Disclaimer: Inuyasha y sus personajes son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi. No escribo fics con fines de lucro, sino como actividad recreativa.
Este fic participa en la actividad "Tras el corazón de Midoriko", Mes de la Felicidad, del foro ¡Siéntate!
Mary Alice B.
Este fic va dedicado a mi querida sobrina Angie Friki Black, quien también es fan de esta parejita. ¡Espero que te guste, Angie!
MI FELICIDAD ERES TÚ
I. Regálame una sonrisa
Era una mañana como cualquier otra en el Japón feudal, los aldeanos dedicados a sus quehaceres; los pájaros que alegres cantaban en los árboles —siempre lejos de Inuyasha, claro está. Ningún pajarito quería acercarse a ese perro rabioso—. En fin, hasta las matas de arroz crecían felices en sus plantaciones y los campos sonreían al sol. Pero no todo era armonía, o al menos no para nuestro pequeño grupo de héroes.
Tal vez el pequeño Shippo, y hasta el mismo Inuyasha, fueran ajenos al asunto, pero Kagome sí lo notaba y estaba algo preocupada por su amiga Sango.
La exterminadora había tenido una semana muy tensa: para empezar, había tenido que visitar su antigua aldea para buscar unas herramientas, aquel lugar guardaba recuerdos muy duros, así que había vuelto con el semblante decaído. Un par de días después, tuvieron un violento encuentro con Kohaku y, como era de esperar, eso no ayudó en nada a mejorar el estado de ánimo de la joven; pero la gota que derramó el vaso fue Miroku. Él y sus acostumbrados deslices lo empeoraron todo y ahora Sango, lejos de estas enojada, estaba más bien deprimida.
Kagome deseaba hacer algo para sacarla de esa tristeza, pero sabía muy bien que ella no era la persona que Sango necesitaba en ese momento. Pensando aquello no pudo evitar mirar con cierto resentimiento al monje.
El aludido entendió pero, ¿qué podía hacer? Ya se había disculpado con Sango después de que lo había encontrado coqueteándole a tres jovencitas en exceso sonrientes. ¡Ella a duras penas lo había escuchado! ¡Ni siquiera se digno mirarlo a los ojos!
Claro que había que admitirlo, Miroku se sentía realmente mal, y es que verla tan triste le rompía el corazón.
Pensó y pensó, y pensó, en qué hacer para contentar a su querida Sango. Ni dinero, ni regalos, ni promesas funcionarían. Ella era una persona sencilla y valoraba más las acciones que los objetos... Pero él siempre actuaba del modo equivocado. ¡Rayos! ¡Qué complicado!
Frustrado, el monje se levantó y salió de la pequeña cabaña en busca de aire fresco. Tal vez si se despejaba un poco se le ocurriría algo.
El paisaje fuera era tan estridente y alegre que le hacia sentir más confundido, hasta que fijó sus ojos en una pequeña florecilla silvestre que crecía en medio de la maleza y unos pedruzcos. Era hermosa... y debía de ser muy fuerte para soportar tales circunstancias.
Sin darse cuenta pensó en Sango, y eso le dió una idea. ¿Qué tal si...
Con una sonrisa y la mirada resuelta se agachó, tomó la florecilla y volvió a la estrecha casucha de la vieja Kaede donde se hallaban los demás.
Se acercó con cuidado a la joven exterminadora y, doblando una rodilla y ofreciéndole la flor, le preguntó:
—¿Me regalarías una sonrisa?
La muchacha, sorprendida, abrió los ojos redondos y, un poco dudosa, tomó el obsequio en sus manos al tiempo que el rubor subía a su rostro.
—¡Excelencia! —susurró, lo miró a los ojos un segundo y sonrió.
Miroku había acertado. Ese detalle improvisado le había devuelto la alegría a ambos, pues la verdadera felicidad está en las cosas pequeñas de la vida, y en ese momento, Sango era tremendamente feliz.
Ni Shippo ni el listo de Inuyasha se dieron por enterados de nada, y Kagome por su parte, fingió demencia y se hizo la desentendida, pero se alegraba muchísimo por sus amigos
