Aviso: Este fic participa en el minireto de septiembre para La Copa de la Casa 2018-19 del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
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Innocence in Flames
Where innocence is burned, in flames
A million miles from home, I'm walking ahead […]
A soldier on my own, I don't know the way
I'm ready for the fight, and fate
-Woodkid
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Fuego, avivado por el verano asfixiante, disolviendo la carne durante horas, hasta arrancarla del hueso. Alaridos. Dolor.
Salazar separó la mano de aquella niña a sus pies, en carne viva; salió de sus recuerdos.
La oía gorgotear, respirando entre la sangre.
Salazar tragó saliva.
La había rescatado de una hoguera de un pueblo cercano; a su lado habían muerto sus padres.
Aulló rabioso, y el eco retumbó por las paredes de la cueva en que se escondía. La impotencia le devoraba, había intentado curarla con varios hechizos, pero era demasiado tarde, así que susurró el último que sabía, el que le quitaría el dolor.
La tensión del cuerpo de la niña se disipó, y pudo oírla respirar calmada por primera vez.
Se dejó caer hacia atrás, devastado; ojalá hubiera podido hacer lo mismo por sus padres. Algún día lo pararía, pararía esa masacre. Dejarían de tener miedo de los muggles y de su caza de brujos, dejarían de esconder su magia y de impedir a los niños aprender y mejorar. Si él hubiera estado en casa cuando su familia… Él había aprendido hechizos, muchos, sabía cómo librarse del fuego, de morir así… Ojalá hubiera podido enseñárselo a sus padres, a su hermano, a esa niña… Él… podría… Podría hablar con algunos de los magos que había conocido. Podrían enseñar a los niños. Todavía era verano, podrían organizarse… Encontrarían algún lugar a salvo de los muggles. Helga podría… Rowena… o Godric. Debía cambiar las cosas. Podría ser maestro. Crear una escuela… secreta.
─Su hermano –se arrastró una voz, sacándole de su ensimismamiento.
Una serpiente esmeralda se enroscó en su antebrazo.
─¿Qué?
─Su hermano. En la casa. Escondido –le urgió.
Salazar se debatió sobre si dejar a la niña sola, pero al mirarla se dio cuenta de que ya no respiraba.
Se sobrecogió, abatido.
Con la serpiente guiándole, caminó hacia el pueblo.
Sus padres habían escondido la cuna bajo una capa de invisibilidad. El bebé le agarró el pulgar, y Salazar entró en sus recuerdos:
Un hombre. Malo. Sus manos. Hermana. Arañazos. Claramente la niña no sabía ningún hechizo apropiado. Unas braguitas arrancadas. Gritos.
Enfado… El crío lo miró intensamente. El viejo salió volando contra el suelo.
─Bruja… ─siseó acusatorio, mirándola.
Salazar observó al bebé, maravillado ante su poder. Leyó su nombre grabado en un medallón y lo acunó entre sus brazos.
─ Algún día te enseñaré a usar la magia, Merlín.
