Sorpresa latinoaméricana.
Isabel sabía que era distinta al resto del mundo. Su apariencia, con el cabello rosa y los ojos azules, además de los lunares en lugar de cejas la hacían objeto de burlas. En la escuela solía estar sola y era feliz sólo cuando estaba con su familia. Por eso, su padre Antonio no podía entender la decisión de su hija para mudarse de su adorado Chile, a un país completamente desconocido.
- Hijita, entiendo que quieras estudiar. Yo quiero que tengas las oportunidades que yo no tuve, pero podrías conseguir una beca en un país más cercano... Grecia está muy lejos, hija y no estaremos a tu lado.
Isabel miraba a su papá con dulzura, pero ya estaba completamente decidida. Tal vez estando en Grecia podría comprender sus orígenes, porque en el SENAME no le dijeron nada respecto a cómo había llegado al orfanato; solamente que un hombre encapuchado la había dejado ahí.
- Papá, comprendo que para ti sea doloroso dejarme ir, pero quiero intentarlo. Se lo prometí a María, antes de que ella muriera. Le dije que cumpliría mi sueño de ser arqueóloga. Además, cabe la remota posibilidad de que encuentre más gente como yo.
- Hija… es que me duele que decidas marcharte. Tú sabes que la familia está bajo la mira por el Régimen. Como tu abuelo José sufre persecución política, temo que corras peligro si intentas irte de aquí.
- Papá, sé que si me voy tendré que hacerlo sola, para no levantar las sospechas del Régimen. Eso es lo que más me duele de todo esto, pero debo intentarlo. Tal vez después alguien pueda acompañarme en Atenas, pero por ahora deberé estar sola. Aceptaron la solicitud de la beca y ya no hay marcha atrás, papito.
- Antonio, la niña ya es una adulta -quien dijo esto fue su esposa, Clara-. Lo justo es que cumpla su sueño y si se tiene que marchar de este país, debemos permitírselo. Además, mi padre la apoya, y eso ya es mucho decir, porque sabes que mi padre es perseguido por el hijo de puta de Pinochet. Además, es mejor que Isabel se aleje de este lugar. Por lo menos alguien de la familia Martos debe salvarse, ¿no crees?
Antonio se vio vencido por los argumentos de su esposa. Tenía razón, por lo menos su hija tenía derecho a ser feliz lejos de Chile.
- Ay, Isabel… duele dejarte marchar. Debemos conseguir dinero para el pasaje a Grecia. Lo único que te exigiré, como padre, es que des lo mejor de ti en tus estudios. Será la primera vez en años que nos separaremos. Sólo espero que estando en Grecia no te olvides de que aquí hay una familia que te quiere.
Isabel estaba emocionada. Conocía bien a su papá y sabía cuán difícil le era dejarla marchar. Antonio había estado a su lado, como una torre de fuerza, protegiéndola y animándola a seguir adelante a pesar de las burlas de sus compañeros por su apariencia. La jovencita se sentía afortunada por tener un padre como él.
Clara ocultó su rostro, ya que no quería que su esposo y su hija la vieran llorar. Sonrió y abrazó a su familia. Esa mujer fuerte, que decía que lo mejor que podía hacerse con respecto a su hija era dejarla aprender a base de experiencia, sentía el mismo miedo que su esposo, pero no lo demostraría jamás.
- Y más te vale, Isabel Martos Ahumada, que sigas siendo la misma alumna ejemplar de siempre, por que no admitiré que andes de floja, ¿comprendes?
- Sí, mamá. Me esforzaré en mis estudios y seré una excelente arqueóloga, ya lo verán.
Semanas después, Isabel estaba en el aeropuerto despidiéndose de sus padres y abuelos, a punto de tomar el avión que la llevaría a Grecia. Sentía un poco de miedo por el avión y por saber que de ahora en adelante estaría sola, pero también se sentía feliz, porque esto era un nuevo comienzo.
Una chica recién llegada caminaba distraídamente por las calles de Atenas, mientras leía un folleto. Isabel llevaba unos pantalones de jeans azules y una polera manga corta; en sus espaldas tenia una mochila gris, y un cintillo a crochet cubría su frente. Por la misma calle, y en sentido contrario, otra chica avanzaba distraídamente, mientras tarareaba una canción que en español:
"Y no me digas pobre, por ir viajando así... no ves que estoy contento... "
Isabel volteó instintivamente al oír, en un lugar tan lejano, una canción tan conocida para ella, del grupo "Los Prisioneros". Y alegremente, comenzó a cantar en voz baja el resto de la canción:
"... no ves que voy feliz viajando en este tren, ¡en este tren al sur!"
La joven desconocida se detuvo de inmediato, al oír una tímida voz que cantaba en español. Hacía tanto tiempo que no oía hablar este idioma que definitivamente se sintió feliz.
Y al voltear, vio que la chica era... no, no podía ser... ¿una lemuriana que hablaba español? Ante tal descubrimiento, decidió detenerla para saciar su curiosidad.
- Discúlpeme, señorita... ¿de dónde viene usted?
Isabel ya retomaba su camino, cuando escuchó una voz de chica hablándole en español. Se volvió tímidamente, y tomando valor, le preguntó a su vez:
- Disculpa... ¿eres latina? Perdóname, pero oírte cantar en español me regocijó.
- Soy mexicana, aunque vivo desde hace mucho tiempo aquí en Grecia. Me llamo Danae.
Sorprendida por el cálido y natural trato de Danae, no pudo evitar sentir simpatía por ella. Con una tierna mirada, Isabel contestó:
- Pues... vengo de América del Sur, de Chile.
- ¿En serio? Vaya... es que tengo dos amigos que se parecen un poquito a ti.
Danae no quería cometer una idiotez y preguntar algo del estilo: "¿cómo es posible que una lemuriana hable español?" En lugar de ello, decidió investigar un poco.
- Vaya… -continuó Isabel, sorprendida-. ¿Así que aquí también hay personas con cabellos de otros colores?
- Sí.
- Debo decir que, con esto que me dices, ¡me siento algo menos fuera de lugar! -Mientras reía, miró hacia un banco y caminó hacia allí para sentarse.
La curiosidad de Danae se enfocó en los folletos de su nueva amiga. Mientras se los extendía, Isabel explicó:
- Son de la Universidad Nacional Kapodistríaca de Atenas. Es la única más cercana a mi alojamiento, y estaba dando con su ubicación.
- ¿La Universidad? -se asombró Danae-. Wow... debes ser muy inteligente. Siempre yo, tan imprudente... ¿Cómo te llamas?
- No, no soy tan inteligente, soy "normal" -una vez más, la timidez asomaba-. ¡Cierto! Disculpa, soy algo distraída. Me llamo Isabel; mucho gusto Danae -Isabel sonreía, aunque se sentía apenada por su despiste.
- Un placer. ¿De qué parte de Chile vienes?
- Del norte, de la región de Atacama.
- El desierto de Atacama... Me encantaría conocerlo.
- Las estrellas son hermosas allí, pero acá no hay ningún lugar accesible pa' verlas -dijo Isabel, con decepción-. Bueno... ¡tendré que adaptarme!
- Donde yo vivo se ven hermosas... aunque debo pasar seguido por esta ciudad, para comprar víveres.
A Isabel le emocionó tal comentario.
- ¿De verdad? ¿Y ese lugar está muy lejos?
La joven escudera estaba tentada a decirle algunas cosas, pero no sabía si Isabel entendería sobre los Santos de Atenea. Se mordió el labio inferior, un poco nerviosa.
- ...vivo a unos kilómetros, en un pueblo llamado Rodorio.
Isabel estaba entusiasmada ante la posibilidad de volver a ver ese manto celeste cubierto de diamantes brillantes, pero eso no le impidió notar el nerviosismo de la chica.
- ¿Crees en las cosas que no puedes explicar? -inquirió Danae, con cierto nerviosismo.
- Discúlpame, creo que te estoy incomodando con mis preguntas... -Isabel no pudo sino notar su nerviosismo. Pero en seguida recordó lo que había sido su propia existencia, y agregó, divertida- : Sí, creo.
- Bueno... digamos que lo mío resulta un poco increíble. ¿Has oído hablar de los Santos de Atenea?
Isabel estaba tentada a pedirle que la llevara de visita a su pueblo, sólo para poder admirar las estrellas; sin embargo, logró concentrarse en responder a su agradable compatriota continental.
- He oído de ellos, pero... sólo como parte de la mitología griega.
- Resulta que soy escudera de uno de ellos. Si deseas ir a mi casa, te llevo con mucho gusto, pero prométeme que no te reirás, ni te asustarás, ¿vale?
La chilena, sorprendida, curiosa y emocionada a la vez, asiente con su cabeza, al tiempo que dice- : Te lo prometo.
- Muy bien. ¡Entonces vamos!
¡Sí!
Reanudada la marcha, Isabel rompió el silencio.
- Entonces... ¿No es sólo mitología...? Es extraño que en este tiempo aún existan las escuderas y los caballeros... -se sentía al borde de poner en duda lo que su nueva amiga afirmaba.
Danae le tomó de la mano, y no contestó hasta que llegaron a casa. En el lugar casi no había electricidad, por lo que las estrellas lucían hermosas. Ni siquiera después de haber traspasado la puerta Isabel dejó de mirar al cielo, dando rienda suelta a sus sentimientos y emociones.
- Sí, ya sé que sonamos a mito... pero ya ves, no hay creyentes en Atenea, prácticamente -Danae hablaba mirando al vacío, hasta que reparó en su compañera, que miraba extasiada el espectáculo del cielo nocturno-. ¿Y qué te parece, amiga?
- Te agradezco mucho que me hayas traído... -Isabel seguía distraída, pero en seguida reparó en lo que había escuchado, y se sorprendió mucho al oír la palabra "amiga"-. ¿De verdad quieres que sea tu amiga? -Su mirada y su voz denotaban felicidad y sorpresa, ya que no solía tener amigos; sólo una vez había compartido con alguien una verdadera relación de amistad. Sí, una amiga inolvidable...
- Claro que quiero que seas mi amiga. Eres muy buena.
- Pero... si apenas nos conocemos... ¿cómo puedes decir que soy buena? -se mostraba un tanto apenada, pero en su interior, la verdadera pregunta era "¿de verdad es capaz de ver el interior de las personas, y valorarlas por lo que son?"
- No sé, es que tú me das buena vibra. Se nota que eres buena chica, Isabel, muy diferente de las siervas con las que convivo, que son unas tontas.
- Pues yo pienso que eres muy agradable, y de pensamientos leales y veraces; es algo que salta a la vista al conversar contigo... muchas gracias por darme tu amistad.
Y entonces, Danae encontró el momento justo para aventurar un comentario.
- De nada, Isa... ¿me leíste la mente, verdad? Aunque mis dos amigos lo hagan a veces, aún no me acostumbro.
- ¡Oh, mierda! ¡Perdóname, fue sin querer! ¡No quise hacerte sentir como un libro abierto! -De inmediato sintió un calor que subía por su cara, y se llenó de nervios al verse descubierta en una acción inconciente. Danae, sin embargo, replicó en un tono que mezclaba una genuina comprensión con una tranquilizadora complicidad.
- No te preocupes, no me molesta. Sé que no lo hiciste con intención. Y también sé que ocultas tus puntitos porque te sientes muy diferente del resto.
- ¿Cómo es que tú sabes sobre mis...? -Con los ojos desorbitados, Isabel cubrió su frente con ambas manos, como tratando de ocultar sus lunares. Sin poder creerlo aún, bajó la mirada, y cuando habló, no pudo ocultar el nerviosismo y la vergüenza en su voz: - A decir verdad, me sale tan natural que no me doy cuenta... soy una persona muy rara...
- Bueno... es que mis dos amigos también tienen puntitos en lugar de cejas.
Isabel sintió miedo y confusión por la declaración de su nueva amiga. No esperaba encontrar tan pronto a personas como ella, ni mucho menos que Danae conociera a dos.
La escudera sonrió levemente y trató de calmar a Isabel.
- No te preocupes... te haría bien conocerlos. Y tal vez ellos podrían ayudarte con respecto a tus habilidades.
- Tus amigos... ¿También...? -Preguntó como para confirmar lo que había oído de su nueva amiga, indicando su frente cubierta por un cintillo con su dedo índice.
- Sí... y el Patriarca también, aunque a Shion no lo conozco bien.
El corazón de Isabel latía con fuerza. La confirmación de que había más personas como ella le llenó de sentimientos de alegría, pero también de un poco de miedo... no se sentía preparada para tal encuentro.
- Comprendo que sientas miedo, más aún si no sabías de otras personas como tú; pero te aseguro que ellos no son malos. Son los seres más buenos que conozco.
Y dicho esto, guardó un momento de silencio, para que su amiga pudiese recobrar el habla.
- A decir verdad -comenzó a sincerarse la chica de cabellos color guinda- mi propósito aquí es estudiar arqueología y encontrar mis orígenes.
-¿Arqueología? Genial.
- No es que viva del pasado, pero siento que necesito saber de donde vengo. -Isabel dejó salir un profundo suspiro. Luego, continuó: - Desde que tengo conciencia, no he visto a nadie que tenga puntos en lugar de cejas.
- Te entiendo... y no logras saber el por qué. Ojala viniera el señor Mu. Tal vez él podría ayudarte.
- ¿Señor Mu? ¿Es él uno de los amigos de quienes hablas?
- Así es. Es joven como nosotras, pero es un Santo y, en consecuencia, mi superior.
Isabel no sabia que hacer. Estaba a punto de pedirle que la llevara a conocerlo, para averiguar sobre su pasado, pero la timidez no se lo permitía.
- Uy... ojalá pudiera llevarte, pero los guardias son unos perros y no dejan pasar a gente que no pertenezca al Santuario. No quiero que esos payasos te maltraten
Y, como si el deseo de Danae hubiese sido escuchado, una voz en griego, muy familiar para ella, vino desde fuera de su casa.
- Oye, Danae... disculpa que te moleste a estas horas, pero necesito algunos libros...
Isabel dio un respingo nervioso en su silla, al oír esa suave y juvenil voz proveniente de la puerta de entrada de la vivienda. Aún no se sentía preparada para un encuentro; su timidez le llevó a ponerse inmediatamente en pié, y comenzó a buscar las palabras correctas que le permitieran irse y regresar a casa.
- Veo que tienes visitas... te agradezco mucho que me hayas contado estas cosas... me dejas el corazón aliviado... -pero mientras las palabras se atropellaban, a través de la ventana vio cómo hacía ya horas que había caído la noche; ya no podría irse. Y para peor, ¡el visitante estaba bloqueando la única salida!
- ¡Es el señor Mu! Ven Isa, te lo presentaré.
- ¿Danae?... ¿Estás en casa? -preguntaba él, dudoso, al no oír a nadie responderle de vuelta.
Sin más opciones, una inquieta Isabel se dejó llevar de la mano por Danae. El ver cómo muy a su pesar la puerta se abría, y la sensación que el visitante irradiaba mientras pasaba por su lado, hicieron que la chica se sintiese aún más nerviosa y tímida que de costumbre; sin embargo, intentó sobrellevarlo. Mientras el recién llegado saludaba a la escudera, Isabel pudo darle una larga mirada a puntos en su frente... se sentía muy extraña al ver, finalmente, a otra persona como ella.
- Sí, señor Mu. Estoy en casa. ¡Y quiero presentarle a alguien! Señor, esta es mi amiga Isabel. Isa, este es el señor Mu.
- Mucho... gusto, me... llamo Isabel -logró decir ella, inclinando levemente su cabeza. Todo este tiempo había estado hablando en español y, finalmente, se encontraba con la oportunidad de practicar el griego. Una muy incómoda oportunidad, por cierto.
Mu examinó a la amiga de la escudera. Largos cabellos color guinda, ojos celestes, tez blanca, un poco más alta que Danae, más o menos de la misma edad que ellos... una mirada llena de asombro. Y por sobre todo, vio cómo a la chica, al inclinarse, se le resbalaba el cintillo de la frente, ¡revelando unos puntitos! Mu nunca había visto una chica lemuriana... y sin lugar a dudas, eso lo alegró.
- Un placer, Isabel.
Como si Isabel no estuviese ya lo suficientemente nerviosa, ¡ahora acababa de notar que su cintillo se había aflojado! Por dos interminables segundos lidió con un enredo de cintillo, cabello y dedos, hasta que cruzó su mirada con la de Mu:
-Oye, no te cubras los puntitos. Son bonitos. Eres muy linda, Isabel.
Por primera vez en su vida, Isabel se resignó a mostrar su frente descubierta delante de otras personas. Confirmado: era la situación más incómoda del mundo... se sentía visiblemente ruborizada, y la presencia del joven no era precisamente de ayuda. Al poco rato, su nerviosismo pudo más, y buscó una excusa para irse de la casa de Danae.
- Danae, ¡muchas gracias por todo! Espero recordar donde vives para poder volver a visitarte... ¡Ah, cierto! -como pudo, sacó una libreta de su carterita, y prosiguió- : ¿Puedes darme tu dirección? Soy algo despistada, y aún no me acostumbro a este país.
- Claro, Isa... pero, ¿por qué te vas? El señor Mu no te hará daño...
La escudera se sentía apenada por la situación. Para Isabel, debía ser muy extraño encontrarse por fin con alguien que se le asemejaba; Mu, por otra parte, evidenciaba compartir las mismas sensaciones, pues hasta donde él sabía, ninguna lemuriana había sobrevivido.
- Pues verás, ya está oscuro, y... -Isabel se interrumpió a mitad de la frase, pues acababa de encontrar una pequeña gran falla en su plan para escabullirse: no tenía ni idea de dónde estaba- ... y no... no sé cómo... cómo volver al lugar donde me he alojado... -continuó muy apenada, pero lejos de admitir la verdadera razón que la motivaba a irse.
Tampoco fue necesario. Justo entonces, su "verdadera razón" decidió ser consecuente con su rol de caballero.
- Yo te acompaño si quieres, Isabel. No es bueno que te vayas sola de aquí... puede ser peligroso.
- Muchas gracias, señor, espero no importunar sus planes... -un intenso calor subía por la cara de Isabel, producto de la lucha contra su nerviosismo.
- No, que va. Platón puede esperar otro rato más -expresó él, alegre.
La dulce sonrisa del joven dorado hizo sonrojar aún más a la chica, quién tímidamente se dirigió a su amiga.
- Danae, ¿me das tu dirección? No quiero perder contacto contigo... eres la primera persona latina, y la primera amiga, que conozco desde que llegué a este país -insistió con dulzura.
- ¡Claro! -Ella cumplió gustosa con su pedido. Se alegraba muchísimo de haber conocido una amiga; y qué mejor, se trataba de alguien que había vivido en América. No es que no tuviera amigos, pero le hacía falta el contacto con alguien del mismo sexo... en secreto, se sentía como la chica menos femenina del mundo.
- Gracias. Me haces sentir como en casa -la mirada de Isabel estaba llena de cariño y gratitud.
- Así es como me gusta hacer sentir a mis amigos. Nos vemos, cuata. Señor Mu, cuide a Isa, por favor.
Mientras Isabel terminaba de despedirse, Mu hizo un gesto divertido.
- ¿Por quién me tomas, Danae? Venga Isabel, ¡vámonos!
Mu comenzó a guiarla por las calles de aquel lugar. La luna estaba alta, pero él avanzaba sin prisas... la noche era agradable y, además, quería conocer a esta chica.
Isabel, al tiempo que reacomodaba su cintillo, fue la primera en hablar. Y es que, dejando a un lado su sentir, debía reconocer que le estaban haciendo un favor.
- Entonces... ¿vas a acompañarme hasta Atenas?
- Dalo por hecho. ¿Recuerdas el nombre de la calle donde te alojas?
- Lo he anotado en mi libreta. Es... Monastiraki 178, la calle donde hay tiendas comerciales. Está cerca de una avenida llamada "Ermou".
- Entonces, vamos para allá. ¿Te molestaría si te teletransporto?
- ¿Teletransportarme? ¿Tú puedes hacer eso? -le preguntó con los ojos abiertos como platos.
- Claro... muchos de nosotros nacemos con esos poderes, Isabel. ¿Tú no puedes?
- Que yo sepa, no... ¡Cielos!, me habría servido de mucho esa habilidad estando en Chile -rió divertida. Su timidez inicial ya se estaba disipando.
- Bueno, entonces toma mi mano, y vamos.
Dicho esto encendió su cosmos y, en menos de un segundo, el paisaje ante Isabel había cambiado. Ahora ambos se encontraban frente al edificio donde ella se hospedaba.
- ¡Asombroso...! ¿Cómo lo haces?
La joven no salía de su asombro.
- Yo nací con esta habilidad. También puedo leer mentes, y mover cosas a mi voluntad.
- Leer mentes... -ella se tomó unos momentos para pensar en todo aquello. El sentirse aceptada y comprendida la llenó de gratitud hacia Mu; el nerviosismo se había esfumado, reemplazado por la alegría de quien por fin ha encontrado su lugar.
- Vaya... ¿sabes, Mu? Vine a este país para estudiar, pero más que nada, quería descubrir mis orígenes... busco conocerme más, y cumplir promesas. Pensaba que tardaría años en saberlo... ¡nunca espere que antes de finalizar mi primer día encontrara a alguien que tuviese puntitos en lugar de cejas! ¡De verdad es raro! -ahora reía, agradecida por este día-. Gracias por existir, y por traerme a mi nuevo piso.
- Bueno, Isabel, yo sólo conozco a otras dos personas así: mi maestro Shion y mi alumno Kiki. No podría asegurarlo, pero tal vez aún exista más gente como nosotros... tú eres la prueba de ello. Y a propósito... he notado que te expresas chistoso, ¿dónde has vivido este tiempo? -preguntó el santo, curioso por el acento pegadizo de la muchacha.
- Vengo del que es para muchos el país más remoto del mundo: Chile. Es laaaargo y angosto, y si nunca has oído hablar de él, no me extrañaría.
- ¿Escapaste de la dictadura de Pinochet? Me asombra...
- Y me asombra que tú lo sepas... -su mirada daba fe de ello.
- Procuro estar enterado de todo. Creía que era complicado salir de Chile con ese tipo en el poder.
- Bueno, conseguí una beca para venir aquí a estudiar. No fue fácil... -un dejo de tristeza se coló por su mirada y su voz-. Intenté que mi familia me acompañara... pero no se puede.
- Vaya, eres valiente al estar aquí sola. Supongo que debes extrañarlos mucho, Isabel. ¿Qué estás estudiando?
- Arqueología. Este lunes que viene comienzan las clases. -Tras pensarlo por un segundo, añadió: - No soy valiente, Mu. No lo soy, pero quién me impulsa a seguir es mi mejor amiga, que en paz descanse, y mi promesa hacia ella y hacia mi misma.
- Debiste querer mucho a esa amiga. María, ¿verdad? Debes saber que ella fue feliz, porque estuviste con ella hasta el último momento.
- ¿Cómo supiste eso?... ¡No te he hablado de ella...! -La chica quedó helada de la impresión, olvidando por completo las habilidades de Mu.
- Recuerda que yo leo la mente, también. La mayoría de nosotros nacemos con ese don.
- Cierto... Lo siento, es que no estoy acostumbrada a que me lean los pensamientos. Así que, ¡así es como se siente!
- Normalmente suelo ser respetuoso. Con Danae me tomo algunas confianzas; me gusta sorprenderla y asustarla, pero nada serio. Pero en este caso, parecías un libro abierto.
Isabel reflexionó sobre los poderes que mostraba Mu.
- Tal vez yo sea una excepción a la regla y no tenga todos esos poderes... -Nuevamente se quedó pensando, pero en seguida hizo a un lado esas ideas, y agregó: - Vaya... creo pienso con el volumen muy alto, ¡qué lesa soy, jajajaja!
- El maestro Shion dice que la mayoría de nosotros no nace con todos los poderes, ni nacimos para guerrero. No te preocupes, es más común de lo que crees.
Isabel sintió frío... y se recriminó a si misma por ser tan despistada.
- ¡Perdón, perdón, perdón!, no te invitado pasar a mi pequeña morada, y hace frío -expresó avergonzada, pero con actitud graciosa.
- No te preocupes. Pasemos.
Isabel condujo a su acompañante hasta un segundo piso. Era un departamento pequeño de un solo ambiente, equipado con una cocina eléctrica y una mesa redonda con dos sillas sencillas; junto a ésta, una cama aún deshecha, sin sábanas ni cobertor. La única puerta en la estancia, junto a la cocina, conducía al baño; hacia el fondo, podía observarse una pequeña terraza.
- Toma asiento por favor, voy a preparar un té.
Luego de haber puesto a calentar un poco de agua, Isabel sacó de su mochila una bolsa de papel, y la puso sobre la mesa.
- Gracias, Isabel... Por favor, háblame de tu familia. ¿Cómo son ellos? -Mu quería saber cómo esa curiosa chica había llegado a criarse en un país como Chile. Además, quería ayudar a que ella comprendiera su propia historia.
- No es mucho lo que tengo "pa' picar", pero lo podemos compartir -dijo ella, ofreciéndole alegremente unas galletas y algunos trozos de queque de zanahoria.
- No hay problema. Si quieres, mañana buscamos a Danae y a mi alumno Kiki, para que te consiga más cosas.
- ¿De verdad? ¡Muchas gracias!
Ambos tomaron un trozo de queque.
- Bueno -comenzó Isabel-, mis padres adoptivos son muy buenas personas, vivía con ellos en la región de Atacama. MI papá se llama Antonio y mi mamá, Clara. No serán mis padres biológicos, pero para mi es como si lo fueran, por que el amor y sus cuidados son dignos de un padre y una madre... -El sonido de la tetera la alejo de la mesa. La chica comenzó a preparar las infusiones, contenta de poder devolver un poco de hospitalidad-. A pesar de que soy diferente a ellos, me han amado como si fuera realmente su hija biológica. Nunca pudieron decirme exactamente de dónde vengo, o cómo llegué al Sename; sólo saben que una persona encapuchada me dejó ahí cuando era una bebe. Toma, espero que te guste -se interrumpió, mientras extendía hacia Mu una taza de té de apio.
- Gracias, Isabel... -dijo, disponiéndose a probar la infusión. Y definitivamente, le gustó mucho-. Nunca había probado el té de apio. ¿Una persona encapuchada...? Tal vez pueda averiguar si aún es posible ubicarle. Gracias a Atenea te salvó y te llevó a una buena familia. ¿Tienes algún otro pariente, además de tus padres? ¿Abuelos, hermanos, primos?
Isabel no comprendió a qué se refería con eso de "te salvó". Sin embargo, decidió dejar esa interrogante para después, y relatarle más sobre su familia.
- Mis abuelos... -su mirada se ensombreció un poco al recordar a sus "tatas"-. Bueno, sólo decir que uno de mis abuelos resultó bastante perjudicado por la dictadura. Él está desaparecido... y hace ya tanto tiempo de eso, que... mira, prefiero no profundizar en ello. En cuanto a mis primos, sí, sí los tengo, y viven en Santiasco... jaja perdón, ¡Santiago, la capital! Así le decimos a veces, ¡es la costumbre!
Tal chilenismo en griego era francamente incomprensible; Mu la miró, pestañeando un par de veces, sin entender la gracia del chiste. Al final río un poco cuando ella explicó el juego de palabras; Isabel iba pareciéndole una persona interesante y de buen corazón. Graciosa y divertida, además. Definitivamente el haber encontrado una chica de su raza que vivía como una persona normal era motivo de alegría. Eso hacía todo más interesante.
- Disculpa por reírme, pero lo de Santiasco me hizo gracia.
Luego de tomar un buen sorbo de te de Apio, ella continuó:
- ¡Es que es cierto, Mu! La capital es un asco, ¡su aire es muy sucio! La gente que vive ahí pasa siempre estresada, y se ve más delincuencia que en otras regiones. No es un buen lugar para vivir... ¡Cada verano miles huyen de la capital! ¡Y no es chiste!
- Creo que de eso habla la canción que últimamente trae Danae en la cabeza. Detesto no entender mucho español que digamos, pero creo que esa canción de "Tren al sur" habla de un tipo que quiere tomarse un descanso de Santiago.
- ¡Sí, es del grupo "Los Prisioneros"! Gracias a esa canción conocí a Danae -recordó con alegría- : ella iba cantando y yo seguí con la siguiente estrofa... me encantó oír una voz tan dulce cantar en español. Ese grupo compone letras que hablan sobre la vida de los chilenos y el pensamiento social reinante.
- Comprendo. Conozco algo de ellos, por Danae. Ella no deja de amar Latinoamérica, a pesar de que ha vivido en Grecia desde hace ya muchos años. También es fanática de otros de esos grupos, pero yo no sé mucho... con mi amiga no se sabe qué música estará oyendo al momento siguiente.
- Sus letras son interesantes... ¡Espera! - Extrajo su Personal Stereo y sus audífonos; buscó unos cassettes en su bolso; seleccionó uno, y se dispuso a revisar su contenido. Al rato sonrió al escuchar la canción que buscaba, se sacó los audífonos y se los extendió al lemuriano-. Toma, póntelos y escúchala -y mientras tanto, le escribió la letra de la canción para que pudiera entenderla.
- La melodía es genial... ya veo por qué a mi amiga le gusta tanto esto. Es muy bueno.
"Siete y media de la mañana
Mi asiento toca la ventana
Estación Central, segundo carro
del ferrocarril que me llevará al sur..."
Isabel le extendió la letra de la canción, traducida al griego en un tris.
- ¿La Estación Central está en Santiasco? -la expresión le había gustado mucho a Mu. Normalmente era un poco serio, pero con Isabel sus inhibiciones se iban-. La letra es linda también.
- ¡Sí! ¡Ahí queda! -ella rió a carcajadas al escuchar de boca de su joven acompañante la palabra "Santiasco"-. Sí, tienen buenas letras, ya verás que te vas a quedar pegado con sus canciones.
- Pues esta me gusta. Creo voy a buscar más canciones de ellos.
En ese momento, Isabel sintió las consecuencias de tomar tanta agua.
- Te dejo un momento Mu, iré al baño y vuelvo. Si gustas más té de Apio, puedes sacar de esa cajita.
- Muy bien, Isabel.
Ya dentro del baño, Isabel pensó en cuán cordial y amable era este joven. Se dio cuenta de que su nerviosismo inicial había desaparecido completamente y se sintió alegre, con ganas de "echar la talla". Al regresar, notó que Mu no se había percatado de su presencia; aún seguía escuchando música. Estando así, le pareció como un niño con juguete nuevo. Esperó un momento antes de interrumpir su éxtasis musical, apareciendo de repente junto a él.
Mu estaba distraído, escuchando "Estrechez de corazón", y moviendo la cabeza al ritmo de la melodía. No tenía muy buena voz y no sabía el idioma, así que no cantaba. Esto era genial. No iba a confesarlo, pero le estaba gustando el rock latino. De repente vio a Isabel y se sobresaltó un poco... debió parecer un lelo.
- Veo que te ha gustado la música. Estabas tan concentrado oyéndola que no me "sentiste" llegar -sonrió traviesa.
- Dioses, creo que he hecho el ridículo -dijo el muchacho, completamente sonrojado-. Lo bueno fue que no me puse a cantar o a intentarlo. Es simplemente genial. Esperemos que la música siga así y que no aparezcan malos géneros.
- No te apenes... de hecho, ¡te veías muy tierno! Parecías disfrutar como un niño -extrajo más cassettes de su mochila, y se los entregó al Lemuriano-. Toma, puedes llevártelos para que lo disfrutes en casa.
Observó su taza vacía. Se disponía a ofrecer otro té a Mu, cuando le dio una mirada al reloj de la pared; ya pasaba de la medianoche. Disfrutaba de la compañía de Mu, pero se preocupó ante la posibilidad de que regresara tan tarda a su casa.
- Oye, ya es más de medianoche... es muy tarde, podría ser peligroso para ti salir a las calles si dejamos pasar más tiempo...
Mu sonrió al comprobar que Isabel se preocupaba sinceramente por él. Ella ignoraba por completo el enorme poder y fuerza que escondía aquel joven santo dorado... quien, por otro lado, ni se había dado cuenta del pasar de la hora. Pero bueno, era mejor hacer caso a la muchacha y marcharse. Ambos debían recuperar energías.
- No te preocupes por mí. Si alguien intenta hacerme daño, te aseguro que lo lamentaría -el tono era divertido, para evitar parecerle amenazador-. Pero sí, es mejor dejarte descansar. Es tarde y mañana quizás debas levantarte temprano. Nos veremos, amiga Isabel. Cuídate mucho... estaremos en contacto.
Isabel le dio un abrazo y un beso en la mejilla, como se acostumbra en Chile, junto a una tierna mirada llena de gratitud-. Gracias por todo Mu, nos veremos pronto si Dios quiere... chau.
Mu se sonrojó completamente. Ni siquiera Danae lo besaba en la mejilla, pero no le desagradó. Tomó los cassettes, y le regaló a la jovencita un beso en el dorso de la mano.
- Nos veremos. Que los dioses te bendigan.
- ¡Ve con cuidado!
Isabel cerró la puerta y se dedicó a recoger la mesa. Mientras lo hacía, su mirada se posó en la silla que había ocupado Mu; sonrió, feliz de haber encontrado un amigo... el que, como si fuera poco, era alguien como ella. Luego se dirigió al balcón detrás de la cocina para ver las estrellas, aún cuando no se vieran como desde la casa de Danae, agradeciendo a Dios por tan lindo regalo.
Se acostó sobre el colchón usando un saco de dormir. Fue fácil conciliar el sueño, mientras pensaba en todas las sorpresas que alegraron su primer día.
Por su parte, Mu se había teletransportado hasta el Santuario. Rogaba a Zeus que Kiki no estuviese despierto, pues no quería darle explicaciones de su tardanza; aunque luego pensó que presentarle a Isabel no estaría nada mal. Y se propuso conseguir un salvoconducto para que la dejaran pasar, porque de pronto deseaba que también conociera al maestro Shion y a la mayoría de sus vecinos... excepto al par de idiotas de Cáncer y Piscis.
