Pues si, sigo viva. Solo que me ha costado dedicarle el tiempo necesario a este proyecto. En esta ocasión, es un SagaxSaori en un UA, he querido hacer algo mas detallado e informado y con una amplia gamma de personajes. Nunca he hecho algo parecido, asi que espero no halla quedado tan mal.
PRÓLOGO
Entre el siglo X y XI, el rey Apolo de Inglaterra luchaba contra la sed de poder de varios países enemigos. Su territorio estaba dividido tanto en ideologías como en motivaciones. Su ambición lo había hecho entrar en varios conflictos innecesarios y agotadores, y ahora se veía en la necesidad de buscar alianzas con los reyes de los territorio que por derecho, deberían ya pertenecerle. Él, un hombre orgulloso y vanidoso, buscaba en todo momento tener un lazo con sus inferiores, no por sabiduría sino por conveniencia, pues sabía que en determinado momento, podría cortar sus cabezas y prescindir de ellos. Estaba decidido a unificar Inglaterra y atar los cabos sueltos, para dar paso a un gran imperio.
Las cosas las complicaban que éstas alianzas dependieran en su mayoría, de jóvenes príncipes que carecían del carácter que Apolo necesitaba de su lado, pero aún así, jugaría sus cartas lo mejor posible. Él era un hombre de carácter firme, de mediana edad y con la experiencia necesaria para convertir a aquel país dividido, en un imperio.
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El Rey Sísifo de Wessex era un hombre de temperamento calmado y pasivo. Tenía la experiencia de más de 20 años en el trono de uno de los siete principales reinos de la isla y sabía que contaba con el favor del Rey Apolo, que hacía relativamente poco había llegado al poder. Aunque se sabía que era un estratega y guerrero poderoso, prefería no caer en provocaciones y había mantenido su reino en relativa paz por varios años, una paz difícil de conseguir en esos tiempos.
Su esposa, la Reina Artemisa de Wessex, por su lado era bastante diferente a él, una mujer fría y ambiciosa, que había conseguido el favor del rey bajo dudas de su honorabilidad, pues se decía que había mandado matar a la anterior prometida del Rey Sísifo. Su mirada producía temor tanto en sus iguales como en sus súbditos y se decía que no había cosa que se propusiera, que no lograra conseguir. Y a pesar de todo lo que se murmuraba de ella, el Rey Sísifo no tenía ojos para nadie más.
Wessex era uno de los más prósperos de los 7 reinos de la época, situado al suroeste de la isla. El resto de los reinos veían a Wessex como una gran competencia, pues el oro y el poder del reino iba en ascenso, además de tener garantizada la sucesión del trono en una línea de sangre pura.
Los reyes habían tenido 2 hijos. Aioria de Wessex, un joven de 16 años, de considerable altura y complexión mediana, cabellos castaño claro y ojos azules, a quien le gustaba ir a cazar y el arte de la espada. Aún estaba en progreso su educación y tenía una actitud relajada ante la vida que le había tocado. Por su parte el primogénito y heredero al trono, Aioros de Wessex era un hombre de ya 27 años, alto, muy parecido a su hermano, de no ser por su cabello más oscuro. Su disciplina y valor solo era comparado con su orgullo y vanidad. Él estaba consiente de su papel en la historia de su reino, por lo que siempre mantenía la cabeza fría y su papel como príncipe era lo que más le importaba. Ser el futuro rey, era su mayor expectativa en la vida y toda su juventud había estado preparándose para ello.
Ambos príncipes llevaban una educación estricta, estudiando varias lenguas como latín, francés, incluso un poco de gaélico por la situación de su país. Habían sido instruidos en artes, filosofía, estrategia bélica, historia, entre otras ciencias. Además de recibir un arduo entrenamiento en el arte de la espada, la flecha y el combate cuerpo a cuerpo.
Aioros pasaba gran parte de su tiempo en estos entrenamientos, así cómo en la tarea de mantener a raya a bandidos y traidores, actividades las cuales compartía con su mejor amigo y primer general de sus tropas, Sir Saga de Kent, un hombre de 28 años, considerable altura, cuerpo atlético y marcado, largos cabellos añiles y ojos verdes. Ambos eran inseparables y disfrutaban de la compañía el uno del otro, se entendían como nadie más podía hacerlo y no había quien les pudiera ganar en un enfrentamiento cuando peleaban hombro con hombro. Prácticamente habían crecido juntos, desde que Saga había emigrado de su natal Kent para convertirse en la mano derecha del príncipe.
Muchas de las noches, terminaban en la taberna del reino, bebiendo y charlando a gritos, para el deleite de los presentes. Esa noche, era una de esas.
-No puedo creer lo idiota que fuiste al caer en esa treta, era obvio lo que iba a pasar.
-Ya cállate -decía Aioros molesto- Tu ni siquiera alcanzaste a llegar a tiempo. ¿Que clase de caballero? ¡No! ¿de General es Sir Saga? Que no puede cumplir su deber de mantener al príncipe a salvo.
-Uno que cree que el príncipe puede salvar su trasero él solo.
-Si mi madre te escuchara…
-Ah si, Lady Artemisa me exiliaría al dirigirme a su amado primogénito de ese modo.
-Lo dices en broma, pero deberías tener cuidado, porque es verdad… ¿Y qué harías entonces? ¿Regresar a Kent y reclamar tu trono?
-Jamás. Bien sabes que eso quedó atrás. Hace mucho que decidí alejarme de ese trono y de mi vida allá.
-Pues de verdad que yo nunca lo he entendido ¿Cómo preferir ser un don nadie en otro reino, a ser el futuro rey en otro lado?
-Yo tengo mis razones -dijo el peliazul en tono meditabundo- las cosas que ví, que viví, no las podré borrar, pero no seré parte nunca más de eso… Y ya no soy ningún heredero a nada, solo soy yo mismo.
-Además que me extrañarías demasiado ¿no?
El mayor responde con un puñetazo en el hombro al príncipe.
-¿Y que dice Lady Hilda? ¿Sigue esperando a que le propongas matrimonio?
-No tiene opción -dice entre risas- pero sí, aún sigue interesada en mí.
-No entiendo cómo puede ser eso posible.
-¡Oye! ¿Que no ves? -dice levantándose de su silla- Tengo un excelente porte, un prominente futuro como rey ¿Quien se podría resistir?
-Bonito futuro le espera a tu lado -dice sarcástico- usarás más el espejo que ella.
-En vez de criticarme, deberías preocuparte por ti mismo. Cada vez te pones más viejo, amigo. Ya deberías sentar cabeza.
-Eso no es lo mío. No puedo atarme a alguien en este momento o nunca, quizás. Tener a una mujer a mi lado solo me haría pensar en lo infeliz que la haría.
-No creo que Lady Pandora se sienta infeliz cuando está a tu lado -codeándolo- esa mujer se muere por ti.
-Ella… No estoy interesado en llevar eso más allá.
-¿Más allá? Pero si es un secreto a voces que te visita por las noches.
-Arr...No. -dijo molesto- justo es lo que intento evitar, que se creen falsas expectativas. Eso pasó por estúpido pero… Ahora no sé cómo hacerla entender sin convertirme en un perfecto imbécil.
-Pues no se ve que sea una mujer que acepte un no por respuesta.
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Irlanda era una tierra de nadie. Había pasado de ser un mágico imperio Celta, a un territorio inhóspito, lleno de guerras, traiciones y reyes derrocados. Los cuatro principales clanes que alguna vez habían estado unidos, ahora competían por conseguir el mayor control y se traicionaban entre sí. Además, el clima y la falta de recursos azotaban a los pobladores de aquellas comarcas.
Algunos clanes habían olvidado que tiempo atrás, todos eran uno, y habían decidido seguir a la naciente corona inglesa, la cual ofrecía protección y lujos para los gobernantes que se mostraran dispuestos a seguir los deseos del Rey Apolo. Así lo habían hecho los clanes de Connacht y Úlster, siendo los primeros en dar la espalda al tratado de paz entre ellos, para dar paso a una tibia y civilizada guerra de poder.
Los clanes de Munster y Leinster seguían resistiéndose a formar parte de lo que ellos consideraban un sacrilegio para sus creencias y tradiciones paganas que no querían desechar. El clan Leinster sin embargo, estaba próximo a cambiar.
Shion, Rey de Leinster, alguna vez había sido un monarca respetado, tanto por foráneos como por propios. Era un hombre justo, noble, de intachables principios. Provenía de una larga cadena de druidas antiguos y, aunque él nunca aprendió el oficio, su madre Mayura le había inculcado el respeto a la naturaleza, la búsqueda del equilibrio universal, así como la igualdad y libertad entre todos los seres de la creación. Shion contrajo nupcias con una bella noble llamada Olivia, con quien tuvo 2 hijos, Saori, la primogénita y Mu, el menor.
Para pesar del rey, su esposa había fallecido en su segundo parto y por varios años guardó el luto correspondiente y la educación de sus hijos había quedado a cargo de Mayura. El rey usualmente estaba en diversas campañas para mantener intacto el territorio del clan, por lo que la druidesa había acogido a sus nietos, enseñándoles toda la sabiduría y rituales que su experiencia le podía dar.
Pero después de un lustro de duelo, Shion decidió contraer nuevas nupcias con una inglesa, Eris. La mujer había llegado a cambiarlo todo, quería convertir Leinster en un lugar más moderno. Se la pasaba organizando galas, invitando familiares y despreciando las tradiciones que el clan mantenía. Una rivalidad entre Eris y Mayura fue inevitable. El rey incómodo pero sumiso, decidió apoyar a su nueva esposa.
Sus hijos fueron creciendo poco a poco, bajo la tutela de su abuela, pues Shion se había alejado de ellos. Mu aún tenía 10 años y debía continuar sus estudios, pero Saori se estaba convirtiendo en una jovencita, por lo que la druidesa decidió hacer el rito de iniciación que le daría el reconocimiento ante su pueblo y el status para continuar con el legado familiar.
El rey había decidido no participar más en estos ritos, debido a las constantes riñas con Eris, quien criada bajo un régimen católico, veía a estas tradiciones como rituales paganos y demoníacos. Ella se oponía incluso a que Mayura continuara cerca de sus hijastros, pero eso le había sido más difícil de evitar.
La noche especial de la princesa había llegado, los representantes más sabios de la comunidad se encontraban presentes. Una gran hoguera había sido encendida en esa noche de junio. La comunidad celebraba el día más largo del año por lo que luz del sol parecía resistirse a morir, había un ambiente de fiesta y felicidad; doncellas danzaban con guirnaldas sobre su cabeza y celebraban la fertilidad de la tierra. Poco tiempo después, el ambiente cambió, tornándose más solemne. Saori hizo acto de presencia, usando un vestido negro con relieves de triskeles dorados que dividían la prenda a lo largo y cubierta por una capucha que salía de la espalda del mismo vestido.
La druidesa Mayura, ataviada en su túnica blanca, trazó el circulo en la tierra, llamando a los elementales. Saori miraba emocionada el poder que sentía emanar de su abuela; a pesar de su edad, ella la respetaba y admiraba, pues le parecía una mujer sumamente sabia y poderosa. Mu observaba el rito de lejos, junto a otros druidas de la comunidad, esperaba algún día seguir los pasos de su hermana mayor.
Cuando Mayura terminó de encender las 4 velas que miraban hacia los 4 puntos cardinales, sonó la campana ritual para llamar a los espíritus elementales. Tomó aceite de roble y lo consagró para luego frotarlo en las manos y pies de Saori, "Que tus pasos y tus actos sean guiados por los dioses, que tu camino sea siempre el de la verdad, que tus manos reconforten al herido y que tu paso firme te lleve siempre hacia tu libertad. Cernunnos*, lleva a tu hija por los bosques y enseñale tus secretos. Taramis*, dale el poder y fuerza de la tormenta para enfrentar al mal"
Saori se arrodilló sosteniendo su athame* "Con este athame canalizo mi poder y honro a mis ancestros, con este athame combato a los malos espíritus y mejoro todo a mi alrededor, yo te consagro y uno mi vida a los elementales, abriendo mis sentidos para escucharlos. Así sea."
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En Wessex, los ánimos se habían alterado al haberle llegado rumores al Rey Shion, que el reino de Lindsey, dirigido por el rey Mino, se disponía a atacarlos. El monarca de Wessex había decretado cerrar fronteras y enviar a sus generales al frente para preparar una respuesta ante el inminente ataque.
Los generales partieron de inmediato, y el príncipe Aioros decidió hacer lo mismo, por lo que tomó algunas cosas de su majestuosa habitación y caminó por uno de los pasillos del palacio.
-No estarás pensando en aventurarte en esta estúpida batalla ¿o si?
-Madre…
-Aioros, sé que tu juventud te hace querer sentir emociones y vivir aventuras, eso es normal en alguien como tú, de hecho puede ser enriquecedor. Pero debes tener en mente que tu no eres como el resto de los hombres que tu padre manda al frente. Ellos pueden morir y ser remplazados con facilidad. Tu no.
-Lo sé. Pero no me siento cómodo sabiendo que todos esos hombres estarán allá luchando por nuestros intereses, mientras yo solo me quedo aquí.
-Oh hijo, aún te falta demasiada experiencia. Algún día comprenderás que el deber de un líder es ver más allá de esa clase de sentimentalismos y actuar con la mente fría.
-No voy a cambiar de opinión.
-Lo sé. Solo te pido que te quedes a distancia. Necesitamos que vuelvas en una pieza.
El príncipe asintió y continúo su camino. Cada vez que algo así sucedía, envidiaba un poco a su mejor amigo, quien podía mostrar su valentía y lealtad para quien él decidiera hacerlo, sin que nadie le cuestionara nada. Tomó su corcel blanco y se cabalgó veloz, debía apresurarse si quería alcanzar el regimiento de Saga.
La batalla se definió de manera rápida pues por mucho que el Rey Minos ansiara ampliar sus horizontes, su ejercito no se comparaba con el de Wessex. Muchas veces no importaba si los superaban en número, los generales con los que contaban se destacaban por su lealtad y supremacía en el combate. Había tres en especial, que marcaban una notable diferencia, pues si alguno de ellos iba al frente, la victoria estaba prácticamente asegurada.
Sir Dokho era un hombre de unos cuarenta y algo, de baja estatura y tez morena, con una capacidad estratégica que lo hacía anticiparse a los movimientos de cualquier enemigo. Su carácter era noble y justo, pero bastante blando cuando se trataba de sus allegados. Había formado una familia y ciertamente, veía cercana la hora de retirarse del campo de batalla.
Sir Angelo era el más joven de los generales al servicio de la corona Wessex, se había destacado a temprana edad por su ambición y fuerza. Nunca tenía reparos en terminar con el enemigo, jamás se detenía a pensar en los daños colaterales, era recio y aguerrido. No formaba lazos de amistad alguno con sus compañeros, pues creía que eso lo hacía débil, así que pocos lo conocían a fondo.
Sir Saga había llegado al reino a la edad de 14 años, huyendo de conflictos familiares. Era el legítimo heredero del reino de Kent, pero había claudicado a favor de su hermano menor Kanon de Kent. La familia real lo había acogido, creando un lazo de silencio y respeto con el otro reino, le habían ofrecido un puesto en la milicia y un lugar respetable al lado del príncipe Aioros, quien lo veía como otro hermano. Era sumamente respetado en el reino, debido a su noble corazón y su justo actuar, pero también era temido por otros, debido a sus habilidades de pelea.
Después de cuatro días, los regimientos regresaron al castillo con la noticia de su victoria, habían conseguido hacer desistir a Minos de Lindsey en su avance y por ahora, la paz volvía a los pobladores. Aún así, al Rey Sísifo le preocupaba que este tipo de cosas sucedieran cada vez más a menudo, sabía que necesitaba mantener más cerca al Rey Apolo, pues solo así, los otros 6 reinos se abstendrían de atacarlos. Por tal motivo, arregló las cosas para ausentarse e ir hasta Londres, donde negociaría el futuro de su reino.
-Aioros, necesito que te quedes a cargo de todo en mi ausencia. Si tienes cualquier duda, sabes que los consejeros estarán ahí para ti. Además, siempre puedes confiar en el buen juicio de tu madre.
-No te preocupes. A mi edad tu ya reinabas, no veo por qué sigues dudando de mí.
-No lo hago, es solo mi preocupación de padre la que me hace actuar así, pero sé que estás más que listo para recibir la corona.
El príncipe sonrió y le dio un abrazo a su padre. Aioros sabía el motivo por el cual aún no era rey. Sin un matrimonio real, era difícil que el rey Apolo lo considerara como digno sucesor, pero eso él podía solucionarlo fácilmente, pues tenía a la candidata ideal... La princesa Hilda de Northumbria era una joven de 19 años, llena de gracia y belleza, de blanca piel y ojos muy claros, era refinada y elegante. Había sido criada bajo la más estricta etiqueta y solía ser una compañía excelente. Aioros la había conocido ya hace un par de años en una gala en el palacio de la chica y ambos habían quedado prendados el uno del otro.
Los soberanos de ambos reinos veían con buenos ojos la creciente amistad entre ellos, sin embargo el tiempo había pasado y nada concreto había sido expuesto, pues en aquellos lugares, ningún hilo se movía sin el consentimiento del rey mayor.
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Después de algunas semanas de la iniciación de Saori, Mayura había caído enferma. Parecía que hubiera transmitido su poder a su nieta y se hubiera quedado sin fuerzas, pues por más que intentaban ayudarla, nada parecía mejorarla. Ambos príncipes se encontraban preocupados, pero en especial la princesa, quien de cierta manera, sentía que era su culpa por haber recibido el bastión de su linaje y haber dejado desprotegida a su abuela.
Mayura por su parte se sentía en paz y preparada para viajar al otro mundo. Sabía que su nieta conservaría el arte que le había mostrado y seguiría la libertad que vivía en el corazón de la chica. Podía ver el gran potencial que tenía, de haber nacido un siglo antes, hubiera sido una banfennid* honorable pensaba, pues la nobleza y compasión que poseía, solo era comparada con la fiereza y valentía que la destacaba, llegando a aprender el manejo del arco y la espada. Sabía que Shion estaba orgulloso de ella, pero que los tiempos habían cambiado, convirtiendo a la futura reina en una joven rebelde e independiente que no encajaba en los estándares establecidos por la recién llegada corona inglesa y que la hacían ser la mira de rumores y burlas entre las finas cortes a las que la actual reina Eris, anhelaba ingresar.
La vieja druidesa llamó a sus nietos en su lecho de muerte. Mu se acercó lloroso, aún era pequeño para comprender el significado que su tradición le daba a la muerte. "No llores amor… Todo es un ciclo y tu y yo volveremos a estar juntos" le dijo la anciana. El pequeño se aferró a su brazo. Saori miraba la escena desde una esquina de la habitación, estaba consiente de lo que estaba sucediendo y una sensación de rabia y frustración la consumía. "Acercate Saori". Ella obedeció sin mirar a su abuela a los ojos. "Tú tienes un gran futuro en tu destino querida niña, se valiente y siempre recuerda que todo volvera a ti".
La anciana inició su travesía hacia el más allá ante el pesar de sus seres queridos. Los honores por su muerte fueron imponentes, incluso el mismo rey acudió a la montaña para depositar los restos de su madre en la piedra ritual donde era albergados por días antes de hacer el entierro formal. Por obvias razones, Eris no había participado, lo que enfurecía a Saori. La relación con su padre, que quizás siempre fue un poco lejana, ahora le parecía insoportable debido a la actitud que éste tomaba, olvidándose de la esencia que había marcado su reino por generaciones.
Esa tarde, cuando terminó el último adiós a su abuela, tomó su caballo negro y cabalgó por hacia las tierras altas, allá donde gran parte de su vida había encontrado paz. Sus tierras era frías, húmedas, llenas de niebla y parajes boscosos que ella conocía bien. No temía al bosque o a la montaña, eran parte de ella, era donde se sentía uno con la naturaleza. Ahí, bajó de su montura al llegar al acantilado y grito de rabia con todas sus fuerzas, se sentía abandonada, desamparada pero sabía que debía encontrar la fortaleza para continuar.
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Sir Saga había vuelto de la última misión fastidiado y cansado, se había despojado de su pesada armadura y había abierto una botella de vino cuando alguien tocó a su puerta. Era Pandora, quien al saber de su regreso, acudía a su encuentro.
-¿Que haces aquí? -dijo el hombre de forma seca- una mujer no debería salir a estas horas de su morada.
-No podía esperar más tiempo para verte -dijo ella tomando el rostro del caballero con sus manos- ¿pensaste en mí en tu ausencia?
Él apartó las manos de la joven en movimiento suave pero firme. Pandora era una mujer muy atractiva, de prominentes curvas y largos cabellos oscuros, sin embargo, sus ojos violetas no reflejaban la inocencia de una doncella de 16 años como ella. En sus ojos había algo que lo intimidaba. Ella era una de las doncellas que servían en el palacio de Wessex, se había ganado la confianza de la reina Artemisa y eso le había dado el poder que casi solo la nobleza poseía. A su corta edad, era firme y voluntariosa, el resto de las doncellas que servían en el palacio le temían pues se sabía que era capaz de cualquier cosa para obtener lo que quería sin importar las consecuencias.
Pandora había posado sus ojos en el peliazul debido a su atractivo, pero también porque sabía que una posible unión con él, afianzaría su posición en la corte. Había conseguido llegar al lecho del general en más de una ocasión, pero el caballero no le facilitaba las cosas, le rehuía y eso la molestaba pues hería su orgullo. Cualquier hombre en ese reino hubiera dado lo que sea por tener lo que ella le ofrecía a él, y sin embargo éste la rechazaba.
Él se arrepentía de haber llegado tan lejos con aquella mujer, pues sabía que le ocasionaría problemas. Sospechaba que en sus planes estaba el conseguir un matrimonio, el cual no estaba dispuesto a consentir. Pero cada vez era más difícil evadirla, en parte por la insistencia de la chica, en parte por su belleza y habilidad seductora, a la cual después de unos tragos, le era muy difícil negarse. Como esa noche, la cual de nuevo volvió a ser una victoria de la mujer.
Espero les haya gustado, esto es principalmente el preámbulo donde se explica la situación de los personajes. En los siguientes capítulos prometo habrá más acción, intentaré no tardarme en actualizar, pero tengan paciencia, por favor.
Gracias por leer!
