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Nueve de septiembre

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El sonido de su despertador le sacó de su sueño, y lo apagó de mala gana.

Quería seguir durmiendo, no era un buen día. Sin embargo, dijo que iría a animar al estúpido friki del beisbol en su partido, y se lo había prometido al décimo.

No podía fallarle.

Con ese pensamiento en mente, se deshizo de las sábanas y se levantó de la comodidad de su colchón.

Se encaminó hacia la pared que tenía en frente, la cual tenía en ella un calendario. Tachó con un rotulador rojo que había tomado de una cómoda cercana.

Nueve de septiembre.

Su cumpleaños.

Sintió un poco de nostalgia, nunca había sido un hermoso día después de que el secreto de su familia se desvelara. Había pasado todos sus cumpleaños desde entonces en la completa soledad y no iba a ser diferente.

Nadie sabía acerca de su fecha de nacimiento —por lo menos él no lo había dicho— y la única que podría recordarlo era su hermana, quien había viajado a Italia, asi que era improbable que le felicitaran.

Estaba acostumbrado, y ya no le importaba demasiado. Al menos pasaría el día en compañía de sus dos amigos, aunque antes muerto a reconocer al friki del beisbol y la espada como amistad.

Con un suspiro, se dirigió hacia el baño para darse una rápida ducha.

En cuestión de quince minutos, ya estaba totalmente listo para salir de su apartamento. Sin embargo, justo cuando estaba calzándose para irse, llamaron a su puerta.

Abrió con algo de sorpresa, la cual se incrementó al ver a dos personas muy conocidas al otro lado.

—Buenos días, Gokudera-kun —sonrió el castaño al verle.

—Hola, Gokudera —saludó el beisbolista con su habitual expresión.

—Buenos días… —devolvió el saludo, aun asombrado por su presencia ahí.

Miró su reloj. No, no había sido impuntual. Habían quedado a las once en el instituto y recién eran las diez y media.

—¿Estás listo? Tenemos que irnos si quiero llegar a tiempo —dijo Yamamoto.

—Hemos pasado por ti un poco antes para ir juntos —añadió Tsuna, respondiendo a su pregunta sin saberlo.

Con un rápido asentimiento, entró para coger las llaves de su hogar y salió de nuevo.

Los tres hablaban por el camino acerca de la importancia del partido de Takeshi, dado que era la final del campeonato de verano.

Ambos le animaban a su manera, siendo el de cabello plateado más brusco, diciéndole que debía ganar o le daría una buena paliza por decepcionar al décimo.

Gokudera olvidó su sensación de nostalgia debido a la fecha. Agradecía tener a ambos a su lado, asi no se sentiría tan solo aquel día.

Sabía que, de haber sabido que era su cumpleaños, los dos le hubieran felicitado, regalado algo y seguramente hubieran montado una fiesta. Sin embargo, él no quería nada de eso.

Con su compañía y su amistad estaba más que conforme.

—¡Ánimo, Yamamoto! —gritaba Tsuna desde las gradas, sacando a la tormenta de sus pensamientos.

Sonrió al ver a todos los miembros de la familia ahí, cada cual apoyando a la lluvia a su propia manera.

Y aunque se sorprendió al ver a la nube y las nieblas en el lugar, le restó importancia, pues seguramente hubieran sido traídos gracias a la insistencia del cielo.

Tsuna podía ser muy convincente.

Miró el lugar donde se desarrollaba el partido, curioso por saber cómo iban.

Estaba bastante reñido. El resultado era algo desfavorable para el equipo de Yamamoto, y era ya la terminación del encuentro. Debían hacer una carrera entera en un solo lanzamiento si querían la victoria.

Y el siguiente bateador no era otro que la estrella del equipo, en el cual todos confiaban.

En efecto, era Takeshi.

Un repentino silencio se hizo en el lugar cuando el bateador se posicionó, sintiendo la tensión en el aire, una que era natural al tratarse de una final tan disputada.

El joven tenía su típica sonrisa despreocupada, pero el de cabello platino notó que estaba nervioso. Su bate temblaba y sus orbes brillaban con indecisión.

No era para menos, pues el lanzador era uno de los mejores de la prefectura, y aspiraba a las nacionales. Su tiro era realmente certero y potente, lo que hacía vacilar a cualquiera que tuviera que batear su bola.

Si seguía así, iba a fallar y definitivamente no quería caras largas en el día de su cumpleaños.

—¡Estúpido friki del beisbol, concéntrate! —exclamó, levantándose de su asiento y atrayendo la atención de todos—. ¡Si pierdes te daré una buena paliza, recuérdalo!

Tras sus palabras, el azabache se relajó y su sonrisa despreocupada volvió. No podía decepcionar a sus amigos, que habían ido a verle con el propósito de felicitarle por su victoria, no en ese día.

Tras unos tensos minutos, el lanzador inició el tiro.

Se anunció el primer strike.

Con más confianza, la segunda bola salió del adversario.

Supuso el segundo strike.

En aquel momento todos se encontraban en una tensión absoluta. El resultado entero dependía de aquel momento, dependía del bateador.

Si Yamamoto acertaba, no solo tenía que darle, sino hacer un home run para dar la carrera que lograría conseguirle la victoria.

Si fallaba, todo su esfuerzo y el de sus compañeros se vería frustado.

El lanzador estaba sonriente, ya lamiendo su triunfo. Su mano enguantada jugaba con la pequeña pelota blanca, degustando la ansiedad del azabache, quien debía estar sumido en la desesperación.

—¡Friki del beisbol, quitale la maldita sonrisa del rostro! —Hayato le reprendía al ver que tenía la cabeza agachada, como si estuviera admitiendo su derrota.

Sin previo aviso, la pelota fue lanzada hacia Yamamoto, quien seguía cabizbajo.

Nadie esperó la reacción de la lluvia, quien alzó inmediatamente su rostro y bateó con fuerza.

Ninguno pudo reaccionar ante la sorpresa que supuso la repentina acción, cuando el joven soltó el bate y echó a correr, pasando por las bases con suma rapidez.

Para cuando lograron salir de su ensoñación, Yamamoto ya estaba de nuevo en su posición inicial, con el corazón latiéndole de la emoción.

El pitido anunció el final del partido, y entonces el equipo de Takeshi —tras unos minutos de asimilación— empezó a celebrar su victoria, alzando en volandas a su estrella.

La tormenta se dejó caer en la silla de plástico, exhalando todo el aire que había retenido. Ese idiota le había preocupado por un momento, aunque antes muerto que admitirlo en voz alta.

A excepción de Mukuro y Hibari, todos se alegraron por la lluvia, lanzando vítores desde su lugar, los cuales este correspondió con una radiante sonrisa mientras hacía el signo de la victoria.

—La próxima vez que hagas algo así —habló Gokudera, una vez se encaminaban hacia el restaurante del ganador, quien portaba su trofeo—. Te juro que bajo y te doy una paliza ahí mismo.

—No volverá a pasar —rió despreocupadamente la lluvia—. Pero gracias, me has apoyado mucho.

—No sabía que eras tan bueno animando, Gokudera-kun —alabó Tsuna, sacando un leve sonrojo al aludido.

—¡Eres bueno al extremo, cabeza de pulpo! —exclamó el sol.

—¿Qué has dicho, cabeza de césped? —amenazó al oír el sobrenombre.

—Venga, venga, calmaos —intentó relajar Yamamoto, posicionándose en frente de la puerta de madera que daba acceso a su restaurante.

Cuando la deslizó, el interior se encontraba completamente a oscuras, hecho que sorprendió a la tormenta.

Sin embargo, todos los demás pasaron con total naturalidad al interior, haciendo que el de cabello plata arqueara una ceja.

Dio un paso hacia adelante, con el propósito de seguirles, cuando de repente se hizo la luz.

—¡Feliz cumpleaños! —fue el grito unísono que salió del interior, impactando a Gokudera.

Era una fiesta magnífica, con globos, comida y adornos por todas partes.

Pero lo que más ilusionó al joven fue la presencia de todas aquellas personas allí.

Se encontraba su familia entera —inclusive nube y nieblas, aunque el primero se matuviera alejado— como también Dino y sus subordinados, acompañados de los Millefiore. Nana, Fuuta, I-Pin, Shamal, su hermana —con gafas para evitar sus dolencias— los miembros de la CEDEF, los ex-arcobalenos... ¡e incluso los Varia!

—¿Creías que no lo sabíamos? —sonrió Yamamoto al ver su cara de asombro—. Dio la casualidad de que coincidía con el partido, pero estaba planeado desde antes.

—No podríamos no saber cuando es tu cumpleaños, Gokudera-kun —dijo Tsuna alegremente—. Somos familia, después de todo.

—¡Es cierto al extremo!

—¡Felicidades! —volvieron a felicitar la mayoría, y Hayato no pudo evitar que sus orbes verdes se empañaran.

Definitivamente, ese nueve de septiembre era el mejor cumpleaños de su vida.