Este fic escrito en respuesta al reto 'Renovación' de La Mazmorra del Snarry va dedicado concretamente a dos personas. En primer lugar va dedicado a mi semáforo particular y en segundo lugar va dedicado a mi jefa (ambas sabéis quienes sois). Las dos sois grandes y siempre estáis ahí para cuando lo necesito, así que este fic intimista os lo dedico a las 2 que sois unas cracks.

PINCELADAS

DUELO/DOLOR

El oasis que por fin había creído encontrar en mi vida después del final de la guerra resultó ser un simple espejismo. El haber luchado, el haber perdido parte de mi alma al tener que matar y ver morir a personas a las cuales amaba y respetaba, parecía por fin haber quedado atrás. Cinco años de felicidad inmensa, una mujer a la que adoraba y tres hijos que eran mi vida me habían hecho olvidar por completo que yo estaba maldito. La desaparición de mi feliz oasis, de mi frágil espejismo, llegó cuando mi hermosa Ginny y nuestro hijo mayor Ian murieron a manos de un pequeño grupo de antiguos seguidores de Voldemort. Hace ya casi cinco años de ese fatídico día y no pasa un solo segundo desde ese instante en que no los recuerde, en que no aparezca en mi memoria la imagen de sus cuerpos torturados y en mis oídos el sonido de los chillidos y los llantos de mis dos hijos pequeños, Elliot y Abigail.

— Papi, ¡QUIERO IRME A CASA!

La voz de mi pequeña Abigail hace que salga del trance en el que me he vuelto a sumergir, ese trance en el que mi mente evoca las dolorosas y dulces imágenes de: la última batalla y el nombre de la maldición imperdonable saliendo de mis labios; los perfectos y atrayentes labios de mi mujer, la suavidad de su piel bajo la yema de mis dedos, los entrecortados gemidos de mi Ginny al hacer el amor, su cuerpo arqueándose al llegar al orgasmo, su cuerpo arqueado de una forma inhumana, su bello y frágil cuerpo ensangrentado y roto completamente; la sonrisa de mi primogénito, esas manitas que con pocos segundos de vida se aferraron con una suavidad infinita a mi dedo para no volver a soltarlo, ese cuerpecito suave y pecoso por el que durante casi cinco años tuve devoción, esos llantos a media noche que me despertaban con una sonrisa en los labios y pesadumbre en mis ojos verdes, esos llantos que me recuerdan los de mis pequeños Elliot y Abbie al marcar la grotesca imagen de su madre y su hermano mayor en sus memorias y sus retinas para siempre.

— Las cosas se pueden decir igual sin gritar, señorita— contesto a mi hija mientras me arrodillo a su lado y le aliso la parte posterior de su nueva falda verde oscuro— Además ya sabes que ahora esta es nuestra nueva casa, nuestro nuevo hogar.

Se que tanto para mi pequeño como para mi pequeña el drástico cambio que acabamos de hacer hace escasos días va a ser complicado, que les va a costar un tiempo aceptarlo, pero realmente pienso que es lo que los tres necesitábamos. Tanto ellos como yo necesitábamos romper con todo y empezar una nueva vida lejos, muy lejos, de la magia y del recuerdo constante de Ginny y de Ian. Ahora gracias a Hermione, a la que siempre he considerado como mi hermana, podemos intentar dejar atrás, en Londres, un pasado marcado por el dolor. Ahora los tres podemos empezar a escribir un nuevo capítulo al otro lado del Atlántico, a la orilla del océano Pacífico en la ciudad de estadounidense de San Francisco, del libro de nuestra vida. Todavía es pronto para decirlo pero creo que tanto a Elliot como a Abbie el cambio les va a hacer mucho bien y para mi eso es lo más importante. Ahora mismo mi vida se reduce única y exclusivamente a que mis dos hijos, las dos cosas más importantes de mi existencia, consigan por fin ser completamente felices después de tantos años sin poder lograrlo; después de muchísimas noches despertándose con lágrimas de dolor y duelo en sus preciosos ojos.