Sentado en la azotea de un edificio contemplando el cielo pensaba. En un momento miré hacia arriba, el cielo estaba repleto de nubes grises y el viento corría helado, acariciando mi cabello mientras anunciaba que pronto comenzaría a llover. Miré a lo lejos, las montañas estaban casi cubiertas de neblina, aunque aún podía observarse la nieve que llegaba casi hasta la parte más baja de ellas.
Entonces apagué mi reproductor de música, para así poder escuchar al mundo. Puedo oír a los pájaros cantando, despidiéndose -pienso yo- de este día. Puedo escuchar también a unos niños que juegan felices en una plaza cercana y no puedo evitar recordar mi infancia, mi dulce infancia... La dulce infancia de un niño sin amigos, el menor de cinco hermanos, que vivía sin el amor de sus padres y se refugiaba en los libros de fantasía. Un niño que creció, hasta tener veintitrés años, completamente solo...

El viento comenzó a correr con más violencia, y estaba realmente helado. Se oían las hojas de los árboles moviéndose, golpeándose una contra la otra, el sonido de los autos con las bocinas de gente desesperada, un perro ladrando, los niños de la plaza riendo, un helicóptero ¡Todo era ruido! ¿Dónde quedaron los pájaros y su bello cantar? Me sentí aturdido.

Pensé que sería mejor bajar, pero luego recordé la razón por la que subí aquí. Subí porque quería olvidar todo, porque quería desaparecer. Entonces me puse de pie y caminé hacia la orilla, buscando el mejor lugar. Lo encontré. Una de las orillas del edificio que daba hacia el centro de la ciudad.
Contemplé esos edificios que se levantaban a lo lejos. Por encima de ellos hay unas nubes doradas, en donde algunas se habían separado y permitían el paso de los últimos rayos de sol. Era ciertamente hermoso.

Me quedé contemplando ese espectáculo hasta que desapareció y fue reemplazado por una noche oscura, fría y sin luna. Cerré los ojos, quería terminar todo de una buena vez. Me acerqué más a la orilla, quedando a escasos centímetros del ''otro mundo'' y centrado en mis pensamientos me acerqué un poco más.
Hasta que una molesta melodía interrumpió repentinamente mis pensamientos, era mi celular. Miré el número, era Scott, mi agradable hermano mayor. No me molesté en contestarle, solté el aparato y en cuestión de segundos estaba hecho pedazos en el suelo, pero ¿Qué más da? No lo voy a necesitar en el lugar al que voy.

En un momento me sentí observado, sentí como si alguien me mirara desde alguna de las ventanas del edificio contiguo, pero lo ignoré. Miré hacia abajo y un horrible vértigo invadió todo mi ser.
Sentí miedo, pero ese miedo de alguna manera me incitó a hacerlo. Sentí la adrenalina esparciéndose por todo mi cuerpo. Volví a cerrar los ojos y me alisté. Levanté los brazos, como formando una cruz. Entonces sentí que estaba listo para lanzarme al vacío...