencio y marca tu ingreso, olvidando los arrepentimientos tendiendo redes en tu mente. Nadie te recibe, y tu primer pensamiento hace eco de decepciones miles; debiste saberlo, reflexionas, que sólo se trataba de una tienda de antigüedades cualquiera, y probablemente ni siquiera atiende hoy al público, o algo así. Tonto impulso.
La segunda reflexión, empero, te retuvo allí. El aroma a algo penetraba entre tus ropas, y ¿acaso existió razón alguna vez en ignorar presentimientos?
—¿Si?
Viraste sobre ti misma y dos pares de inquisitivos, tan vacíos, ojos te devuelven la vista. Dos niñas, o lo que parecen niñas bajo la percepción de cualquier otro, sonreían al unísono, pronunciando palabras de bienvenida en tropel.
Pase, una clienta, ¿clienta? Estuviste a punto de replicar que no querías comprar nada, muchas gracias, pero cómo emitir palabra si todo resultaba tan anómalo, y si te es tan difícil convencerte de que es un comercio más.
—Yo no sé qué hago aquí —manifestaste, como si nada se te antojara extraño, pese a la insistente sensación de anormalidad triunfando sobre el pesimismo—. Lo siento. Me marcharé por ahora.
—Existe una razón para tu presencia en este lugar.
La voz irrumpió en las insistentes invitaciones de las dos niñas que te dieron la bienvenida. Era un hombre joven, pálido en demasía, elegante en una yukata verde olivo, pero su entera presencia gritaba peligro. No supiste el porqué; de hecho, si cruzaras camino de nuevo con esa persona tampoco encontrarías una explicación convincente, mas cada instinto dormido en ti lucha entre escucharle y escapar.
Él sabía.
—¿Una razón? —inquiriste, resintiendo el retumbar de tu voz entre los antiguos muros. Aquella sonrisa dirigida a ti aún te atormenta, acompañada de la pregunta que ahora eres incapaz de responder:
—¿Qué deseas más, Hikari-san?
¿Por qué?
El mapa mostró nada útil a tu propósito o anhelantes preguntas. Lo primero que decidiste al llegar a casa fue sumergir tu habitación en caos por tu portátil, y buscar la dirección del sitio a como diera lugar; nada, no obstante. No fotos, no referencias. Siquiera una noticia antigua acerca de demoliciones erradas habría sosegado el temblor en tus manos, mas el retrato de un terreno baldío ardía cual golpe a quemarropa.
No, no estabas loca. Estuviste allí, la tarjeta en tu mochila podía probarlo y, sin embargo, la información presentada la desmentía, además de tus propias memorias. Quizá, necesitaste entonces creer que todo fue una alucinación surgida de la desesperación, porque ello implicaría que la sentencia de ese hombre carecía de peso.
Era infantil, sin duda; lo necesitabas, a gritos. Precisabas pretender que la esperanza no te fue arrebatada de esa manera tan cruel.
—No puedo concederte ese deseo, Hikari-san.
—¿Qué? —para un delirio, la súbita agonía rasgó tu compostura de modo muy real. Habías estado dispuesta a aceptar la existencia de una tienda de deseos, de magia y una tienda que aparece a voluntad, pero escuchar la negativa te petrificó; te fiaste y revelaste en tono febril lo que más querías, por lo que haría cualquier cosa. No dudarías un minuto si lograba aliviar esa pérdida—. Pero, usted lo dijo —musitaste, enterrando un puño en la mochila—. Estoy dispuesta a pagar lo que sea, se lo dije, entonces…
La enigmática ecuanimidad en su semblante no cambió frente a la palmaria desesperación en tu voz, en ese momento. Percibías sollozos pugnar por abandonarte, pero ninguna temblorosa exclamación logró remover su disposición impertérrita; por ello, debía de tratarse de un espejismo o una pesadilla. Sólo un sueño sería así de cruel.
—Lo que solicitas —contestó—, recobrar una vida, no es algo que una persona sola pueda pagar.
Explicó, por supuesto, cada una de sus razones. Era demasiado costoso recuperar un ser desaparecido como querías, y conferírtelo significaría arruinarte, además de incontables existencias, por completo; te marchaste apenas entendiste su discurso terminado, mascullando una disculpa, como perseguida por lo absurdo de todo. Habías irrumpido, aparentemente, en una tienda mágica que dispensaba deseos a quién lo requiriera y sólo aparecía ante quienes lo necesitar. Era estúpido al grado suficiente de constituir una fantasía, de modo que angustiarte al respecto era tonto.
Los deseos tenían reglas. Qué absurdo.
Persistía, empero, en tu mente. Permanecía la duda ligada a las lágrimas anegadas en tus párpados, por lo que te encontraste planeando volver al día siguiente.
Sonreír de nuevo. Si pudiera saber subsanada esa pérdida, sólo entonces Takeru sonreiría de nuevo.
El sitio permanecía allí, pese a que ningún conocido recordara haberlo visitado, de acuerdo a tus consultas. Si era tangible, no soñabas, ni habías enloquecido, la consecuencia lógica resultaba evidente: el dueño de la tienda, de verdad, había ofrecido la oportunidad de oro ayer, para luego esconderla sin misericordia.
O no. Después de todo, existía una mínima chance escondida en las frases pronunciadas durante el primer encuentro.
—Watanuki-san —pronunciaste, inclinándote levemente. En tal oportunidad, el muchacho, muchacho aunque todos tus sentidos burlaran tal descripción, salió a tu encuentro—. Lamento venir sin avisarle.
—No te preocupes por eso —señaló él, sonriendo de nuevo. Por un segundo, te preguntaste qué secretos dormían bajo la usual máscara de afabilidad—. Después de todo, no existe modo de hablar conmigo además de venir. De otro modo, no estarías aquí.
Él conocía tanto en demasiado poco tiempo; las elecciones, dijo, en ocasiones le son en demasía transparentes, por lo que no puede evitar mostrarse casi omnisciente, sin quererlo. Incluso comprendiendo la causa de sus aseveraciones, los vocablos te provocaban ansiedad. Las sensaciones son lo único que recuerdas de las conversaciones con Watanuki Kimihiro, y el temor siempre permaneció quieto entre ellas.
Si era verdad, cabía temer el poder que le permitía prometerle cambiar la realidad.
—Sabes, sin embargo, que mi respuesta permanece inalterada.
Su presencia, su poder y resoluciones te turbaban tanto, Hikari. Te estremecías cual hoja moribunda en otoño, tonta al querer ocultarlo, y ansiabas escapar en todo momento; nadie te habría reprochado hacerlo, muchacha. Por qué, pues, por qué arriesgaste tu seguridad ante la nimia oportunidad; recuerdas poco, pero eso todavía es claro.
Querías recuperar lo más importante de tu persona más preciada. ¿Qué no arriesgaría cualquier por eso?
La princesa del desierto, quizá, habría confortado a la niña en cuanto la divisó, y comprendió sus penurias; su yo pasado, incluso, habría cedido a la compasión y, posiblemente, buscado una forma de no solicitarle ese precio.
No obstante, su madre ha desaparecido y su ser anterior agoniza frente a los años sin ver cumplidos sus propios anhelos. El camino que aguarda por la enigmática chica es duro, su futuro acaso más amargo del que el destino preveía, sin su intervención; no la protegería de ello.
El único capaz de convencerla de lo contrario era la raíz de su desesperación, después de todo. En el retazo de sus sueños que pudo divisar, entendía que no cedería ante advertencias, recomendaciones o fundamentos para considerar esto imposible.
Era especial, sin duda. Debido a ello, sólo le restaba confiar en sus decisiones después de esto, como sucedió otrora; Yuuko-san creyó en Syaoran y los demás, así que él depositaría su fe en esta niña.
—¿Regresará?
Mokona adivinó sus cavilaciones al instante, por lo que Kimihiro sólo reprimió un gesto complacido en la taza de sake. Su pequeño compañero temía, también, por el futuro que implica otorgarle libertad a Hikari Yagami de elegir qué hacer.
—Lo hará —indicó, sonriendo de verdad, esta vez. Esa testaruda chica, sin duda, volvería.
—Ambos pagaremos el mismo precio. Si él accede, si lo traigo aquí ¿cumplirá el deseo?
—Si la persona de quién hablas lo quiere tanto como tú, el pago será adecuado.
Nota. Técnicamente es un Semi AU de Tri, porque la línea del OVA que viene no seguirá esta historia en absoluto. El título proviene de un verso en la canción "And One" de Taeyeon, que estaba escuchando cuando terminé esto. Críticas y todo eso con reviews.
