Nublado era el cielo y nublado también el fondo de ese insoportable monitor que hacía rato no mostraba ninguna señal de vida. Recorrido con tranquilidad los ángulos muertos de aquella aséptica habitación de hotel que el fondo también estaba muerta. ¿Cuántos habitaciones?, ¿Cuántos monitores? Ya ni se percataba de lo diferente que podía ser un habitáculo de otro, lo acogedor había pasado a un segundo plano y lo que primaba ahora y casi siempre era la imagen. Millones de imágenes. Sus ojos seguían fijos en ese monitor y sus pensamientos…hacía rato que sus pensamientos habían abandonado esa dichosa habitación. ¿Dónde estaba? Otra vez había desaparecido sin dejar rastro. Él, que con su desmedido ingenio había sabido resolver los casos más peliagudos, se veía en un callejón sin salida en esta ocasión.
-Siempre lo mismo…- respondió preocupado al monitor que le devolvía una imagen sin respuesta.
El ruido de una puerta abriéndose le devolvió a la realidad.
-Watari…
En ese momento la pantalla que hacía apenas unos segundos tenía su atención, recobró de nuevo la imagen nítida de un portal húmedo y desangelado en algún lugar irreconocible.
-Por lo que veo no ha vuelto el sospechoso. ¿Crees de verdad que acudirá a ver a esa pitonisa?- le respondió a modo de saludo un hombre de aspecto senil y fuerte acento británico.
-Necesitamos entender la mente del asesino para poder resolver este caso. Y esta mente es la de un asesino de sangre fría que realiza extraños ritos con sus víctimas. Estoy seguro que hay una conexión directa entre esa mujer y el asesino- respondió convencido, dejando a unos profundos ojos negros divagar por el fondo de esa aturdidora imagen.
-Bueno y, ¿algo más…?-respondió el aludido
-No…
Sabía a qué se refería. No estaba preocupado por la impuntualidad de su asesino sino la de otra persona que re carcomía su ser y aturdía sus pensamientos sin dar explicaciones. Hacía tres días que Hitomi se había ido. Sin dejar una nota, ni un mensaje. Apenas una suave fragancia a manzana todavía danzando por su ropa.
Se conocían desde que eran niños, a los dos les había tocado el papel de la orfandad demasiado temprano y a una edad en la que no distingues bien las crueldades de este mundo y buscan casi como con instinto animal refugiarte en un puerto seguro. Para él este puerto era Hitomi. Desde el primer día que se conocieron creyó firmemente que Hitomi siempre había estado ahí. Su vida empezó en el orfanato y con la nueva amiga que la vida le brindaba; dejando atrás el recuerdo amargo de una noche de lluvia que le dejo huérfano y con el paso de los años, intranquilas noches de pesadillas. Más de una vez les confundían con un par de hermanos que se distraían observando el caer de una hoja o la velocidad de la carrera de una hormiga. Observar; los dos se divertían con esta simple manera de entretenerse. Una mirada de ojos negros no perdían el detalle de un mar dentro de unos ojos que atendían el suave aleteo de un pájaro. La niñez de ambos, truncada por la tragedia, pasaba a desarrollarse como una tranquila felicidad bien merecida que acabó por unirlos como nunca creyeron posible. Hasta que las palabras se convirtieron en miradas cómplices. Al llegar a la adolescencia el temperamento pausado de los dos cambió por una madurez más acorde con su edad y que dejo entrever una personalidad de genio en él y una de hierro en la de ella.
Ella era todo lo que no era él. Atrevida, descarada, fría y distante. El sufrimiento que le tocó a la chiquilla había sido una carga mayor que en su propio caso y lo ocultaba con una seguridad más de una vez quebrada por las ganas de seguir a adelante. Pero se entendían, creían haber conseguido superar la coraza de cada uno; aunque en el fondo solo leían entre líneas la fragilidad de un corazón atormentado por la pérdida de unos padres nunca conocidos y el de uno con un triste y oscuro secreto. Siendo amigos desde niños nadie vio de malo que fueran novios a los quince y su pausada felicidad empezaba a borrar los estragos de los recuerdos.
-Seguro que vuelve enseguida…-respondió la áspera voz con acento inglés.
Sin responder a las tranquilizadoras palabras de su amigo se levantó con sus habituales ademanes torpes para dirigirse a la ventana más cercana. Miraba, no a la nebulosa tormenta que hacía apenas unos momentos había causado estragos a la red eléctrica, si no al vacío de una noche que por momentos se tornaba lenta y pesada.
