Los personajes son propiedad de S. Meyer. La trama me pertenece.
Empiezo esta historia esperando que le guste tanto como a mi me divierte escribirla.
Summary: Debido a su trabajo, a Bella le ha tocado lidiar con todo tipo de clientes. Pero nadie como el intrigante Edward, que cada tercer noche aparece para comprar cigarros y mentas. Hasta que un día, cansada de ser ignorada, decide llamar su atención con una interesante propuesta. Olderward.
CRUSH.
El día que la tierra se detuvo... o algo asi.
Hay ocasiones en las que realmente aprecio mi trabajo, por ejemplo cuando llega la quincena y tengo que pagar la renta al señor Clayton, la ropa que saque en abonos en alguna tienda departamental, el material para mis clases de pintura y sobre todo, la mensualidad de mi fiel acompañante de las solitarias tardes… Netflix.
Pero existen días como los de hoy en los que simplemente quiero estrangular al hombre que se le ocurrió la brillante idea de no instalar un sistema de acondicionamiento en una jodida tienda de abarrotes. Vamos, que tampoco se trata de un Wal-mart o algo por el estilo, sino de un pequeño establecimiento a las afueras de la caótica ciudad, justo sobre la carretera. Y aunque nunca suela estar concurrido, la presencia de Jasper y la mía bastan para convertir este lugar en un horno a cualquier hora de la noche.
Juro que estoy a punto quitarme la bata amarilla y atender a los clientes solo con mi sostén verde fosforescente con tal de que pare de sudar y jadear como perro, pero luego pienso en lo que eso implicaría, básicamente perder mi trabajo, y mejor esbozo una sonrisa mientras sigo acomodando las latas de puré de tomate en el stand, ignorando el hecho de que casi estoy a punto de morir de un bochorno.
"¿Podría haber algo peor?"
"Oh, claro que lo hay."
Girls just want to have fun saliendo a todo volumen de los parlantes ubicados en las esquinas.
Odio a Cindy Lauper, Jasper lo sabe y aun asi reproduce esa horrible canción en toda la tienda a la una de la mañana como si fuera una especie de mantra, justo antes de empezar a hacer su labor del inventario.
Podría soportar una pegajosa melodía pop, como aquella de Jessie J. donde habla sobre el precio, ya que al menos tiene algo que ver con lo que realiza, pero no. El hombre es amante de la música ochentera y entre sus posesiones se encuentran las llaves de la sala de audio, mismas que por nada del mundo suelta.
No lo malinterpreten, es mi mejor amigo, pero a veces simplemente amanezco con ganas de estrangularlo hasta que jure cambiar de gustos musicales. Si no lo he hecho hasta ahora es por una sencilla razón; él me permite fumar dentro del pequeño cuarto al fondo del lugar, aquel que solemos utilizar de bodega. Jasper es muy listo, sabe que es mejor tenerme de buenas y no como un ogro despotricando contra los clientes.
Ah, los clientes…
Esa pequeña porción de personas que logran sacarme de mis cabales cada vez que preguntan lo obvio, por ejemplo; la señora a mi lado en este momento, mira la etiqueta de la lata de duraznos en almíbar como si tuviese ojos.
—Disculpa —aquí vamos— ¿El precio que ponen de la lata ya incluye el descuento? —cierro los ojos un segundo antes de responder.
—Supongo que a eso se refiere la leyenda en la etiqueta de: "Precio con descuento incluido"
—¡Oh!, es verdad. Gracias —ruedo los ojos y vuelvo a mis labores, acomodando las latas que están próximas a caducarse hasta adelante.
"¿Quién carajo compra duraznos a la una de la mañana?"
Otros en cambio, sacan su frustración conmigo en la caja. Preguntando porque los precios son tan altos, como si yo fuera la que decide que debe ser más caro y que no. También debido al turno, existen los hombres que quieren obtener mi número de teléfono o averiguar donde vivo y que hare los fines de semana. Para esos casos, esta Jasper y su imponente altura saliendo al rescate cada vez que alguien intenta pasarse de listo conmigo.
Otra razón más para no estrangularlo por su pésimo gusto musical.
De pronto, la música cesa y enseguida alguien se aclara la garganta.
—Bella, ¿podrías venir a la caja ahora?
Suspiro y dejo la última lata.
Una fila de tres personas me esperan cargando con sus canastas repletas de víveres, entre ellos se encuentra la señora durazno. Todos me miran con un deje de molestia.
Esbozo una sonrisa, a pesar de que por dentro quiero gritar que no es mi culpa que solo haya dos personas disponibles en todo el turno.
Yo no soy la tacaña, sino mi jefe.
Acciono la cinta transportadora al mismo tiempo que registró mi número de empleado en la computadora, luego comienzo a pasar cada objeto por el lector provocando que el clásico "clic" retumbe en mis oídos por las próximas dos horas.
En un momento, cuando la gente se ha ido y solo estamos Jasper y yo, aprovecho para hojear la revista de cotilleo que guardo secretamente en el cajón debajo del dinero, al tanto que meto una cantidad considerable de goma de mascar a mi boca, porque si hay algo que amo, después del cigarro, es el chicle. Me encanta sentir esa textura elástica en mi boca y hacer bombas gigantes con ella. Cuando estoy nerviosa, cuando tengo frio, en todo instante lo hago.
Y lo mejor de todo; masticar en un lugar cerrado aún no está prohibido.
—Creo que el sudor está a punto de llegar a mis jodidos bóxer —al parecer, no soy la única que se queja del calor. Jasper a lado de mí, zarandea su playera blanca en busca de aire y no puedo evitar notar lo tonificado que esta, una sombra de vello se asoma por encima del cuello en v, es rubio al igual que su cabello.
—Justo por eso, he decidido no usar bragas desde hace mucho tiempo —paso la página donde hablan de las Kardashian.
Que familia tan molesta
—¿Puedo comprobarlo? —Jasper se inclina y aprovecho para enrollar la revista y darle con ella en la cabeza, ganándome una carcajada—. ¡Ouch!, solo decía…
Se preguntarán porque él siendo un hombre de chispeantes ojos azules y porte de príncipe de películas de Disney, no era mi novio.
Pues resulta que nunca congeniamos como una pareja. Hasta hace cinco meses lo habíamos intentado, pero después de terminar casi enrollados en la fiesta de su prima, el llorando porque extrañaba a su ex novia María, si estás leyendo esto, puedes irte a la #$/% y yo con una cruda de los mil demonios, decidimos que lo nuestro no iba a ser más a allá de mejores amigos.
Así de simple.
Pronto el reloj marca las tres en punto, el calor no cesa a pesar de que afuera está lloviendo, de las bocinas emana Nothing's Gonna Stop us Now de Starship y ruedo los ojos sabiendo que es culpa de Jasper, al tanto que alcanzo a escuchar el retumbe de la campanilla en la puerta anunciando un nuevo cliente.
Con los brazos apoyados en la cinta transportadora y mi larga melena café extendida sobre un solo lado de mi cuello, centro la atención todavía en la revista, concretamente en las fotografías de la caracterización de Brad Pitt en Troya, al mismo tiempo que intento expandir la goma de mascar en una grande bomba.
—Unos Marlboro Lights —una punzada surge en mi estómago en cuanto escucho una aterciopelada voz.
Trueno la bomba y succiono de nuevo la goma para contestar.
—Solo tenemos los clásicos.
Escucho el frufrú del roce de la tela y a continuación mi nariz atrapa un exquisito aroma a almizcle mezclado con una suave nota ámbar.
De quien se trate, acaba de ganarse mi aprobación con esa voz tan atrapante y por el aroma más seductor que jamás he captado en esta zona de la ciudad
—Dame una caja —frunzo el ceño ante la exigencia del hombre. Estiro el brazo para alcanzar el compartimiento donde se encuentran los tabacos al mismo tiempo que cambio de página—. Y unas pastillas de menta.
Ruedo los ojos.
Otra cosa más que me molesta.
Que los clientes no pidan en una sola oración lo que van a llevar.
Me agacho para sacar el paquete azul rectangular del fondo del mostrador captando en el momento que el sujeto viste de traje negro y calza unos pulcros zapatos del mismo color, lo cual llama mi atención.
Los hombres de por aquí no suelen ir por ahí vistiendo un impecable traje, más bien optan por los cómodos jeans, las camisas de cuadros y zapatos deportivos. Aunque hay alguno que otro que se atreve a poner sombrero y botas texanas, poco les falta para traer el caballo en plena ciudad urbanizada.
Así que cuando me pongo de pie nuevamente con la intención de ver esta vez el rostro del susodicho y comprobar que no solo se trata de un cuerpo de tentación, cara de arrepentimiento, casi me voy de espaldas.
"¡Joder!"
Aquel sujeto frente a mí es un adonis, con toda la extensión de la palabra.
Tiene un rostro angular, con una quijada cincelada que me gustaría apretar, unos labios gruesos que en este preciso momento muerde el inferior ligeramente. Estoy a punto de abanicarme con las manos porque de pronto siento que ha subido la temperatura. Su nariz es recta, tienes espesas cejas las cuales frunce, mientras estrecha los ojos más hermosos que he visto nunca. Son como unas esmeraldas recién pulidas, reflejando un intenso y penetrante brillo.
"Creo que me quedare ciega"
Y entonces recuerdo que sigue esperando su pedido.
—¿Algo más? —susurro tan bajo que temo que no me haya escuchado. Pero lo hace, negando la cabeza lentamente, provocando que algunos mechones de su melena cobriza se despeinen y ese simple acto me desequilibra, por lo que recargo mi peso sobre un pie mientras paso las cosas por el lector de la máquina—. Son cinco dólares.
Mientras saca su cartera de los bolsillos del pantalón me dedico a mirarlo nuevamente.
"No se ve esto todos los días. Tengo que aprovechar"
Tiene un cuerpo atlético, pero sin llegar a los extremos. Los primeros tres botones de la camisa blanca están sin abrochar dejando entrever un ligero vello sobre su pecho. No obstante, lo que provoca que mis achocolatados ojos se agranden son los trazos de lo que parece ser el inicio de un tatuaje.
"Sé que aún no es navidad, pero debo agradecer profundamente a Santa por traerme lo que llevo pidiéndole desde la pubertad"
—Quédate con el cambio —parpadeo cuando él atractivo hombre deja un billete de diez dólares sobre la cinta.
Y al siguiente parpadeo estoy viendo cómo se aleja de mí, en dirección a la salida.
La campanilla vuelve a sonar, mi vista se centra en la ventana, mirando el auto negro que va de reversa, achico los ojos cuando las luces blancas apuntan directo hacia mí. Me pregunto si él me estará mirando también y siento como mi corazón late con fuerza, sabiendo que de ahora en adelante ha encontrado alguien por quien palpitar.
Hasta que recuerdo que hay algo pegándose en mis dientes.
Cuando el Mercedes se ha ido, saco la goma de mascar molesta y apenada al saber que todo este tiempo que estuve hablando, seguía en mi boca y que el hombre pudo haberla visto.
Pero eso no es lo peor.
Ahí sobre la cinta, la revista abierta totalmente, con un encabezado abarcando las dos páginas y en letras negritas se puede leer claramente:
"Remedios caseros para combatir una infección vaginal"
"OK. Olvida lo que dije antes Santa, llévatelo de regreso y tráeme una pala para cavar profundamente y esconderme de ahora en adelante bajo tierra"
¿Les gustó?, no olviden dejar un comentario para mejorar y continuar con esta historia.
Serán capitulos cortos y no demasiados.
Saludos!
-indiansummer7
