Eran las cinco de la tarde. Profesores, autoridades y alumnos habían abandonado los pasillos y alrededores de Konoha Gakuen dejando la prestigiosa escuela plenamente desolada.

Y entonces, dando dos patadas a la puerta de entrada, Naruto Uzumaki había anunciado su llegada.

Revisó una y otra vez la nota de desafío que lo había citado a aquel sitio. Más que furioso se hallaba emocionado. Según él, hoy decidirían quien es más fuerte.

Espero un buen rato. Y después de 10 minutos Sasuke Uchija había llegado.

No se saludaron, no se hablaron. Las palabras eran innecesarias para este encuentro. Bastaban sus sonrisas.

"Dos rivales de calidad pueden llegar a leerse el pensamiento solo con sus puños ¿verdad Sasuke-teme?"

"Así es, dobe"

El rubio inició la batalla con su puño, el Uchija lo esquivó. Intentó devolverlo con un golpe hacía el estómago, pero Naruto lo evadió.

Pasaron minutos, tal ves horas. Dándose golpes y esquivándolos. Hasta que completamente rendidos, Sasuke cayó encima de Naruto.

Entre miradas y jadeos, ahora consistía el enfrentamiento.

Con mucha dificultad, Naruto trató de hablar. Sasuke se lo impidió enlazando sus labios con los de él.

—Dobe, no hace falta que digas algo que ya sé—dijo el Uchija separándose.

Se levantó con una sonrisa. Naruto hizo lo mismo pero él se hallaba peor que un tomate bien maduro, imposible saber si de rabia o de vergüenza.

Con toda su fuerza restante atinó a un puñetazo en el abdomen del moreno. Sin más que hacer decir, se alejó del lugar llevando aún el rubor en sus mejillas.

Sasuke yacía en el suelo, triste y a la vez contento. Había esperado tanto tiempo para poder hacerlo.

Ya no le quedaba menor duda, lo amaba. Sasuke Uchija, el chico más acosado por las mujeres de aquel prestigioso instituto se había enamorado de Naruto Uzumaki, un hombre.

Era algo prohibido.

Algo inaceptable.

Algo molesto.

Se reía de cuantas noches pasó sin dormir por culpa de él o cuánto había intentado para olvidarlo, más no había podido.

Se levantó del suelo cuál militar herido. Pues había perdido esta batalla, más sin embargo no la guerra.

Y así, empolvado y golpeado, caminó hacía su casa susurrando una promesa que se atrevería a cumplir aún a costa de su vida.

"Usuratonkachi, algún día serás mío"