Puedo fingir que no te quiero. Y puedo hacértelo creer a ti también. Puedo cruzarme contigo en los pasillos de clase y no mirarte, aunque no pueda dejar de verte. Puedo fingir que me da igual que ligues con Troy o que te hayas cortado tu precioso pelo rubio, y que ya no quede casi nada de aquella Veronica de la que estuve enamorado. De la que sigo enamorado.

Puedo intentar pasar página, seguir con los antidepresivos porque así puedo cerrar a cal y canto las compuertas de mi mente que te prohiben el paso. Puedo pedirle salir a una chica dulce, bonita, inocente y rubia, y tratar de no buscar la razón por la que se parece tanto a ti.

Puedo morder con fuerza cuando me hablas de cualquier tontería de clase, y me muero de ganas por preguntarte porqué pareces haber olvidado aquella noche juntos en la fiesta de Shelley Pomroy.

Puedo decirte a la cara que ya no me gustas, que para nada, y puede que seas la única persona que me mira a los ojos y no es capaz de darse cuenta de que estoy mintiendo descaradamente. Puede que seas la mejor detective adolescente que conozco, Verónica, pero en cosas de éstas no tienes ni idea.

Puedo, también, revolver en mis recuerdos, en el dolor, en la añoranza de los buenos tiempos. Puedo intentar reconstruir cómo era el mundo antes de que aquella verdad me sacara de golpe y porrazo de mis sueños. Puedo decirme que no me importa, que aquella noche fue mágica porque por unos instantes todo volvió a ser como antes: con Lily viva, con Logan feliz; tú y yo siendo la pareja más bonita del instituto de Neptune.

Puedo fingir que no te quiero como hermana sino como el amor de mi vida, y será lo único que sea cierto entre tantas mentiras.