Intentissima cura

Komui tiene un mal presentimiento. Sabe Linalí lleva demasiado tiempo dormida y no puede negar que con cada día que pasa, la probabilidad de que despierte se torna una vaga posibilidad.

Pero se repite que Linalí a su vez parece no darse por vencida. Conserva signos vitales lo suficientemente activos como para esperar mejoras.

Komui tiene los pies más que apoyados en la tierra, hundidos en el fango. La rutina se instala en sus días. Linalí solía adorar la calma, esporádica pero presente en sus visitas a la Organización. ¿Sabrá en dónde está? Komui ha logrado convencer a sus superiores de que le permitan llevarla a su habitación, abandonando la enfermería que se hubiera convertido en se segundo hogar. Busca ánimo para continuar trabajando contemplando signos vitales que jamás cesan, afortunadamente, prolongando la esperanza por tiempo indefinido.

El otro día (Komui ya no lleva cuenta de ellos) Jerry bajó al pueblo de compras y consiguió un hermoso camisón rosado.

-¡Se verá como un ángel con él puesto!

Komui le sonrió y lo observó con ternura mientras la vestía con un cuidado minucioso, maternal.

-Tienes muy buen gusto, mi amor.-Le dijo entre dientes, abrazándole por la espalda.

-¡Oh, de lo único que me arrepiento en mi vida es de lo que no he comprado!-Levantó las manos hacia unos enormes hombros encogidos.-Eso dice una mujer pecadora.-Le comenta como una travesura, guiñándole un ojo y llevándose el dedo índice al mentón.

Komui quisiera pensar que las cosas volverían a ser normales (o algo así) dentro de poco tiempo. Esto que suele decirle a Jerry.