Digimon no nos pertenece y escribimos esta historia sin fines de lucro.
Actividad organizada en el Topic Sorato, Mejor Topic de Parejas del Foro Proyecto 1-8.
LA ABUELA DE SHIMANE
Por Marin-Ishida
Hay lugares donde el tiempo se detiene, Shimane era uno de ellos. Recordaba al Japón milenario ya casi desaparecido en las grandes urbes. Shimane era mar y montañas, eran casas de tejados rojos e interminables campos de arroz. Eran campesinos aún no acostumbrados a tener apellido, aún recelosos de los aviones que volaban bajo.
Era un destino por el que Sora siempre había tenido curiosidad. Su padre le había contado historias de esa prefectura y hasta le había propuesto en alguna ocasión que le acompañase, pero aunque fuese un sueño para Sora viajar por Japón junto a sus padres, allí nunca fue. No era un viaje que debía hacer con ellos, era un viaje que debía hacer con él.
Dejó de mirar los interminables campos y lo observó.
—Era de Fukuyama.
—Hiroshima.
—Fukuyama.
—¡Hiroshima!
—¿Sabrás tú de matriculas más que yo?, que tengo moto.
—¿Porque tengas moto tienes que saber más de matrículas?
—No, sé más de matrículas que tú y, aparte, tengo moto.
—¡Como no os calléis os bajáis y subís hasta el pueblo andando!
—Y ya, justo aquí nos quedamos sin cobertura. Bienvenidos al pueblo de la abuela.
Sora rio, porque no solo iba con Yamato Ishida, su novio de cuatro años, también con su hermano Takeru, su padre Hiroaki y hasta su madre Natsuko. No cabía duda de que Shimane tenía algo especial si era capaz de unir a la familia Ishida-Takaishi en un mismo vehículo y con un mismo propósito: visitar a la abuela Kinu en su octogésimo cumpleaños
—¡Oye mamá!, ¿no será que hay un digimon ancestral creando un campo invisible que impide la tecnología en Shimane? —rio Takeru.
—No te diría que no. Recuerdo que la primera vez que vine se detuvo el walkman —contestó la mujer con un deje de nostalgia.
—¡Walkman!, que viejo suena eso.
—¿Viejo?, ¿que dice este niño? —farfulló Hiroaki indignado.
—No lo pagues con él papá —salió en su rescate Yamato—, es de la generación del mp3.
—¿Y tú no? —A Takeru no dejaba de causarle gracia como Yamato utilizaba esos tres años de diferencia de edad para hacer parecer que había vivido en otra era de la que se perdió cosas grandiosas.
—No, yo soy de los discman —recalcó Yamato. Se volteó a la derecha y sonrió—. Sora, ¿recuerdas los discman?
Sora regresó en sí, pues se había quedado ensimismada viendo la surrealista situación. Nunca había visto a la familia de su novio tratándose como una familia. De hecho, ni lograba recordar si alguna vez los había visto juntos. Era una estampa tierna y encantadora.
—Sí, era imposible correr con ese trasto en la cintura —sonrió de manera ausente y estiró de la manga a Yamato para acercarlo hacia ella. Quería preguntarle algo desde que supo de este viaje en familia, pero no se había animado hasta ahora. Estaba a punto de conocer a Kinu y tenía miedo de meter la pata—. Yamato, ¿tu abuela sabe que tus padres están divorciados?
Ishida se incomodó, pero para su suerte o su desgracia, el susurro de Sora había sido audible para todos los que ocupaban el auto. Hiroaki la miró a través del espejo retrovisor.
—Sora-chan, mi madre es una persona mayor que a veces tiene lagunas y caprichos y lagunas con caprichos —hizo una pausa. Sora no acababa de entender lo que le trataba de explicar y creyó que ni tan siquiera Hiroaki sabía a ciencia cierta lo que creía o no creía en estos momentos su madre—. No es por meterte presión Sora-chan, pero nada de mi familia ocurre sin el consentimiento de mi madre —sonrió nostálgico—, solo una cosa ocurrió y tenía razón, debí haberme casado con una chica de Shimane.
Natsuko lo miró con desaprobación y una atmósfera de tristeza invadió la parte trasera del auto. Él lo captó, dándose cuenta de lo que conllevaban sus palabras.
—Pero no me arrepiento —quiso arreglar, aunque no sonó muy convincente. Tampoco tenía que convencer a sus hijos de esa obviedad.
—No le caeré tan mal, si me llamó personalmente para que fuese a celebrar su octogésimo cumpleaños —señaló Natsuko, tratando de relajar el ambiente.
Hiroaki rio.
—¡Más razón!, de sobra sabe que eres una urbanita.
—¡Eso no es cierto! —rebatió.
Era una discusión amena, pero discusión a fin de cuentas y los rubios que ocupaban la parte trasera sabían de sobra en que podía acabar eso, por ello, Takeru se asomó hacia su madre.
—¡Mamá!, ¿sigues conservando tu walkman?
Los adultos callaron. Natsuko se revolvió extrañada.
—Es posible, ¿para que lo quieres?
—Lo retro es hipster —dijo Yamato con una sonrisilla provocativa dirigida a su hermano.
—¿En que idioma habla?, ¿en qué está metido nuestro hijo? —preguntó Hiroaki.
Natsuko negó con impotencia.
—Tú le regalaste su primer gorro.
—¿Qué tiene que ver la gorra de los Tigers ahora?
—Mi gorra de los Tigers —puntualizó Yamato.
—¿Me regalaste la gorra de mi hermano?, papá eso es tan cutre.
—La tengo yo —volvió a añadir Yamato.
—¿Por qué? si es mía —reclamó Takeru. Nunca usó esa gorra, pero de repente le parecía un estilismo bastante interesante.
—Porque era mía antes —quiso dar por concluida la conversación el mayor.
Takeru sonrió.
—¿La quieres para regalársela algún día a tu hijo? —alzó las cejas, insinuante, mirando a Sora.
Avergonzado, Yamato le dio un capón que provocó las risas de los adultos. De hecho aún se preguntaban como Takeru no se llevaba capones más a menudo. Luego desvió la mirada a Sora, pero para su sorpresa no estaba sonrojada, aunque sí parecía preocupada.
—¿Te ocurre algo? —cuestionó Yamato. Sora lo enfocó, regresando de sus pensamientos.
—Es solo que, ¿si tu abuela no me aprueba lo nuestro acabará?
—¿Cómo? —Ishida se alarmó. En teoría iba a presentar a su novia formal de cuatro años a su querida abuela, nada más.
—Lo que ha dicho tu padre… —susurró.
El rubio resopló.
—Lo que mi padre ha intentado decirte sin nada de tacto es que le vamos a seguir la corriente a mi abuela durante los próximos días y luego regresaremos a Tokio y seguiremos con nuestras vidas.
Eso inquietó más a Sora.
—¿Mentir a una anciana?
—¿Mentir?, ¡no!, no hará falta mentir, ¿verdad papá?
—¡Claro que no! —quiso tranquilizar Hiroaki—, le vas a encantar, ¿no ves que eres todo lo contrario a…? —calló, mirando de reojo a su ex mujer, que ya lo estaba fulminando—. ¡Le vas a encantar! —repitió.
Natsuko se volteó, regalándole una sonrisa.
—No tienes nada que temer. Eres una chica encantadora.
—Además vienes de una prestigiosa familia de Kyoto, la antigua capital, a mi abuela le encantaba cuando la capital estaba en Kyoto —añadió Takeru, consciente de que su abuela jamás había vivido eso, pero era ese tipo de cosas que le gustaba contar—, con iemoto.
—Iemoto —repitió Natsuko, como si esa fuera la llave para ganarse el favor de esa anciana para siempre.
—Ni siquiera lo sigo —dijo Sora un tanto intimidada.
—Mi abuela no tiene por qué saberlo —dijo Yamato, tratando de sosegarla.
—¡Ya estamos mintiendo! —exclamó la pelirroja al límite de la taquicardia. No se le daba bien mentir, menos a ancianas familiares de Yamato.
—¡No!, tan solo ocultamos algunas cosas. Además, diseñar kimonos, diseñar flores, al final es lo mismo, ¿no? Tierra, cielo y hombre.
Yamato lo simplificaba demasiado, aunque en realidad tenía razón. Ella aspiraba a diseñar kimonos siguiendo las líneas básicas que dictaba el ikebana. No obstante, todavía no era maestra de nada.
—Aún no diseño nada —musitó.
—Pero lo harás y mi abuela será tu mayor fan, ¿a que sí papá?
—Sí, puede ser —despachó sin demasiado convencimiento. Y Sora supo que Kinu resultaría impredecible, dado que ni su hijo estaba seguro de sus posibles reacciones.
—Siempre puedes poner acento de Shimane y decir que eres de acá. Eso a mi abuela le encantará —comentó Takeru, tratando de relajar sus nervios.
Yamato entrecerró los ojos y negó.
—Takeru no tendrá ese problema cuando le presente a su novia.
—¿Qué novia? —rio el menor.
—Mei-chan —dijo Yamato, provocando al fin la risa de Sora.
—Meiko no es mi novia… todavía.
No llegó a más el comprometido momento. El motor se había detenido, ya estaban en casa de la abuela Kinu.
Al salir del auto una sensación de bienestar solapó los nervios de Sora. Era más fuerte la serenidad que otorgaba ese lugar casi apartado de la civilización que cualquier otra desazón. Tradicional, acogedor. Era el Japón que inspiraba a su madre y que enamoró a su padre. Y ahora, estaba a punto de formar parte de él.
Se sintió afortunada por pensar en entrar en esa vivienda típica. De alguna manera lo sentía como conectar con sus orígenes. Sonrió al reconocer el árbol, así como el camino de piedra y las escaleras de madera. Jamás había estado ahí pero Yamato se lo había descrito tantas veces que todo se le hizo familiar.
Sacaron el escaso equipaje para dos días y esperaron. Hiroaki se acercó un poco.
—¡Madre, ya estamos aquí!
Solo los pájaros le contestaron. Fauna, pensó Sora, también por descubrir para ella.
Pasaron unos minutos, para la intranquilidad de Takenouchi.
—¿Y si no nos oye?, ¿no será mejor que entremos?
Yamato negó.
—Mi abuela no permite la entrada a extraños. —La muchacha se revolvió incómoda y Yamato rio—, todos somos extraños hasta que no nos reconoce y nos da la bienvenida, no te preocupes.
Otra peculiaridad de la abuela Kinu quizá, o tal vez era tradición de la región. No lo sabía muy bien pero si a nadie más le preocupaba, lo mejor sería amoldarse y esperar con su mejor sonrisa.
Alrededor de diez minutos más tarde la puerta se corrió y la familia se irguió. Una pequeñita anciana cuya sonrisa parecía tatuada a su rostro se calzó unas geta de madera liviana y bajó despacito ayudándose del pasamanos de la escalera.
—Es adorable —susurró Sora.
—Sí, es… especial —sonrió Yamato observando detenidamente los movimientos de su abuela.
La anciana se paró ante su vástago y alzó las manos, automáticamente Hiroaki bajó el rostro para que lo palpase.
—Seiyuro, ¿eres tú?
El hombre tomó las manos de su madre.
—No. Hiroaki, tu hijo.
Se detuvo, observándole con detenimiento para ampliar su sonrisa.
—Hiroaki, que viejo estás.
Tanto su ex mujer como sus hijos contuvieron la risa, Sora en cambio se sobrecogió por su descaro.
Se detuvo ante Natsuko y alzó las manos, depositándolas en su vientre.
—¿Otro nieto me vas a dar, Natsuko querida?
La aludida se sonrojó, Takeru siguió riéndose mientras Yamato palidecía.
—No Kinu, no creo que haya más nietos.
La abuela torció su rechoncha cabeza.
—Estás engordando, como todos los gaijin.
Natsuko fulminó con la mirada a Hiroaki que se tapó la boca para no ser tan descarado. Por su parte Kinu y su imperturbable sonrisa siguieron con su inspección. Takeru se quitó el gorro y bajó su cabeza al encontrarse frente a su querida abuela. Esta palpó sus cabellos amablemente.
—Yamato estás tan alto.
—Soy Takeru abuela —sonrió.
—Estás bajito Takeru —y continúo su lento camino.
Sora tragó saliva temerosa al verla cada vez más cerca. Kinu se encontró frente a Yamato y nuevamente abandonó las manos de su espalda para alzarlas. Yamato se inclinó, pues como a su padre, le palpó el rostro.
—Yamato, que heredará la tierra de sus antepasados. Eres el mismo reflejo de Seiyuro.
—Gracias abuela —contestó este, aunque sus rasgos físicos fuesen mayoritariamente maternos.
La anciana prosiguió.
—Sí, igual de flacucho.
Pero no le dio tiempo a interiorizar el comentario porque su novia necesitaba su ayuda en ese momento y así se lo hizo saber al dar un inconsciente paso hacia atrás buscando su protección. Jamás creyó Sora que una anciana de aspecto tan adorable y sonrisa afable pudiese intimidar tanto. Pero ahí estaba ante ella, torciendo la cabeza hacia un lado y hacia otro. Examinándola. Sora tragó incómoda, esperando que Yamato reaccionase para presentarla. Era lo correcto en estas circunstancias y aunque tardó, así lo hizo.
—Abuela, es Takenouchi Sora mi… —dudó y su padre dio un paso adelantándose.
—¡Prometida!
Sora se sobresaltó al escuchar eso, pero logró disimularlo con una sonrisa a tiempo. Esa mujer tradicional seguramente no aprobase que otra chica entrase en su casa si no había un compromiso oficial de por medio. Era una mentira que podía asumir.
Kinu miró detenidamente su vientre, que le quedaba a la altura de sus ojos y Sora, por primera vez en mucho tiempo, se sintió la alta de la familia.
—¿Embarazada? —cuestionó. Por lo visto tenía obsesión con aumentar la familia.
Yamato tartamudeó.
—No abuela, aún no.
—Prometidos tan jóvenes, creí que seguirías con la tradición familiar de casaros embarazada, ¿no Natsuko?
—Sí —contestó por inercia Takaishi que enrojeció al ser consciente de lo que acababa de admitir ante sus hijos—. ¡No estaba embarazada! —y codeó a su ex esposo indignada, que no paraba de reír.
—No madre, no lo estaba —decidió ayudar, aunque la duda ya estaba sembrada en sus hijos.
La abuela, ajena a lo que sus inocentes comentarios provocaban, siguió concentrada en Sora que había sido incapaz de articular palabra aún. A su parálisis verbal se unió el físico al sentir las palmas de esa mujer rodeando sus caderas.
—¿Qué está haciendo? —susurró temerosa a su novio.
Este le hizo un gesto tranquilizador.
—Mide tus caderas para comprobar tu fertilidad, nada importante.
Obviamente, no tranquilizó a Sora. Cuando hubo terminado la anciana se dirigió a Yamato.
—¿Seguro?, solo dos vástagos con suerte y el segundo será tan canijo que tendrás que tener cuidado para no pisarlo.
—¿Cómo? —Sora no dio crédito, pero Yamato guardó la templanza.
Y sin una palabra más, Kinu regresó las manos a la espalda y a paso lento y diminuto se dirigió a su hogar. La familia siguió el ritmo que impuso, el ritmo de Shimane.
—No te preocupes Sora —dijo Natsuko, quedando a su lado—, a mí me dijo que mi hijo no sobreviviría a la tos ferina y ahí lo tienes, te vas a casar con él.
Sobresaltada por la vergüenza, Sora se lo agradeció pero no consiguió sentirse reconfortada. A los ojos de Kinu tan solo sería la mujer que daría niños bajitos a los Ishida.
…
A los ojos de Yamato era la más hermosa. Su madre también se veía bastante bien con yukata, pero no podía evitarlo, era adicto a Sora.
Como costumbre en casa de su abuela, aunque ninguno de ellos estaba al corriente de esa costumbre, había ofrecido un yukata a cada mujer para mayor comodidad de estas. Sora lo lucía con clase y elegancia y, para su sorpresa, Natsuko parecía familiarizada también con la prenda.
Los acompañaron alrededor de la mesa, donde los hombres ya se ponían al día con la abuela.
—Tiene un hogar encantador —dijo Sora.
La abuela giró la cabeza, con esa pañoleta ocultando su cabello y esa bondadosa sonrisa que jamás perdía. Quedó unos segundos observándola, momento que Sora aprovechó para beber algo de té. Se sentía intimidada. Luego, regresó la vista a su nieto.
—¿Quién es esta joven tan guapa Yamato?
Sora se desesperó, al igual que Yamato. Takeru en cambio rio.
—Soy Takeru abuela. Y ella es Sora la prometida de Yamato —recalcó esas palabras mirando a su hermano.
La mujer pareció satisfecha.
—¿Y de que pueblo eres?, ¿o acaso eres de la capital? Mi hija vive en la capital ¿la conoces? Tiene dos hijos, Yamato y Takeru.
—Yamato y Takeru son mis hijos madre, no los de mi hermana —aclaró Hiroaki, viendo la confusión de Sora.
—Y Sora es de la capital sí, pero no de Matsue. De Tokio como yo —agregó Yamato.
Fue una información que desilusionó a la anciana, aunque su sonrisa no desapareció.
—¿No hay chicas en Shimane a tu gusto?
—Bueno… —Yamato se rascó la nuca sin saber muy bien que responder y Sora, lejos de achicarse, creyó haber encontrado como agradar a esa mujer.
—¡Mi padre adora Shimane!
—¿Tu padre es de Shimane?, seguro que estudió con mi hijo, ¿verdad Hiroaki? —El hombre se atragantó con el té, puesto que ahora descubría que su futuro consuegro había sido su supuesto compañero de estudios. Sabía que no era posible pero no pudo evitar repasar mentalmente a los nerds de su escuela primaria—. Más difícil era conocer al padre de mi nuera. Es de Berlín —susurró, como si sus nietos no supiesen ese vergonzoso origen y Natsuko no debiese escucharlo.
Por supuesto lo oyó pero tampoco creyó necesario rectificar la ciudad. Para Kinu, todo fuera de Shimane era gaijin en mayor o menor medida.
Sora sonrió.
—No, es de Tokio también, pero ha viajado por todo Japón y este lugar le apasiona. El Izumo Taisha fue su tesis. Después de Kyoto es su lugar favorito del mundo, sin duda.
No estaba segura de esa afirmación, de hecho era probable que fuese mentira al igual que el tema de su tesis, pero tener un vínculo con Shimane parecía importante para contentar a la abuela de Yamato.
Kinu no dijo nada, tan solo se levantó, aunque no se notó demasiado, y removió el arroz permanente del fuego. Extendió unos cuencos.
—Kyoto, la capital. Todo era mejor entonces. El té era más amargo y el arroz más abundante.
Takeru rio discretamente. Esto era lo que más adoraba de su abuela, porque a través de sus figuraciones era como vivir todas las épocas.
Yamato sonrió, porque eso significaba que a ojos de su abuela iba a tener a la novia perfecta.
—¡La madre de Sora es de Kyoto! —La pelirroja se sonrojó, su novio había sonado excesivamente entusiasta—. De miles de generaciones con iemoto. ¿Hasta donde se remontan? —preguntó a Sora—. ¿Periodo Kamakura?
Tardó, pero entendió lo que pretendía Yamato. Un poco sobreactuando, le siguió el juego.
—¡O más!, ¡periodo Yamato!
Se había excedido, lo supo al decirlo, sin embargo la abuela mostró gran interés.
—Si es tan antiguo, quizá salga en el kojiki. ¿No, Hiroaki?
No por nada el kojiki había sido el libro de cabecera de su hijo durante toda su infancia, adolescencia y juventud y el nombre de sus hijos era muestra de ello.
—Es posible —se hizo el desentendido.
La anciana hizo un gesto de complacencia y sirvió los cuencos mientras recitaba una plegaria sintoísta. Sora, como todos, mostró sus respetos al kami Inari al cual Kinu le agradecía las buenas cosechas de arroz.
Al abrir los ojos le desconcertó un poco la cantidad que había en su bol. Teniendo en cuenta que poseía grandes extensiones de arroz, creyó que sería un poco más generosa. Además, no había nada que lo acompañase.
Miró a su novio y su familia con expresión lastimosa, pero todos tenían una cantidad parecida.
Takeru, que estaba en edad de crecimiento, resopló.
—¡Seguimos con el racionamiento!
Hiroaki apresuró a caponearla por irrespetuoso. La anciana tan solo negó.
—Juventud olvidadiza, cuando los aviones regresen a volar sobre nuestras cabezas y la luz quemadora devaste arrozales por generaciones, entenderás que el arroz es el mayor tesoro que hay que resguardar.
Sora se estremeció por sus palabras, no tanto por la crudeza de estas como por seguir conservando la sonrisa. Uno de los mayores horrores de la humanidad había ocurrido no muy lejos de ese lugar siendo Kinu joven. Supuso que esas cosas no eran fáciles de olvidar.
—Abuela —fue Takeru quien rompió la lúgubre atmósfera que de repente los había envuelto—. En la próxima guerra no habrá aviones, será por ordenador entre hackers desvelando los trapos sucios de cada gobierno. —Kinu alzó la cabeza, aunque seguramente no hubiese entendido demasiado y Takeru sonrió con seguridad—. Y si algún avión se atreve a sobrevolar Shimane, Angemon lo destruirá.
—Takeru ya —intervino Natsuko.
Era la primera vez que estaban en familia en mucho tiempo y lo último que quería era tratar temas desagradables y tristes. Por no hablar del inconveniente de explicar sobre los digimons a una mujer atrapada en la era Edo.
No obstante, Kinu negó con su imperturbable sonrisa.
—Descarada juventud que cree que ha descubierto los yokai cuando siempre han estado con nosotros.
—¿Cree que los los digimon son yokai? —cuestionó Sora a su novio, que encogió los hombros—. A mi padre le encantaría escuchar su teoría.
—Dudo mucho que mi abuela sea capaz de plantear una teoría al respecto —contestó Ishida, viendo como la mujer luchaba con los palillos por agarrar un grano de arroz que había caído sobre el tatami.
Pero Sora ya no solo sentía respeto por esa anciana, también empezaba a albergar una creciente admiración.
—No subestimes a tu abuela.
…
Cuando el sol desaparecía entre las montañas del oeste, la sala de estar y la habitación contigua, igual de vacía que el resto de la casa, fueron ocupadas por varios futones. Una hora temprana de acostarse para aquellos que venían de la ciudad, pero la que dictaba el pueblo y la abuela Kinu.
—Los esposos podrán dormir juntos en la habitación yo dormiré aquí con los niños.
Sora dudaba si ella estaba incluida entre los niños, los cuales de nuevo no podían contener la risa por la situación en la que se hallaban sus progenitores. Takeru más descarado, Yamato trataba de permanecer serio pero tampoco había podido contenerse. Era divertido ver las muecas de apuro de su padre.
—No sé si será lo mejor madre —lo intentó Hiroaki.
—¿No cree que es más apropiado chicas con chicas y chicos con chicos? —dijo Natsuko desesperada.
—Claro que no. Los esposos necesitan intimidad —contestó Kinu con su pasmosa tranquilidad mientras sacudía los futones. Seguidamente se volteó, llegó hasta la posición de los adultos y corrió la puerta del cuarto anexo.
—¿Crees que nos darán ese hermanito que ha pronosticado la abuela? —cuestionó Takeru entre risas.
—Takeru —farfulló Yamato—, ¡y no te desnudes delante de Sora!
El muchacho se bajó la camiseta sonrojado pero para su alivio o el de su hermano, Sora no estaba pendiente de los rubios. Observaba a la abuela, que tras preparar las camas, había quedado sentada ante un tradicional altar de difuntos. Daba la sensación de que era un ritual diario para ella hablar con los difuntos antes de acostarse. Sus ojos estaban fijos en una foto en blanco y negro en donde salía un hombre alto y flaco.
—Seiyuro, ¿has visto lo acompañada que estoy hoy? —Sora había acertado en sus suposiciones. Hablaba con su esposo—. Ha venido Yamato, que es tan larguirucho como tú y que heredará los campos por fin. Un Ishida regresará a su origen, ¿estás contento?
Sora quedó extrañada por las palabras. Cuando Kinu cerró los ojos e inició una plegaria y Takeru la acompañó con un masaje en la espalda como si fuese parte del ritual, Sora se acercó a Yamato, que regresaba del aseo ya cambiado con la ropa de dormir.
—¿Hace cuanto que murió tu abuelo? —El rubio se tensó. No le gustaba tratar estos temas y Sora lo sabía pero no encontraba que hubiese nada malo.
—No sé, mucho —se encogió de hombros tras una pausa—, mi padre era un crío aún.
—Vaya. —Takenouchi volvió a mirar a la anciana. ¿Llevaba haciendo eso más de cuarenta años? Le provoco ternura, pero también angustia porque una muerte tan temprana significada que apenas pudo disfrutar de la compañía de su amado.
—¿Vas a dormir conmigo? —La insinuante propuesta de su novio le devolvió a la realidad. Sonrió, dándole en el brazo.
—Oye, ¿y por qué le ha dicho a tu abuelo que tú regresarás al origen? —preguntó dejando que Yamato entrelazase su mano, jugueteando.
—Eso… cosas de mi abuela. Por lo visto me nombró su heredero cuando nací y cuando ella muera todo esto será mío con la condición de que viva aquí y me dedique al cultivo del arroz.
Sora soltó su mano y Yamato la miró extrañado.
—¿Y cuando pensabas decírmelo? —preguntó, alterada— ¿cuándo pensabas decirme que nuestro futuro está en Shimane?
Ishida rio, tratando de retomar su mano pero esta no le dejó. Suspiró.
—Nunca, porque eso no va a suceder. Seré astronauta, no campesino.
—¿Y cuando se lo dirás a tu abuela?
El chico gimió, recostándose sobre su futón con los brazos cubriendo la cara.
—Nunca, porque esta es una de esas cosas en las que tenemos que seguirle la corriente a mi abuela —dijo con decaimiento porque de sobra sabía que Sora no podría pasar por alto tan fácilmente algo como esto. Más ahora que había conocido a Kinu y le había parecido tan entrañable que ya quería adoptarla.
—¡Yamato! —exclamó con su tono de regaño. Este se revolvió con pereza y Sora se inclinó hacia él—. Eso no está bien. Para tu abuela esta casa, sus campos, su pueblo… es su vida.
—¡Por eso mismo! —exclamó Yamato, alzando el tronco para encararla. Bajó el tono de voz, habían llamado la atención de Takeru y también podían llamar la de Kinu—. Es feliz creyendo que lo que más quiere pasará a manos de su primer nieto. —Sora quiso protestar pero no pudo. Ni quería imaginarse la desilusión y tristeza que le causaría a Kinu conocer la verdad. Hizo una mueca de fastidio y Yamato sonrió—. Hay cosas que es mejor dejarlas estar.
—Sigue sin convencerme pero…
—Gracias —interrumpió Yamato besando su mejilla amorosamente.
—Solo los esposos pueden dormir juntos —dijo de repente la anciana, avergonzando a los jóvenes—. Sora ven aquí, Takeru ve allá.
Y ahí, al lado de la anciana que representaba el Japón de sus antepasados, Sora sintió que el tiempo se había detenido también para ella.
…
Los horarios en Shimane estaban establecidos y así como el ocaso indicaba la hora de acostarse el amanecer era el momento de levantarse.
Sora abrió los ojos con dificultad cuando sintió una mano golpeando su mejilla reiterativamente. Kinu se detuvo al verla estirarse.
—Estas chicas de Tokio son muy perezosas.
Observó a sus nietos y negó. Yamato había metido la cabeza bajo la manta y Takeru dormía tan placidamente que hasta un hilillo de baba colgaba de su boca. Lo que no recordaban, o quizá fuese una norma nueva de la abuela, era lo sagrado que eran para ella los horarios. Abandonó la casa y un estruendoso gong retumbó por toda la vivienda.
Los hermanos se levantaron del susto al igual que Sora. Cuando la anciana regresaba con su afable sonrisa, la puerta contigua ya se había corrido. Hiroaki con la mano en el corazón y Natsuko con unas tremendas ojeras se sujetaba la cabeza con fuerza.
—Había olvidado tus ronquidos —murmuró, incapaz de abrir los ojos. Cuando lo hizo se encontró a su suegra (porque una suegra era para toda la vida) ante ella, mirándola con expectación. Tragó temerosa y sonrió—. Quiero decir, por los parches esos que te pones en casa, cariño —y acarició el brazo de su ex esposo, que tenía el pulso tan acelerado que ni lo notó.
Pero entonces Takeru saltó abrazando a su pequeña abuela con delicadeza. Kinu quedó completamente envuelta entre sus brazos en una graciosa y tierna estampa.
—¡Felicidades abuela!
…
La abuela Kinu era una persona de rituales y costumbres y una de ellas ocurría en su cumpleaños. Durante ochenta años la mañana del aniversario de su nacimiento había acudido a unas aguas termales naturales que se escondían celosamente entre las montañas de su pueblito.
Hoy no iría sola.
—¿Y por qué tenemos que ir a pescar? —se quejó Takeru, inspeccionando el material que esparcía su padre ante él.
—¿Dejarás que atesore un momento con mis hijos que pueda recordar en mi lecho de muerte, por favor? —dio por concluida la conversación el adulto. Yamato también hacía muecas de aburrimiento pero era imposible negarse ante tal petición—. ¡Madre pescaré algo para celebrar su cumpleaños!
La anciana hizo un gesto de complacencia con la mano, como si Hiroaki aún fuese ese chiquillo que deseaba la aprobación de su madre, mientras seguía concentrada en Sora.
—¿Aguas termales?
Sí, era ella la elegida para acompañarla.
—Vendrás conmigo, yo estoy muy mayor y puedo ahogarme. —Eso atemorizó a Sora, que buscó a Natsuko con la mirada. De repente había tenido un mal presentimiento sobre quedarse a solas con esa mujer tan mayor. Como si leyese su mente, Kinu negó—. Natsuko debe quedarse para preparar la comida.
—¿El arroz? —cuestionó la muchacha incrédula. No era algo que necesitase mucha dedicación.
Sin embargo Kinu no dio opción y empezó la marcha. Sora volvió a buscar ayuda en la madre de su novio, pero esta ya había corrido la puerta de la habitación. No le vendría mal dormir un poco más.
Como todo lo que lo rodeaba, el lago al cual le condujo Kinu también poseía un encanto especial. Pronto sintió una absoluta paz y tranquilidad al respirar los vapores que la naturaleza les regalaba. Había estado en varios onsen en su vida pero nunca en un sitio como aquel. Poseía la belleza de lo natural y la magia de lo virgen. Si los kamis en verdad habitaban entre esos montes, sin duda ese sería su lugar favorito de reposo.
Kinu mostró una agilidad dentro de sus limitaciones que a Sora sorprendió. Quiso ayudarla en algún momento antes de sumergirse pero apenas fue necesario.
Ya desde el agua que la cubría hasta su cuello, la anciana sonrió por la indecisión de Sora.
—Solo los espíritus te ven aquí, y yo claro, pero ya soy más espíritu que persona.
La muchacha se sonrojó, animándose a deshacer el lazo de su yukata. Pronto acompañó a la abuela en su baño y el agua tibia envolvió su cuerpo joven que contrastaba con el de la mujer a su lado. Le agradeció que la hubiese invitado a compartir esto.
—No puedo creer que exista un lugar así —dijo al cabo de unos minutos, o tal vez horas. Se estaba realmente bien ahí.
—En Tokio no tenéis estas cosas.
Sora abrió los ojos y miró su alrededor. Era un tesoro entre las montañas.
—No, no lo tenemos.
—Te bañarás aquí todos los años y cuando estés embarazada podrás hacerlo todos los días. Natsuko lo hizo una vez al mes durante los nueve meses y el niño sobrevivió a la tos ferina.
Sora rio porque quizá la abuela tuviese razón. No estaba en disposición de dudar que aquellas aguas tan puras pudiesen curar y prevenir más que cualquier vacuna.
—¿Cuándo es la boda? —Sora despertó de su ensoñación. Miró a la abuela que ya casi no sacaba la nariz del agua.
—¿Por qué lo pregunta? —cuestionó con nerviosismo. Ya se le hacía difícil seguirle el juego respecto a su futuro como señora de Shimane como para inventar una fecha ficticia.
—Porque me gustaría estar viva aún. —Sora no supo si lo decía en serio o en broma. De hecho, daba la impresión de que Kinu siempre hablaba en broma pero diciendo cosas serias. De su familia, Takeru parecía el único que la entendía o que compartía su humor o forma de ver la vida. Ella quería aprender a hacerlo también, por ello trató de no mostrarse demasiado alarmada.
—Claro que lo estará. Si sigue bañándose aquí vivirá muchos años, seguro.
—No creas, a veces no funciona. A Seiyuro no le funcionó —dijo, sin perder su tono. Sora fue capaz de detectar esa nostalgia.
—¿Su esposo?
—Ese larguirucho tan flaco. Recuerdo que la primera vez que lo vi no alcancé a verle los ojos. Siempre tenía que mirar hacia arriba y acababa doliéndome el cuello —miró a Sora—. Supongo que te pasará algo parecido con mi nieto. No eres muy alta, ¿lo sabías?
Takenouchi tartamudeó, enrojeciendo. No esperaba ese comentario en esa narración que había acaparado toda su atención. Sentía curiosidad por ese hombre al cual tanto le recordaba Yamato.
—¿Se casaron muy jóvenes?
Kinu dio un gruñido de protesta.
—¡No!, ni hablar, no quería casarme con él. Ni con él ni con nadie, pero mi padre murió, mis hermanos ya estaban fuera ocupándose de sus propias casas y mi madre dijo que un campo necesitaba un hombre que lo cultivase y que ella no iba a volver a cargar con otro hombre.
—Vaya —rio Sora, por lo visto la bisabuela era de armas tomar. Recuperó la seriedad—. ¿Fue obligada?
—No lo diría así. Entonces todo se hacía por conveniencias y ese flacucho pidió mi mano. Recuerdo sus huesudas manos tomando las mías con vergüenza (era muy tímido), y las palabras que me dijo prometiéndome cuidar siempre de mí y de mi familia. Puede que nunca hubiese amor pero sí lealtad y respeto y me pareció una buena propuesta. —Sora estaba obnubilada por el relato. Le parecía algo tan lejano que sentía irreal que estuviese hablando con la protagonista de los hechos. Ella lo relataba como una anécdota de su vida, pero Sora percibía los sentimientos a cada palabra—. Supongo que me acostumbré a sus brazos larguiluchos. Cuando me abrazaba sentía como si llevase encima un calentito abrigo que no solo me resguardaba del frío —suspiró, inmersa en otro mundo—. Irónico que quienes habríamos estado siempre juntos no nos diesen tiempo y quienes lo tienen no lo aprovechen —recuperó la sonrisa y la dirigió a Sora—. Al menos siempre será joven y guapo, no hay cosa peor que hacerse viejo, aunque me hubiese gustado mucho verlo hacerse viejo.
Su relato conmovió a Sora, ya convencida del amor que se procesaron mutuamente y el que todavía, cuarenta años después, esa mujer le procesaba. Sintió una profunda angustia por pensar en su tristeza, por pensar en que no pudiese compartir su vida con su compañero. Si pensaba en no poder compartir su vida con Yamato, un nudo en la garganta le impedía respirar.
—Estas chicas de Tokio se emociona con cualquier cosa —rio la anciana. Sora se secó las lágrimas con las manos intentándole regalar una sonrisa.
—Perdona.
—Y bien, ¿cuándo es la boda? Se necesita tiempo para conseguir fecha en el templo. Parece que Japón solo se acuerda de Shimane cuando necesita de sus templos. Aunque quizá con tu influencia familiar se pueda celebrar en Izumo Taisha.
No estaba preparada para retomar este tema, mucho menos después de que esa mujer le hubiese expuesto su corazón con tanta generosidad. Yamato y su familia podían opinar lo que quisieran, pero Sora consideró que esa mujer merecía saber la verdad.
—Yamato y yo no nos mudaremos aquí ni nos ocuparemos de las tierras —soltó de carrerilla, preparada para la desilusión de la anciana. Por primera vez esta perdió la sonrisa, pero tan solo para dibujar una expresión de sorpresa—. Tus tierras, tu hogar es sin duda lo que más amas y tienes derecho a saber qué será de ello una vez que no estés y elegir en consecuencia. Yamato no va a ser un campesino.
Y tras unos segundos de incómodo silencio, Kinu rio y Sora quedó totalmente desconcertada. Ya se estaba acostumbrando a esa sensación con aquella imprevisible mujer.
—Lo sé, yokai espaciales, ¿verdad?, eso interesa a mi nieto más que el arroz. —Sora abrió los ojos de la impresión. ¿La mujer atrapada en el tiempo estaba al corriente de la intenciones laborales de Yamato?—. Mi yerno se ocupará de las tierras, de hecho lo lleva haciendo hace más de veinte años, porque al contrario que mi hijo mi hija sí me hizo caso y se casó con un chico de Shimane. Un campesino, ingeniero agrónomo lo llaman ahora. —Sora estaba estupefacta, observando los movimientos de la anciana que ya salía del agua—, también sé que la posguerra acabó, que Takeru es Takeru y que mi hijo y Natsuko han vivido más tiempo separados que juntos —terminó, colocándose el yukata. Sora imitó sus movimientos, totalmente ida por esta inesperada revelación. La pequeña mujer torció la cabeza ante ella—. Y no creo que tu familia salga en el kojiki.
Sora se sonrojó, apartando uno de sus mechones húmedos tras la oreja.
—No creo que se remonte ni a la era Meiji —rio, ya empezando a reaccionar y por supuesto encontrando divertida la situación. ¿Acaso era la abuela la que seguía el juego a su familia?—, pero no lo entiendo, ¿por qué lo hace?
—Juventud que sobrevalora la realidad —contestó, haciéndole un gesto para que le ayudase a colocarse el lazo. Sora lo hizo, esperando una repuesta que no obtuvo en el momento. Kinu inició el descenso—. Hora de regresar a casa.
Durante el regreso, Sora no dejó de pensar en su enigmática respuesta a la cual Kinu no volvió a hacer alusión. Le encontró sentido al escuchar unas risas al llegar a la casa. Quedó unos segundos en la puerta, junto a la anciana, observando la estampa familiar. Hiroaki cargaba orgulloso un pez bastante grande, mientras Takeru le hacía fotos divertidas y Yamato junto a Natsuko preparaban los fogones para cocinarlo.
Kinu sonrió y Sora le devolvió la sonrisa.
La realidad de Kinu era perfecta para su familia.
…
A Sora le apenó tener que marcharse, por un momento se imaginó que sería feliz viviendo ahí. Cierto era que, como la realidad de Kinu, esta también era una realidad insostenible. Tenía una vida en Tokio, una vida que le apasionaba; no obstante, sentía que en Shimane, más concretamente en Kinu, había dejado una parte de ella. Algo había cambiado.
Yamato paró junto a Sora.
—Mi padre está esperando ya. —La chica no se movió y Yamato observó donde mantenía su mirada. La foto de su abuelo. Estuvo unos segundos en un respetuoso silencio y luego enfocó a su novia—. Venga, despídete de mi abuela.
—Me habló sobre él —dijo, Yamato regresó la vista a la fotografía—, quizá tenga razón y te pareces a él.
—¿En serio estoy tan flacucho? —cuestionó el muchacho, tocándose el vientre.
Sora rio observándole con adoración y Yamato sonrió, haciéndole un gesto con la cabeza al cual Sora asintió. Pero al iniciar la marcha esta le tomó la mano. El rubio se extrañó pues no había tenido ningún tipo de demostración afectuosa en estos días. Algo comprensible con toda su familia presente. Sin embargo no se detuvo ahí, tomó su largo brazo y lo pasó detrás de ella, haciendo que Yamato quedase detrás también. Sus brazos la envolvieron y Sora se sintió satisfecha. No solo la protegía del frío.
Antes de subir a la furgoneta, buscó por última vez a Kinu que, con su imperturbable sonrisa y su ritmo lento acorde a tierras tranquilas donde tan solo danzaban los espíritus, se adentraba a la casita de madera donde el tiempo no transcurría.
Y Sora entendió que no son los lugares los que detienen el tiempo, sino las personas. Kinu era una de ellas.
-OWARI-
N/A: Japonismos varios:
Geta: calzado típico japonés.
Gaijin: forma de referirse a los extranjeros.
Matsue: capital de Shimane.
Izumo Taisha: uno de los templos sintoístas más antiguos de Japón, que además está dedicado a Okuninushi, deidad del matrimonio XD
Kamakura, Yamato, Meiji: diferentes periodos de la historia de Japón.
Kojiki: o "Registro de cosas antiguas" es el libro más antiguo sobre la historia de Japón. Ahí también se encuentran las historias de los kamis y de los héroes legendarios como Yamato Takeru.
Inari: deidad japonesa de la agricultura y el arroz entre otras cosas.
Yokai: nombre que se le da en Japón a los espíritus, demonios, monstruos, criaturas sobrenaturales…
Adoré escribir esto porque adoro Japón y aquí pude japonear bastante XD Espero que haya gustado y os haya agradado mi visión de la adorable Kinu.
Saluditos! Soratolove/sorato4ever
