Naturalmente ella aparecía desde un cuento de hadas, un sueño. Con el cabello marrón enmarcando su rostro en preciosos y apretados caireles, sus ojos azules no desmerecían frente a sus labios tintados de color rojizo. Sentada sobre una silla de madera vieja y usando su vestido de sencillo algodón azul, la heredera del ducado de Avonlea, la "princesa" Belle, enseñaba a padre e hijo las letras escritas en las hojas de un libro con tapa de cuero y adornos en oro. Su voz suave y paciente acompañaba al crujido de la madera en el fuego, llenando de calor la humilde choza de madera en la comarca de "Adam".
La voz profunda y cansada del viejo hilandero Rumplestiltskin, adquiría cierto brillo causado solamente por el ánimo que le infundía la sonrisa de la paciente maestra. A pesar de ello, era común para él detenerse en más de una ocasión, mientras con desesperación disimulada levantaba los ojos esperando la ayuda para resolver el acertijo de alguna sílaba terca.
- Ad…
- Adquirió, .rió. ¡Hay papá, por eso te dije anoche que practicaras durante el día! ¡Ya de noche no vez ni tu sombra!
Sin contestar nada, el hombre bajó la cabeza para ocultar la vergüenza que le cubría las orejas y mejillas. Ciertamente la vista se le estaba cansando, pues a su edad, esas cosas comenzaban a ser parte de su dolor de espalda y el aumento de dolor en su pierna coja los días fríos.
- ¡Bae, disculpate con tu padre!
Al escuchar el tono de voz de la joven, suave pero firme, el pequeño no pudo más que mirar a la maestra y luego a su padre; tornando los ojos, el niño le dio un beso a la mejilla tibia de su padre, que sin mirarlo, le sonrió apenas aceptando la disculpa.
- La princesa Belle también se pone rara cuando estás tu papá.
-Bae!
-Baelfire!
Ambos miraron al niño salir corriendo hasta su cama, donde cubierto bajo la suave piel de oveja se perdió en una risilla. Lady Belle y Rumplestiltskin, incapaces de mirarse al rostro, se concentraron en observar al pequeño mientras lograba conciliar el sueño.
Cuando al fin el movimiento cesó y la respiración se hizo más tranquila; el hombre alargó el brazo para tomar el viejo palo de madera que le servía como bastón, y levantándose de la silla, caminó hasta la mesa de donde colgaba de un alambre de hierro una vieja tetera; vaciando la leche aún caliente en el mejor de los vasos de barro, se lo ofreció a su invitada. Ambos se miraron un agradecimiento. La joven levantó de un soplido la suave capa de nata. Él se alejó de nuevo y tomó un viejo vaso donde se sirvió una porción.
-Quizás es mejor que yo llegue más temprano, ¿cuando aún hay luz? ¿Le ayudaría, con… la vista?
Un hilo de pánico y vergüenza se apoderó de sus ojos marrones. Aún cuando él no se había sonrojado, ella podía reconocer su sentimiento en la forma que adquirían las arrugas de su frente y sus ojos, y entendió que el comentario quizás le había ofendido.
-Es cierto. – le dijo en un susurro - Soy viej…
Un golpe seco en la puerta los despertó del hechizo y los incómodos silencios. El general de la guardia de Avonlea le anunció a Lady Belle la necesidad de retirarse, pues la noche ya era peligrosa.
Con pesar en el corazón, Lady Belle se acercó a la cama donde el pequeño Bae dormía para dejarle un beso en la frente. Junto a la puerta, el padre del niño la esperaba con el abrigo de finas hebras y piel de armiño, y como siempre él le beso la mano como agradecimiento y único pago a su visita.
-Mañana volveré más temprano. ¿A qué hora es agradable para usted?
Con la mirada escondida entre las sombras, él le hizo una mueca intentando una sonrisa de cortesía.
- La hora que usted decida es agradable a mí, mi Señora.
Sin poder entender las razones de esa sonrisa forzada, la joven asintió en respuesta y salió por la puerta.
-Hasta mañana Rumplestiltskin.
Lady Belle alcanzó su áspera y tibia mano en la tranca de madera que mantenía la puerta cerrada y con un tenue apretón le insinuó una disculpa. Él dejó la mirada fija en sus manos, hasta que se separaron en el silencio. Cuando la joven subió a su caballo y se alejó por el camino de regreso hacia su castillo en las cumbres de Avonlea, Rumplestiltskin cerró la puerta de su choza.
