Hola, hamijos. Bueno, más bien hamijas, visto el fandom...
Aquí os traigo una comedia romántica con Pones como pareja principal. En principio iba a ser un OneShot, regalo para una amiga, pero acabó convirtiéndose en FanFic por puro aburrimiento.
En fin, el protocolo lo rige, así que... Esta historia contiene relaciones homosexuales. Si solo te gusta el slash por el grupo de música, entonces sal de esta ventana y podrás seguir siendo feliz. Por supuesto, NO doy por hecho que Danny Jones y Dougie Poynter sean pareja. Escribo sobre personas, pero en mis historias son personajes.
Está basado en la película de mismo título, La cruda realidad. Tampoco es que me parezca una cinta cinematográfica muy buena, pero me pareció bastante interesante trasladarla a este ámbito. Llevo colgando esta historia desde septiembre del año pasado en otro lugar, así que ya la tengo casi terminada. No tardaré mucho en actualizar.
Y repito, ESTÁ BASADA EN LA PELÍCULA, por lo tanto absténganse moralistas con «blablabla, plagio». A decir verdad, conforme la historia avanzaba dejaba bastante de parecerse a la original, y esto no está escrito con ánimo de lucro, así que no veo cuál es el problema.
Sin más dilación, aquí os dejo el primer capítulo. Siento parecer tan borde en las introducciones. Ojalá pudiera repartiros algodones de azúcar y caramelo a todas, pero no puedo. Fuck distance.
Muchas gracias por leer. Ni siquiera necesito vuestros reviews, sé que estáis ahí. En serio, gracias.
The ugly truth
El día que conocí al idiota de mis sueños.
Girasoles, prados, conejitos y maripositas...
Lástima que un cabrón me despertase de mi letargo.
Tras un golpe seco en la mesa de mi escritorio, mi barbilla resbaló por la mano en la que estaba apoyada, abriendo bruscamente los ojos y dando un bote por el susto, agarrando en un acto reflejo mi bolígrafo verde y escribiendo cualquier tontería en la hoja que tenía delante, aparentando trabajar. Esa era una de mis cualidades más desarrolladas; tendía tantísimo a quedarme dormido en mi trabajo que mi mano reaccionaba antes que mi cerebro, por lo que aunque no fuese plenamente consciente del lugar en el que me encontraba, yo escribía automáticamente en lo primero que me topase. Algún día de aquellos un payaso en un triciclo me despertaría diciendo «Buenos dias Sr. Poynter. Vamos a jugar a un juego.», pero no importaría porque tendría un bolígrafo para defenderme.
—Lo siento, solo estaba descansando la...
Me detuve al escuchar una risa estruendosa frente a mí y alcé la vista. Fruncí el ceño y entorné los ojos, resoplando cual búfalo herido.
El pesado de Harry Judd... ¿Acaso lo dudaba?
—Puto lirón, otra vez dormitando en el trabajo...
Harry era mi mejor amigo desde... ¿Segundo o tercero de primaria? Ya ni me acordaba. Aunque no trabajase en la cadena de televisión en la que yo estaba, todas las mañanas se pasaba por allí para saludarme y traerme un café del Starbucks para espabilarme, a lo complejo de mamá lapa. Entraba a trabajar sobre las diez de la mañana al gimnasio que estaba a tres manzanas de allí como monitor, así que no tenía ningún problema.
Harry me tendió su bandeja de cartón en la que se posaban dos vasos verdes de plástico con café y cogí agradecido el que tenía mi nombre escrito con rotulador negro en el lateral. Bebí dos sorbos, gustoso, antes de contestarle.
—Si no me llevase todos los días algún que otro disgusto, podría dormir a gusto por las noches.
Harry arqueó una ceja y se sentó en el borde de mi mesa, percatándose antes de que no hubiese nadie a nuestro alrededor.
—Tío, ten cuidado, en cualquier momento te pueden pillar y despedirte. Tom te ha salvado el culo enchufándote aquí en un puesto ficticio, así que no la cagues.
Suspiré quedamente ante la voz de mi Pepito Grillo particular y empecé a golpear mi vaso de plástico con el dedo índice y corazón, como si él tuviese la culpa.
Tom Fletcher era también uno de mis mejores amigos. Lo conocí en el instituto y desde entonces me ha estado salvando el pellejo incondicionalmente. Que si me pasaba los apuntes, me chivaba en los exámenes, le decía a mi madre que me había quedado en su casa a dormir cuando nos íbamos de juerga...
Y, ahora que supuestamente habíamos madurado, me había conseguido un trabajo en el canal de televisión de su padre que ni siquiera existía (El puesto, no el canal. Faltaría más.) para que no estuviese en el paro. Aquel tío era increíble.
Tom, desde muy pequeño, había sido un friki en potencia del cine y la televisión, por lo que estuvo encantado de aceptar trabajar como productor del canal, planificando los programas, las series y demás. A mí me había contratado como ayudante de producción. Por supuesto, ese puesto de trabajo existía como cualquier otro, pero en este caso solo era un eufemismo que se había inventado Tom para que colase como empleado. En realidad, yo era como un portero suplente; cada vez que faltaba alguien o necesitaban una mano, allí estaba Dougie Poynter para echar un cable.
Por supuesto, yo prefería tocarme las narices allí en mi escritorio, como siempre.
—Bueno... ¿Qué tal anoche con el chico este de la bolera?—preguntó Harry cogiendo su vaso del Starbucks y levantando las cejas dos veces seguidas. Arqueé una ceja y le miré con los ojos entrecerrados.
—¿Rebobino hasta el momento en el que he dicho «Si no me llevase todos los días algún que otro disgusto, podría dormir a gusto por las noches»?—suspiré y me apoyé en el respaldo de la silla, desperezándome.—Pues una mierda. Resultó que el chico era un imbécil que lo único que quería era pim, pam, pim, pam y para casa.
Harry despegó el vaso de su boca y compuso un gesto de extrañeza, contrariado.
—¿Y qué? Según tú, el chico estaba bueno, haberte acostado con él y ya está. Creía que vosotros los gays erais más promiscuos con estas cosas.
Apreté los labios y desvié la mirada. Vale, llamadme idealista, pero a mí no me gustaba eso de los rollos de una noche. Me gustaba más pensar en... No sé... Bueno... ¿Tan raro era estar en una búsqueda eterna del hombre perfecto?
En realidad, yo nunca me había... En fin, ya sabeis... Vamos, que seguía siendo más virgen que el aceite de oliva a mis veintidós años. Lo sé, para mí también es triste.
—No sé, Harry... No me siento a gusto con eso del aquí te pillo, aquí te mato. Cuando llegué a casa me zampé dos litros de helado de chocolate mientras veía Diez razones para odiarte. Estaba llorando tanto que creí que iba a sincronizar la regla en ese mismo momento, joder. ¡Pero si esta mañana me he despertado pensando que me habían crecido pechos! Menos mal que después he descubierto que era Zukie que se había escapado y se me había colado por la camiseta del pijama.
Zukie era mi iguana, lo más parecido a un espécimen macho que me había tocado por debajo de la ropa en toda mi patética vida.
Harry dejó su vaso en la mesa y levantó las dos manos en señal de detención.
—Eh, eh, para... Oye, sabes que soy tolerante, pero ESO ya es demasiada información.
Suspiré y dejé caer mi barbilla en mi pecho, derrotado. Sí, con Harry podía hablar de ciertas cosas... Menos profundizar en el tema homosexual, claro. Para eso estaba Tom, era más flexible con esos temas y era muy poco frecuente que se escandalice por cualquier cosa. Además, Harry pertenecía a la religión de Barney Stinson, por lo que todo aquello del amor le traía al fresco.
Cuando alcé la cara, Harry ya estaba de pie arrugando el vaso vacío entre sus dedos.
—Bueno, me voy al currele. Dale recuerdos al capullo de Tom de mi parte.
—Lo haré.—contesté dedicándole una sonrisa cansada. Harry me devolvió el gesto y me revolvió el pelo. Me aparté de él y lo miré haciendo un mohín e inflando los mofletes, enfurruñado. Él se rió con ganas mientras se alejaba.
—¿Cómo no me daría cuenta antes de que eras mariquitingui? Si eres más dulce que un Teletubbie. Seguro que cagas chocolate con leche.
—Vete ya a la mierda, Harry.—gruñí frunciendo el ceño, cogiendo un lapicero y tirándoselo mientras que él corría hacia la puerta, con la mala suerte de que en ese momento una persona se cruzó por delante, así que le di a él en la cabeza, provocándole un trapiés. Di un bote y me escondí detrás del escritorio, chasqueando la lengua, asustado. Asomé la cabeza para ver de quién se trataba y suspiré aliviado al constatar que se trataba de Tom, que se agarraba la cabeza con gesto de dolor. Me incorporé y me acerqué a Tom, desperezándome.
—¡Qué susto, tío! ¿Estás bien? Lo siento, pero mira, al menos no eres unos de los jefes.
Tom parpadeó varias veces, masajeándose las sienes y mirándome con una ceja arqueada y los ojos entrecerrados.
—Sí, menos mal que el golpe se lo ha llevado tu amigo del alma, ¿eh? Si no, qué desgracia.—ironizó Tom, pero yo me encogí de hombros. Oye, de verdad que era una alegría. Al menos Tom no podía despedirme...
—Acaba de irse Harry. Me ha dado recuerdos para ti.
Tom parpadeó varias veces y alzó las cejas como si se hubiese acordado de algo, dándose una palmadita en la frente.
—¡Ah, sí! Casi se me olvidaba. Esta noche echan en el cine una película de comedia romántica. Vamos a ir Giovanna y yo a verla. ¿Os queréis venir Harry y tú? Será divertido.
Arqueé una ceja y miré a Tom con cara de gilipollas. ¿Una película de comedia romántica con él y su novia? ¿Iba en serio?
—No, creo que no me apetece demasiado. Además, seguramente Harry no querría ir y no sería plan de ir con vosotros de carabina.—dije algo irritado sin quererlo. Giovanna Falcone era la novia de Tom desde el instituto, era una persona encantadora y me caía genial, pero la verdad es que no podía evitar ser egoísta cuando pensaba en la relación tan bonita que compartían Tom y Giovanna. Y pensar que yo nunca sería partícipe de algo así... No me apetecía demasiado pasarme una noche entera observando cómo los demás eran felices con sus respectivas parejas mientras probablemente yo moriría a los ochenta años solo, con cinco lagartos que se alimentarían de mi cuerpo en descomposición tirado en el piso de mi apartamento mugriento. Epic Fail.
Tom bufó, pero no rebatió. Me dio una palmada en el hombro y volvió a su puesto de trabajo.
A veces, estaba seguro de que él sabía perfectamente qué era lo que me pasaba, por eso nunca insistía demasiado en aquel tema.
El día transcurrió de forma normal, y cuando decía normal, me refería a inevitable y asquerosamente rutinario. A mediodía salí a comer con Tom a la cafetería de enfrente del canal de televisión, después seguí en el trabajo tres horas más, le llevé dónuts a Harry a su gimnasio, estuve un rato con él y salí a comprar. Cogí vitaminas especiales para Zukie y dos tarros de helado de chocolate y vainilla para mí. Sí, ese era un gran cliché, pero no os podéis imaginar el buen sustituto que era el helado del sexo.
...
Vale, no era para nada un buen sustituto.
Tras aquello, me pillé un menú en el Burger King y volví a mi casa. Saludé a mi querida iguana y me di una ducha caliente. Me puse mi pijama de cuadros azules, me tomé mi menú de pie en la cocina con Zukie agarrado a mi hombro y, tras cerciorarme por enésima vez de que mi vida no tenía ningún sentido sentimental, cogí un tarro de Häagen-Dazs, me senté con las piernas cruzadas en mi cama y encendí la pequeña televisión de mi habitación. Hice zapping por los canales, aburrido. Documental aburrido, telebasura, película americana sin ningún sentido...
Hasta que llegué a un canal local de Londres y di un bote del susto, pues de la pantalla salía un ruído exageradamente estruendoso. Parpadeé varias veces y esbocé una mueca de dolor cuando Zukie me clavó sus garras en el hombro y me fijé en el programa que estaban echando en aquel canal.
El presentador que había provocado aquel sonido no sería mucho mayor que yo, si acaso un par de años. Tenía una media melena castaña y rizada, ojos azules y cara de tonto, o al menos eso es lo que me parecía. Sonreía sin parar a la cámara con unos dientes exageradamente grandes mientras hablaba atropelladamente, haciendo muchos gestos y moviendo los brazos. Me costó un poco seguirle el hilo de la conversación al principio.
—¿Y qué me decís de Crepúsculo? Esa nueva película recomendada solo para los que tengan el estómago necesario para aguantarlo, es decir, desde churumbelas hasta menopáusicas. En serio, esa bazofia me sentó peor que la más cruenta de las películas gore. Ahora, supuestamente, el prototipo de chico perfecto para las tías es un vampiro con ramalazo que lanza más destellos que la corona de una princesa. El Eduardo ese no es vampiro. Vive en el bosque, no come gente y brilla. Ovbiamente, es un hada. ¿Queréis dejar de buscar vuestro chico ideal en metrosexuales creados por la mente de una escritora que tenía las hormonas haciendo cabriolas por toda la habitación cuando redactó el libro y centraros en la realidad? Esos chicos NO existen. A los hombres de verdad no se les conquista siendo chicas con una personalidad deslumbrante, sino con una delantera despampanante. Y ante la carencia de ellas, una buena mamada puede ser la solución a todos vuestros problemas.
Entrecerré los ojos, apretando los labios y cerrando la palma de mi mano en torno a mi tarrina de helado sin quererlo, manchándome de chocolate los dedos.
Pues a mí me gustaba Crepúsculo.
—Pero qué hijo de puta...—se me escapó por entre los labios, negando con la cabeza y rechinando los dientes. El chico se movió por el plató como podía mientras seguía hablando. Estaba abarrotado de cosas predispuestas en un orden caótico, parecía más bien una sala de atrezzo, incluso podía apostar que así era. No parecía ser un programa de mucho presupuesto, lo más elaborado que se veía en todo el estudio eran unas letras de neón blancas en la pared amarilla que rezaban «The ugly truth». Si ese chico ya de por sí irritaba solito, el color chillón de aquella pared ya incitaba pensamientos homicidas.
El castaño se acercó a un bidón de metal abierto y encendió una cerilla, tirándolo dentro. Suponía que debía haber echado con anterioridad papeles o algo que pudiera provocar llama, pues aquello empezó a arder de forma moderada.
—El amor verdadero no existe. Cuanto antes lo asimileis, antes os desengañaréis y menos desilusiones os llevaréis en la vida. El amor es solo una patraña comercial que utilizan los grandes almacenes para que nos gastemos el dinero en sus tontos y acaramelados regalos.—El chico se acercó a un escritorio gigantesco y cogió un osito de peluche, mirándolo con gesto de asco.—A ver, ¿qué mierda se supone que es esta? Un oso de peluche, vale. ¿Me puede alguien explicar qué le ven de romántico a esto? Los osos no dan sensación de cariño, sino de miedo. La verdad es que mi pasatiempo favorito nunca fue el de ir a los bosques a abrazar osos amorosos. Llamadme prejuicioso, pero no me gusta demasiado que me arranquen la piel con sus zarpas.—Tiró el peluche al bidón alimentando las llamas y yo bufé. Después cogió una caja de bombones.—¿Y esto? ¡Por las Barbas de Neptuno! ¿Qué clase de chica desearía bombones? Bueno, me equivoco. A las chicas LES ENCANTA el chocolate.—miré mi tarrina de chocolate y de pronto me sentí mujer, pero sin oler a nubes.—Otra cosa es que les guste que se lo regalen, es como decir «Mira, pienso que estás tan gorda que para rodearte hay que pillarse unas vacaciones, por eso consideré que tu regalo perfecto serían kilos de grasa.»—Negó con la cabeza en señal de desaprobación y tiró los bombones al bidón.—Libros... Os voy a decir una cosa. JAMÁS regaléis un libro a una chica, es como practicarse el suicidio asistido. Cuando se le regala un libro a una chica, éste suele ser de amor, lo cual viene precedido de días de novia moñas cuyo único pensamiento será el de querer cambiarte por una versión mejorada del chico de la novela. Os diré un secreto: los chicos somos así, no podemos ser programados como un jodido ordenador, no somos perfectos... Además, no seais hipócritas. ¡Vosotras tampoco es que seais una minita de oro! Neuróticas, obsesas, ñoñas...—Tiró los libros al bidón con un último gesto de desagrado.—Vamos, que si sois de la filosofía de «estoy esperando al hombre perfecto» os aviso de que os volveréis locas y amargadas, moriréis solas y ancianas, se os habrá pasado el arroz y el único que os amará será vuestra mascota, sea la que sea. Y esta, amigos, es la cruda realidad.
Observé a Zukie, que descansaba en mi hombro, y solté un gemido lastimero. De repente, aquel chico mencionó algo de un teléfono de aludidos y volví a atender. En la parte inferior de la pantalla habían colocado un rótulo con un número de teléfono para que la gente pudiese llamar al programa. No supe muy bien qué me motivó a hacer aquello, si la rabia que sentía por aquel idiota o el querer auto-convencerme a mí mismo de que aquello no era real enfrentándome a él, pero me abalancé hacia mi mesita de noche, cogiendo mi teléfono y marcando el número del programa en él rápidamente. Para entonces, Zukie se había caído en el colchón y se había escapado por entre las sábanas, pero no me importó demasiado. Volví a mi posición inicial, mirando la pantalla como si pudiese atravesarla con la mirada. Aquel chico estaba dejando en evidencia a una pobre muchacha con un movimiento de muñeca, cortando la llamada. Se había sentado en el escritorio frente a un teléfono amarillo con una lucecita gigantesca que se encendía como una sirena de policía cada vez que llamaba alguien. Si quería cortar la conversación y dejar a quien fuese con la palabra en la boca, solo tenía que colgar aquel teléfono como si fuese el real.
Lancé improperios al auricular del teléfono mientras escuchaba la musiquita de espera. Me entretuve intentando jugar al escondite con mi iguana, era realmente difícil encontrarla cuando se metía entre las sábanas.
Cuando me dieron la señal, estaba tan distraído mirando mi cama que tardé en reaccionar.
—¿Sí? Oye... ¿Te ha dado un chungo o qué?
Alcé la cabeza como un sabueso en cuanto escuché que esa voz salía tanto de la televisión como del teléfono, entonces caí en la cuenta de que me habían cogido la llamada.
Miré la televisión, preparándome mi discurso en unos cuantos segundos. Pensaba decirle que era un perdedor que intentaba inculcar a los demás su filosofía porque había fracasado en su vida, que sus comentarios no tenían ni la más mínima gracia y que seguramente le estarían viendo los cuatro gatos que se habían quedado sin salir aquella noche (Prefería evitar incluírme en ese grupo)
Sin embargo, todo lo que salió de mi boca fue:
—Eres un imbécil.
El castaño alzó las cejas. Lejos de ofenderse, sonrió con una mano en la cadera y la otra apuntando hacia la cámara, con gesto de sorpresa fingida.
—Esa vocecilla... ¡Coño, tú debes de ser Justin Bieber!
Apreté los labios, sintiendo mis orejas enrojecer a causa del enfado. Se puso de pie y empezó a caminar por la sala.
—De todas formas... Dime, ¿qué te trae por aquí, amigo? Por tu tono de voz, no creo precisamente que vengas de buenas... ¿Qué pasa, que no eres de nuestro bando? ¿Te has pasado al enemigo?
—No, soy del bando que ahora mismo está pensando en cual sería la mejor forma de torturarte lentamente.
Sonreí, satisfecho por mi frase, pero a él no pareció importarle demasiado.
—Ahá... Osea, que eres mariconcete. ¿No?
Parpadeé, ruborizándome. Coño, ¿se me calaba tan fácilmente?
—Yo... Bueno... ¿Y eso qué importa?
—Eh, no te confundas, amigo. Que a mí me da igual de la acera que seas, como si te mola meterte palos de churrero por la oreja, aunque a mí no es que me mole demasiado... Ya sabes el antiguo dicho: Más vale pájaro en mano que polla en el ano. A ver, chico, ¿qué te corroe por dentro?
Apreté los labios, enfadado por el hecho de que había conseguido que me sonrojase aún más con ese comentario y apreté el teléfono demasiado fuerte.
—¡Oye, tú! Ni eres mi amigo ni un consultorio, así que deja de decir esas cosas. He llamado porque estás muy, muy equivocado. El amor existe, ¿o si no de dónde crees que saliste tú, desgraciado?
El chico se cruzó de brazos, pensativo, y encogió los hombros.
—No lo sé... ¿Del coño de mi madre? O para ser más precisos, de un condón roto. Venga ya, tío, puede que antes el amor se llevase de moda, pero ahora nadie es así. Ahora el matrimonio es como castrar al tío de por vida. Ofrécele a tu padre pasar el resto de su existencia con tu madre o con dos cubanas con dos tetas como dos carretas y no se lo pensará dos veces.
—Que tú seas un capullo no significa que todos los hombres sean iguales.
—¿Ah, no? Vale, dime un ejemplo.
—Bueno, pues... También los hay atentos, considerados, respetuosos, cariñosos, inteligentes, divertidos...
—Espera, ¿estás describiéndome a un chico o una chica sacada de un manga? Creo que te has equivocado de barrio, chaval.
—¡Sí que existen!-grité por el auricular, perdiendo la paciencia.
—A ver, ¿de verdad conoces a alguien así o estás haciendo suposiciones?
—Bueno... No, pero...
—¡Entonces date por vencido! Los chicos perfectos no existen y tú eres un pringado al que le molan las colitas que se ha quedado en casa un viernes por la noche en vez de salir con sus amigos, probablemente porque tu vida sexual da más pena que la muerte de la madre de Bambi.
Comenzó a acercarse peligrosamente al escritorio, aunque yo no pude replicar porque estaba muy ocupado sintiéndome ofendido.
—Y esta, amigo, es la cruda realidad.
Y golpeó el teléfono, dejándome con la palabra en la boca.
Boqueé varias veces frente al teléfono mientras escuchaba un leve zumbido al otro lado. Miré el auricular con rabia y lo lancé al otro lado de la cama, furioso.
—¡Me ha colgado! ¡El muy cabrón me ha colgado!
