Disclaimer: Death Note no es mío. Matt tampoco es mío; es de Mello. Y ni tan solo el chocolate es mío; también es de Mello (?).

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Te mira. ¿Y tú, qué haces? No puedes más que mantener la vista baja, como si de pronto te hubieras interesado en analizar todos y cada uno de los grumillos del café.

Te mira y espera respuesta. Pero, ¿qué harás? Te encuentras en una encrucijada, una que veías venir hace tiempo. ¿Cómo? Simplemente lo supiste. Hace años, cuando distinguiste esa cabeza rubia entre la multitud del orfanato. Y también cuando, de vez en cuando, esos ojos fieros y verdes se clavaban en los tuyos -tímidos y rojizos por tanto mirar la pantalla de tu videoconsola. Y también cuando tú le abrazabas por detrás, él se resistía –se resistía, se resistía, se resistía-, pero acababa cediendo y llorando en tu hombro. Y también cuando le juraste que le seguirías donde fuera. Más allá de la muerte, quizás. Y también. Y también…

Tú elijes: vivir o morir. Permanecer a su lado o alejarte para siempre. Sabes que no aceptará un "no" por respuesta, y si lo aceptase, probablemente eso consiguiera que te perdiera el poco aprecio que te tiene.

Porque te aprecia, ¿sabes? No, no me lo niegues, no te hagas el duro repitiendo esa estúpida frase de "Bobadas. Mello nunca ha amado a nadie". Te ama, tío, te quiere. Quizás como un amigo, como un hermano o como algo más. Pero te ama. Tú has logrado adentrarte en su corazoncito de metal tan bien protegido y armado. Todo un logro. Enhorabuena.

Tic-tac. Tic-tac. Se acaba el tiempo. ¿Qué dirás? ¿Le ofrecerás tu apoyo incondicional, aunque eso suponga tu muerte? ¿Mantendrás tu promesa de seguirle a donde sea?

Lo sabes. Él lo sabe. Por eso sus labios han empezado a curvarse en una mueca de malicia. Ambos sabéis la respuesta, sólo os estáis haciendo los tontos.

Suspiras y das un sorbo a la taza de café. Te sabe amargo. Más amarga te sabe tu derrota.

-Está bien, Mello. Yo haré de señuelo en el secuestro de Takada.

Y mientras la mueca se convierte en una sonrisa en toda regla, te preguntas en qué momento has dicho las palabras, y él, en qué momento te las ha robado de los labios abalanzándose sobre la mesa que os separa y enroscando los brazos alrededor de tu cuello. Es un beso violeto, agresivo. No podía ser de otro modo. ¿Te está dando así las gracias? Quizás. Iría mucho con su modo de hacer las cosas.

¿Te ama?

¿Le importa que mueras?

¿Sería él capaz de dar su vida por ti, como tú acabas de marcarte tu propio -dulce, pequeño y masoquista- final?

La respuesta llega a tu mente incluso antes de que los sonidos de tu pregunta resuenen en tu cabeza en ecos helados.

No.

No, no, no.

Tú eres el único –tonto, obediente, débil- perro aquí.