Marinette
Es un día como otro en París y yo vuelvo a llegar tarde a clase. Aunque sea mi último curso, parece que no he aprendido a levantarme pronto para no llegar corriendo antes que la profesora. El sol reluce mientras cruzo las calles casi sin mirar a ninguna parte. Al llegar al enorme edificio del instituto, subo las escaleras a saltos y entro como una bala en el vestíbulo. Subo las escaleras metálicas y me doy de bruces contra la pared. Me deslizo por ella casi sin aliento y abro la puerta del aula de sopetón. Suspiro, aliviada, al ver que la profesora aún no ha llegado.
En cuanto entro, todos me reciben con una sonrisa. Alya me saluda desde nuestro sitio habitual y yo me arrastro sin aire en los pulmones hasta mi asiento.
―Vaya, te estás superando―comenta mi mejor amiga mientras me enseña el reloj de su móvil―. Dos minutos antes de la hora. Creo que a este ritmo podrás llegar a tiempo… el año que viene.
Le saco la lengua y pongo sobre mi mesa las cosas para la primera hora.
―No he desayunado―confieso, al tiempo que Nino rodea nuestra mesa y pone un brazo sobre mi amiga.
―Dentro de un rato estarás muerta de hambre, Marinette―comenta Nino, guiñándome un ojo.
Yo me echo a reír y niego con la cabeza, encogiéndome de hombros. En ese momento, la puerta del aula vuelve a abrirse y Adrien aparece en el umbral. Sus ojos verdes se dirigen de inmediato hacia Nino y le saluda con la mano. Yo intento contener la respiración. Llevo entrenando un año para conseguir hablar de forma coherente cuando él está cerca. El verano le ha sentado de maravilla. Tiene el pelo más rubio si se puede, los preciosos ojos más brillantes y ha crecido un palmo desde que acabó el curso, hace dos meses. Los hombros se le han ensanchado y la ropa se le pega más al cuerpo. Creía que no podía llegar a ser más increíble, pero ahí está, delante de mis narices… con Chloe colgada de su cuello, como siempre.
Suspiro y desvío la vista de la escena en el momento en que la profesora Boustier entra y se coloca tras su mesa. Adrien se quita a Chloe de encima y me sonríe antes de sentarse delante de mí. Le devuelvo el gesto. Alya me pone una mano bajo la barbilla con un pañuelo y me seca la baba virtual que se me cae.
El día pasa volando, como cualquier otro. En el descanso, mientras Alya y Nino hablan con Adrien de los nuevos proyectos del Ladyblog, me doy cuenta de que todo está muy tranquilo últimamente. Hawk Moth no da señales de vida y no sé si debería preocuparme o no. Me llevo una mano a la barbilla y apoyo la cara sobre la palma, observando a mis compañeros. He salvado a todos y cada de uno de ellos con la ayuda de Chat Noir, a quien hace semanas que no veo. En cierto modo, le echo de menos y me da miedo pensar que París no necesite de nuevo a Ladybug. Aunque, si así fuera, significaría que ya no hay ningún peligro que amenace la vida de los parisinos. Debería alegrarme y, sin embargo…
―¿Marinette?
Esa voz me saca de mis pensamientos y me hace dar un respingo en el banco. Me giro de inmediato hacia Adrien como movida por un resorte.
―¿Sí? ―respondo con voz chillona.
Aunque Adrien parece no darse cuenta, como siempre. Eso o ignora mis desesperados intentos por hablarle como una persona normal. Alya niega con la cabeza y Nino se lleva una mano a la boca.
―Estábamos comentando que estaría bien ir a algún sitio este fin de semana, antes de que nos muelan a deberes y exámenes―dice Adrien con toda la amabilidad del mundo.
Debe pensar que soy idiota.
―Ah, pues… Sí, claro… Bueno, si todos vais y…―busco con la mirada a Alya; «¡ayúdame!».
―¡Genial!―sonríe Adrien y yo me derrito― ¿A dónde te apetece ir?
Un momento. ¿Me está preguntando directamente a mí? Me señalo con el dedo y él asiente. Su pelo rubio centellea. Dios, Marinette, concéntrate de una vez.
―Pues…―piensa, piensa, piensa.
―¿Y si vamos a alguna fiesta?―propone entonces Alya y todos nos giramos hacia ella― Estaría bien variar un poco, ¿no?
Ruedo los ojos.
―Alya, no creo que nos dejen entrar en ninguna fiesta…
―¿Y si organizo yo una?―propone Adrien, mirándonos a todos― Mi padre estará fuera de mi casa hasta dentro de dos semanas.
―¿Y qué hay de Nathalie, tío?―interviene Nino, que había estado en silencio hasta ese momento― Esa mujer es de hielo, macho.
Intento recordar el semblante oscuro y sombrío de la secretaria del padre de Adrien. Siempre con ese moño alto, las gafas negras y su fiel carpeta pegada al pecho de su impecable traje de chaqueta negro de tres piezas. Es increíble cómo una mujer puede dar más miedo que el propio guardaespaldas de Adrien.
―Yo me ocuparé de ella―Adrien se gira de nuevo hacia mí―. ¿Te parece bien?
―Sí… Supongo que sí, claro―y más si eso supone ver a Adrien con corbata.
Cuando llego a mi casa a las cinco de la tarde, estoy muerta de sueño. Me tiro en la cama y casi aplasto a Tikki. Hundo la cabeza en la almohada y empiezo a chillar.
―Marinette―me llama entonces Tikki, asustada, trayendo consigo una galleta de chocolate―, ¿estás bien? ¿Quieres comer algo?
Levanto la cabeza y doy un largo suspiro.
―Ay, Tikki… Este sábado, tengo una fiesta en casa de Adrien.
―Sí, algo he oído―lógico, ella siempre está conmigo―. Pero, ¿por qué chillas así?
Me giro hacia ella y espachurro entre mis brazos uno de mis cojines. Tikki revolotea hasta posarse sobre mi cama para mirarme atentamente con sus enormes ojos azules.
―¿No lo entiendes? ¡Tengo que estar… perfecta!
Tikki suspira.
―No vas a decirle nunca que te gusta, ¿verdad?―qué kwami más lista tengo.
―No puedo hacer eso…―respondo en voz baja― Si lo hago, él… Él me va a rechazar, estoy segura. Y no quiero estropear nuestra amistad.
―Eso no lo sabes―replica Tikki, dejando a un lado su galleta y acomodándose sobre mi pecho―. Nunca sabes lo que te puede deparar el futuro. Palabrita de kwami.
Sonrío un poco y suspiro, mirando al techo.
―Si supiera que tengo una mínima posibilidad de que él me dé una oportunidad… lo haría. Le diría lo que siento.
―Tal vez la tienes y no te das cuenta.
Me río y miro a Tikki con el ceño fruncido.
―¿Por qué dices eso? ¿Qué sabes tú que yo no sé?
Tikki se encoge un poco.
―No puedo decirte nada, Marinette. Solo que, cuando dos personas están destinadas a estar juntos, se unirán pase lo que pase.
―¿Y tú crees de verdad que Adrien y yo estamos predestinados?
―No lo sé, es posible―responde con cierto misterio.
Me resigno. Siempre que intento saber lo que sabe Tikki, se cierra en banda y me habla con enigmas. Me muevo un poco y mi kwami se quita de encima. Vuelve a prestarle toda su atención a la galleta, mientras que yo me levanto y salgo por la trampilla hacia la terraza.
El cielo de París empieza a oscurecerse. Las primeras luces del ocaso tiñen la Torre Eiffel de un color anaranjado precioso. A lo lejos, los Campos Elíseos empiezan a destellar con el resplandor de las farolas. Y mientras, el Sena, luce en calma en medio de la ciudad. Me apoyo sobre la barandilla y suspiro. Todo está en su sitio, excepto mi corazón, que va y vuelve de la mansión Agreste cada día. Y no hay nada que me haga creer que eso vaya a cambiar alguna vez. Absolutamente nada.
