Prólogo
"They will find you acting on your best behavior, turn your back on mother nature. Everybody wants to rule the world..."
Corría por los campos abiertos con rapidez y soltura. Su cabello largo y castaño, caía por debajo de sus hombros se mezclaba a la perfección con el habitad que le mantenía escondido de ojos curiosos, su vestido con detalles de encaje en la parte superior le daba un aire dulce y aniñado, una mentira para ocultar su verdadera naturaleza.
Detuvo los pies al encontrar un riachuelo, el sonido del agua corriendo le llenó por completo los oídos y se deshizo de sus botas para meter los pies en el agua fría ignorando por completo el hecho de que parte de su vestido terminase empapado en el agua. Siguió su caminata sintiendo la tierra bajo sus pies y con las botas en una mano, estas habían sido un regalo y no iba a permitir que nada las dañase.
Pasó las horas dando vueltas mojando aún más su vestimenta, las botas dejadas en un lugar seguro donde el agua no pudiese dañarlas y se quedó minutos contemplando el reflejo de la luna en el agua cristalina.
—No deberías estar en un lugar tan abierto. Eres presa fácil. —Una voz profunda resonó en las tinieblas y se giró con furia hacia su interlocutor por tan hirientes palabras.
—¿Presa fácil? —En un suave pero ágil movimiento lanzó una de las dagas que mantenía aseguradas en la cara interna de sus muslos, sintiendo la mirada penetrante de aquel que le hablaba, quien solo tuvo que mover su rostro unos cuantos milímetros para evitar ser herido con el arma. —Sé que estás allí desde que he llegado. —Le dio la espalda y siguió paseando por el agua.
—No deberías darle la espalda al enemigo. —Contempló como quitaba de su cabello pequeñas ramitas que se habían adherido con su travesía.
—Si estuviese aquí para asesinarme… —Su tono se escuchó sereno y salió finalmente del agua. —Lo hubiese hecho desde hace mucho tiempo. —Estiró un brazo y tomó sus pertenencias iniciando el camino de regreso, ignorando por completo el escrutinio penetrante del extraño siendo consciente de como su ropa se apegaba a su cuerpo como una segunda piel.
No le había tomado mucho tiempo regresar a casa, a ese majestuoso castillo oculto del mundo y todavía accesible en los parámetros del reino, lleno de tesoros y piedras preciosas. Se escabulló buscando su habitación, los pasillos estaban repletos de sirvientes y ayudantes, además de miembros del Congreso quienes aún en las altas horas de la noche continuaban trabajando, pero todos le adoraban y querían así que nadie iba a delatarle por haber llegado un poco tarde a la hora prometida.
Entró a su habitación a hurtadillas en un vago intento de no delatar su presencia pero tenía muy en claro que, desde el momento en que había ingresado a la fortaleza, su llegada había sido notada y era más tarde de lo habitual. Cerró la puerta con suavidad y al voltearse se encontró con la figura de su hermano mayor.
—Esta no es tu hora autorizada para volver. —Escuchó su voz calmada pero en el fondo sabía que estaba muy enojado; no era propio de su persona el desobedecer.
—Lo siento. —Dejó las botas caer pesadas al suelo, tenía prisa en volver y de alejarse del extraño ser que le había estado observando que olvidó por completo el calzarse e hizo el camino de regreso con los pies desnudos. —Lo siento. —Corrió a sus brazos, quedando contra su pecho. —De verdad, lo siento, pero… —Sus disculpas apresuradas fueron dejadas a medias cuando su hermano preguntó.
—¿A quién te has encontrado? —Para él no era secreto los lugares que frecuentaba pero le inquietó, el extraño pero al mismo tiempo inconfundible olor que desprendía.
—A un solitario. —Le miró a los ojos mientras su expresión se enseriaba.
—¿Te ha hecho algo? —Sus manos bajaron a la extensión de piel traslucida de su cintura y le rodearon de forma protectora cuando le vio negar despacio.
—Solo me ha llamado presa fácil. —Cerró las manos en puños recordando lo molesto que le pareció toda la situación, pero se olvidó de todo al sentir dolor punzante bajo los toques del mayor. Le hizo soltar un quejido por lo bajo.
—No quiero que vuelvas a ese lugar. —Habló suave pero autoritario.
—¿Por qué? —Se acurrucó contra el pecho de su hermano mayor quitándole importancia a las minúsculas heridas que comenzaban a sanar.
—Solo hazlo.
—Pero… Minseok. —Alzó el rostro para verle con la duda plasmada en el rostro.
—Solo obedece, Minho. —Minseok acarició con los pulgares la piel sonrosada de las mejillas de su pequeño hermano y con un simple movimiento de su muñeca se deshizo de las extensiones de cabello que caían por encima de sus hombros, dejando ver los cortos e involuntarios rizos que se abultaban sobre su frente y justo detrás de su cuello. No había espacio para discusiones.
—Sí, Minseok.
