Renuncia: todo de Trey Parker y Matt Stone.
Va dedicado a thetalentlesswriter por ser capaz de inspirarme a hacer un Style siendo que son mi OTP y los escribe maravillosamente.
A Stan le encantaba el olor salado y fresco en las mañanas de South Park, le inundaba los pulmones con una paz extraña. Una libertad que pocas veces se tomaba, pues en aquel pueblo la palabra "tranquilidad" era desconocida por la mayoría. Incluido él.
No es que no le agradara involucrarse en tan emocionantes —y descabelladas— aventuras, pero era un adolescente promedio que deseaba lo que todos los adolescentes promedio: normalidad.
Le dolía pensar que su vida se encontraba distante de aquel anhelado sentimiento, con padres tan irresponsables como los suyos y una hermana del demonio predispuesta a golpearlo tres veces por día. Y claro, cómo olvidarlo, Wendy Testaburger. El amor de su vida, su musa, el milagro que nunca pidió pero encontró, o más bien su maldición.
Se repetía incesantemente que por esos rumbos de la vida era normal sentir dudas y miedos, que las parejas rompían un día y al siguiente volvían a tomarse de las manos y darse besos con exceso de azúcar. Que por cada bajada hay una subida. O al menos eso decían los otros.
Stan no creía tanto en sus palabras, ellos no sabían nada de él, ni siquiera comprendían su maltrecho corazón que día a día era pisoteado o aventado a la pared, acompañado de vagas esperanzas por algo mejor o un leve cambio en su rutina.
Simplemente, no comprendía el por qué de ello.
Era un buen chico —lo más que podía—, cuidaba a los animales y naturaleza, era carismático, se preocupaba en ayudar a cualquier desafortunado que se cruzara en su camino. Y aun así… Ella lo volvía a dejar. Otra vez.
Inexplicable, esa era la definición. Porque las mujeres eran complicadas y él ya no quería involucrarse con ellas de ningún modo posible.
Hacía mucho que Wendy lo cortó por última vez, hacía mucho que no volvía a coquetear con una chica o se dejaba besar por una. Se hartó de esa monotonía tortuosa, y cuando ella vino a su casa disculpándose, susurrando bellas palabras cuyo significado desconocía, Stan explotó.
No, por favor, no de nuevo, no más.
Ya no lo soportaba, ya no quería volver a quedar atrapado en ese círculo vicioso lleno de desamor y lágrimas. Odiaba sufrir, y la odiaba a ella por jugar tan desinteresadamente con sus sentimientos. Lo triste era, que aun con su pecho ardiendo y nublado por una ira que nunca creyó sentir jamás, la seguía queriendo, muy en el fondo.
Fue entonces cuando lo supo, el amor es cosa de imbéciles.
Eran puras mentiras, los cuentos de hadas sólo eran eso, y la realidad quedaba punto y aparte. El verdadero afecto, la felicidad que acarreaba junto a las mariposas inquietas, no existían y nunca lo hicieron. Al menos no con él, un pobre chico que pese a su constante optimismo con el tema fue consumido por una horrible fobia al amor.
Wendy era la culpable, pero claro, nunca se lo echaría en cara. Ella es una chica después de todo, no fue consciente de todo el daño que provocan sus acciones insignificantes para con él. Tampoco lo hacía adrede, sólo era insegura. Como cualquier mujer.
Naturalmente, después de gritarle que parara y otras cosas que no recordó Wendy jamás volvió a intentar recuperar lo suyo. ¿Cómo reparar algo que siempre estuvo destinado al fracaso, roto?
No, nunca hubo nada entre ellos. Puede que una chispa fugaz, una pequeña llama de cariño, más no lo suficientemente poderosa para mantenerse firme ante las adversidades. Su relación nunca tuvo oportunidad alguna de sobrevivir. Lo gracioso del asunto es que siempre lo supo. Mientras más tiempo transcurriera más claro veía el rumbo que estaba destinado a obtener y no hizo nada para evitarlo. Sí, le regalaba rosas y ositos de felpa, sí, lloraba cada noche que no pasaba a su lado, solían coquetearse vía mensaje de texto diariamente ¿Y qué?
No sirvió. Y ahora era incapaz de recuperar esa sensación de euforia, las mariposas perdieron sus alas, desistieron en alzar vuelo entre sus tripas al ver a cualquier chica hermosa o recibir un bello cumplido. El amor se le escapó de entre los dedos.
Aun con las insistencias constantes de parte de sus amigos para continuar adelante y dejar a un lado el pasado nunca realizó ni el más mínimo esfuerzo por conseguir mantener algo con otra persona. Excepto Kyle.
Ah, porque Kyle era lo único que podía estar seguro de nunca perder, sin importar los años o los líos en que se vieran metidos. Stan sabía que siempre permanecerían juntos, ocurriese lo que ocurriese. Con él las penas se esfumaban como el humo de los cigarrillos que compraban a Craig de vez en cuando y una sonrisa involuntaria se formaba en las comisuras de sus labios, acompañada de una calidez indescriptible que lo recorría de pies a cabeza.
A lado de Kyle se sentía pleno, y feliz. Sumamente feliz.
Hasta que recordaba involuntariamente que se sentía exactamente igual que con Wendy a los diez años. Entonces la magia acababa y Stan se sumía en una de sus típicas depresiones sin sentido, encerrándose en su habitación y con System of a Down martillándole los oídos a todo volumen.
Aquello era incorrecto, y estaba mal. No debía enamorarse. Menos de Kyle, el perfecto judío Broflovski, quien sacaba notas elevadas y era la "buena cosecha" de la familia. Un chico… heterosexual. Como él.
Porque aunque no gustara del género femenino y aborreciera las muestras que sobrepasaban su espacio personal seguía siendo normal en cuanto a gustos, ¿cierto? No es como si se encaprichara con una ushanka verde de la noche a la mañana, ¿cierto?
Aquella duda le carcomía la cabeza y aumentaba sus ganas de volverse gótico y no dejar de serlo jamás. Al menos cuando lo fue Kyle no lo abandonó. Intentó traerlo de vuelta, a ese Stan Marsh enérgico que ponía todo de sí en hacer del mundo un lugar mejor y era tan terco que no conocía el significado de "rendirse".
Lo cierto es que ese niño ya no existía. El mundo no es bello, sino cruel. Si careces de la fortaleza para mantenerte en pie, te derrumba. Sus altas expectativas para con todo desaparecieron, así como Stan quería desaparecer.
Deseaba deshacerse de su corazón y tirarlo al cesto de basura más cercano para no sentir particularmente algo, para no sufrir como sufría. Para continuar insistiendo que el cariño fraternal que le otorgaba a Kyle no dejaría de serlo y se convertiría en algo más intenso, desgarrador.
Amor. Cuánto aborrecía esas cuatro letras.
Si por él fuera borraría su existencia del diccionario. Si por él fuera alejaría a Kyle de su cuerpo en lugar de abrazarlo, temiendo que lo abandonara como Wendy. ¿Pero cuándo entendería?
Kyle no era Wendy.
Kyle no podía amarlo. No a él. Estaba deshecho por dentro, nadie podía repararlo.
Al pensar en eso Stan sonrió con tristeza y lo estrechó un poco más, ansiando su calor. Su amigo no opuso resistencia alguna, era costumbre que lo abrazara de repente cuando las cosas iban en picada, como ahora. Cuando acababa de rechazar a otra chica cuyo nombre desconocía y le importaba más bien poco, y ésta, con el orgullo herido, lo abofeteó sin pensarlo dos veces.
Patético.
— Todo estará bien, ya lo verás. Ella sólo… —Kyle dudó en lo que quería decir—, tú estás… las cosas se repondrán.
— Seguro —asintió, dándole la razón. Sólo para mantener las apariencias. No era su culpa que ella quedará prendida de él, ni siquiera le dirigió más de tres palabras en alguna ocasión, Stan no le pidió que se enamorase de su persona.
Ya se cansó de disculparse sin sentirlo y ser llamado "Puto rompecorazones". No anhelaba verse relacionado con declaraciones y tímidos balbuceos.
— Stan —Kyle suspiró con cansancio y los separó, lo justo para verse de frente—. Debes dejar esto. Corresponde a quién sea y termina con esta farsa, ¿sí? Sólo una vez, no rechaces a otra persona.
— No puedo, no quiero hacerlo.
— ¡Stan! —Le reprendió. Stan apartó los ojos, no soportando la mirada de reproche y desconcierto que Kyle le dedicaba, con esos bellos orbes verdes que tanto lo enloquecían.
Su conciencia le repitió: esto está mal.
— Por favor, déjame solo —suplicó con la voz rota y cogió su mochila, dispuesto a regresar al salón, sin embargo una mano ajena se lo impidió y un cosquilleo molesto se apoderó de su estómago. Con más ímpetu que antes se gritó mentalmente ¡ESTO ESTÁ MUY MAL!
Pero como supuso, Kyle no se enteró de nada.
— No te dejaré Stan, no ésta vez. No puedes continuar así y lo sabes.
— Odio al amor.
— Y yo al culón, pero soy su amigo y no lo aparto como gato asustado —contraatacó Kyle, haciendo hervir su sangre.
¿Por qué carajos no se alejaba?, ¿por qué?
Con brusquedad apartó su mano, dejándolo en blanco, y prosiguió su camino, con más prisa que antes. Las clases eran irrelevantes, todo lo que necesitaba era salir corriendo, perderse en un lugar que no existía.
Gritar. Desahogarse.
Lamentablemente no contó con la terquedad de Kyle, y que cuando se proponía algo resultaba más exasperante que Cartman.
Lo siguió y alcanzó, no le dio el tiempo necesario para notarlo, pero pronto ambos estaban encerrados en el baño del instituto y Kyle colocó el seguro a la puerta, impidiéndole escapar.
Maldito cabrón.
— ¡Basta Stan! ¡Hablo en serio!
— ¡Y yo también, estoy cansado de lidiar con chicas y problemas amorosos Ky! —Dijo elevando la voz— ¡no quiero tener que sufrir de nuevo, no de ese modo!
— Pero… —Kyle se mordió los labios.
— Tú no sabes nada —siseó Stan adolorido y sin pensar—. Lo que duele no ser correspondido y la incertidumbre de que no pensará en ti cuando estén lejos.
— ¿Quién dice que no sé?
¿Qué?
— Cómo. Dime cómo estás tan seguro de que no me ha ocurrido, y que me está pasando ahora mismo —apretó ambos puños, las lágrimas comenzado a caer—. Dilo.
—… No has tenido ninguna novia, en todos estos años.
— He declinado de sus propuestas —admitió y Stan se sorprendió, porque hasta donde tenía claro a Kyle le encantaría tener pareja para hacer centenares de cursilerías—, a mí ya me gusta alguien.
OH. Oh.
Al oírlo le ardieron los ojos, e incapaz de mantener sus piernas cayó al mosaico, importándole poco o nada su frialdad y que estuviese lleno de bacterias. Ahí, justo ahí yacía la respuesta de la que huía. Un tajante "No". Un rechazo, como el que acababa de dar y ha dado desde que tiene memoria.
Se suponía que eran amigos y debía alegrarse por Kyle, darle su bendición y ser el posible padrino de la afortunada, pero no dejó de doler. Su corazón se apretó y pareció que se lo clavaban con una estaca.
Reconoció la sensación, la había vivido de sobra, supo que ha perdido. Tantos intentos por mantenerse indiferente y apartado, tanto esfuerzo para resultar intacto, todos infructuosos. Stanley estaba enamorado de su súper mejor amigo.
— Me alegro por ti, de verdad —las palabras se escucharon forzadas pero intentó lucir lo más tranquilo posible ante—. E-es una chica muy suertuda, Ky.
— Sí —hubo un breve silencio de su parte— pero no importa qué, nunca me hace caso como quiero y su ceguera le impide darse cuenta de mis verdaderos sentimientos.
Stan lo pensó un poco, inseguro.
— Entonces demuéstrale lo que sientes.
Kyle sonrió con amargura y se acuclilló justo en frente, desconcertándolo, sin embargo Stan no dijo nada. Ni cuando sujetó su rostro y lo acercó al de él, besando la comisura de sus labios sutilmente. Como si le aterrara dañarlo más.
Sólo abrió su mirada con desmesura, pensando el número de posibilidades de que se tratase de un sueño infantil.
El contacto no duró más allá de cinco segundos, Stan no le correspondió y Kyle se alejó como si nada, aún sonriendo.
Le dolió de nuevo.
— No creo que valga la pena, sabes —comentó despacio— porque es un idiota descorazonado y no acepta ninguna declaración, dudo mucho que conmigo sea diferente —la respiración de Stan se aceleró y quiso desmentirlo, pero Kyle se le adelantó, continuando— aun así, quiero intentarlo. Mostrarle el lado positivo del amor, el que siempre debió ver y no un patético intento de relación fallida. Porque si abre un poco su corazón, si me llega a dar una sola oportunidad… descubrirá lo maravilloso que se siente ser correspondido, y podrá sonreír y bromear como antes.
— Kyle.
— Yo te quiero, Stan. Siempre lo he hecho —confesó, y las barreras que Stan se empeñaba en mantener se desmoronaron a través de lágrimas insípidas y sollozos que daban lástima. Por Dios, que era un hombre, y los hombres no lloraban; empero, ahí estaba él, desmintiendo esa frase—. Y aunque no me ames igual, aunque me llames marica y te alejes de mí seguiré queriéndote por ser simplemente quién eres, y te cuidaré, pase lo que pase.
Sin contenerse más Stan extendió ambos brazos y atrapó el cuerpo de Kyle en ellos, logrando que su corazón diese un vuelco de ciento ochenta grados. Sintiendo calientes las mejillas.
— No hables —suplicó avergonzado, Kyle se tensó sin comprender el por qué de sus acciones—, sólo… sólo bésame, ¿sí? —Pidió, con timidez. Antes de escuchar su risa, antes de probar nuevamente esos dulces labios con ansias y timidez, enredando las manos en sus rojizos bucles, siendo correspondido al instante.
Ya no se sintió tan mala persona. Ya no temió permanecer enamorado, mucho menos que el sentimiento perdurase una eternidad.
Ese vacío, despiadado y cruel que se había apoderado de su felicidad por fin desaparecía, siendo reemplazado por besos embriagadores y delicados roces. Por Kyle. Y Stan no podía pedir más que eso.
Y entonces se hicieron novios, vivieron felices y tuvieron mucho sexo hard. El fin.
