Holaaa! Aquí estoy yo con otra historia de ésta parejita, pero esta vez será un fic, no one-shot! :D Y es mío, mío, mío! *rueda por el suelo* 8D

Espero que les guste mucho!

Disclaimer: Bleach no me pertenece, es de Tite Kubo :D

Disfruten! :3

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―¡Kuchiki-san! ¡La mesa diez, por favor! – le llamó un chico rubio, de piel blanca y con expresión amable.

―¡Enseguida, Shirosuke-kun! – habló Rukia, tomando nota del pedido de la mesa siete – En un momento estará su orden – dijo, sonriendo amablemente a las señoras allí sentadas.

Se alejó de la mesa y se acercó a la barra donde se encontraba el chico – Éste es el pedido de la mesa siete – informó, entregándole el papel. El chico asintió, yéndose a avisar al cocinero.

La chica suspiró y caminó a la mesa diez ― Buenas tardes, ¿qué desean ordenar?– hizo una linda sonrisa a los señores. Ellos la miraron fijamente antes de ordenar.

―Una taza de chocolate para mí – dijo el hombre de cabello azul y sonrisa burlona. Tenía una ropa deportiva con tonos azul y gris y parecía mayor que ella.

―Para mí un café – le informó el otro hombre, mientras ella tomaba nota en la libreta. Este hombre era, sin duda, una persona extraña. Tenía el cabello negro y unos ojos verdes; pero eso no fue lo que más llamó su atención, sino unas líneas que el hombre tenía en la cara: un dibujo que comenzaba en los ojos y terminaba en su barbilla, como formando una pista por donde pasarían las lágrimas de sus tristes ojos.

―En un momento les traigo su orden– la muchacha dio la vuelta y se encaminó hacia Shirosuke-kun para entregarle la orden y descansar un poco.

―Lo siento Kuchiki-san, tienes que trabajar más porque la otra chica faltó…– murmuró apenado, con un pequeño sonrojo cubriendo sus mejillas. Rukia le regaló una sonrisa despreocupada.

―No te preocupes, Shirosuke-kun, yo puedo con esto – le entregó el papel que tenía en sus manos ― este es el pedido de la diez- el chico lo recibió y le entregó el pedido de la siete. Con sumo cuidado y elegancia, llevó todo para la mesa en cuestión. Luego, se movió hacia la mesa diez para entregar.

―Aquí tienen – dijo, colocando en la mesa el café y el chocolate. Sintió la mirada del hombre de cabello azul mientras le colocaba la taza en frente. Con suaves movimientos propios de ella, se irguió, colocándose la bandeja pegada al cuerpo.

―Oye, chica – dijo el peliazul –, ¿dónde conseguiste ese colgante?– señaló su cuello, mirándola fijamente. Le llamó mucho la atención la peculiar esfera que parecía brillar con luz propia.

―¿Éste?– se llevó la mano al cuello tocando el objeto – Fue un regalo – acotó, sonriendo. Se acordaba de unas manos que le colocaban el collar y le acariciaban la mejilla, pero por desgracia, no tenía ningún recuerdo de quién podría ser esa persona. Siendo sincera, no se acordaba de nada más, sólo que había despertado sola en la azotea de un edificio donde hacía mucho frío.

El hombre observó fijamente el colgante, mientras se llevaba la taza a los labios. Ese objeto le parecía familiar, y estaba intentando acordarse donde lo había visto.

― ¿Hyogoku?– murmuró para sí mismo. Instantáneamente, el otro hombre volteó a mirarlo.

Rukia se sintió incómoda en esa situación tan poco usual, que decidió irse de la mesa.

― ¿Qué fue lo que dijiste, Grimmjow?– preguntó el hombre de cabello negro.

― Que ese colgante se parece al Hyogoku que busca Aizen, Ulquiorra – respondió Grimmjow, como si nada hubiera ocurrido.

― ¿Estás seguro?– volvió a cuestionar Ulquiorra.

― Sólo dije que se parece – le recordó fastidiado, pensado que pudo haber visto de bueno Aizen en ponerlos a trabajar juntos. Ulquiorra se levantó de la silla sin siquiera haber probado el café, ganándose una mirada por parte del peliazul.

―Vamos a avisarle a Aizen-sama, entonces ― informó el pelinegro comenzando a caminar. Grimmjow bufó al ver que tenía que ir con él. Sinceramente, no quería decirle nada a Aizen sobre su descubrimiento.

― Por fin – Rukia se estiró cual gato, llevando sus manos a la espalda – Está listo, Shirosuke-kun – sonrió, tomando su bolso de la barra.

―Gracias Kuchiki-san, y disculpa de nuevo – ella le hizo un gesto despreocupado, instándolo a que no le diera mucha importancia. Salió de la cafetería rumbo a su casa. Las mayoría de las calles estaban desoladas y frías, sólo algunas estaban ocupadas por las personas que iban hacia sus casas. El invierno estaba llegando, haciendo que las personas corrieran más apresuradas por llegar con sus familias, en un cálido hogar.

Se frotó los brazos, intentando alejar el frío que de a poco le iba entrando en el cuerpo. Unos movimientos captaron su atención, y mirando hacia atrás, se dio cuenta de que algunas sombras se proyectaban en el suelo, y provenían del callejón que acababa de dejar atrás. Instintivamente, apretó el paso, sintiendo escalofríos.

Varias risas y carcajadas llegaron a sus oídos, asustándola por lo cerca que se escuchaban. Cuando estaba a punto de echarse a correr, unos brazos le impidieron moverse.

―¡Suélteme! – forcejeando con su captor, Rukia intentaba liberarse de sus garras. Dos hombres más se pararon en frente de ella. La chica luchaba con todas sus fuerzas, pero al parecer, esas cosas sobre defensa personal que tenía en la mente no le servirían en ese momento. El hombre rubio, borracho, y con aspecto de ser el líder de la banda, se le acercó. Ella se sacudió, intentando alejarse de él y para soltarse del otro.

El rubio rió – Tranquila linda – le dijo, pasando sus dedos por su mejilla.

―¡No me toque! – hizo una mueca de asco. Todo su cuerpo repudiaba el contacto. El hombre frunció el ceño ante el rechazo.

―¡Quédate quieta niña! – tomó su cara entre sus manos – No te dolerá – le prometió. Colocó sus manos en su cintura, acariciándola de forma sucia. La chica se movió frenéticamente para alejarse de él. Él se molestó e intentó colar sus manos por debajo de la blusa. Luego de varios intentos frustrados, le lanzó una bofetada.

Rukia cerró los ojos esperando el golpe. Tras unos segundos, los abrió nuevamente, encontrándose con un chico que sostenía el brazo del borracho en lo alto, impidiendo que la golpeara. El chico en cuestión era alto, delgado, con una llamativa cabellera naranja. El hombre, furioso, le lanzó un golpe en el estómago que fue fácilmente esquivado por el chico. El pelinaranja le conectó un golpe en la mejilla que lo desequilibró, dejándolo en el suelo. El otro hombre se le fue encima, pero él le dio un golpe en el estómago y otro en la nuca, dejándolo inconsciente.

Rukia pisó fuertemente al que la tenía agarrada, y le dio un derechazo para tirarlo al suelo. Sin embargo, no fue tan fuerte como pretendía y el borracho se le vino encima de nuevo. El chico se percató de ésto y la jaló hacia él al tiempo que golpeaba al hombre con el brazo derecho.

Con las respiraciones agitadas, observaron a cada uno de los hombres tirados en el suelo. Luego de unos instantes, Ichigo se percató de que tenía a la chica sujeta por la cintura. Se sonrojó un poco, y la soltó lentamente.

―¡Ichi-nii! – gritó una chica de cabello negro, llegando junto con otra de cabello castaño y un hombre alto.

―Ichigo! ¿Qué sucedió? – le preguntó el hombre al chico.

―Sólo unos tipos – contestó con simpleza. De forma rápida, todas las miradas se dirigieron a ella.

―¡Que linda chica! – chilló el hombre de cabellera negra, haciendo que Rukia pegara un saltico. Se acercó a ella para abrazarla, pero Ichigo lo interceptó y le incrustó el puño en el rostro. Haciendo una señal a su hijo, le dijo:

―¡Excelente, hijo! Ya no me queda nada que enseñarte…– una de las chicas, la de cabello castaño, se acercó al pelinegro, que estaba siendo enterrado por la pierna del pelinaranja en el asfalto.

―¡Onii-chan! ¡No le hagas eso!

―Déjalos Yuzu – acotó la pelinegra, dándose la vuelta y empezando a caminar. Finalmente, el pelinegro se levantó.

―Un gusto, soy Isshin Kurosaki – se presentó y le tendió la mano. Rukia aceptó el gesto.

―Yo soy Rukia Kuchiki, el gusto es mío.

―¡Qué lindo nombre, Rukia-chan! – a Rukia se le asomó una gotita en la frente. Que hombre tan peculiar. Parecía un pequeño niño con un juguete nuevo.

De repente, se puso serio y se le acercó. Al instante, Ichigo se irguió, dispuesto a golpear a su padre si se comportaba infantilmente.

Isshin le sujetó el brazo suavemente con las dos manos. Guió su mirada hacia donde él veía, percatándose de que tenía varias manchitas que pronto se convertirían en unos moretones.

―Que salvajes… – murmuró para sí. Levantó su vista y le dirigió una sonrisa – Te vienes con nosotros.

―¿Eh?

Quince minutos más tarde se encontraba entrando a una casa acogedora de color amarillo. Era muy bonita. En cuanto entró la sentaron en la sala.

―Yuzu – dijo Isshin – prepara algo para nuestra invitada. Y tú, Karin – señaló a la chica de cabello negro – busca el botiquín.

Estuvo a punto decir algo, pero el infantil pelinegro la interrumpió.

―No acepto un no por respuesta, Rukia-chan – las comisuras de los labios de Rukia se levantaron de vergüenza al sentirse pillada por el hombre. Él le dirigió una mirada paternal. Observó todo el lugar, admirando lo bonito de la decoración. Parecía tan simple, pero al mismo tiempo, armónico. Su mirada encontró la figura del pelinaranja recostado de la pared y con los brazos cruzados. Ahora que lo veía bien, el chico le parecía familiar. No sabía si era esa melena naranja, o el aura que emanaba, pero sentía que lo había visto en alguna parte.

Se lo quedó viendo fijamente, tratando de recordar. El chico frunció el ceño ante esto. En cambio, Isshin la miro pícaramente. Ella se sonrojó y desvió la mirada. Afortunadamente, Karin entró con el botiquín.

Isshin tardó un tiempo en curarla, aplicándole algunas pomadas para que los moretones, producto del fuerte apretón de aquel borracho, no salieran. Cuando terminó, Yuzu dijo les avisó que la cena estaba servida. Se sentía un poco extraña, antes de ese día nadie había sido tan amable con ella como para curarla, o llevarla hasta su casa. Era un poco extraño, pero el hombre de cabello negro había dado demasiadas señales de serlo.

Para su incomodidad, la sentaron al lado del pelinaranja, mientras Yuzu les servía la comida.

―Adelante, come, Rukia-chan – le instó Isshin, tomando el tenedor y comenzando a comer. Todos los demás hicieron lo mismo. La comida estaba deliciosa. Tenía que admitir que esa chica cocinaba como los dioses.

―¿Te gusta, Rukia-chan? – quiso saber la pequeña cocinera.

―Está muy bueno, Yuzu-chan – le dijo sonriendo.

―¿Que hacías por allí a esa hora, Rukia? – Karin le miró con una ceja levantada – Nadie suele estar a esa hora por esa calle.

―Es que estaba saliendo del trabajo y quería acortar camino – tomó un poco de jugo.

―¡Del trabajo! ¿Por qué un angel como tu trabaja? – se escandalizó Isshin. El pelinaranja gruñó casi imperceptiblemente a su lado. Ella no quería hablar sobre eso, sobre todo no teniendo recuerdos de ningún momento de su vida luego de despertar.

―Viejo, ¿quieres sólo comer y ya? – le preguntó Ichigo, hastiado, y salvándola sin darse cuenta.

―¿Estás celoso Ichigo? – se burló su padre. A la chica se le subieron los colores al rostro. Ichigo estaba a punto de responder cuando Karin le lanzó un manotazo a su padre, clavando su cara en la mesa.

―Compórtate, viejo.

A Rukia se le salió una sonrisa ante la escena. A pesar de todos esos golpes y las burlas, se podía dar cuenta del gran cariño que se tenían. Algo que ella no había tenido. O que, por lo menos, no se acordaba.

Ichigo estaba molesto ¡esa enana no le había dado las gracias! Y que su padre se comportara como un perfecto idiota, no ayudaba en la situación. Bufó frustado, se levantó y recogió su plato, ignorando olímpicamente los gritos de Karin con su padre, y a Yuzu tratando de apacigüarlos. Cuando se volteó dispuesto a irse a su cuarto y no formar parte de esa escena, se encontró con la mirada violeta de la chica.

Tenía que admitir que ese color de ojos no lo había visto en ninguna otra persona. Era un color único e inigualable. Pero no pensaba lo mismo de la chica. La reconoció. Sabía que la chica iba en su misma clase, pero que casi no hablaba con nadie. La chica era menuda, y por alguna extraña razón, se acordó de cuando la había sujetado de la cintura para evitar que la golpearan. Se acordó de la sensación de tener esa pequeña cintura en sus manos, y su mano hormigueó.

De repente, toda la estancia se había quedado en silencio, pero ellos no se habían dado cuenta porque se estaban mirando. Al instante, Isshin saltó:

―¡Mi hijo! Por fin ha llegado la chica que te convertirá en un ho… – el grito de alegría del pobre hombre fue cortado por la sonora patada que le propinó su hijo, dejándolo en el suelo al segundo siguiente.

―¡Deja de molestar viejo! – avergonzado hasta la médula, el joven frunció el ceño.

Rukia estaba sonrojada hasta la punta del cabello, sobre todo por la mirada de total picardía que le lanzaba Karin. Isshin se levantó de un salto, dispuesto a pelear con su hijo, pero pronto cambió de prioridades. Llevó sus pasos hasta la pelinegra, y tocó el fino collar que llevaba puesto.

Por segunda vez en la noche, Isshin se puso serio. Analizó largamente el collar, preguntándose si estaba en un error o si había acertado.

―Rukia-chan – habló finalmente –, ¿dónde conseguiste ese collar? – cuestionó.

Ella pensó que era muy extraño que le preguntaran dos veces lo mismo en un día, pero no dijo nada. En cambio, se dispuso a contestarle a Isshin.

―Alguien me lo regaló – el hombre se extrañó ante esa palabra.

―¿Alguien? ¿No sabes quién fue?

Rukia tardó un poco en contestar – No se quién me lo regaló porque… – dudó un poco – no lo recuerdo.

Todos abrieron los ojos sorprendidos. Era algo increíble lo que acababan de escuchar. Isshin se irguió en toda su altura.

―Rukia-chan, eso que tienes en tu cuello es algo de gran valor para muchos – Ichigo frunció el ceño ante las palabras de su padre.

―¿De gran valor? ¿Por qué? – no entendía porque el pelinegro decía eso.

El hombre suspiró – Si, Rukia-chan, es algo difícil de explicar. Pero lo que te puedo decir es que corres mucho peligro – se asustó un poco ante eso. ¿Corría mucho peligro? ¿De que hablaba el pelinegro?

―Papá, ¿de qué hablas? – quiso saber el pelinaranja, cruzado de brazos. Isshin le dirigió una seria mirada, escogiendo las palabras para poder continuar.

―Ese collar tiene un pasado muy grande, y nosotros estamos destinados a protegerlo. A él, y a quien lo porta – el chico miró a su padre seriamente.

Rukia estaba sorprendida, intentando asimilar esa situación. De un momento a otro, su vida dio un vuelco, cambiando totalmente su rutina. Ahora se suponía que su collar, que estaba con ella desde que se había despertado, era algo peligroso que la pondría en peligro. Por increíble que sonara, algo le decía que no tenía que desconfiar del pelinegro.

La voz de Isshin resonó en toda la habitación.

―Tú serás su guardián, Ichigo.

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¿Que tal? Les gustó? :3 ¡Espero que si! Tenía ésta idea desde hace tiempo en la cabeza, pero me daba penita subirla :$ Estoy muy entusiasmada con ésta historia, y espero que llene sus espectativas! :D

¡Nos vemos en el siguiente capi!

Chauu~~! *.*

Yare (: