Y aquí estoy de nuevo, con un nuevo fic. Sí, otra de mis locas ideas. Ésta vez, escrito desde el punto de vista de Mercedes. Ya vais preparados de antemano, escribir por Mercedes no es lo mío, para eso ya tengo a mi Ceni (Azu) que lo hace divinamente (me refiero a en el roleplay).
Y es justo a ti, Azu, a quién le voy a dedicar este fic, no solo por el hecho de que tú escribes a Mercedes mucho mejor que yo, sino por todo lo que me has ayudado y apoyado. Eres tan grande, que a veces me pregunto porqué razón te cuesta tanto darte cuenta de ello. Te adoro y lo sabes, pero por si lo dudas en algún momento, aquí te dejo este fic (que nunca podrá estar a la altura, por supuesto) para que recuerdes todo lo que hemos vivido. :) Que ha sido precioso, y que volvería a repetir mil veces ^^ ¡Te quiero, Ceni! Un abrazo enorme y un millón de gracias por estar ahí cuando me he caído (L)
¡Oh, se me olvidaba! ¡Que el otro día que actualicé As Long no me acordé de que cumplía un año! Sí, al parecer lo publiqué un 23 de julio del 2011. OMG, qué rápido pasa el tiempo, eh. Un añito ya y sin terminarla todavía xD Han venido otros fics por el medio que se han acabado antes, qué desastre. Pero bueno, en algún momento llegará a su final, espero no destrozarla como pretende hacer Murphy con la de Glee xD
Este fic será actualizado cada domingo, como Buscando un Corazón, o esa es la idea ;) Y como ya dije antes, está escrito desde el punto de vista de Mercy. Recordad, pensamientos de los personajes siempre en letra cursiva.
Gracias a todos aquellos que me habéis dejado reviews en As Long, muchas gracias por leerlo y espero que éste os guste tanto o al menos un poquillo. ^^
Diclaimer: Glee no me pertenece, Sam y Mercedes tampoco, pero yo los voy a seguir utilizando en mis fics, porque me sale de ahí. ¿Oíste Murphy? Haz lo que quieras con ellos, yo también lo haré ;) (Cuando me pongo reivindicativa y pesada no hay quién me aguante)
Entrégate
Conmigo...súbete y entrégate hasta el fin
No quiero que descanses
Tú y yo...bailando hasta morir
Quiero que este calor encienda el lugar
Y tú me puedas llevar dentro de ti
Ahora súbete y entrégate hasta el fin
La seguían.
Mercedes Jones estaba convencida de que la seguían. Poco le importaba que su madre se lo achacase a su embarazo, ella estaba completamente segura de que alguien la seguía.
Pero... ¿Quién podría tomarse el trabajo de seguirla en un supermercado? Con lo fácil que sería colocarse en la entrada y esperar a que ella saliese del establecimiento. En lugar de eso, Mercedes veía, de vez en cuando, una sombra que le ponía los pelos de punta y la hacía girarse de cada vez para comprobar que nadie se encontraba detrás de ella.
—Debo estar volviéndome loca —susurró, abriendo la vitrina de los congelados y echando en el carrito de la compra dos cajas de helado de tiramisú. Éstas se sumaron a las tabletas de chocolate que ya llevaba en él y al paquete de patatas fritas con sabor a queso.
El doctor le había dicho que debía cuidarse y comer sano para que su embarazo saliese bien, pero la falta de inspiración estaba terminando con ella, hasta el punto de ni siquiera preocuparse por lo que comía. Patatas fritas, chocolate y helados de distintos sabores. Todo para arrepentirse minutos después.
Sólo quería que su inspiración regresase a ella, no era tanto pedir, ¿o sí?
Sí, sí lo era cuando no hacía otra cosa que pensar en el futuro. Necesitaba dinero para salir adelante con su embarazo. Y el dinero lo conseguiría vendiendo nuevas canciones. Canciones que debería escribir si quería venderlas. Y sin inspiración dudaba mucho que aquello sucediese.
Pensándolo durante unos segundos, tomó entre sus manos las tarrinas de helado que había dejado en el carrito de la compra y las devolvió a la vitrina junto con las demás. Tenía que hacerle caso al doctor o acabaría perdiendo al bebé. Sabía que se estaba volviendo demasiado dramática, pero así había sido desde que le habían dado la noticia de su embarazo. En un segundo, reía sin poder parar y al segundo siguiente, lágrimas resbalaban por sus mejillas, como si se tratase de dos personas diferentes.
—Yo también los dejaría en su sitio de nuevo —oyó decir a su lado.
Una voz de hombre, pensó, sin darse todavía la vuelta.
¿Cómo que los dejaría en su sitio de nuevo?
Se giró, dispuesta a reclamarle lo dicho, pero no pudo hacerlo. La mandíbula estuvo a punto de desencajársele y la tableta que ahora llevaba en la mano, y que también pensaba devolver a su estantería, se cayó de sus manos, avergonzándola.
Delante de ella, con una sonrisa seductora que podía iluminar todo el supermercado, se encontraba el chico más guapo que había tenido la suerte de ver en esos últimos meses.
Ambos se miraron fijamente y luego centraron sus ojos en la tableta de chocolate que descansaba en el suelo esperando a que uno de ellos se inclinase y la recogiese.
Un verdadero caballero ya lo habría hecho, pensó Mercedes, inclinándose para hacerlo ella, notando cómo él se quedaba de pie, observándola, con sus manos en sus bolsillos.
Olvidó por un momento los hermosos rasgos del desconocido, sus lindos ojos verdes, su brillante pelo rubio, las grandes manos que guardaba en el bolsillo de esos vaqueros que le sentaban tan bien... Su hermosa sonrisa... Se olvidó de todo ello y recordó la frase que él le había dicho junto a la vitrina. "Yo también los dejaría en su sitio de nuevo"
Estúpido, idiota.
—Soy-
Quiso decirle, sacando por fin la mano del bolsillo de sus vaqueros y ofreciéndosela.
—No me interesa —completó ella la frase, devolviendo la destrozada tableta de chocolate al carrito y saliendo a toda prisa del pasillo de los congelados.
Eso era. Un estúpido, un idiota y un imbécil que no merecía que desperdiciase un segundo más de su tiempo babeando por su perfecto cuerpo. Sí, era guapo. Sí, tenía un cuerpo de infarto y sí, hubiese dado lo que fuese por poder tocarle y hacer algo más que eso, pero no era tan estúpida. Los cabrones a quince metros, gracias.
Después de lo que había pasado con Calvin, no quería tener nada que ver con un hombre en mucho tiempo, o para toda la vida si eso fuese posible. No volvería a caer ante las promesas carentes de valor de un imbécil que lo único que había querido era meterse en su cama, y en el momento de la verdad, cuando ella le había contado acerca del embarazo, él se había largado de su vida para siempre.
Estúpido, idiota.
Ella criaría a su bebé sola. Sus padres también podrían ayudarle. De hecho, habían contratado los servicios de un albañil para convertir uno de los baños que había junto a su habitación, en la futura habitación que ocuparía el bebé cuando naciese. La apoyaban a pesar de todo y estaban dispuestos a lo que fuese con tal de verla feliz.
Durante unos segundos, Mercedes sopesó devolver también las tabletas de chocolate a la estantería. Esa había sido su idea inicial, pero ahora que una de ellas estaba rota, tendría que pagarla. Así que desechó la idea rápidamente y empujó el carro directo hacia la caja de pago, dispuesta a no dejar que nadie se le colase en la fila.
—Ten más cuidado, preciosa.
Oh, no. Él otra vez...
—Sal de en medio, yo estaba antes —le reprochó, atacando su carro de la compra con el de ella.
—Oh, eso no es cierto —respondió, convencido.
—¿Y tus modales sureños? ¿Dónde se quedaron? ¿Allí? —Preguntó, chocando una vez más los carros, tratando de regresar a su sitio en la cola.
—¿Cómo sabes que...?
—Por el acento. No eres de aquí —respondió rápidamente—. Y no estaría mal que volvieses al sitio de donde saliste.
El rubio le dedicó una sonrisa torcida, observándola de arriba abajo. Se estaba divirtiendo a su costa. ¡Se estaba riendo de ella descaradamente!
¡Imbécil!
—¿Puedes dejarme pasar? La verdad es que tengo prisa —le pidió, en un último intento.
—Por supuesto —respondió él, apartando finalmente su carro y colocándose detrás de ella en la fila—.Para que luego hables de mis modales.
Ella no le respondió, se limitó a colocar su compra en la cinta transportadora, esperando y deseando que la chica de la caja siete fuese rápida y eficiente.
—¿Quieres que este caballero sureño te ayude con las bolsas? —Lle preguntó él una vez que ella había pagado su compra e intentaba sin éxito llevarla hacia el coche sin que nada se le cayese.
—No —respondió ella, cortante.
—Tú misma —dijo, mientras pagaba el paquete de Doritos que acababa de comprar.
Mercedes Jones puso la frente en alto, con chulería, sosteniendo como pudo las bolsas y salió del supermercado antes de que éstas se desparramasen todas.
Pero no todo podría salirle bien ese día. Ni siquiera había conseguido abrir el maletero de su coche cuando una de las bolsas que llevaba se rasgó en dos y la dichosa tableta de chocolate terminó en el suelo de nuevo.
—¡Demonios!
¿Qué le pasaba a esa fastidiosa tableta de chocolate? ¿Estaba gafada? ¿Tenía un imán al suelo?
Apoyando las bolsas en el maletero del coche, se agachó para recogerla a la vez que otra mano hacía lo mismo.
—¿Ves como necesitabas mi ayuda?
¿Otra vez tú?
¡Señor! ¡Estaba en todas partes! ¿Es que simplemente no podía dejarla en paz?
Los dedos de ella se la robaron rápidamente, dejando al chico más pálido de lo que ya estaba.
—Gracias —dijo con retintín, sin de verdad pensarlo.
—De nada —respondió él, sonriente, ofreciéndole la mano de nuevo—. Soy-
—Un acosador.
—¿Perdón?
—Un acosador —repitió Mercedes. Abriendo el maletero y dejando las bolsas y la tableta de chocolate en él.
—Estás loca.
—Probablemente. Ahora... aléjate de mi vista.
—Loca no. Demente, psicótica, esquizofrénica y paranoica.
—Sigue, sigue. Vas bien —respondió ella, pasando a su lado y abriendo la puerta del conductor.
El chico abrió la boca impresionado, mientras la veía subir al coche y colocarse el cinturón de seguridad, arrancando el motor en cuestión de segundos.
—¿A que nunca te has encontrado a una loca como yo?
Él negó con la cabeza, todavía sin poder articular palabra.
—Como ve, Señor Acosador, siempre hay una primera vez para todo —le dijo, cerrando la puerta del coche y pisando el acelerador para salir rápidamente del parking del supermercado.
¡Ja! ¿Lo había dejado con la palabra en la boca! ¿De verdad pensaba que podría burlarse de ella? ¿De Mercedes Jones? ¡Qué equivocado estaba!
Por el camino se había arrepentido de haber dejado las tarrinas de helado en su sitio, pero había sido lo mejor. Debía empezar a cuidarse por su bebé. El pobre no se merecía a una madre tan irresponsable. Ni tan paranoica, sin duda.
Obviamente el chico con el que había tenido la mala fortuna de hablar esa mañana no era ningún acosador. Solo un pesado que pretendía reírse de alguien un rato y ella había sido la elegida ese día. Era uno más de los estúpidos que poblaban la tierra. Uno de hermosos ojos verdes que la desnudaban con la mirada.
—Argggh —exclamó, enfadada consigo misma.
Hacía demasiado tiempo que no estaba con un chico y mentiría si no dijese que lo echaba de menos. Claro que antes de estar con un idiota como él, preferiría morir sola. Tenía que sacárselo de la cabeza. Habían compartido unos minutos de sus vidas, pero no volverían a cruzarse, así que despejando su mente, se centró en pensar el mejor color con el que decorarían la nueva habitación del bebé, mientras regresaba a casa en su coche.
Su madre ya estaba en la cocina, preparando la comida. Y al verla llegar, se acercó para ayudarla con las bolsas.
—¿Chocolates? ¿Patatas? Mercy, ¿cuándo piensas hacerle caso al médico? —Preguntó, en tono preocupado.
—¿Mañana? —Respondió su hija, divertida.
—Lo digo en serio, cariño. Tienes que empezar a cuidarte por el bebé.
—Lo sé, ¿vale? Ya renuncié a los helados —le dijo, avergonzada.
Su madre tenía razón, debía empezar a cuidarse. Debía hacerlo por el bebé, pero la falta de inspiración no le ayudaba. Y la falta de amor masculino tampoco, si era sincera consigo misma.
Resopló, entendiendo que a partir de ese momento serían ella y el bebé contra todo el mundo. Bueno... serían ella, sus padres y el bebé contra todo el mundo.
—Te he preparado una ensalada. Lechuga, tomate y un poco de arroz y-
—Buff... —Mercedes bufó, cansada de oírla. Salió de la cocina rápidamente, avisándola de que iba a darse una ducha antes de comer y subió las escaleras sin perder tiempo.
Arroz y ensalada, así serían sus comidas y cenas. Y pescado... Debía acostumbrarse a ello lo más pronto posible.
Necesitaba ya esa ducha para relajarse. Había empezado mal el día, pero de ella dependía que todavía fuese a peor.
Se dirigió hacia el vestidor, recogiendo la bata que se le había caído justo antes de ir al supermercado. Se la echó por los hombros y caminó hacia el baño, decidida a darse una ducha súper relajante. Los chorros de agua caliente le hicieron olvidarse de todos sus preocupaciones rápidamente y en pocos segundos, había cerrado los ojos, imaginándose a ella misma en una playa paradisíaca llena de palmeras y sombrillas.
Se rió, solo de pensarlo, y se abandonó a la sensación que las gotas de agua provocaban en ella. Eran como las manos de un hombre. Recorrían su cuerpo y la llevaban a ese paraíso al que siempre había querido viajar.
Las manos de un hombre...
Durante unos segundos, la chica recordó las enormes manos del chico del supermercado y se preguntó cómo sería sentir esas manos por todo su cuerpo.
—Oh, no. No. ¡Basta! —Dijo en voz alta, castigándose por habérselo imaginado siquiera. Sus manos recorriendo su piel, sus labios... sus grandes y sexys labios besando su cuello.
¿Qué demonios le pasaba? ¡No podía dejar de pensar en él! ¡En ese estúpido idiota que no volvería a ver!
Salió de la ducha antes de hacer algo de lo que se hubiese arrepentido luego, y se colocó la toalla alrededor de ella. Tenía hambre, así que se secaría, se vestiría y bajaría a comer la ensalada y el arroz que su madre había preparado para ella.
Pero no pudo llegar lejos. La puerta del baño se abrió en el mismo momento en el que había agarrado el pomo con fuerza y la persona que había del otro lado entró en el baño como un huracán, llevándose la toalla a su vez.
—¡Oh, Dios mío! —Gritó, agachándose rápidamente para recogerla del suelo y ponérsela de nuevo por encima. ¿Sería su padre? ¡Qué vergüenza!
¡Pero no lo era! ¡No era su padre! Era... ¡el estúpido idiota del supermercado!
—Qué recibimiento —dijo él, observándola de arriba abajo, tomándose demasiado tiempo en admirar sus piernas.
—Es una pesadilla...
—¿Una pesadilla? No lo creo. Y si lo es, ¿podría tenerlas más a menudo? —Dijo, mientras se mordía el labio inferior.
Fue en ese momento cuando ella supo lo que tenía que hacer.
Gritar a pleno pulmón.
—¡Ahhhhh!
—¡Jesús, tranquila! Ni que fuese a matarte.
—¡Sal de mi baño!
—Claro, preciosa. En cuánto lo eche abajo y construya en él la nueva habitación de tu hermanito.
—¿De que hermanito me estás hablando? —Preguntó, aferrándose con fuerza a la toalla para que no volviese a caérsele.
—Del bebé.
—¡Mercy! ¿A qué viene tanto grito? ¡Oh Dios, cariño! ¿Qué haces desnuda? Ve a vestirte ya mismo. Discúlpala, hijo. Se me olvidó comentarle que venías hoy.
¿Disculparse? ¿Hijo? ¿Cómo? ¡Era él quién había entrado en el baño como Pedro por su casa!
—¿A qué esperas, Mercy? Corre a vestirte —dijo su madre, dirigiéndose hacia la ventana y abriéndola para que desapareciese el vaho.
—Eso... Mercy... corre a vestirte —susurró el rubio, cuando ésta pasó a su lado.
Estúpido, idiota, imbécil, ¿algo más?
Arrastrando los pies, consiguió llegar a su habitación, donde se dejó caer en la cama, cansada y asqueada de todo. ¿Cómo podía tener tanta mala suerte? El idiota que se había encontrado en el supermercado era el albañil que había contratado su madre para la reforma del cuarto de baño.
—Argggh.
El bebe... el creía que sería su hermano en lugar de su hijo. ¡Qué equivocado estaba! Oh... ¡Y qué bien se lo pasaría ella sin sacarlo de su error!
Se levantó de nuevo, con una sonrisa en su rostro y se apresuró a vestirse rápidamente, con una camiseta negra y unos pantalones vaqueros. Todavía le servían los suyos, pero no tardaría mucho en tener que comprarse ropa nueva.
Abrió la puerta de su habitación despacio y antes de cruzar el umbral, se echó hacia atrás.
—Oh... ella es así. Pero el bebé la pone todavía más nerviosa.
—Me imagino. No debe ser fácil. ¿Y el padre?
—No tengo ni idea. Era un impresentable. Cuánto más lejos, mejor.
Cómo tú.
—Lo siento mucho —oyó decir al chico, y durante un segundo, creyó ver en él, sinceridad. ¿Le habría juzgado mal?
—No te preocupes. Con nosotros nunca le faltará de nada. Ella y el bebé son lo más importante.
El chico sonrió una vez más, provocando en ella la necesidad de quedarse detrás de esa puerta y observarlo para siempre. Pero no podía, si no salía en unos minutos, su madre la llamaría a gritos. Así que, poco a poco, volvió a abrir la puerta y abandonó la habitación con una mezcla de sentimientos. Desilusión porque su madre le hubiese sacado del error, haciéndole ver que el bebé era de ella, y orgullo, por ser ella la madre de ese bebé.
—Ah, ahí viene —la oyó decir, mientras el chico se giraba del todo y un brillo se podía ver en sus ojos verdes. Un brillo de maldad, ¿tal vez?—. Sam, te presento a Mercedes, mi hija. Mercy, éste es Sam, hará la reforma del cuarto de baño.
A regañadientes, ella aceptó la mano que Sam le ofreció, apretándosela de más. Pero él no se quedó atrás. Con los ojos fijos en ella, subió la otra mano y abrazó la unión éstas.
—Nos hemos visto esta mañana en el supermercado.
¡Oh, no! ¡No! ¿Para qué se lo has dicho? ¡Estúpido!
—¿Ah sí? —Preguntó la madre, sorprendida, viendo cómo su hija trataba de que el chico le soltase la mano, sin conseguirlo.
—Sí. Junto al pasillo de los congelados. Le dije que debía devolver a su sitio las dos tarrinas de helado de tiramisú.
¡Idiota! ¡Estúpido! ¡Suelta mi mano!
—¿En serio? ¡Oh, vaya! Yo también se lo digo.
—No me dejó acabar la frase. Quería decirle que el mejor sabor es el de vainilla y chocolate —aclaró, mientras torcía la mano de ella y la besaba dulcemente—. Encantado de conocerte, Mercedes.
—Oh, los modales sureños... —Suspiró la madre.
—Unf —replicó Mercedes, separando su mano rápidamente.
¡Hipócrita! ¡Sucio y mentiroso! Demonios, hasta su madre había caído ante sus engaños. Ahora, él la miraba, divertido, quizás esperando que su madre se fuese para volver a atacarla con una de sus burlas. ¡Estaba muy equivocado si pensaba que ella se iba a dejar!
—Voy a comer —dijo en voz alta, girando sobre sus talones y perdiéndose escaleras abajo.
—¡Que aproveche esa ensalada! —Gritó él.
¡Lo mato! ¡Lo mato! ¡Lo mato y quemo el cadáver, Señor!
Se sentó en uno de los taburetes de la cocina y acomodó el plato con el arroz y la ensalada delante de ella. Bocado a bocado, fue degustando la comida. No estaba mal, debía reconocerlo. Pero tener que comerla durante tanto meses acabaría por desquiciarla. Para colmo, durante esa semana o incluso durante mucho más tiempo, tendría que soportar al imbécil que se encargaría de hacer la reforma del cuarto del bebé.
Bebé que ahora él sabía que era de ella.
¡Oh, mamá! ¿Por qué se lo dijiste? Me has quitado la diversión.
Quince minutos después, su madre salía al jardín para charlar con su vecina y la dejaba sola con el Don Juan Impresentable.
¡Mierda!
Y quince minutos después, él bajaba del piso superior hacia la cocina.
—Me voy.
—¿Perdón?
—Me voy. Mañana empiezo el trabajo.
¡Oh, no! Además era un vago... ¿No cobraría por días, verdad?
—Tranquila. Tu madre lo sabe. No me estoy escaqueando ni nada por el estilo —rió él—. ¿Qué tal la ensalada? ¿Deliciosa?
Mercedes puso los ojos en blanco, haciéndole reír.
—Adiós —le dijo, levantándose del taburete y llevando el plato vacío al fregadero.
Él se aproximó hacia ella, tomándola desprevenida y haciendo que se girase deprisa.
—¿Qué- ? —Pudo decir antes de ver cómo él se inclinaba sobre ella y le regalaba un beso fugaz en sus labios.
—Hasta mañana, Mercedes —le dijo, después de separar sus labios de los de ella.
¡No te quedes ahí parada viendo cómo se va! ¡Grítale, dale una bofetada! ¡Haz algo! Le dijo el angelito que descansaba sobre su hombro izquierdo.
¡Disfruta del beso, cariño, puede que no vuelva a ocurrir! ¡O sí! Oyó decir al demonio que tenía en su hombro derecho.
¡Oh, Dios mío! ¿La había besado?
Un beso suave, corto, fugaz, pero un beso al fin y al cabo. La había besado y se había marchado dejándola con la palabra en la boca y con un sabor a... ¿Doritos?
Es una idea loca, loca ¿eh? Sí, se nota que es mía xD Bueno, ya sabéis si os ha gustado animaos a dejarme un review por aquí abajo, acordaos de loguearos antes si tenéis cuenta que luego no salen los nombres y no sé de quiénes son :S Y si no os ha gustado, dejadme uno también. Ya sabéis que las frutas, verduras y yo nos llevamos muy bien. Excepto los kiwis. Absténganse los kiwis, please xD
Un besito y gracias por pasaros a leerlo ^^
Syl
