-¡Edward!- el joven de cabellos rubios se dio vuelta, observando con una mirada de poco interés a la mujer que estaba llamándolo. No se movió, no tenía porque hacerlo. Ella suspiró, y con ayuda de unas alas que tenía en su espalda, se adelantó rápidamente para poder estar en frente del rubio.

-¿Qué?- dijo él, sin prestarle atención. Ella lo miró molesta por su manera de hablar tan maleducado que tenía. Siempre se preguntaba si cuando él estaba vivo en la tierra también había sido así.

-Conseguí algo.- le dijo con una gran sonrisa en sus labios. Él movió ambos hombros, dándole a entender de una manera grosera que no le importaba. -¿Podrías escucharme por lo menos?- dijo la mujer castaña.

Unos ojos dorados aburridos, comenzaron a mirarla.

-¿Porqué debería?-

-Porque gracias a mí, tienes un trabajo.- Edward arqueó una ceja, y una sonrisa se posó en los labios de la mujer.

-Un trabajo en la tierra.- Al instante, los ojos de él se abrieron de repente como platos y la tomó de los hombros sacudiéndola.

-¿¡Lo dices en serio?! ¡¿EN LA TIERRA?!- él hizo una pausa, y quitó sus brazos de ella.

–Espera. ¿Lo dices en serio? No es una broma, ¿verdad?-

-Claro que no lo es. Aunque…- ella se cruzó de brazos, mientras largaba un suspiro.

Si no lo quieres, puedo darle el trabajo a alguien más.- Edward se sobresaltó, desesperado.

-¿¡Qué?! ¡No, claro que no! Lo acepto, sea lo que sea quiero hacerlo.- La sonrisa de ella se hizo más amplia que antes al escucharlo hablar así. Y de repente, apareció en sus manos un par de papeles.

-Es un trabajo muy sencillo. Tienes que llevarte un alma de la tierra, y traerlo; claro.-

-O sea que serán dos minutos, y tengo que volver.- La castaña le guiñó un ojo, divertida.

-Dije que era sencillo, no que le tenías que sacar un dulce a un bebé. Mira, estamos hablando de una mujer. Tu trabajo es este: tienes que hacerla feliz los últimos momentos que le quedan.- El rubio la observó, algo desentendido

-¿Hacerla feliz? ¿de qué manera?- preguntó él y ella suspiró.

-Enamorándola, claro.- Él se sorprendió, mientras se despeinaba sus cabellos.

-Espera, espera.- dijo Edward mientras retrocedía, intentando de tragar las palabras que su superior le había dicho. -¿Tengo que enamorarla? ¿y qué, luego llevarme su alma así como si nada?-

-Es una persona con muchas energías negativas, Edward. Si tomamos su alma ahora seguramente no podrá estar aquí, y tenemos que revertir eso. Haz que ella se enamore de ti, y hazla feliz hasta que todas las energías negativas hayan sido eliminas de su cuerpo; y en ese momento toma su alma y tienes que traerla aquí, junto contigo.-

-Pero estás conciente de que yo no tengo intenciones de quererla, ¿o sí?- dijo él, con una risa en forma de burla. Ella suspiró, agotada.

-Claro que no, no estoy pidiéndote eso. Es simplemente un trabajo- Edward suspiró aliviado.

-Genial. Entonces, ¿cuándo empiezo?- dijo el rubio con una sonrisa, mostrando todos sus dientes blancos. Ella lo miró por unos segundos y le entregó los papales que hace segundos se encontraban en sus manos.

-En un rato, yo te avisaré exactamente cuando. Recuerda que ella no debe saber que no estás vivo. Así que sé inteligente, ¿está bien?-

-Sí, si.- Dijo Edward sin prestarle atención, leyendo los papeles cuando observó que ella comenzó a retirarse, la tomó por el hombro y la paró; todavía tenía dudas.

-Por cierto, ¿cómo se llama la vieja?- la castaña sonrió divertida al escuchar la pregunta, cuando él la miraba sin entender.

-¿Vieja? ¿quién te dijo eso, Edward?- él estaba sorprendido, mientras revisaba los papeles en busca de alguna información. Unos papeles aparecieron sobre las manos de la castaña, mientras se los entregaba en las manos del rubio.

-Ella tiene la misma edad que tú. O la misma edad que tenías cuando estabas vivo. Su nombre es Winry Rockbell.-