Buen día. Estoy aquí comenzando con este proyecto. En un principio estaba planeado para MakoHaru pero tras charlar con algunas personas pues caímos en cuenta de que el SouMako está algo carente de historias. Aun así, como ya había empezado, decidí continuar con la misma redacción basándome principalmente en un Haru que empieza a conocerse a sí mismo, a sus problemas y a los de los demás, que mira a su alrededor y relata las cosas que vive, siente y percibe. Verá como el amor prohibido florece, como algunos romances se rompen, como la amistad crece y aprenderá más de la verdadera humanidad dentro de cuatro paredes, mucho más de lo que aprendió fuera de ellas en lo que otros llaman 'libertad'.

"El diario de una locura incurable" es una historia no enfocada solamente en el romance si no en la amistad, la lucha consigo mismo y la superación. En vencer demonios, entender que todos estamos un poco locos y que aun en lo que para muchos es un final para otros tantos es un inicio.

Contendrá, como había comentado, SouMako al igual que RinRei. El HaruGou existe en esta historia, os advierto, aunque para aliviar sus corazones intentaré contener mi poder heterosexual y no profundizar mucho en esta OTP (aunque si quieren eso puede cambiar yo me adapto a lo que los lectores decidan)

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Sin más les invito a leer, identificarse con los personajes, sentirlos y darles vida dentro de sus imaginaciones. Disfruten la historia.

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Capítulo 1 Cristales

No es claro para mí, lucía todo algo difuminado, pero hay fragmentos que no se borraron de mi memoria ese día. Un vaso de vidrio yacía en el suelo roto en tantos pedazos y de alguna forma me recordó a mí mismo. El agua ahogaba a unos pero para mí era un respiro aunque ahora nada la contenía, nada la detuvo de humedecer la alfombra. El silencio, la expectación ante mis actos. Mis compañeros de oficina mirando como de mis manos unas gotas de sangre caían lentas y como frustrado me tallé la mejilla llenando del carmesí la misma. Exaltado había estrellado el vaso contra la pared y los cristales cortaron un poco mi palma. No pensé en lastimarme, no pensé en asustarlos, no pensaba en nada. Solo tenía la mente en blanco, solo estaba muy enojado, solo estaba muy asustado.

Ese día marcó mi vida para siempre.

Un par de lunas después un hombre me realizó preguntas mientras mi mano sanaba bajo unos vendajes. Decretaron que tenía algunos daños irreversibles a causa del estrés de la ciudad, heridas mentales a causa de la rutina, del ruido, de mi estilo de vida. Y es cierto, lo odiaba y mucho, quería estar lejos de ahí, quería ser un poco más libre.

Lo logré, un poco y de una manera desagradable pero lo logré.

Recuerdo haber subido a un auto mientras mis padres lloraban desconsolados. Dejé atrás los trajes y las corbatas, el ruido de las calles y el sonido de las teclas. Dejé atrás el tráfico, las peleas frente a mi casa, los gritos de papá y mamá, me despedí de los jefes, de las deudas, de no poder respirar. Dejé atrás el mundo donde todos sufren, donde sufren estúpidamente y caminé entre pasillos blancos que me transmitían cierta calma, esos mismos donde algunos serios miraban a un punto perdido, otros hacían ruidos que no comprendía y algunos más solo parecían como arboles encajados en la tierra.

Caí a un cuarto más acolchonado y me senté sobre el suelo arrastrándome un poco hasta pegar la espalda a la pared. El paraíso, podía dormir encima de ese suelo. No sabía qué hora era pero seguro estaría trabajando más ahora podía dormir, respirar, no más ruido, no más gritos, no más dolor.

Cerré los ojos y entré a mi mundo donde las olas sonaban tranquilas y suaves, un mundo donde podía sentir el mar tocar mis dedos, mis tobillos, mis rodillas y mis caderas que desaparecían eventualmente hasta dar lugar a una cola. Recuerdo que nadé, nadé a lugares donde nadie había llegado y sentía la libertad, la paz y la frescura del agua moverme los cabellos y fui feliz, fui inmensamente feliz.

Desperté y el lugar yacía oscuro, sofocante. Debía ser de noche pero el hecho de estar ahí como una sardina enlatada no era agradable. Sentía la boca seca, intenté pasar saliva pero era imposible. Rodé un par de veces percatándome de la camisa que sostenía y apresaba mis brazos alrededor de mí mismo. Me arrastré hasta llegar a la pared de frente y pateando un poco pude detectar lo que creí era la puerta. Seguí pateando con fuerza, lo más fuerte que pude y entonces llamó mi atención un pequeño punto azul en la pared ¿Era el mar? ¿Era una cámara observando?

La puerta se abrió con una luz cegadora que me obligó a cerrar los ojos y entre dos hombres me sujetaron arrastrándome como si fuera una bestia. No había necesidad, ni siquiera puse resistencia. Choqué de nueva cuenta contra la pared y unas manos rasposas sujetaron mi mejilla haciendo que estirara el cuello. Un dolor insoportable, una inyección justo en la zona yugular fue suficiente para dejarme fuera de combate a los minutos. Caí golpeando mi cabeza contra el suave piso, sintiendo como los sonidos y mi vista de disipaban mientras los pasos de los hombres se perdían entre la luz, mientras la puerta se cerraba y de nuevo había oscuridad.

Mi vista desorbitada se clavó en el punto azul y de nuevo escuché el mar…nuevamente volví a nadar en mi mente. Ese mar no era como el anterior, aquella agua me devoraba, me hizo recordar lo horrible que fue vivir sueños que yo no soñaba, estudiar cosas que yo no deseaba, pensar en lo que era correcto en vez de lo que era mi felicidad, rechazar amistades que creía hermosas solo porque para todos eran mala hierba, hundirme, gritar, sufrir, plañir, desgarrarme en medio de la calle y destruirme en un llanto lastimero pero en silencio, imperturbable mientras esperaba el metro, indiferente en mi expresión mientras el mundo seguía torturándome y girando a mi alrededor. Los ruidos no cesaron, nunca cesaban esas voces en mi cabeza que decían "!Salta!" cuando el vagón se acercaba, me enloquecía y quien me hubiese visto diría que en mí no había tal agonía ¡Pero la había y nadie lo entendía! ¡Nadie lo comprendía!. Solo esas voces en mi cabeza, solo ellas…

Cuando abrí los ojos y noté esa oscuridad me quedé por largo rato recostado observando lo que yo sabía era la puerta; algo cansado del saco me jalonee. Sentía los músculos tensos, necesitaba estirarme con urgencia y también cumplir otras necesidades. La boca ahora tenía un sabor amargo, posiblemente era a causa de la medicación. La puerta se abrió dejándome un poco cegado, obligándome a sentarme y defenderme si me lastimaban de nuevo. Patalee un poco por el miedo, las voces me gritaron nuevamente diciendo "Esto es lo que mereces, haz perdido la cabeza…" pero entre toda esa luz vi algo, algo que me hizo mantener la calma, algo que hizo callar todo lo que dentro de mi gritaba.

Sus ojos, su sonrisa, su actitud cuando tocó mis cabellos intentando calmarme. Tenía un traje azul como el cielo, azul como el agua y una libreta en su mano la cual observó después de decirme cosas que ni siquiera pude escuchar. Estaba perdido en sus detalles, en sus manos acariciando mi cabello oscuro como si fuera un cachorro, en la pluma colocada perfectamente encima de su oreja y en el pulcro blanco de sus tenis.

Haru…-chan—dijo el tranquilo. No me gustaba el –chan agregado pero siendo él tan agradable en primera impresión era algo permitible. —Mucho gusto, Soy Makoto Tachibana y seré tu enfermero… ¿Qué te parece dar un paseo?

Parpadee un poco sin responder pero el parecía entenderme pues me ayudó a ponerme de pie, a guiarme fuera de esa habitación. La luz hizo que cerrara más mis ojos y ese pasillo nuevamente se dibujó con sus colores blancos y sus ruidos. Algunos gritos, otros llantos, y alguno que otro canto incomprensible de anciana enamorada.

Vamos hacia acá… seguro necesitas un baño —le miré y bajé la vista. ¿Ahora necesitaría ayuda para cosas como esas? ¿Tan peligroso resulto a las personas?

El baño era pequeño, no tenía ventanas ni espejos, no había vidrios ni una tina. Ese lugar tenía una regadera metálica y un desagüe, a lado un escusado limpio. Todo tan blanco, tan tranquilo. Una luz parpadeaba en la esquina, más cámaras seguro, pero me daba igual. Miré a Makoto y él empezó a desatar la camisa dándome un respiro, algo de calma. Mis brazos y espalda dolían, mi cuello estaba entumido y mis manos algo adormecidas.

Puedes dejar la ropa en la repisa, abriré la puerta en diez minutos. Puedes usar un poco de jabón —dijo entregándome un pequeño paquete donde había un jabón en barra natural, supuse que por la condición de algunos no se les permitía ingresar con ese tipo de cosas a las regaderas. Casi podía decirme afortunado porque mi estado no era tan crítico como para ser bañado por otra persona, a pesar de eso sería vigilado en caso de que algo inusual hiciera y rápidamente me encerrarían. Esto parecía una prisión de alta seguridad.

Tras sus instrucciones él salió cerrando la puerta. Miré hacia los lados y noté que en efecto el baño era un lugar asegurado. Me deshice de las últimas prendas que tenía puestas y las coloqué dobladas encima de la canastilla que estaba encima del sanitario. Estando desnudo abrí la regadera, una cantidad armoniosa de agua humedeció mi cuerpo, me hizo cerrar los ojos sintiendo la frescura del líquido remojar mis cabellos, llenarme de vida. Por algún motivo, en ese instante, pude pensar que no era tan malo, que estar ahí podía ser un nuevo comienzo.

Pasados los diez minutos permisibles de baño el enfermero abrió la puerta, ya para ese momento una toalla de las cercanías cubría mis caderas. Él solo sonrió de una forma de me hizo deducir que era alguien alegre, alguien que realmente amaba su trabajo.

Te he traído ropa limpia —dijo dejando un cambio perfectamente doblado. Al menos, en esa ocasión, no era una de esas batas incómodas que me apresaban si no un conjunto de camisa abotonada y pantalón azul como las que el enfermero portaba. —En cuanto termines házmelo saber.

No respondí y sin embargo me daba la impresión de que él podía leer todas mis respuestas porque aun sin haber dicho una sola palabra él actuaba como si me entendiera. Respiré, terminé de secar algunas partes húmedas de mí y empecé a colocar la ropa con calma. La tela era suave aunque su olor a jabón y cloro me incomodaba un poco las fosas nasales. Toqué la puerta y esta nuevamente se abrió, ahí estaba de nuevo él.

Te llevaré al comedor, aún tengo que preparar a Lady Miho y en un momento me reúno con ustedes —ladee la cabeza, no sabía bien de quien hablaba pero seguramente él era encargado de un par de pacientes más, eso era obvio. Siendo una clínica tan grande el encargarse exclusivamente de uno sería un desperdicio de personal.

Llegamos a los comedores, algunos viejos picaban la comida sin hablar, otros contaban anécdotas demasiado irreales y unos más balbuceaban sin sentido. Makoto me dejó en una mesa solitaria mientras partía y a la lejanía pude notar lo que era una barra de cocina. Ahí mismo una cocinera servía platillos en charolas plásticas y algunos enfermeros, como si se tratasen de sirvientes, los llevaban hacia la mesa de su paciente designado. Algunos, por la gravedad de los mismos, tenían que darles de comer. Otros pacientes en cambio podían comer por su cuenta.

Destensé los hombros y miré al enorme ventanal que daba a un jardín donde algunos reposaban bajo el hermoso cielo. Por la luz y el hecho de que muchos parecían recién despiertos deduje que era de madrugada. Pensé ¿Qué estaría haciendo en ese momento? Estaría frente a mi computador sacando balances, escuchando los gritos del jefe, viendo el caos de fin de mes en la oficina, oliendo el aroma amargo del café de la cocinilla y escuchando como mis compañeros discutían por cosas tan aburridas.

Me quedé por un largo rato en silencio, en calma, y cuando fui consiente Makoto entraba nuevamente al comedor con una mujer de cabellos castaños hasta los hombros y bastante baja de estatura. Ella era linda, se veía más grande que él o que yo pero aun así era atractiva. Por algún motivo que desconocía debía ser llevada en silla de ruedas, tenía bajo la bata leves moretones en las pálidas piernas y algunas que lucían en sus brazos. Se detuvo hasta donde estaba yo y ella fue colocada a mi lado.

Haru-chan, ella es Lady Miho. Lady, él es Haruka Nanase —dijo él. La mujer me saludó amablemente.

Él es guapísimo, Tachibana-kun —comentó ella sonriendo — seguro en la agencia querrían trabajar con alguien tan hermoso como tú. —estiró la mano hacia mí y pude notar que sus dedos y uñas también estaban algo amoratados, que sus ojos, al verlos tan cerca, estaban notoriamente hinchados y de su nariz un leve enrojecimiento auguraba que había estado llorando —Soy Lady Miho, soy modelo.

Solo pude asentir tomando su mano, a pesar de todas las marcas ella era cálida, se sentía bien. Makoto reía y como si se tratase de un juego de niños, tal vez para hacerla sentir un poco mejor y robarle una sonrisa, tomé su mano dando un pequeño beso en sus dedos. Ella emitió un pequeño grito de felicidad, se mostró halagada por mi caballerosidad fingida y él se mostró aprobatorio ante mi acto.

Nos llevaremos de maravilla, Nanase-kun—asentí. Makoto se puso de pie yendo hacia la barra de comida donde indicó a la vieja cocinera que le entregase los platillos para nuestra mesa. Lady Miho jugaba con sus dedos como si estos fuesen arañas danzarinas y después me miró con una gran sonrisa la cual no pude corresponder.

Makoto arribó apenas unos minutos y nos dejó los platos de algo que parecía un puré de papa, pan, unos pedazos de fruta y pastillas. En mi caso había dos pastillas de color blanco con azul, Lady Miho tenía las mismas aunque unas tres más diferentes. No tenía objeción, si aquello me haría sentir mejor estaba bien además era preferible eso a la molesta inyección que me habían aplicado en el cuello.

Mientras comíamos Lady Miho contaba anécdotas de sus viajes en Paris, de calendarios en los que estaba, de costosas líneas de ropa y lo poco corteses que eran algunos modelos de renombre los cuales, siendo sincero, yo no conocía. Makoto le escuchaba atento pero yo perdía la percepción de sus palabras por momentos. Aun cuando las charlas tontas, el ruido y demás me estresarán estar ahí con él y con Lady Miho no era para nada incómodo, de hecho escuchar las suaves risas de ambos mientras conversaban me relajaba.

¿Y tú, Nanase-kun? ¿A qué te dedicas? —preguntó ella. Bajé un poco la vista y busqué como hablar, como si lo hubiese olvidado. Makoto me miró con preocupación e interrumpió rápidamente.

Lady, Haru-chan está algo agotado por el viaje. Seguro no tiene ganas de conversar de su trabajo— agradecí mentalmente que él dijera eso, charlar del estrés y de aquello que poco a poco arruinó mis días no era buena idea. Makoto debía saberlo, después de todo siendo mi enfermero asignado debía saber qué cosas decir y cuáles no.

Sea lo que sea deberías de dejarlo —dijo ella moviendo la mano como si fuera un abanico—serías un gran modelo, a la agencia le encantaría tener a alguien como tú.

Lady Miho ha trabajado en modelaje desde los siete años, ¿No es increíble, Haru-chan?—entendía un poco la situación sobre ella ahora, era algo similar a lo mío pero la gran diferencia es que ella amaba su profesión y eso mismo parecía haberla enloquecido. Para mantenerla en calma Makoto charlaba con ella como si aún fuera parte del medio, como si las pasarelas siguieran esperándola pero la realidad es que no era así.

Terminado el desayuno Lady Miho pidió a Makoto que la llevase a su habitación, era hora de su 'siesta rejuvenecedora'. Él me pidió esperarlo en las cercanías mientras llevaba la silla de ruedas hasta el pasillo y se perdía en el mismo. Me quedé por largo rato mirando a otros vestidos como yo deambular de un lado a otro, algunos sentados en sillones individuales jugando shogi con los enfermeros y unos gritos estremecedores de un anciano al fondo del pasillo que parecía no alertar a nadie.

Escuché entonces, en una de las habitaciones que cruzaban la cocina, el suave sonido de un instrumento. Empecé a andar por entre las personas aproximándome a tan armoniosa melodía que a su vez emitía una melancolía penetrante que me generó un nudo en la garganta conforme me aproximaba. Ahí, detrás de esa puerta, una ancianita curiosa tenía los ojos cerrados y movía los dedos al compás de las notas.

Solo un hombre enamorado puede tocar con tanta dulzura y tanta tristeza —dijo ella a la nada aun de pie a lado de la puerta. Por suerte había una pequeña abertura en ella por donde la música se colaba y con tranquilidad abrí un poco de esta descubriendo al dueño de aquellas notas.

Tenía los cabellos oscuros como la noche, una espalda notoriamente ancha. Vestía ropas del mismo azul que el mío y una hombrera suelta le pegaba en la espalda. Seguía tocando con intensidad aquel enorme piano de cola, dejando las notas escapar como si con ellas expresara lo que su corazón aguardaba: Amor, desamor, tristeza, perdición y finalmente la dulce promesa de algo que nunca sucederá. Un enfermero, algo bajo de estatura, entró a la habitación haciéndome de lado y fue directamente al otro joven.

Yamazaki-kun, le he dicho que no se quite la hombrera…—el chico detuvo la música y miró al enfermero de cabellos grises. Suspiró, se puso de pie mostrando lo imponente que era y lo temible que lucía, aun así fue educado, se colocó la hombrera y acomodó su brazo ene ella. "Una lesión" fue lo que pensé y apenas unos segundos después me percaté de que me observaba con esos ojos aqua marina.

Le sostuve la mirada por unos momentos en silencio, dejando cierta tensión en el ambiente mientras el pequeño enfermero cerraba el piano. Después, rompiendo el momento tan extraño e incómodo, sentí la mano de alguien tocar mi espalda. Giré un poco y me encontré nuevamente con esos ojos verdes y esa sonrisa.

Haru-chan ¿Quieres dar un paseo por el jardín? —preguntó. Asentí un poco para, sin volver la vista al otro chico, salir de ahí. Sin embargo hubo algo, un segundo en que percibí que la presencia de aquel sujeto provocaba cosas destructivas, cosas tristes. Lo supe porque Makoto apretó un poco de mis prendas mientras nos alejábamos de aquel sitio.

Caminamos hasta atravesar el lugar donde aquellas personas estaban sentadas y tras una puerta corrediza llegamos al inmenso jardín. A unos pasos una mujer leía tranquilamente un libro mientras que un poco más lejos una chica pelirroja acompañada de su enfermero estaba sentada en una silla mirando a la nada. Sus cabellos sujetados con una coleta ondeaban con el viento, sus ojos perdidos eran de un color similar y sus labios levemente cacarizos causaban una impresión de descuido hacia sí misma. Aun así, aquella chica de aspecto demacrado, parecía un ángel del cielo olvidado por Dios. Tras ella un peliazul con lentes de aumento leía atentamente un libro, por la portada pude notar que se trataba de "Ventajas de ser invisible", algo que le gustaba a las jóvenes de su edad pues ella lucía, en apariencia, un poco más joven que yo.

Haru-chan ¿Quieres también leer un poco? —miré a Makoto, por algún motivo no podía responder y entonces divagué pensando ¿Cuándo fue la última vez que había dicho palabra alguna? Él asintió entendiendo y fue a una especie de repisa a lado de la entrada donde reposaban, tras unas puertecillas de madera con llave, varios libros de fácil comprensión. —¿Qué te gustaría leer?

Caminé hacia el estante entrando nuevamente a la sala y exploré con la vista todos. Pasé los dedos por encima de los lomos de los libros viendo títulos, recordando cuales había leído anteriormente, cuales había desechado y otros tantos que me habían obligado a leer. Seleccioné "20000 leguas de un viaje submarino"*. Makoto río tomando el libro y cerrando la puertecilla de madera con llave nuevamente.

Julio Verne. Lectura pesada ¿No? —me entregó el libro, lo palpé en mis manos y recordé que cuando lo leí siendo un niño no parecía tan complicado e imaginar al enorme y majestuoso Nautillus hacía que en mi estómago un revoloteo increíble se suscitara.

Aquel día me senté en una banca en pleno jardín con la anciana a unos metros de mí y la chica junto a su enfermero a unos pasos. Makoto se fue a revisar la habitación de Lady Miho en caso de que ya hubiese despertado mientras yo me perdía nuevamente en aquel universo submarino. Es cierto, aquella lectura parecía algo pesada y sin embargo me sorprendía nuevamente de la habilidad del autor para definir cada detalle y cada pieza de una máquina que no sería inventada si no 100 años después.

Salí de mis pensamientos cuando escuché el andar veloz de una persona que cruzó a mi lado. Su cabello rojo, un cuerpo ligeramente atlético y de estatura similar a la mía fue rápidamente a la chica en silla de ruedas. Se inclinó arrodillándose a ella sutilmente, yo seguí cada movimiento y me quedé extrañado ante la forma de su dentadura tras esa sonrisa animada. Sus ojos eran rojizos y por aquellas características y leves rasgos deduje que era familiar de ella.

Gou ¿Cómo estás? —dijo él mientras acariciaba la mejilla de la chica que no contestó nada, ella solo le miró y estiró la mano imitando el movimiento del chico, rosando con sus dedos los mofletes de aquel joven.

Le leía el libro que trajo —comentó el enfermero. Solo en ese momento pude ignorar totalmente los relatos de Julio Verne al ver como el pelirrojo se incorporaba y miraba al enfermero de lentes de una manera que no podía describir. Había un brillo curioso en sus ojos y sus labios parecían en la vacilación sobre si sonreír o quedarse en quietud. El pelirrojo actuaba con nerviosismo, uno bastante obvio mientras pasaba su mano sobre los cabellos de la nuca.

Sí, gracias por hacer esto —había dicho de la forma más tranquila que pudo, era fácil de leer, aún más fácil que Verne.

Es mi trabajo. —se aproximó a la chica y acomodó la frazada que tenía sobre sus piernas—vayamos dentro, es hora de tomar tu medicación.

No hubo respuesta. De igual forma me perdí en los últimos detalles de una de las pocas charlas con sentido que había escuchado en todo el día por volver mi vista e imaginación al instante en que el Nautillus ascendía para recargar oxígeno y me percaté de la retirada de los dos chicos y la joven hasta el momento en que pasaron cerca de mí. Entonces alcé la vista y pude observarlos más de cerca, pude sentir ese aroma a cloro de su ropa aún más penetrante que el mío y esas pequeñas ojeras que se pintaban bajo sus ojos. Entonces se fueron y me quedé en soledad en aquel jardín. No me percaté del tiempo pero es posible que encerrado en el mundo literario algunas horas hubiesen pasado.

Eso era agradable. Cuando estaba en el exterior nunca había tiempo de tomar aire en calma, leer un libro y no preocuparse sobre el dinero de la quincena, la gasolina del auto, el aumento en los impuestos y la ropa que usaría. No tenía que pensar en que cocinar si madre no estaba y que haría el día en que ellos faltaran aunque, por un vago instante pensé, ¿Cómo estarán ellos ahora? ¿Vendrán a visitarme como aquel chico a la pelirroja? ¿Me extrañarán?

No es que tuviera una mala relación con ellos, tampoco era buena, solo era regular.

Y es que si me ponía a considerar cuanta gente, además de mis padres, podrían notar mi ausencia o extrañarme aunque sea un poco… era lamentable descubrir que el número era bastante bajo por no decir nulo. Así que si, esa chica podía sentirse afortunada.

Mis pensamientos fueron abruptamente interrumpidos por el enfermero que se encargaba de mis cuidados. Parecía un tanto nervioso, ansioso y el cabello levemente desacomodado mientras sus manos temblaba sutilmente y las ocultaba dentro de sus bolsillos para que no las notase, tal vez. Me miró, sonrió intentando verse natural y dijo más tranquilo.

¿Quieres entrar? Ya casi es hora de las actividades —no entendí a qué se refería pero acepté.

El libro regresó al estante, la sala principal se llenaba de pacientes y enfermeros reuniéndose alrededor de un punto. A unos pasos el pelinegro se había sentado al lado de su enfermero, la pelirroja había sido llevada por su familiar y Lady Miho ya había despertado siendo acomodada a mi lado. Un televisor frente a nosotros, una película tranquila. Supongo que cada día había actividades para mantener trabajando nuestras mentes, para des estresarnos y hacer algo diferente. En un principio me pareció raro pero al verlos a todos tan concentrados a las imágenes lo entendí.

Nadie aquí tiene un hogar, nadie aquí es parte de ningún lugar. Nadie aquí a cometido un crimen y su único pecado es tener su mente en un lugar diferente. Encerrados sin derecho a fianza, alejados de una sociedad que nos rechaza ¿Estoy molesto por ello? En absoluto. Yo también rechazo a esta sociedad, rechazo a los que me han herido y llamado loco, rechazo a quienes creen que pueden etiquetarme y manejarme.

Yo encontré mi libertad aquí mismo.

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Me he esforzado y espero les gustase este inicio. Tendrá drama y emoción por igual. Agradecería un review motivante para cenar[?]

Idea original de : Zakki