Antes de nada, gracias por leer mis historias. Siempre es un placer ver que hay gente a la que le gusta.
En segundo lugar, me gustaría animaros a comentarlas y a ponerlas en vuestros favoritos. Aunque estén acabadas, sienta bien ver que las historias aún siguen vivas.
Y en tercero y último lugar, espero que os gusten tanto como me gustaron a mí.
A leer...
Argumento:
Cuando el destino cierra una puerta, el corazón abre otra…
Ahora que por fin han desaparecido las amenazas que ponían en peligro el secreto del bosque, Rukia ha regresado a Colmenar y trata de acostumbrarse a la tranquilidad de la vida rural, mientras planea trasladarse a la aldea de los inmortales con Ichigo. Hace cuatro meses que no se ven, y a Rukia la espera se le está haciendo eterna…
Pero cuando finalmente llega el momento que tanto ha anhelado, las cosas no suceden precisamente como ella había imaginado. Un descubrimiento inesperado abre un abismo que la separa irremediablemente de Ichigo y pone fin a la relación de forma precipitada… Muy pronto, en un intento de poner tierra de por medio cuanto antes, Rukia decidirá viajar a la ciudad del Renacimiento, Florencia, desde donde le han llegado noticias algo extrañas de Grimmjow…
LA CIUDAD DE LA LUNA ETERNA
Dicen que el vértigo es, en realidad, una atracción fatal hacia el abismo, que es la muerte quien nos llama para sellar nuestro destino. Cuando salí de la espesura y distinguí, a lo lejos, aquellas dos figuras al borde de la cascada, entendí horrorizada que una de ellas miraba al vacío con extraña determinación.
Era Grimmjow.
El otro era Ichigo, que le agarraba con violencia del brazo y vociferaba algo que yo no lograba entender. Aunque sabía que no podían oírme, empecé a correr hacia ellos mientras gritaba con todas mis fuerzas. El cierzo soplaba en mi contra. En contra de todos. El mismo viento que retenía mis pasos arrastraba mis gritos lejos de allí.
Desde que mi ermitaño había pactado con la muerte, tenía la impresión de que todos caminábamos al borde del abismo.
La maldición se cernía de nuevo sobre el valle.
Mientras volaba sobre las piedras y la pinaza cubiertas de nieve, me dije que, si uno de ellos caía, yo le seguiría como un ángel herido hasta destruir mi voluntad en el fondo del precipicio.
La mejor noche de mi vida
El último sol del verano se filtraba con timidez a través de la ventana.
Mientras me desperezaba con un suspiro, Byakuya se presentó en mi habitación con un vaso de leche fresca y unas magdalenas recién horneadas. Me revolví perezosa entre las sábanas.
—¿Te he despertado? —Dejó la bandeja sobre la mesilla y me mostró unos papeles—. Ha llegado el momento de pensar en tu futuro.
Era la matrícula del instituto. Faltaba muy poco para que el curso empezara y, desde hacía semanas, tanto él como Yoruichi insistían en que me inscribiera cuanto antes.
—Has perdido un curso —continuó—. Y si el año que viene quieres ir a la universidad, tendrás que acabar el instituto...
¿Instituto? ¿Universidad? Aunque mi padre lo desconocía, yo no contemplaba ningún futuro que me alejara de Ichigo.
—Yoruichi estará dando clases en Duruelo este año y podríais bajar juntas cada mañana.
—Todavía no he pensado qué quiero hacer.
—¡Rukia! No hay nada que pensar. Tienes que estudiar. —Su voz adquirió un matiz imperativo.
Aparté los papeles con un brazo y contraataqué:
—¿Quién dice que tenga que terminar el bachillerato?
Le mantuve la mirada unos segundos. Sabía que mis palabras podían hacerle daño, pero aun así no las frené:
—En unos meses cumpliré los dieciocho y seré mayor de edad. ¡Puedo hacer lo que quiera!
—¿Y qué significa eso, Rukia? ¿Vivir en el monte con un chico medio salvaje?
Sus palabras delataron que conocía mis planes mejor de lo que yo creía.
—¡No sabes nada de él!
—¿Y tú, Rukia? ¿Conoces realmente a ese chico? —Su voz se dulcificó—. ¿Estás segura de que te merece?
Aquella pregunta me hizo sonreír. ¿Cómo iba a plantearme semejante tontería? Desde que conocía a Ichigo, no había dejado de preguntarme qué había hecho yo para merecerle a él.
—No quiero hablar de esto... —respondí manteniéndole la mirada.
Cuando cerró la puerta, me sentí apenada. Aquella podía ser nuestra última conversación antes de mi partida y odiaba que hubiera acabado en discusión; cómo me odiaba a mí misma por marcharme de manera furtiva.
Hacía meses que había decidido trasladarme a la ciudad eterna con Ichigo.
Habíamos fijado nuestro reencuentro en la medianoche del segundo domingo de septiembre, cuando las aguas se hubieran calmado y él tuviera listo un lugar en el que estar juntos, cerca de la semilla dormida.
Y mientras esperaba el momento, vivía con mi padre en Colmenar. Habían sido casi cuatro meses de convivencia pacífica y hogareña. ¿Por qué habíamos tenido que discutir precisamente esa noche?
Él solo se preocupaba por mí. Después de todo lo ocurrido, había insistido en que me alojara con él en Colmenar. También había hablado de recuperar el tiempo perdido... Pero lo cierto era que entre sus abejas y Yoruichi—con quien parecía estar en continua luna de miel— no disponía de muchos momentos para estar con su hija.
Tras reconocerme como tal, me había abierto las puertas de su casa y de su corazón. Poco dado a expresar sus sentimientos, aprendí a interpretar las señales amorosas que me enviaba con gestos como cederme su habitación con baño independiente o ponerle mi nombre a una variedad de miel. En la etiqueta, con su perfecta caligrafía, podía leerse:
Elaborada por las abejas más exigentes
de la comarca de Pinares,
Rukia es una miel de flores, fina y deliciosa,
que activa el corazón y eleva el ánimo.
El sonido grave de las campanas de la iglesia, tocando a misa, me recordó que apenas faltaban quince horas para la noche más importante de mi vida. Me senté en la cama con las piernas cruzadas y recogí todos los papeles que había traído mi padre.
Había dos sobres junto a la matrícula del instituto. Uno contenía propaganda de una tienda de ropa en Soria, el otro era una carta con matasellos de una ciudad italiana en la que no conocía a nadie y en la que jamás había estado: Florencia.
Después de leer el destinatario, me pareció un milagro que aquel sobre hubiera llegado con aquellas señas incompletas:
Rukia
Fábrica de miel
Colmenar (Soria)
Spagna
Había tenido suerte de que Colmenar fuera un pueblo diminuto y yo la única Rukia. Me hizo reír que llamara «fábrica» al pequeño negocio artesanal de mi padre.
Giré el sobre con curiosidad para ver quién me la enviaba, pero no había remitente. Me dispuse a abrirla cuando la melodía de «River Man» sonó en mi móvil anunciándome una llamada.
La imagen de Senna iluminó la pantalla.
Supuse que me llamaba para despedirse. Ella sabía que aquel era el gran día y que los próximos meses estaría incomunicada en la Aldea de los Inmortales.
—¡Hola, lechuguina! ¿Cómo estás?
—¿Cómo quieres que esté? —respondí—. Nerviosa, feliz... ¡Atacada!
—¿Se lo has dicho ya a Byakuya?
—No. —Enmudecí un instante.
—¿No piensas despedirte de él?
—Mi padre no va a entenderlo, Senna. Él quiere que estudie y que me olvide de todo lo que ha pasado en el bosque.
El recuerdo del incendio que había acabado con las vidas de los padres de Grimmjow y de los chicos de la República del Bosque, tan solo unos meses atrás, me produjo un escalofrío.
A pesar de los cabos sueltos —tres de los cuerpos no habían sido identificados—, las autoridades habían decidido dar por zanjado el asunto y aceptar que se trataba de un fatal accidente causado por encender fuego de forma temeraria en una zona frondosa. El viento había propiciado que las llamas se propagasen y acorralaran a las víctimas al cambiar de dirección.
Mi padre era el único colmenareño que intuía lo que había pasado realmente, y por eso quería cerrar ese dramático capítulo de mi vida alejándome del chico del bosque.
—No sufras —reflexionó Senna—. Podrás ver a tu padre en primavera. Ahora debes ir con Ichigo. Tu lugar está a su lado.
—Tienes razón —dije animada por sus palabras—. ¿Qué tal os va a Kenzaki y a ti?
—¡Muy bien! Estamos viviendo en Chelsea, en una casa que era de su abuelo. Tendrías que verla, Rukia, ¡es una pasada! Tiene biblioteca y hasta un jardín impresionante.
Podía imaginarlo. Aquella era la zona más chic, elegante y rica de Londres. Un barrio para las familias con mayor poder adquisitivo de la ciudad.
—Ya veo que te ha tocado la lotería —bromeé.
—Sí, pero el premio gordo es Kenzaki. Creo que es la única persona en este mundo capaz de considerar encantadoras todas mis rarezas.
Ambas reímos.
—Hablando de rarezas, ¿qué tal le va al Ashudao?
Aquella era su forma habitual de referirse a Ashido. Tuve que admitir que, desde que vivía solo en el bosque, esa definición le iba que ni pintada.
—La última vez que estuve en la cabaña del diablo se paseaba medio desnudo entre las cuatro paredes que había logrado levantar de los escombros. Llevaba semanas sin lavarse y decía cosas muy extrañas, algo sobre volver a los orígenes del hombre puro, creo recordar...
—Ese no sabe lo que es un invierno en la sierra. Te apuesto lo que quieras a que en cuanto caigan las primeras nieves, no aguanta ni un día en el bosque. ¡No todo el mundo sirve para la vida de ermitaño!
No pude evitar tomarme su comentario como algo personal.
Ichigo me había dicho que, en invierno, la temperatura en la aldea bajaba tantos grados que era necesario partir el hielo con un hacha y calentarlo en la lumbre para poder beber agua. ¿Cómo me las arreglaría para asearme o lavar la ropa? ¿Tendría Ichigo una tina de madera como en la cabaña del diablo o acabaría convirtiéndome en una apestosa como Ashido?
—Cada uno hace lo que puede —protesté.
—No me refería a ti, Rukia. Ichigo sabrá cómo cuidarte... —Oí su risa de fondo—. ¿Puedo pedirte algo? Necesito unos papeles que están en casa de mis padres. Quiero estudiar diseño de moda, pero primero debo sacarme el bachillerato y necesito el título de la ESO. ¿Podrías pedírselos a mi madre y enviármelos a Londres?
Anoté la dirección en un papel y me despedí de mi amiga.
Nada más colgar, me asaltaron nuevas dudas sobre la vida en el valle. ¿Por qué no podían ser las cosas más sencillas entre nosotros? No aspiraba a tener una vida como la de Senna y Kenzaki, rodeados de lujo en un gran ciudad. Me conformaba con las comodidades de la Dehesa o la cabaña del diablo... Pero la posible existencia de aquella otra semilla ligaba el destino de mi ermitaño a aquel valle helado. Y, por consiguiente, también el mío. Sabía que el calor de Ichigo me ayudaría a vencer el invierno, pero ¿y la convivencia? Podía cansarse de mí, o, peor aún, desenamorarse.
Me pregunté qué habría visto en mí. Me angustió responderme que yo era la única chica «que había visto» en décadas. También estaba Senna , pero a ella la había conocido siendo una niña y eso hacía que la viera como a una hermana.
Confiaba en que nuestro amor sería suficiente para superar cualquier contratiempo.
Pero si Ichigo me había enseñado que el corazón no entiende de imposibles, con Grimmjow había aprendido que también tiene un lado oscuro que no siempre podemos controlar.
Mientras me dirigía a casa de los padres de Senna, me di cuenta de que había anotado la dirección en el sobre de aquella misteriosa carta de Florencia.
Además del encargo de Senna, tenía que dejar varias cosas listas aquel día, como preparar la mochila o escribirle a mi padre unas líneas de despedida, pero aun así me detuve un instante junto a la fuente del pueblo y abrí el sobre con curiosidad.
Querida Rukia:
No estoy muy segura de que esta carta llegue a tus manos. Aunque he oído hablar de ti, tengo muy pocas referencias tuyas. Tan solo un frasco de miel con tu nombre y una foto enganchada con un imán en la nevera.
Te preguntarás por qué te escribo, y eso es algo que ni yo misma sé. ¡Ni siquiera estoy segura de que puedas ayudarme!, pero no sabía a quién recurrir y me acordé de la chica de la miel.
Grimmjow me habló de ti en varias ocasiones. Nada concreto, pero de alguna forma entendí que algo fuerte os unía. Por eso te escribo.
Levanté un instante la vista de aquellas líneas... ¿Grimmjow? ¿Qué diablos hacía él en Florencia?
Grimmjow ha desaparecido. Hace dos semanas que no sé nada de él. Le conozco desde hace muy poco y solo soy su compañera de piso... pero no parece el tipo de persona que se esfuma sin dar explicaciones, y estoy muy preocupada. Toda su ropa y documentación están en casa. Una noche de confidencias, que nos habíamos pasado bebiendo grapa, me dijo: «Rukia es la persona que mejor me conoce en este mundo».
Yo soy su única amiga aquí en Florencia, y estoy segura de que le ha pasado algo... Antes de llamar a la policía se me ocurrió que tal vez tú podías saber algo. Como no tenía tu dirección, busqué las señas del frasco de miel y di con Colmenar. Espero haber acertado.
Más abajo verás mi dirección y perfil de Facebook. Escríbeme. Sería genial que pudieras tomarte unos días y venir a Florencia.
Tengo la intuición de que si estás aquí, Grimmjow aparecerá.
Hallibel
Leí la carta tres veces más. Me parecía tan increíble lo que explicaba que no acababa de dar crédito a lo que leía. Si ya era extraño que Grimmjowestuviera en Florencia, y no en Estados Unidos como nos había hecho creer, todavía lo era más que aquella chica me pidiera ayuda para encontrarle.
¿Qué podía hacer yo por él en una ciudad que ni siquiera conocía?
Grimmjow tenía el coeficiente intelectual de un genio y el físico de un soldado, sabía cuidarse solo.
Aun así, no pude evitar inquietarme un poco. Me sorprendió que le hubiera hablado de mí a una chica que apenas conocía y hubiera colgado mi foto en su nevera. Habría jurado que no era el tipo de chico que hacía esas cosas. ¿O tal vez sí? Quizá no le conocía tanto...
No tenía su teléfono y hacía semanas que no contestaba a mis e-mails, motivo de más para preocuparme. En cualquier caso, poco podía hacer por él antes de marcharme a la aldea. Aun así, aceleré el paso con la intención de escribirle un mensaje en cuanto regresara de casa de Senna.
Cuando su madre me abrió la puerta, me quedé sin habla. Llevaba las manos ensangrentadas.
Atónita, bajé la vista a las manchas rojas de su delantal.
La madre de Senna me miró un instante antes de estallar en una carcajada.
—Tranquila, maja, que no he matado a nadie... Solo estoy embutiendo unos chorizos.
Miré con desagrado los restos de carne cruda con pimentón que tenía en las manos y entre las uñas, y reí antes de explicarle el motivo de mi visita.
Me sorprendió que ni se inmutase. Aquella mujer se había pasado todo el verano presumiendo del compromiso de su única hija con un educado universitario inglés, pero, curiosamente, no pareció darle ninguna importancia al hecho de que Senna hubiera decidido retomar sus estudios.
Me fijé en la goma de unas medias cortas que asomaban bajo su falda negra y me pregunté de quién habría heredado Senna su sensibilidad por la moda.
—¿Podrías subir tú misma a su cuarto y buscar esos papeles? —me pidió dirigiéndose de nuevo a la cocina—. Está al final del pasillo.
La habitación de Senna era un oasis de energía juvenil en aquella sobria y humilde casa pinariega.
Supuse que ella misma se había encargado de personalizarla con poco dinero y mucho estilo. Los muebles de pino habían sido tratados con barniz blanco y las paredes estaban repletas de fotografías de su estancia en Londres. Había también una estantería llena de libros —la mayoría, en inglés— y un móvil de Alexander Calder, comprado en la Tate Modern, colgando del techo.
Abrí varios cajones de un escritorio hasta que di con una carpeta azul. En ella había recortes de moda y dibujos infantiles. Me sorprendió que en todos apareciera el mismo monigote de pelo oscuro en distintos escenarios: rodeado de árboles, junto a una casita o bañándose en el río. En algunos salían corazones con la misma inicial repetida: la I. Sonreí al imaginarme a Senna de niña, impresionada, tras haber conocido a Ichigo.
En otro cajón, junto a varias libretas escolares, apareció un libro de tapas muy antiguas. Era una primera edición de 1920 de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. Lo abrí con curiosidad. Las páginas amarillentas desprendían un intenso olor a viejo. Había anotaciones en el margen con una caligrafía que reconocí como la letra de Ichigo.
Junto al poema número trece, había escrito: «Poesía para Senna». No pude evitar sentirme celosa al saber que había compartido a Bécquer también con ella.
XIII
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana,
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras,
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella. (1)
Me pregunté si mi ermitaño habría conocido también su pupila dorada.
Sospeché que no. Su mirada era siempre lila y amorosa cuando se trataba de Ichigo.
Al pasar las páginas, una fotografía saltó del interior y aterrizó en el suelo.
La recogí y leí la frase que había anotada en el dorso: «La mejor noche de mi vida». Antes de girarla, sentí una punzada extraña en el corazón. En aquella instantánea aparecían dos chicos metidos en un mismo saco de dormir.
Con el alma rota, observé a una jovencita Senna, sonriendo con dulzura a cámara, mientras Ichigo la abrazaba. El torso desnudo de él y los brazos descubiertos de ella —extendidos para tomar la foto— revelaban que no llevaban nada debajo.
To Be Continued...
(1) En el libro original, los ojos del personaje de Senna son azules, por eso Ichigo le dedica el poema de Bécquer.
