Resumen: Dicen por ahí que Santa está en la ciudad y Teddy quiere que su padrino lo lleve a verlo. Y Harry… Harry no puede hacer otra cosa más que tomar esta inesperada excusa que se le presenta para adorar desde lejos al sexy ayudante de Santa. DRARRY

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rowling y Warner Bro.

Notas de autora: ¡Feliz Navidad a todos! ¿Cómo? ¿Qué es eso de que ya pasó Navidad?

Este año, al igual que el anterior, tampoco pude subir un fic a tiempo. Pero, ¡hey! Más vale tarde que nunca, ¿verdad?
Ahora sí, no los entretengo más. Espero que disfruten la historia.


El Sexy Ayudante De Santa

Navidad. Esa bendita y maravillosa época del año que millones de personas alrededor del mundo esperan con ansias. Sin embargo, no sólo se trata acerca de ilusionados pequeños que aguardan anhelantes la llegada del regordete e inmortal anciano de traje rojo, mismo que dejará los tan ansiados juguetes debajo del decorado árbol. Por el contrario, cientos de adultos despliegan todas sus energías para que tan dichosas festividades se lleven a cabo con quirúrgica perfección.

Desde ornamentadas decoraciones recubriendo cada ínfimo espacio de altos y frondosos árboles, hasta ostentosos banquetes repletos de exquisitos y abundantes platillos, cada una de las casas del mundo comienzan a derrochar fanfarronería como si de una especie de competición se tratase. Regalos de incalculable costo se encuentran recubiertos por brillantes y pomposos envoltorios, esperado ser entregados a sus correspondientes destinatarios. Hombres y mujeres por igual se aseguran de comprar lujosas prendas de vestir para poder presumir frente al resto de sus familiares, pretendiendo con ello ser quienes capten la atención (y por qué no también la envidia) del resto de los presentes a lo largo de toda la velada.

Aunque esto podría ser considerado hasta cierto punto "normal", no puedo evitar encontrar repugnante todo ese vacío despliegue de falsa magnificencia. ¿Acaso la Navidad no se trata acerca de cosas más altruistas que éstas? Si mal no recuerdo, dichas celebraciones representan el lado bueno del ser humano. Tales fechas son el momento ideal para realizar generosos actos sin esperar nada a cambio. Se trata de unificar a la familia y amigos… sobre dejar de lado pasados rencores y perdonar los errores del prójimo… se trata sobre el amor en su más puro y desinteresado estado.

Entonces, ¿por qué demonios todo el mundo parece tan empecinado en hacer completamente lo opuesto? ¿Es que las personas no pueden dejar de lado todos sus ponzoñosos accionares e intentar demostrar, al menos por una noche, algo más que estas frívolas actitudes? No, al parecer eso está lejos de ocurrir porque en cada tienda en la que poso la vista sólo consigo apreciar irritantes y repugnantes imágenes. Por donde sea que mire, magos y brujas recorren el abarrotado callejón Diagon en busca de los mejores obsequios y alimentos para presentar en sus mesas, llegando incluso a discutir y lanzarse hechizos unos a otros cuando alguien se apodera de lo que consideran suyo.

Un gélido viento comienza a soplar con mayor intensidad y ocasiona que la parte descubierta de mis mejillas ardan, a tal punto que temo haber sufrido algún corte en ellas debido a la fría corriente de aire. Soltando un irritado bufido, mismo que es amortiguado por la gruesa bufanda que llevo puesta, quito con reticencia las manos de los bolsillos de mi chaqueta y me dispongo a reacomodar mejor la prenda de lana alrededor de mi cuello, de forma tal que sólo una pequeña fracción de mi rostro quede sin protección.

Cuando termino de reacomodar la bufanda, me percato que la blanca piel de mis descubiertas manos ha adquirido en estos pocos segundos una pálida y enfermiza tonalidad, obra indiscutida de las heladas temperaturas que azotan al callejón. Maldiciendo mi escasa suerte por haberme olvidado los guantes sobre la mesa de la cocina, apresuradamente vuelvo a resguardarlas dentro de los bolsillos de mi chaqueta y reanudo el camino hacia la tienda de víveres más cercana. Un solo propósito ocupa todos mis pensamientos, obtener el condenado chocolate blanco que necesito para preparar el postre navideño y largarme de allí cuanto antes.

Después de dar vueltas por unos minutos más y de esquivar a dos cascarrabias mujeres intercambiando insultos por no haber podido conseguir el perfume que deseaban, finalmente alcanzo mi destino. La tienda de víveres está decorada de piso a techo con adornos verdes y rojos. A su vez, tintineantes luces de diversos colores se encienden y apagan al compás de una irritante canción navideña de la cual, por más que lo intento, no puedo recordar el nombre. ¿Acaso era Jingle Bells? ¿Last Christmas, tal vez? No, no era esa tampoco.

Sin darle más importancia de la que se merece, me abro paso entre toda la abarrotada muchedumbre para alcanzar el pasillo número siete, el cual sé que está dedicado a la sección de repostería. Tan ensimismado estoy por tratar de tomar el maldito chocolate y largarme de este aglomerado lugar, que no me percato de la persona que gira en mi dirección. El choque es inevitable y cuando estoy a punto de prepararme mentalmente para la caída, unos fuertes brazos logran sostenerme a tiempo contra un firme pecho. Rápidamente, y con una avergonzada sonrisa asomando en mi rostro, elevo la vista para agradecerle a este gentil hombre el haberme ayudado a balancear.

No obstante, al descubrir con quién me he topado, mi sonrisa desaparece más rápido que el tintineo de las luces que recubren el árbol de Navidad a mi izquierda. Al instante, siento mis mejillas encenderse e internamente agradezco a cualquier deidad que esté cuidándome por permitir que, gracias a la verde bufanda que cubre casi por completo mi rostro, este hecho pase desapercibido por mi "salvador". Aunque, por otro lado, quizás deba maldecir a dichas omnipotencias porque, ¿de todas las personas del jodido mundo mágico con quien podría haberme tropezado, justamente tenía que ser él? ¿Acaso mi vida no ha sido lo suficientemente mala como para que encima deba quedar como un completo torpe en frente suyo?

Tan ensimismado estoy auto compadeciéndome de mi desastrosa suerte, que no noto la extrañada mirada en la alta figura del joven que aún me tiene retenido contra sí.

─ ¿Hola? Tierra llamando a Potter. ¿Sigues aquí entre nosotros?

─ ¿Qué…? Oh, lo siento.

Me aparto de un salto de su tonificado cuerpo y trato con todas mis fuerzas de forzar a mis mejillas a que dejen de colorearse, mas es una batalla perdida de antemano. Porque es imposible no sonrojarme cuando mi torpeza me ha dejado como un completo idiota descerebrado frente a nada más y nada menos que Draco-soy-el-hombre-más-sexy-del-mundo-Malfoy. Sí, estaba en lo cierto, realmente debo maldecir a esas deidades que "cuidan" de mí ya que, a unos pasos de distancia, Malfoy está observándome con una afilada y rubia ceja alzada, a la vez que me regala una de esas maliciosas muecas que son capaces de elevar alarmantemente mi temperatura corporal y, al mismo tiempo, enviar agradables escalofríos por cada poro de mi piel.

¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser jodidamente caliente? Es hasta casi injusto, puesto que nada ha quedado del escuálido joven que tantos problemas me trajo en el pasado. Nadie sabe cómo lo hizo, pero de un día para el otro, Draco Malfoy añadió una gran cantidad de centímetros a su ya de por sí generosa altura. Su delgado cuerpo se llenó de músculos incluso en lugares donde jamás creí que existieran y, como si esto no fuera suficiente para dejar a cualquier persona con la boca abierta, su cabello pareció haber encontrado un nuevo enemigo mortal en la gomina. Sin todo ese pegajoso menjunje embadurnando su cabeza, el mundo entero pudo ser partícipe de una de las maravillas más fantásticas del universo.

Porque sí, el cabello sin gomina de Malfoy debería ser considerado patrimonio de la humanidad. Actualmente, ese sedoso y rubio pelo se encuentra algo más largo de como solía llevarlo en la escuela, aunque no tanto como para que la imagen de Lucius se confunda con la de su hijo. Al parecer, un poco por encima de los hombros es la extensión exacta para que su cabello grite perfección a los cuatro vientos. Si a eso le sumamos el provocativo flequillo que cae con infinita gracia desde su lado derecho hacia el izquierdo, ocultando por momentos esos acerados e intensos ojos grises… bueno, sólo digamos que toda esa explosiva combinación es la responsable de que Draco Malfoy haya sido elegido, no una, ni dos, sino tres veces como el soltero más codiciado por una de esas aclamadas revistas del corazón.

¿Y cómo es que yo, Harry James Potter, vencedor de magos tenebrosos y auror estrella del ministerio, tengo tal peculiar conocimiento? Eso se debe al incesante parloteo de mis compañeras de trabajo que pasan, dicho sea de paso, la mayor parte del tiempo con un ejemplar de Corazón De Bruja abierto sobre la mesa. Por supuesto que nada tiene que ver el hecho de que yo, por simple y llano aburrimiento, haya comprado algunas copias de dicha revista una tarde en la que las pesadillas de la guerra no dejaban de atormentarme. El hecho de que justamente haya elegido aquellas en las que el nombre de Draco aparecía no es más que una caprichosa coincidencia del destino. ¡Vamos, que no soy una especie de espeluznante acosador que guarda recelosamente esos ejemplares en su mesa de luz!

Nuevamente siento un intenso rubor comenzar a agolparse en mis mejillas y sin que esta vez pueda hacer nada para reprimirlo. Porque quizás no sea un espeluznante acosador que guarda recelosamente esos ejemplares en su mesa de luz, pero sí soy un espeluznante acosador que esconde recelosamente esos ejemplares en uno de los cajones de su cómoda. ¡Merlín, soy un jodido enfermo! Si Draco supiera esto, apuesto mi saeta de fuego a que me hechizaría hasta convertirme en papilla. Y hablando de Malfoy… Sólo en este momento me percato del desesperado zamarreo al que estoy siendo sometido.

─ ¡Potter! ¡Despierta!

Elevo la vista hasta posarla en la alta figura de Draco y me sorprendo al lograr percibir por una ínfima fracción de segundos un leve vestigio de preocupación. Sin embargo, todo resquicio de inquietud desaparece en un pestañeo del rostro de Malfoy. En cambio, la maliciosa y sexy sonrisa vuelve a postrarse en sus atractivas facciones y es allí, en ese preciso momento, donde comienzo a temer por mi dignidad. Porque sí, estoy seguro de que el ex Slytherin no desperdiciará esta gran oportunidad que se le presenta en bandeja de oro y plata para humillarme.

─ ¿Qué ocurre, Potter? ¿Acaso te peleaste con la única neurona que te quedaba? Te llevaría con gusto a San Mungo, pero me temo que no serán capaces de hallar solución alguna a tu problema.

El sarcástico comentario provoca que mi sangre comience a hervir debajo de mi piel y no precisamente en una agradable manera. Con la mente completamente nublada por el enfado, elevo mi cuerpo lo más que puedo para no quedar frente a él como un completo enano de jardín y me preparo para enviarle unos lindos recuerdos a todos sus ancestros mediante un grosero insulto. Desafortunadamente, Draco parece leer mis intenciones y se adelanta. ─ O quizás no sea ese el motivo por el que te hayas quedado con la mirada perdida como un Inferi. Tal vez… Tal vez no hayas podido despegar la vista porque encontraste algo completamente apetecible y que vale la pena admirar.

─ ¿Qué…? Yo no… Jamás miraría… ¡No es lo que piensas, Malfoy! ─ Grito con desesperación, sin importarme que varias ancianas a unos pocos pasos de nosotros nos envíen reprobadoras miradas. Sin pensarlo, elevo mi mano derecha y empujo con mi dedo índice el pecho de Malfoy en un acusador gesto, aunque realmente dudo que éste pueda percibir mi leve toque con toda esa impresionante masa muscular. ─ ¿Me oíste? Yo no estaba…

─ No sé por qué te pones tan a la defensiva, Potter. No es como si hubiera dicho algo malo, ¿verdad? ─ Me pregunta con genuino desconcierto en su grave voz. Es entonces donde comienzo a replantearme si realmente mi conciencia no me ha traicionado al malinterpretar sus palabras. Después de todo, en ningún momento especificó a qué se refería con eso de "apetecible". Pero no, no debo dejar que Malfoy juegue con mi mente. Estoy en lo cierto y él sólo está tratando de hacerme quedar, una vez más, en total y absoluto ridículo. ─ Veo que hoy no estás con todas las luces encendidas, ¿cierto?

─ ¿A qué te refieres con eso?

─ Bueno… Estás totalmente distraído. Otra vez te has vuelto a quedar pensando en vaya a saber uno qué.

Al ver la irritada mirada que Malfoy me dirige, reconozco a regañadientes que tiene razón. He vuelto a quedarme observándolo como un absoluto idiota. ¿Qué demonios sucede conmigo hoy? ¿Así será como me comportaré cada vez que deba estar cerca de Draco? ¿Acaso gruñiré internamente cuando este irritante ser logre sacarme de mis casillas? ¿Me quedaré perdido en mi mente, pensando lo mucho que me gustaría borrar su sonrisa de autosuficiencia con un beso? ¡NO! Contrólate, Harry. Estás volviendo a perderte en fantasías que sólo te traerán pesar.

Nuevamente elevo la vista hacia la alta figura de Malfoy y descubro que la escasa paciencia del Slytherin se ha acabado. Al parecer, éste se ha cansado de esperar por una explicación a mi extraño comportamiento. Soltando un bufido para nada digno de alguien de su alcurnia, comienza a alejarse de mí y emprende camino en dirección a la caja.

Algo dentro de mi pecho comienza a despertar y se encarga de provocar una molesta sensación de desasosiego que me es difícil ignorar. Por un lado, no quiero seguir quedando como un idiota frente a Malfoy y, por el otro, no quiero que éste se aleje jamás de mi lado. Totalmente confundido sobre qué es lo que debo hacer a continuación, dejo que tome el control ese instinto que tanto me ha ayudado en el pasado. Aunque me arrepiento al instante ya que éste, presuroso por entrar en acción, ha tomado uno de los brazos de Draco en un firme agarre.

─ ¿Y ahora qué, Potter? Ya has dejado bien en claro que no merezco tu valioso tiempo. Ni siquiera para obtener una simple respuesta a una más que sencilla pregunta.

─ No… espera. Lamento eso. No pretendía ser grosero, es sólo que...

─ ¿Es sólo que qué?

Sí, ¿es sólo que qué, idiota? ¿Qué vas a decirle ahora? ¿Qué estabas admirando la firmeza de su pecho? ¿Qué desearías recorrer todos esos músculos con tus manos? ¿Qué querrías utilizar tu lengua para probar esa deliciosa y nívea piel? ¿Acaso piensas decirle a Draco lo mucho que te gustaría que te aprisionara contra la cama y te hiciera suyo una y otra vez? ¿Piensas siquiera decirle una ínfima parte de todas esas sucias y húmedas fantasías que tienes noche sí y noche también?

Una molesta vocecita dentro de mi mente, la cual posee el mismo venenoso tono de voz que el de Malfoy, comienza a burlarse con cizaña y me deja completamente sin palabras, temblando con nerviosismo y más avergonzado de lo que jamás he estado. Porque, aún si mi vida dependiera de ello, no puedo negar nada de lo que ha afirmado. Por mucho que me pese, sé que esta irritante parte de mi conciencia tiene razón. Ni siquiera puedo refutárselo, ya que en verdad desearía hacer todo eso y más. Mucho más.

No obstante, eso no es algo que pueda decirle a Draco. Al menos no sin correr el riesgo de ser enviado a San Mungo en sanguinolentos y pequeños pedazos. Sacudiendo imperceptiblemente mi cabeza para despejarla de escalofriantes escenarios en los que Malfoy me lanza repugnantes maldiciones, elevo por enésima vez la vista hasta posarla en esos penetrantes ojos grises que parecen tener la capacidad de atravesarme el alma y me fuerzo a dejar salir una convincente excusa por mi peculiar comportamiento.

─ Estaba pensando en… en un caso. Sí, eso es. Estaba pensando en un caso y por eso me encontraba tan distraído.

Termino mi explicación con una nerviosa risita y quiero patearme internamente por estar comportándome como una nerviosa quinceañera. Con ello estoy seguro de que Malfoy confirmará lo que dijo en un principio… que he perdido la única neurona que me quedaba lúcida. Genial, Harry. Sinceramente, genial.

A su vez, Malfoy eleva una de sus cejas y me regala una desconfiada mirada, no terminando de creer la lamentable excusa que he dado. Por fortuna, no parece dar indicios de querer continuar indagando, lo cual gradezco infinitamente. En verdad no sabría qué responderle en caso de que quisiera obtener una mayor explicación.

Tratando de aligerar un poco el incómodo silencio que comienza a formarse entre ambos, abro mi boca y suelto una pregunta. Aunque ni bien ésta abandona mis labios me doy cuenta de lo estúpida que ha sido. Inmediatamente me asaltan unas desesperadas ganas de llorar y darme cabezazos contra el estante a mi derecha, mas logro contenerme a tiempo.

─ ¿Qué estás haciendo aquí?

─ Mmm… Déjame pensarlo. ─ Malfoy coloca un estilizado y largo dedo sobre sus finos labios, fingiendo pensar una respuesta a la pregunta que he realizado. Aunque debería enfadarme por ser el objeto de burla de este pomposo imbécil, no puedo evitar desear besar esa tentadora boca. Cuando ese perturbador pensamiento escapa desde lo más profundo de mis libidinosos pensares, obligo a mi mente a volver a terreno seguro y posar toda mi atención en el joven frente a mí. Por su parte, Draco parece haber obtenido la respuesta que estaba buscando, porque de inmediato se apodera de sus facciones esa perversa sonrisa que tantos vergonzosos anhelos es capaz de despertarme. ─ ¿Lo mismo que tú, quizás?

Si con "lo mismo que tú" te refieres a que he estado suspirando por ti durante años y admirando lo bien que te sienta el cabello de esa forma… entonces, sí. Estamos aquí haciendo lo mismo.

La sarcástica vocecita vuelve al ataque y siento deseos de que la tierra me trague. Porque estas aseveraciones sólo me demuestran lo muy lejos que estoy de que este estúpido enamoramiento que siento por Draco Malfoy se marche algún día de mí. Realmente no tengo esperanza alguna, ¿verdad?

Un derrotado suspiro quiere escapar desde lo más profundo de mi ser, mas no dejo que esto ocurra. Ya es lo bastante malo saber que Draco jamás me querrá de la forma en que yo lo quiero a él, como para además dejarle vía libre para destrozar mi patético corazón con dañinas y crueles burlas por los sentimientos que jamás podrá corresponder.

Casi puedo percibir cómo mis ojos ruedan ante tal deprimente pensamiento. ¿En qué momento me convertí en una de las despechadas damiselas que aparecían en las telenovelas que mi tía Petunia solía ver? Sin querer obtener una respuesta a ello, me hago a un lado para apartarme del molesto Slytherin.

─ ¡Oh, vamos, Potter! ¿Es en serio? ¿Qué sucede contigo hoy? ¿Vas a dejarme ganar tan fácilmente?

El deje de desconcierto en las maliciosas palabras de Malfoy me obliga a voltearme. En verdad debo comprobar si mis oídos no están jugándome una mala pasada y realmente ha sido un leve rastro de preocupación lo que pude entrever en su grave voz. Sin embargo, todas las bellas facciones de Draco se han resguardado detrás de una imperturbable máscara de frialdad, evitando que no sea capaz siquiera de entrever una ínfima emoción de sí.

Y eso sólo incrementa aún más el enfado que siento por toda esta situación. Ya ni siquiera se trata de que Malfoy nunca vaya a corresponder mis sentimientos; porque, seamos totalmente honestos… ¿Por qué alguien como él se fijaría en alguien como yo? Desde un comienzo supe que mis sentimientos por Draco son algo sin esperanza. El tener en claro tal realidad confirma que todo el enfado que me inunda no está producido por mis desahuciados deseos. Si bien son un disparador de gran peso, no son el motivo principal por el que percibo rugir con molestia al león que vive en mis entrañas. Entonces, si no es eso lo que realmente me enfada… ¿Qué es?

El sólo hecho de recordar las burlas que Malfoy me dirigió durante todo nuestro escaso intercambio de palabas es más que suficiente para responder mi pregunta. Porque lo que más me enferma de toda esa situación es el hecho de saber que, para Draco, nunca habrá otra forma de dirigirse a mi persona que no sea mediante insultos y maliciosas palabras. Al parecer, no está interesado en dejar el pasado atrás y comenzar de nuevo.

El saber que no desea intentar entablar un cordial trato, ni que digamos una amistad, es más que suficiente para incrementar la furia de la bestia que reside dentro mío. Aunque sé que simplemente debería irme de aquí, antes de que de mi boca salgan reproches por los que más tarde me arrepentiré de haber soltado, no consigo lograr que mis pies comiencen a alejarse del insufrible Slytherin.

─ Sí, Malfoy. Voy a dejar que ganes así de fácil. ─ Inmediatamente me sorprendo de las palabras que salen de mi boca, porque éstas escapan con un acentuado rencor. ─ Tal vez a ti te siga pareciendo sumamente entretenido insultarme y tratar de hacerme quedar como un completo idiota. Pero para mí, odiarte e intentar dejarte en ridículo ha dejado de ser divertido. Finalmente, después de tantos años de luchar contra todo y todos, tengo lo que se podría llegar a considerar una vida normal y, honestamente, ya no quiero seguir luchando. No contigo. No con nadie.

Pero especialmente… no contigo.

Afortunadamente, estas últimas palabras no logran salir de mi boca. Ya he puesto en evidencia demasiadas emociones por un día, como para encima dejarle en claro a Malfoy lo que siento por él.

Elevo una última vez la vista hasta posarla en el rostro de Malfoy y me preparo mentalmente para recibir la mordaz réplica que de seguro me dará, mas esto no ocurre. Por el contrario, parece haberse quedado sin palabras después de mi vehemente réplica. Pero lo que más llama mi atención es el sentimiento, o la falta de éste en todo caso, que se refleja en el semblante de Draco. Porque ningún rastro de éste puede vislumbrarse en su gris mirada. Sus ojos, los cuales siempre irradian un sinfín de emociones, en estos momentos parecen haberse convertido en dos profundos y vacíos pozos grises.

No obstante, la mirada de Draco no es lo único que ha perdido vida con mis crudas palabras. La alta y tonificada figura parece haberse desinflado y perdido todo rastro de seguridad. Sus hombros y espalda han caído ligeramente en lo que reconozco ser un afligido gesto. Cada músculo en el apuesto rostro del Slytherin realiza un titánico esfuerzo por mantener la fría máscara de indiferencia en alto, mas no es suficiente para ocultar del todo el claro pesar que lo carcome. Pero lo que termina de convencerme de que esta vez sí he roto la imaginaria línea que aún nos unía, es el ligero, pero aun así visible, temblor en las níveas manos de Draco; manos que, si la miopía no me juega una mala pasada, sostienen lo que parece ser una tableta de chocolate negro.

Quisiera poder dejar que una tierna sonrisa cubra mi rostro al descubrir que, al final, los dos sí estamos aquí con el mismo propósito. Comprar chocolate. Sin embargo, tal descubrimiento no es suficiente para hacer desaparecer el insoportable dolor que siento apoderarse de todo mi pecho por haberle causado tanto sufrimiento.

Tan intenso es el dolor que me acomete, que estoy encontrando difícil respirar con normalidad. El aire comienza a hacerse cada vez más pesado y escaso, sin importar cuantas bocanadas dé. Temiendo entrar en un ataque de pánico en una abarrotada tienda, frente a Malfoy de entre todas las personas en el mundo, giro con rapidez y me dispongo a huir de aquí cuanto antes. Desafortunadamente, me retienen en el lugar unas palabras murmuradas por el joven al que acabo de darle la espalda.

─ Si ya no quieres seguir luchando… Entonces, ¿por qué te has convertido en un auror?

La pregunta de Malfoy me descoloca por completo, pero al menos ha conseguido hacerme escapar del pozo de desesperación en el que me encontraba atrapado. A pesar de que esto supone un problema menos que resolver, otro ha ocupado su lugar. Porque realmente no sé qué responderle. Es increíble cómo, con una sola maldita pregunta, Malfoy ha podido tirar abajo todas mis convicciones y seguridades.

Me paso lo que parecen ser horas enteras, aunque no son más que unos míseros segundos, forzando a mi cerebro a encontrar una convincente respuesta a su pregunta, mas no logro hallar ninguna lo suficientemente satisfactoria. Ninguna de las razones que se deslizan por mi mente puede responder tal inocente cuestionamiento.

Honestamente, no sé por qué decidí ser auror. Si bien el trabajo es bien remunerado y reconocido por la comunidad mágica, nunca ha podido llenarme el alma de emoción. Jamás ha conseguido despertar esa excitante chispa en mi corazón que siempre percibo cuando me enfrento a Malfoy por las cosas más estúpidas.

Pensar en cada día que desperdicio descubriendo difíciles y desgarradores casos… en cada año de mi vida que entrego para hacer de éste un mundo más pacífico y tolerante… sólo me recuerda lo muy solo y vacío que me siento por dentro. Porque no importa cuántos compañeros tenga en la oficina… no interesa con cuántos amigos pueda contar para pasar un rato lleno de risas… ni siquiera importa que toda la manada Weasley me considere uno más de ellos… porque al final del día, cuando me acurruco bajo las mantas de mi amplia cama de Grimmauld Place, esa sensación de vacío se hace presente nuevamente y me impide conciliar el sueño. Porque no existe fachada alguna que pueda ocultar lo que tan claramente Malfoy puede ver. Porque, incluso después de todo este tiempo y de todo lo que ha ocurrido, aún sigo viviendo bajo las expectativas de otros. Siempre bajo las expectativas de otros.

Cuando este pensamiento toma conciencia en mi mente, siento una imperiosa necesidad de correr, de ocultarme de todo el mundo en un lugar donde nadie pueda encontrarme jamás, aunque eso es algo que no puedo hacer. Mi naturaleza luchadora no permitirá que me rinda tan fácilmente. Y es esa terquedad Gryffindor la que me hace seguir adelante, sin importar cuán desolado luzca el panorama.

Y quizás no encuentre argumentos suficientes para justificarle a Malfoy el motivo por el que elegí ser un auror, ni tampoco creo poder seguir siendo uno después de este quiebre… Pero de lo que sí estoy seguro es de que, pase lo que pase, debo seguir adelante.

Con renovadas fuerzas, giro para finalmente enfrentar al joven que es capaz de conocerme incluso más de lo que yo mismo me conozco. Sin embargo, la sensación de vacío vuelve a instaurarse en mi pecho con mayor intensidad, porque no queda rastro alguno del alto y apuesto Slytherin. Me encuentro completamente solo en este, por extraño que parezca, desierto pasillo de la abarrotada tienda.

Un insoportable nudo se forma al instante en mi garganta e impide que, nuevamente, pueda respirar con normalidad. Siento deseos de llorar y gritar, mas logro reunir todo el escaso autocontrol que poseo para contenerme. Soltando derrotado suspiro, giro hacia el estante a mi derecha para tomar el maldito chocolate blanco y largarme de aquí cuanto antes. No obstante, la primera imagen que capta mis ojos es una larga tableta envuelta en un papel negro con letras doradas.

Sin siquiera pensar en lo que hago, la tomo y me dirijo hacia la caja para pagar por ella. Detrás mío quedan olvidadas sobre uno de los estantes las barras de chocolate blanco, porque entre mis temblorosas manos descansa una tableta de chocolate negro. Amargo. El mismo que Draco acaba de llevarse.


Notas finales: si han llegado hasta aquí, se los agradezco mucho. Espero sus opiniones y comentarios para saber qué les va pareciendo la historia.

Ahora sí, quiero desearles a todos ustedes un feliz año nuevo. Que este 2017 esté repleto de alegría, amor, amistad y (como siempre) muchísimo Drarry. Nos leemos el año que viene, es decir, en unos pocos días. XD