TIBURÓN:

Introducción/ Prólogo:

Adrielle amaba el océano, el rugir de las olas, el parloteo incesante de las gaviotas.
Lo amaba tanto que decidió enamorarse de él, o en este caso, del hombre que lo representaba, que la hacía rabiar, que la volvía loca a cada instante.
Un amor peligroso, inconcebible, lleno de peleas. Un amor de dominancia, un amor animal.

Cuidado Adrie, hay algunas mordeduras que duran para siempre, que te quitan el aliento y quizás algo más.

CAPÍTULO 1:

Abrió los ojos cuando un rayo de sol se coló por su ventana, dándole de lleno en la cara. Podría parecer poético o incluso una bonita manera de despertar pero para Adrie solo fue una molestia y un fastidio.

Odiaba madrugar, de veras se preguntaba cómo había aguantado tantos años yendo al colegio, teniendo en cuenta las horas a las que empezaban las clases. Tal vez el hecho de que alguna vez hubiera llegado incluso en pijama y con el desayuno en la mano lo explicaba todo. Suerte que Nana, su abuela adoptiva, comprendía su fobia a los despertadores.

Sin embargo era verano, y no era una hora precisamente temprana la de aquel día. Las doce del mediodía.

He llegado a dormir más, pensó ella.

Sin embargo se levanto cansada y arrastrando los pies hasta la parte de debajo de la casa, dispuesta a desayunar pizza fría del día anterior, su pasión. Debería comprar pizza y guardarla entera para comérsela el día de después. Todo era mucho mejor el día de después.

Miró sin mucha gana su móvil, el cual estaba repleto de mensajes de Jake, su mejor amigo, su mujeriego mejor amigo.

Si tan solo dejara a una sola mujer en paz sin acostarse con ella… pensó Adrielle con sorna. Que se le iba a hacer, no tenía remedio. Dios le había dado unos pectorales, unos gemelos y unos malditos y sensuales músculos marcados. Unidos a sus ojos verdes de infarto, pelo rubio cobrizo y sonrisa pícara, comprendía a aquellas mujeres.

Sin embargo para ella siempre sería Jake, su hermano, por mucho que no fuera familia. Había pasado toda su vida junto a él, le había visto aprender a montar en bicicleta, llorar la muerte de su hámster desolado, su primer beso y su primera borrachera. Era como su hermano mayor.

Él tenía 21 años mientras que ella tan solo tenía 17 pero en la amistad la edad no importa ¿no? ¿O eso es en el amor? Que más daba.

Leyó el post it que le había dejado su abuela en la nevera, se iba a hacer unas compras y luego al cine con una amiga. Menuda mujer su Nana, de pelo blanco como las nubes y dulce como el azúcar, eso sí no podía pasarse un día quieta y sentada. Que si quedaba con nosequien, que si iba a la playa… No obstante había vivido con ella desde los 4 años que fue cuando la adoptó, pues ella era huérfana y una de esas niñas abandonadas en los orfanatos. En definitiva, era su apoyo, su soporte y ayuda siempre que la necesitaba y la veía como una madre, una madre con alguna arruguita de más.

Llamó a Jake, mas estaría trabajando en el barco, pues no le cogía o eso pensó ella. Así es, dirigía el barco de su padre, el cual se encargaba de pescar peces grandes o incluso tiburones para su venta en Asia y Europa. De hecho, era uno de los pocos barcos con licencia para ello.

En aquel pueblecito costero de Florida, abundaban los tiburones y eran muchos los turistas que lo visitaban para intentar fotografiarlos, verlos o aunque sea otearlos en el horizonte. No faltaban delfines tampoco.

Se vistió con el primer vestido de verano que encontró, pues amaba los vestidos que parecían camisetas extra largas, y más aun si eran de colores claros, pues estos resaltaban su bronceada piel y descalza salió de casa con su tabla de surf.

MAÑANA DE SUUUURF!- pensó. Cuanto amaba surfear, oír las olas rugir y las gaviotas hablar las unas con las otras en su absurdo lenguaje. Le daba igual el peligro, pues el mar la reconfortaba de sobremanera, pues para ella era su casa.

Llegó en unos minutos a la playa, la cual se extendía a pocos metros de su casa y lucía como nueva sus blancas arenas. Pasó corriendo por el puesto de zumos y helados, recibiendo un saludo de parte del encargado, el cual la conocía desde cría.

Con un vago saludo de mano se adentró con prisas en el mar, como si le quemara la piel, como si ansiara desafiar a las tan bonitas olas que había esa mañana.

CAPÍTULO 2:

En ese mismo mar, pero mucho más adentro de lo que se encontraba Adrie, se encontraban varios hombres. Todos ellos flotando en el mar como si ningún esfuerzo les costase, como si tocaran tierra con los pies a pesar de estar en mar abierto.

Sus expresiones tan serias como duras se asemejaban al color negruzco del mar y su tamaño era desmesurado, pues todos ellos se veían imponentes, de pieles bronceadas y grandes músculos.

El que parecía el líder, sobresalía sobre los demás, pues era además excesivamente bello, pero no una belleza de esas que se ven en las revistas de moda, sus rasgos exóticos, sin embargo quedaban ofuscados por la expresión sombría que este llevaba. Moreno de pelo y de ojos grises tan profundos y extravagantes que podrían confundirse con lentillas hablaba con sus compañeros. Su nombre era Alexandre.

-Tampoco es de mi agrado esta misión, ni tengo ningún interés ni gana de mezclarme con tal raza, pues es bien sabido que los humanos son inferiores a nosotros. No sabemos como de desarrollada estará su inteligencia o como serán sus hábitos de vida pero debemos adaptarnos y disimular- dijo Alexandre con voz monótona, como si ni el mismo se creyese tal cuento- Conocemos su lengua y compartimos sus rasgos físicos por lo que no puede ser tan difícil. Tan solo habrá que soportar su presencia unas semanas, meses a lo sumo y es de gran importancia para nuestro pueblo.

Los demás, asintieron a sus palabras, ya sabiendo de memoria su plan y dispuestos a cumplirlo para salvar su raza. Tras esta breve charla, se dispersaron, acordando verse en la orilla, en la blanca arena que por primera vez pisarían.

Y es que ellos no eran humanos, ni mucho menos. Pertenecían a la especie carcharodon carcharias o como bien decimos nosotros, a los temibles tiburones blancos.

Vivimos considerándonos el único ser vivo inteligente pero… ¿Qué si existiera otra especie animal con la misma capacidad intelectual? Con incluso la capacidad de mimetizarse con el ambiente, de adoptar la apariencia humana.

Qué herido se vería nuestro ego al saber encima que estos animales acuáticos, a los que nosotros subestimamos, nos toman por una especie débil, chillona, bolsas de sangre caliente, inferior ¿no? Pero Adrie estaba a punto de convencerles de lo contrario.

En ese mismo instante, una Adrielle que portaba una sonrisa de oreja a oreja, no una de esas sonrisas superficiales y cínicas que se ven en las fotografías sino una GRAN sonrisa, una que iba acompañada de un par de hoyuelos que le daban un aspecto un poco mas infantil e inocente del que ya tenía de por sí.

Avanzaba poco a poco adentrándose más y más, allá donde las olas fueran más grandes y poderosas, pues a pesar de que medía apenas 1.63 no le daban miedo las alturas y estaba dispuesta a correr el riesgo.

Tan concentrada iba pensando en sus cosas que no se dio cuenta de que enfrente suya se encontraba un chico, un hombre más bien pues por su tamaño, había dejado la adolescencia hace ya un buen tiempo.

Ambos, distraídos en sus cosas y creyéndose solos en esa zona, chocaron.

Adrielle, confusa notó un golpe en la cabeza contra algo duro y al levantar la vista pudo admirar unos bonitos músculos adornados por varias cicatrices verticales, cicatrices que indicaban a grito peligro.

No obstante conforme miraba aun más arriba, al dueño de tal fornido pecho se le borraron todos los pensamientos indecentes, pues el dueño de tal cuerpo traía una cara de amargación y desaprobación enorme.

Inmediatamente, sintiéndose ofendida por tal mueca, borró toda amabilidad de su cara y puso su mejor cara de enfado.

Encima se creía el Don Musculitos este que era su culpa que hubiesen chocado

Impulsiva como era ella soltó: ¡Mira por donde nadas niñato!

Tras esa frase el desconocido, con un acento que no supo identificar, arrastrando las R y sonando como un dialecto extraño del inglés respondió con soberbia:

-Tú deberías apartarte para dejarme pasar criatura, ni siquiera deberías estar aquí ¿No crees? En un mar tan grande, una niña tan pequeña podría perderse.

-¡¿Pero quien cojones te crees que eres?! ¡¿El rey del océano?! Pasaré por donde quiera reyezuelo y mas te vale apartarte o te doy con la tabla en la cabeza- Replicó una cabreada Adrie. Nadie le hablaba así, ni siquiera ese dios griego tenía el derecho a propasarse con ella.

-Sois curiosos vosotros, con todo vuestro orgullo. Mide tus palabras pececillo, pues seguramente me llegas a la cintura.

Que se creía este, pensó Adrielle. ¡No todos teníamos la suerte de parecer medir unos 2 metros! Sin embargo algo en su seria mirada le dio un escalofrié, pues no parecía un simple matón más. Algo le decía que había algo raro en el, algo oscuro y peligroso. Sin embargo, ignorando toda señal de advertencia le contestó ya harta del todo.

-Apártate amargado, ¡y cambia esa cara que parece que estás en medio de una indigestión!- Con esta contestación se dispuso a seguir por su camino cuando de repente notó un calambre en la pierna y una sustancia u bicho pegajoso rozándola.

Soltó un desgarrador grito, como si la estuvieran matando o algo peor y empezó a patalear y moverse desesperadamente.

El desconocido ni siquiera se rió ante tal actuación. No comprendía a la pequeña humana ni el por qué de sus chillos. No había ningún otro compañero cerca de ella para poder asustarla y no sabía si esos movimientos eran una señal de ataque, de furia o un simple convencionalismo humano.

Pronto descubrió el por qué de sus alaridos sin embargo pues ella gritó:

-¡MMMMEEEEEEDUSSSAAAAAS!

Y acto seguido se le tiró encima, recordándole a una foca saltando, para acabar agarrada con uñas y dientes a él. El contacto le sorprendió, pues en su especie no existía tal afectividad y apenas podían tocarte tus familiares u pareja. Por acto reflejo intentó apartarla de sí sin éxito. En forma humana no tenía tanta fuerza y no podía dañarla a la primera de cambio. No había venido para eso.

-Es solo una medusa criatura, es ínfimamente más pequeña que tu y ya te ha picado. Bájate de mí.

-¿Estás loco? Llévame a la orilla, no pienso nadar yo sola teniendo una medusa persiguiéndome.

Adrielle odiaba las medusas, desde que de pequeña la habían atacado unas 10 a la vez se la tenía jurada, eso sí ya se vengaría otro día, pues esa mañana prefería que la salvara ese maldito reyezuelo.

Alexandre, cansado ya de la humana pensó en tirarla al mar de un golpe y dejarla ahí pero en el último momento vio una pequeña marca de nacimiento en el cuello de la criatura. Una pequeña media luna descansaba entre su oreja y cuello, apenas visible pero si muy clara.

Debido a tal descubrimiento, la sujetó bien, pensando en cómo de repente se había tomado tantas confianzas con él y se dirigió a la orilla.

-Pesas muy poco ¿acaso no sabes cazar tu comida adecuadamente pececillo?

Adrie estiró el cuello para mirarle a los ojos, a esos ojos grises que le miraban con frialdad y un deje de curiosidad. Que tipo tan raro pensó. ¿Cazar?

-No sabía que ahora eras mi padre. ¿O acaso eres mi médico? Como lo que necesito

-Calla criatura, bastante es que te este llevando a la orilla.

Y así llegaron a la arena, cada uno pensando en sus cosas, y ella escuchando su corazón con su oreja pegada a su pecho. Piel áspera, fría. Un latido fuerte y más lento. Sorprendente, como él.

La soltó de un golpe en la arena mojada sin siquiera mirarla y ella chilló del susto y del dolor. Qué imbécil le había tocado como héroe.

Se levantó y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse con su restante dignidad y la barbilla bien alta pero unos brazos la retuvieron en un sitio. Unos brazos que le cubrían casi todo el torso y llenos de más cicatrices.

Él estaba fascinado por el largo pelo de ella, ondulado, un manto de ondas moreno con destellos dorados que le llegaba a la pequeña hasta la cintura baja y ella miraba tales cicatrices asombrada.

-Emm, gracias supongo. Me llamo Adrielle.

-No te he preguntado tu nombre pececillo.

- Imbécil.- Adrielle se revolvió contra él, saliendo de la prisión que el mismo había creado y empezó a caminar.

-Yo soy Alexandre.

Y esa es la última frase que llegó a oír la morena antes de alejarse completamente de él. Ese chico tenía cierto atractivo inusual pensó. Pena que sea tan desagradable.

CAPÍTULO 3:

Pensando en su raro encuentro, Adrie se dirigió hacia el caminito de madera que la llevaría hasta su acogedora casa, el conocer al extraño Alexandre con su voz ronca y sensual la había descolocado por completo.

Tomaría uno de sus cafés "especiales" decidió con ánimos. En cuanto entró en casa se descalzó y quitó la ropa, quedándose en bikini y bailando al son de una música imaginaria le cantó a la lámpara.

Una lámpara muy poco agraciada por cierto.

Alargó la mano para coger su taza preferida de Minnie Mouse y se echó café, añadiendo con una ligera sonrisa un chorrito de vodka. Solo su café especial podía calmarla y si, tenía que dejar a un lado la bebida pero bueno, otro día seria.

Siguió su para nada sexy baile hasta la planta de arriba, tropezando varias veces con su gato, que se había propuesto molestarla lo máximo posible. Abrió el grifo de la bañera y se preparo un baño de burbujas pues no sabía qué hacer y no había podido disfrutar tanto como quería de las olas del mar. Quizás podría mover brazos y piernas una vez dentro de la bañera y simular un tsunami pensó. Luego ya soportaría la bronca de Nana, cuando viera todo encharcado.

Era un poco caprichosa, que se le iba a hacer.

Bajó a por un poco de helado de vainilla para tomar mientras tanto y bailando se puso a buscar por el congelador.

-Donde estará el maldito helado…- se dijo para sí misma mientras descoordinadamente movía caderas, culo, brazos y todo su cuerpo en definitiva

-Heeeeeeeeelaaaaadoooooooooooo- Se puso a gritar haciendo el tonto, pensando inocentemente que estaría sola en casa. Qué gran error… Se giró al oír un incomodo y profundo carraspeo a su espalda y del susto se le cayó la taza de café que tenía en una de sus manos.

En frente de ella e inexplicablemente se encontraba el reyezuelo que había conocido hace unos minutos y esta vez no iba solo, sino acompañado por uno personajes, igual de curiosos y grandes que él.

-¡¿Qué haces en mi casa pervertido?! ¡Ladrón! ¡ Violador de la ley!- Se puso a gritar histérica pérdida, observando cómo Alexandre le miraba con una extraña mueca de confusión en la cara.

-Realmente creía que no podrías ser más rara, ¿acaso te estaban dando espasmos por la picadura de medusa de esta mañana?- Dijo Alexandre con cara de duda y de asco.

-Lo primero quita esa cara de amargado que me traes y lo segundo, esta es mi casa si quiero emm... bailar puedo hacerlo. Cuida tus modales.

Viendo como la humana, orgullosa y altiva le respondía, Alexandre, dejándose llevar por su instinto animal que ansiaba demostrarle que él poseía el poder, se irguió, cuadrando los hombros y acercándose a su presa, dispuesto a intimidarla.

Por desgracia para él, Adrie al verlo hincharse como un machito de playa soltó una sonora carcajada, dejándolos a todos sorprendidos, y para nada asustada se subió de un ágil salto a una silla.

-¿Qué pasa, que solo porque eres más alto que yo debo hacer una reverencia y postrarme a tus engreídos pies? Ahora estamos a la misma altura grandullones. No soy de las que se acobardan. Y ahora, sal de mi casa pero ya.

Alexandre estaba ya que no cabía en sí de malhumorado que le ponía esa pequeña criatura. Ya harto y decidido a callarla la cogió en brazos como un saco de patatas y cruzó el salón, dejándola de patitas en la calle y cerrándole en las narices la puerta.

Anonadada, Adrielle se quedó unos segundos mirando fijamente la puerta para luego empezar a despotricar y golpearla enérgicamente. En su mente una hilera de insultos hacia ese descarado iba haciéndose cada vez más larga. Guapo pero imbécil. Sí señor.

Al otro lado de la puerta, un grupo de tiburones discutía sobre lo ruidosos que podían llegar a ser los humanos. Solo sabían chillar, chillar y chillar. Ah y faltar el respeto a sus superiores. Solo uno de ellos, Seth, miraba divertido hacia la ventana, viendo a la humana ponerse cada vez más y más roja de enfado. Qué graciosos y expresivos podían llegar a ser los humanos, y que carácter tenía esa pequeña morena, actuaba y hablaba como el más fiero de los guerreros y eso sin pensar en que ellos eran más fuertes y numerosos. Irracionales pero con cierto encanto pensó.

A la hora y cuarto Nana llegó, encontrándose a una Adrielle muy enfadada despatarrada sobre la alfombrilla de la puerta de entrada. Se imaginó lo peor, con el genio que tenía esa niña y lo serios que podían llegar a ser los carcharodones, o tiburones mas vulgarmente, todo habría salido de la peor forma posible.

Mientras tanto, una enfadada Adrielle se levantó con ímpetu para instarle a su abuela a llamar a la policía. Según ella, unos descarados delincuentes la habían echado de su propia casa.

Nana, cansada, le explicó que no eran delincuentes ni mucho menos, sino familiares lejanos de una isla asiática alejada de la mano de Dios, que necesitaban un lugar donde alojarse una temporada.

-Una gran mentira piadosa- pensó la anciana.

-Debes tratarlos con respeto pues son invitados míos niña. No te preocupes por ellos, no les mencioné que vivías conmigo pero enseguida se les hará saber. Confío en que seas amistosa con ellos y les enseñes nuestra cultura. A veces pueden ser un poco raros y serios pero no se lo tomes en cuenta- tras decir todo esto, abrió la puerta y se internó en la casa.

Adrielle, con la boca abierta e indignada la siguió. Ya le empezaba a salir humo por las orejas. Y ahí los vio, tan panchos y cómodos como en su propia casa, jugando con el mando de la televisión como si se tratara de un objeto extraño proveniente de Marte. Algo raro estaba pasando pensó la muchacha.

Nana, les presentó de nuevo a Adrielle y esta vez como su nieta adoptiva y les pidió un poco de amabilidad por su parte con ella. Alexandre la miraba mientras tanto molesto, pues la niña traía puesta una cara de victoria que no podía con ella, al escuchar como su abuela la defendía.

No obstante hubo algo que alertó a Nana e hizo que dejara de hablar, por las escaleras caía agua, chorreando hasta mojar la alfombra del salón. La mirada acusadora de la abuela cayó sobre Adrie, que en vano trataba de excusarse diciendo que le encantaban los baños y había sido echada de casa.

-Haces como que nos odias pececillo, pero en el fondo nos aprecias tanto que hasta tenias pensado prepararnos una piscina. ¿O un jacuzzi tal vez?- soltó burlón Alexandre, viendo divertido la mirada asesina de la abuela hacia su nieta.

- Mas bien pensaba ahogaros en ella, ya sabes, librarme del peso muerto.

Alexandre gruñó ante tal contestación, esa niña iba a ser un dolor de cabeza constante.

-Adrielle arregla tu "baño" pero ya mismo y vuelve a bajar inmediatamente. Habrá que ver como repartimos las habitaciones- dijo la abuela enfadada y con un tono de advertencia

Adrielle se quedó muda cuando oyó la palabra "repartir". Ella tenía seguro que si tenía que compartir su cuarto o cualquier parte de la casa con alguno de ellos y en especial con Alexandre, la cosa iría de mal en peor…

CAPÍTULO 4:

A ella le tocaba compartir habitación con su abuela, como era de esperar. Sin embargo, un resquicio de ella, una pequeña parte de su mente habría preferido estar con Alexandre. Sus discusiones al fin y al cabo eran divertidas, con ellas no había quien se aburriera.

Los días pasaban lentamente y para su desgracia, apenas llegó a cruzar algunas palabras con ellos. Se pasaban todo el día fuera de casa, a saber dónde, pues con esas pintas no podían traerse nada bueno entre manos ¿no? Y durante la noche, se quedaban en la mesa del comedor, hablando entre ellos de asuntos privados, pues en cuanto ella se unía, con todo el descaro del mundo se quedaban callados y serios.

Adrielle no podía no obstante parar de preguntarse, ¿De dónde habían salido? Nana le había contado que provenían de una cultura distinta, de un país en guerra en el que desde pequeños habían sido instruidos en las artes físicas, en las artes de la guerra, que habían visto demasiada crueldad. Pero Adrie no sabía si creerle, por un lado, parecía obvio pues las diferencias culturales eran obvias.

Parecían odiar el contacto físico por ejemplo, hasta el más mínimo roce les hacía apartarse y mirarla raro. Tampoco eran muy habladores y su forma de expresarse no era para nada la usual.

Sin embargo Adrielle intuía que algo fallaba, le faltaba una pieza del puzle. Les veía sorprenderse con la más mínima cosa; con la televisión, el teléfono móvil, el microondas o hasta la cafetera. ¿Tan pobre era su país de origen que nunca había visto un microondas? ¿Cómo es que nunca había oído hablar de ellos si eran familia? Puede que ella no fuera nieta de sangre de Nana pero ciertamente había confianza entre ellas y llevaban muchos años juntas ya.

Y no os creáis que esto es una típica novela en que la protagonista acepta todos los hechos por muy extraños que sean, para Adrielle todo era extremadamente raro pero por más que intentara averiguar cosas, su abuela se enfurruñaba y evadía sus preguntas una y otra vez.

¿Quién era el guapo de Alexandre en realidad? Su mirada daba miedo a veces, su expresión era demasiado seria y no parecía conocer la risa.

La humana sin duda era una cotilla. Se veía que tenía ciertas dudas respecto a la versión que le contó su abuela. Normal, quién se creería tal estupidez, pensó.

Se sorprendía mirándola con curiosidad a veces. Era tan pequeña y frágil. No se la imaginaba luchando contra uno de ellos, y en cierto modo sentía ganas de protegerla y alejarla todos los kilómetros posibles del mar y las bestias que habitaban en él. Ni siquiera sabían los humanos cuantos terribles monstruos existían bajo el mar, pues no habían logrado llegar hasta sus profundidades aun teniendo su ingeniosa maquinaria y tecnología.

Había aprendido mucho sobre la cultura humana, sobre sus costumbres. En un comienzo por ejemplo, se desconcertó cuando les vio enseñar tanto los dientes. Para él, era un signo de violencia, de ataque inminente pero ellos lo hacían constantemente.

Adrielle se lo había hecho varias veces. La primera vez se quedó parado mirándola desconcertado. ¿Cómo se atrevía a retarle con aquel gesto observando la diferencia de tamaño y fuerza? ¿Tan tontos o tan valientes eran los humanos? Se negó a atacar primero, aun habiendo visto su gesto, si la atacaba dudaba que ella saliera con vida, pues le sacaba unas 3 cabezas o 4 de altura.

Luego aprendió que para los humanos, ese gesto era considerado algo positivo. Le llamaban sonrisa. La abuela le había insistido varias veces en que debía aprender a sonreír pero no podía. No le salía natural decía ella.

Aprendió que los humanos eran mucho más emotivos, tanto para bien como para mal. Vio llorar a Adrielle por una película, la vio chillar de miedo ante una minúscula araña medio muerta, a pesar de que podría pisarla y acabar con ella, abrazar y besar a sus amigos… Los humanos parecían amar el contacto físico, cosa que a él le resultaba extraño. El contacto era algo demasiado personal. No entendía su significado.

Su pueblo no sabía ni la mitad de los humanos, al ser ellos los primeros en adentrarse en el mundo humano de su raza, tan solo sabían unos pocos datos sobre ellos.

Por ejemplo, que a veces les gustaba nadar en el mar, que necesitaban oxígeno para respirar, el sabor de su sangre, la potencia de sus gritos al verlos, su idioma y poco más. Ahora sin embargo veía todo su mundo, todo su entorno alejados del mar, pues si él era acuático, ellos eran terrestres.

-¡Meeeee vooyy abuelaa!

- ¿De quién son esos chillos y quién se va?- preguntó la abuela gritando igualmente mientras cosía sentada en su butaca preferida del salón.

-¿Quién voy a ser? De momento soy la única mujer en la casa, ¿O acaso has traído mas invitados sorpresa?- dijo una divertida Adrielle mientras bajaba las escaleras.

Nana se giró ante la voz, viendo a su nieta ya arreglada y dispuesta a marcharse de fiesta. Iba con un vestido blanco, no muy ajustado pero sí bastante corto, combinado con unos tacones demasiado altos para ser legales de un vivo color. Nana no estaba nada contenta con tal visión, estaba radiante sí, pero aparentaba ser mayor de lo que era así vestida y dejaba muy poco a la imaginación. Era su nieta, no le gustaba verla así. Sin embargo, los hombres de la fiesta sin duda tendrían una opinión muy diferente sobre ella.

-No pienso quedarme en casa Nana, te lo aviso. Es el cumpleaños de Cindy y va a ser una gran fiesta, sé cuidarme sola y lo sabes. Así que deja de poner esa mirada desaprobatoria por favor

En ese mismo momento apareció un odioso Alexandre, que por una vez cambió su cara de sexy estreñido y la miró de arriba abajo.

-¿A dónde vas vestida así pececillo? Enseñas más de lo que deberías. No deberías vestir así siendo aun una niña ¿no crees? No sabía que te acomplejara tanto tu estatura tampoco.

-Solo por que seas unos años mayor que yo no tienes por qué juzgarme. Voy a una fiesta, una fiesta a la que no estás invitado.- respondió furiosa

Sin esperar contestación se marchó dando un portazo, sin importarle su abuela cabreada o el divertido Alexandre que la seguía mirando con interés desde la ventana del salón.

¿Cómo podrá andar con esos zapatos tan poco equilibrados? Se debatía él mientras tanto, viéndola marchar bien erguida y con paso decidido. No le gustaban. Aun recordaba esa vez que fue a cazar a una humana borracha que se había adentrado al mar de noche… menudo golpe le dio en el pecho con su zapato. Se preguntó si Adrielle los llevaba también para usarlos como arma si era necesario. Ciertamente podían hacer daño y ella parecía saber manejarlos a la perfección.

Eran ya las 5 de la mañana y Adrielle seguía en el barco que Cindy había alquilado, ya algo borracha y tropezando de vez en cuando. Había bailado por horas, bebido sin precedentes y creía haberse besado con un par de chicos mas no estaba muy segura. Debería parar de beber pero estaba harta de hacer siempre lo correcto, además siempre había sentido atracción por el alcohol. Felicidad fácil y barata.

Hacía frío y había grandes olas pero no le importaba. Llegó un momento en que el barco se estacionó en el puerto y todos se bajaron hasta el bar de playa, donde se continuó con la fiesta.

A lo lejos vio un grupo de personas alejadas del resto. Mirando fijamente. Al rato reconoció a Alexandre y soltó una pequeña risita. ¿Así que eso era lo que hacía cuando desaparecía de casa? ¿Ir a espiar a fiestas a las que no había sido invitado?

Alexandre le miraba fijamente, con soberbia. Estaba harta de él en cierto modo. Siempre la trataba como si fuera una niña tonta y perdida, como si aún tuviera 8 años. Quería hacerle ver que no era una niña ya, que era una mujer.

Buscó un objetivo, con una idea en mente y lo encontró. Un chico moreno, alto y fuerte la miraba desde una de las improvisadas mesas. Era guapo, sí que lo era. Y la miraba como si la quisiera atravesar, con una pícara sonrisa.

Se acercó sin prisa, cerciorándose disimuladamente de que Alexandre la viera y en cuanto llegó al muchacho, sin dejarle presentarse si quiera se tiró a sus labios.

El beso empezó lento, suave y despacio pero poco a poco la pasión lo volvió más salvaje y fogoso.

Le puso los brazos alrededor del cuello y el chico bajó sus manos desde su espalda hasta su trasero, instándola a alzarse y agarrarse a él como si fuera un mono.

Ella, ya hechizada por sus besos lo hizo y el beso pasó a otro nivel. Sin saber cómo, acabo contra una pared, con el muchacho dándole mordiscos por el cuello.

A unos metros, Alexandre miraba. No sabía que pensar, si había pensado que Adrielle era ya de por si cariñosa, ahora estaba confundido. Ella estaba fundida en él, no podía ser posible un mayor contacto. ¿Sería su pareja? En su pueblo, los machos elegían a una hembra con la que criar y tener hijos, quizás ella buscaba precisamente eso.

Sin embargo le molestó. Ella aun era joven, o eso parecía. Y ese macho humano la tocaba con demasiada confianza, demasiado en general. Un impulso desconocido le hacía querer ir hasta allá y arrancarla de sus brazos. No podía pensar en ella intimando a tal nivel con otra persona, metiendo la lengua en su boca.

Le vio alejarse un poco de él, agarrarle de la mano y caminar con él hacia el mar.

Eso fue la gota que derramó el vaso. Nadar en el mar a estas horas podía ser peligroso, él lo sabía a la perfección. Con los puños apretados y lleno de rabia se dirigió a paso rápido hacia ellos, que ya estaban metidos hasta la cintura entre las olas. Iba a matar a ese hombre, iba a arrastrar si era necesario a esa niña descuidada a casa.

CAPÍTULO 5:

Un grito ronco hizo que Adrie se girara para mirar atrás, hacia la orilla. Un Alexandre enfadado, con los puños apretados y la muerte en los ojos se acercaba a paso rápido. No entendía su reacción. ¿Por qué se comportaba así de repente? De veras que ese hombre sufría problemas de bipolaridad.

La agarró de la cintura con fuerza, levantándola en el aire y cargándola como un saco de patatas. El moreno con el que minutos antes estaba compartiendo saliva y lengua, se giró con mala cara, seguramente enfadado de ver como un neandertal como Alexandre se llevaba a su ligue de una noche.

-¡Déjala en paz imbécil! ¡Ella está conmigo, vete a joder a otra parte!- gritó el chico, con voz burlesca.

Alexandre ni siquiera respondió, dejó a Adrie en el suelo y le pegó un fuerte puñetazo directo a la nariz. Hasta Adrielle oyó el horrible crujido, hasta ella se estremeció ante la mueca de dolor ajeno. El moreno se cayó al suelo del impacto, aullando de dolor y diciendo improperios.

Adrie se adelantó y le intentó ayudar pero el chico apenas podía respirar entre tanto hipido y tantas lágrimas. Y, ¿este era el gran macho que momentos antes alardeaba de músculos? Músculos inflables serían, si no, no se lo explicaba.

Alexandre mientras tanto estaba rojo de ira, respirando aceleradamente, quisiera Adrie o no, lo supiera Alexandre o no, él ya la consideraba como posesión suya, como suya.

De hecho, nunca lo había visto tan serio ni con esa mirada gélida. Tembló cuando Alexandre la asió del brazo con fuerza, y pensó que probablemente tras ese apretón le quedaría un bonito morado.

Adrielle sentía a un mismo tiempo asombro, perplejidad y miedo de él, algo la hacía querer huir, correr lejos de él pues a pesar de que ya hubiera presenciado varias veces peleas con mucha más sangre y golpes a matar, jamás había visto tanta frialdad e ira en alguien. Ni siquiera en los combates de boxeo.

La arrastró por toda la playa y cuando vio que ella no caminaba tan rápido como él quería, la levantó en el aire sin esfuerzo, cargándola de nuevo y sin dirigirle ni la palabra ni la mirada.

-Parece que te gusta llevarme en brazos, ya lo has hecho muchas veces Alexandre- comentó ella, intentando relajar el ambiente.

-¿Ya no me llamas reyezuelo Adrielle? ¿Ahora que me tienes miedo y tiemblas en mis brazos vuelve el respeto a ti?- dijo furioso, apretándola más contra su pecho y deseando llegar ya a la casa.

-¡Pero a ti que te pasa! ¡Trataba de ser amable! Además por qué narices has pegado a ese chico no te ha hecho nada y tampoco me estaba obligando a n…

-¡Cállate Adrielle! – gritó furioso, apretando los dientes y conteniendo apenas su enfado. Ni siquiera él sabía por qué estaba haciendo eso, ¿no era simplemente una humana más?

-Bájame. No soy una princesa en apuros, no necesito tu ayuda

-¿Ah no? ¿Simplemente pensabas entregarte a él? Porque tal y como te refieres a él como "ese chico" me hace pensar que ni siquiera lo conoces. Pensaba que eras una tonta inconsciente pero eres algo mucho peor que eso

-¿Qué estás tratando de llamarme Alexandre?- Preguntó ella de repente, más seria que nunca, temblorosa y con los ojos llorosos

Él, que se dio cuenta cuánto daño parecía haberle hecho a la criatura calló. Iba a dejarla sana y salva, que hiciera lo que quisiera con su cuerpo, que se lo diera a quien quisiera pues él no tenía ningún derecho sobre ella por mucho que quisiera darle órdenes y mantenerla encerrada por siempre en casa.

-¡Responde!- berreó Adrie, ya al borde de dejarse llevar por la humedad de sus ojos

Su peligroso salvador la apretó más contra su pecho y le pasó un pulgar por la cara, recogiendo una solitaria lágrima que había osado caer. Ella no era una puta y no iba a soportar que él la tratara como tal. Ya en sus primeros años de vida la habían insultado demasiado. Es cierto que no era virgen pero había perdido su virtud con su mejor amigo de toda la vida, con el que conocía desde hacía años en un intento mutuo de quitarse un peso de encima. Nunca lo había vuelto a hacer con ningún otro chico más ni lo necesitaba.

-Solo digo que no debes entregarle tu cuerpo o tu confianza al primer chico guapo que ves en una fiesta criatura. Te voy a llevar a casa y olvídate de fiestas por una larga temporada Adrielle, es una orden.

Alexandre no pudo evitar soltar una carcajada al aire cuando la vio haciendo pucheros… estos humanos… siempre poniendo caras raras. Se preguntó por qué les gustaría tanto el contacto físico, que se sentiría tan bien como para quererlo y ansiarlo tanto. La había visto besar a ese chico, y no precisamente en la mejilla como besaba a su abuela o amigos sino en la boca. ¿No temía acaso que la mordiera? ¿Le besaría a él también si supiera lo peligrosos que podían ser sus dientes? ¿Osaría su lengua rozar la suya sabiendo su verdadera identidad?

Miles de preguntas se arremolinaban en su mente, los humanos eran muy abiertos respecto al sexo y la sexualidad, respecto al contacto, demasiado tal vez.

La dejó en la puerta de su casa y se dispuso a marcharse puesto que añoraba el mar y sus olas, puesto que tenía un hambre atroz y aun tenía la esperanza de encontrarse al humano ese al que minutos antes había roto la nariz.

Sin embargo, no llegó muy lejos pues sintió un golpe en la espalda, que más que causarle dolor le irritó.

Respira hondo, pensó. Es una cría inconsciente, no te des la vuelta y márchate antes de cometer un error.

Plaf. Otro golpe, otro zapato tirado a traición.

-¡Cobarde! ¡¿A mí no te atreves a pegarme un puñetazo?!- berreó fuera de sí Adrielle.

A Adrielle ni siquiera le dio tiempo a volver a abrir la boca para insultarle, ya que como el depredador que era ya se había dado la vuelta y en tiempo record lo tenía pegado a ella, pecho contra pecho. Y aunque estuviera un poquiiito borracha, no podía ignorar ese olor profundo, a mar silvestre que él desprendía por cada poro de su piel. ¿Sería colonia?¿Sería un hechizo de alguna bruja para hacerla caer a sus pies?

La tenía acorralada, mirándola fijamente, pareciendo entrar en su mente .Ella estaba atrapada en él. No le entendía, todo en él era inesperado.

Sumida en sus ojos y en su extraña expresión, prisionera entre sus dos enormes brazos y con ya dolor de cuello de mirar hacia arriba por la diferencia de alturas, no lo vio llegar.

Alexandre en un brusco movimiento había impactado sus gruesos labios sobre su boca. En un comienzo todo fue apenas un tierno beso, cálido e infantil pero a los instantes siguientes, Alexandre mostró su fuerte carácter mordiéndole el labio inferior y abriéndole la boca, deseoso de probar tal experiencia.

Y Adrie era débil, muy débil. Loca ya por sus labios y olvidándose de la discusión y todo lo anterior volcó todo su ser en aquel beso. Le devoró entero, le acarició la boca. Quien sabe cuánto estuvieron besándose apasionadamente.

Solo cuando la falta de oxígeno empezó a hacer su mella en Adrielle, se separó un poco con tal de coger aire, solo un instante, uno muy pequeño.

Ni para eso era paciente Alexandre, que al segundo volvió a juntar su boca con la de ella, esta vez dando lugar a un beso más tierno, relajado, cansado.

Fue uno de esos besos que te pierden, que te encienden como una bombilla, un beso demoledor y ardiente.

Sin embargo, sin avisar ni decir palabra, Alexandre se separó de ella, dejándola plantada en el salón y desapareciendo por la puerta de la casa sin mirar atrás, sin un triste adiós.

A lo lejos, Alexandre miraba el mar a lo lejos sumido en sus pensamientos.

Con que eso era un beso, pensó Alexandre, portando una sonrisa ladeada. Con que eso era sonreír. Le gustaban los besos, eran húmedos, territoriales, una lucha por el poder mezclada con una lujuria que nunca antes había conocido. Ahora entendía al humano y por qué se había enfadado tanto cuando le robó a la pequeña. Adrielle era adictiva y él no pensaba dejarla ir tan fácilmente. La quería para sí, quería ser su dueño.

CAPÍTULO 6:

Se tocó los labios, hinchados y más rojos de lo normal. Había sido un beso lleno de fuego, de eso estaba segura, y todavía le hormigueaba la piel por la que él había pasado sus manos ásperas. No se llevaban bien, eso estaba claro, pero a su cuerpo eso no parecía importarle pues se sentía con ganas de más.

Se metió en la cama pensativa y deseosa, y procuró dormirse rápido pues ya eran las 6 de la mañana y la fiesta la había dejado agotada.

Unas manos la despertaron, sintiéndolas recorrer su cadera y erizando su piel. Un gruñido ronco y bajo la sobresaltó, haciendo que finalmente abriera los ojos.

-Pero qué ha…

Ni siquiera pudo terminar la frase pues le taparon la boca con una mano, dejándola sin posibilidad de articular palabras entendibles, tan solo podía hacer extraños murmullos de queja y de gusto.

-Como un gatito, quietecita con las caricias- gruñó Alexandre, loco por entender más y más el placer humano que encontraba en tal intimidad.

El beso de ayer lo había revolucionado todo, ahora comprendía por qué esas criaturas blanditas y pequeñas buscaban tanto la compañía del sexo opuesto. Para los tiburones, el apareamiento tan solo era un proceso para tener descendencia. No se encontraba el placer en él, su piel no era suave como la de Adrielle, su cuerpo no era tan blando ni cálido. Y sentirla arquearse contra su mano, pidiendo inconscientemente más atenciones le aceleraba la respiración. Ya no controlaba siquiera su voluntad, pues algo más fuerte le impulsaba hacia Adrie, algo le había llevado hasta su habitación a hurtadillas.

Le acarició la tripa, los hombros, los muslos.

-¡¿Adrielle estás en casa?!- Gritó Nana, desde el salón.

Instantáneamente el corazón de la morena se aceleró, con miedo de que su abuela decidiera subir a comprobarlo y se removió contra el cuerpo de Alexandre, asustada. Sin embargo él no cedía y cada vez la aprisionaba más contra el colchón, haciendo fuerza con sus brazos e inmovilizándola con sus piernas.

-Estate quieta y calladita criatura, no querrás que nos descubran- susurró con una sonrisa burlona el tiburón, importándole poco la abuela de la criatura, la cual por cierto conocía no solo su secreto sino que lo compartía. Él era el príncipe de su raza y la abuela lo sabía. ¿Qué podría hacerle a él? Aun si no le gustaba la cercanía con su nieta no podría hacer nada ni evitarlo.

Adrielle forcejeó un poco más, enfadada por la actitud dominante de Alexandre y deseando por un lado soltarse y por otro obedecerle y seguir disfrutando de sus caricias. Debatía un duelo interno y el tiburón, no queriendo perder se aprovecho de tales dudas y la besó profundamente, obligándola a responder.

No pudo evitar gemir en la boca del chico que la besaba y se rindió al beso, que duró unos largos minutos.

Y quizás demasiado pronto, se separaron o más bien, él se separó.

Sentía incomodidad entre las piernas, una parte de la anatomía humana se había inflamado, pensó con disgusto Alexandre. ¿Se habría dado un golpe y no se había dado cuenta? ¿Debía ponerse hielo en la parte afectada? No quería parecer débil ante Adrie por lo que se separó, dándose cuenta de que seguramente podía notar su hinchazón rozando su bajo vientre.

Con disgusto se levantó y se marchó de la habitación, dejando a la muchacha sola, húmeda y extrañada por sus acciones tan contradictorias. No entendía a ese hombre, no sabía de dónde había salido pero escondía un secreto, pero siempre conseguía sorprenderla.

Y así pasaron los días, Alexandre no volvió más a su cama pero sí que la tocaba más de lo normal durante las cenas, por las tardes de películas, etc. Por un lado ella se sentía molesta, pues parecía como si fuera su muñequita de juguete, su pequeño experimento o su desahogo diario, por otro lado ansiaba esos toques. Lo más raro de todo es que en todas las ocasiones, él era el que se subía encima, él le apresaba las muñecas, él lo dirigía todo, como un niño mandón con su juguete nuevo. Y por más que le pedía que le soltara, que se enfadara por no poder tocarle ella a él y que sufriera por ello, Alexandre no le hacía caso y cuando se cansaba de sus berrinches simplemente le tapaba la boca con su enorme mano. Adrie se sentía dolida, necesitaba una explicación.

-Quiero hablar contigo- demandó Adrielle.

-Habla pues pececillo, te estoy escuchando- le respondió desinteresadamente él.

-En privado, así que mueve el culo y ven a mi habitación.

-Tu habitación… bien. Espérame arriba... en la cama- añadió él con un nuevo brillo en los ojos.

-Imbécil- gritó una furiosa Adrielle mientras subía los escalones con fuerza y a paso rápido.

Ya dentro de la habitación, un erróneo Alexandre se creyó que el motivo de su encuentro sería del tipo acalorado pero se llevó una sorpresa cuando Adrie se apartó de un salto cuando él quiso agarrarla.

-Quieta criatura- gruñó él.

-No. Quiero que me escuches.

No quería escucharla hablar sino tenerla debajo de ella, no entendía por qué pero su cuerpo se lo pedía así. No entendía lo que le querían decir sus instintos pero así era. Y aun menos entendía por qué siempre al estar cerca de ella su entrepierna dolía. Era algo así como un suicidio voluntario que gustoso hacía.

Se movió con rapidez, logrando asirla de un brazo.

-¡Quiero que me escuches estúpido e insensible cabrón!- Gritó desesperada Adrielle, nunca habiéndose visto en tal situación.

Con un suspiro pesado y relajando la respiración decidió por un vez hacerle caso y el moreno se sentó, tirando de ella para que se sentara encima.

-Habla pues pececillo, me controlaré por ti.

-No podemos seguir así, no te entiendo. De repente vienes un día y me besas, me tocas y... en fin ya sabes de que hablo- empezó ella, tomando un color rojizo en las mejillas- Sin embargo no me dejas tocarte, me utilizas y no me cuentas tus pensamientos. No quiero esto.

-Tu cuerpo no dice lo mismo criatura… tu piel se eriza a mi paso ¿recuerdas? ¿Quieres tocarme? Ninguna otra mujer lo ha hecho.

-… ¿Ninguna? ¿Acaso tú…?

-Mi cultura es diferente a la tuya pececillo, no te atrevas a olvidarlo. Eres mi primera obsesión y no pienso dejarte ir ni aunque tenga que amarrarte a mi cama.

Adrielle se estremeció en sus brazos con la sinceridad y brutalidad de sus palabras. No era una amenaza en vano, pensó.

-Déjame enseñarte si es tu primera vez, no acapares todo el control.

Alexandre se quedó pensativo, pensando si debería cederle parte de su poder. Y tras unos minutos dijo mientras se levantaba de la cama haciendo que ella se pusiera también de pie:

-Está bien… Adrielle. Dejaré que me enseñes con una condición que no pienso cambiar por nada del mundo.

-Dila reyezuelo, no te hagas el interesante con tanto misterio.

-Te tendré cuando a mí me plazca y solo estarás conmigo. No quiero a otros machos rondándote, no quiero más hombres como el de aquella fiesta. O lo tomas o lo dejas. Y yo querida Adrielle, lo digo muy enserio. Mis reglas son firmes. Ahora… piénsalo y dame una respuesta esta noche.

Y sin dejarle decir palabra, salió por la puerta con una mirada llena de promesas y de pesadillas.

Capítulo 7:

Era un juego peligroso al que estaban jugando y Adrielle lo sabía. Ella no quería ser una más, una simple marioneta o un capricho más.

Tampoco comprendía cómo podía ser que siendo como era Alexandre, nunca ninguna mujer hubiera ansiado tocarle toda la noche.

No era ciega y por muy irritante que pudiera ser en carácter ese hombre, sabía que tenía el físico de un dios griego.

Se pasó las manos por el pelo, nerviosa y asustada. No le asustaba el contacto físico pues no era una cría temerosa y primeriza. No obstante, sí le aterraba la intensidad y la demanda de la voz de Alexandre, parecía un cazador ante su presa.

Harta de pensar tanto, se puso el bikini y cogió su tabla de surf. Que le den a los problemas pensó.

Tenía hambre y quería comer. Necesitaba oler la sangre entre las olas y morder algo para descargar la frustración que le provocaba esa mocosa con curvas.

Ya era la quinta foca que despedazaba y aun se sentía violento, con ganas de descargar su furia en algo más.

¿En qué torbellino de emociones le había metido esa niña? Era el futuro rey de su raza, nunca podría tener nada más con esa humana a parte de un par de caricias. No podía tenerla como hembra en todo derecho, sino tan solo desearla por las noches.

Había leído que en la Antigüedad, los reyes egipcios humanos poseían una esposa e incluso varias, todas de la nobleza y sangre pura, y que a las que deseaban pero no podían obtener por su procedencia, las convertían en sus concubinas.

¿Querría Adrielle serlo para él? ¿Limitarse solo a darle placer y ser de su propiedad? Lo dudaba pero pensaba volverla loca, tan necesitada que ansiara ser su concubina.

Su padre ya le había señalado quien sería su reina y mujer, una tiburón fuerte y luchadora. Sin duda con capacidad de gobernar a su raza junto a él. Pronto, tendría que aceptarla y unirse a ella, más todo eso para él era un simple trámite, una obligación necesaria más.

No había lugar para el amor en el océano, pues era debilidad. Todo se hacía por un motivo práctico y normalmente, sangriento.

Siguió pensando en esto un poco más, imaginándose a la sonrojaba Adrielle debajo suya entre las sábanas. No sabía por qué pero con cada suspiro y gemido que soltaba, la intensidad del dolor entre las piernas aumentaba.

Había descubierto que remitía al presionarlo contra ella, al frotarlo. Y lejos de preocuparse si eso a ella le parecía normal o incómodo, lo hacía con todas sus ansias.

Eso sí, le avergonzaba admitir que no sabía cómo seguir con el apasionado acto, no conocía el mecanismo humano ni se imaginaba cuánto le esperaba por conocer y disfrutar. Tan solo se movía por instinto, siguiendo a su cuerpo.

Le encantaba la forma del cuerpo de la humana, y ansiaba quedársela para él, de su propiedad. ¿Le dejaría morderle el cuello, dejándole la marca que indicaría su pertenencia?

Entre pensamientos oscuros, vio con agradable sorpresa a la principal causante de sus dolores, Adrielle surfeaba a apenas unos metros más allá.

Niña tonta, no había visto siquiera al enorme tiburón de 9 metros que nadaba a su lado.

Tomando su forma humana, emergió a la superficie.

Alguien la agarro por la cintura y la tiró de la tabla, dándole solo tiempo a gritar e intentar agarrarse como fuera a cualquier cosa.

Nada evitó que cayera al agua, dándose un golpe seco contra quien fuera que estaba detrás de él.

-¿Nadando a estas horas pececillo? Parece que mi mote es acertado

Adrielle se estremeció ante el susurro ronco en su oído pero se giró furiosa para encararle.

-¿¡Pero quién te crees que eres para tirarme así de la tabla?! Gritó mientras forcejeaba para salir del encierro de sus brazos.

Solo recibió una carcajada irónica de su parte, acompañada de una lamida en su cuello

-¿Acaso no habías visto a esas medusas flotando allá? Ibas directita hacia ellas criatura, no quisiera verte llena de heridas

Adrielle enrojeció y se riñó a sí misma por ser tan descuidada.

-Gracias. Ahora suéltame.

-¿Por qué tanta prisa por irte pececillo? Empiezo a sentirme ofendido ante tales rechazos… Además, aun sigo esperando tu respuesta.

-Suéltame de una vez maldita sea- respondió, evitando su pregunta Adrielle mientras intentaba patearle.

No obstante no fueron sus piernas lo que pateó, sino algo más duro y grande, como si fuera un pez de gran tamaño.

Asustada como nunca, recogió sus piernas y gritó.

-¿Qué pasa ahora que gritas así? Nunca te comprenderé criatura, eres imposible

-Hay... hay algo debajo nuestra, un pez o a-aalgo…- tartamudeó Adrielle al borde de las lágrimas.

Alexandre disfrutó con el repentino pavor de la humana, pues esto provocó que se quedara dócil entre sus brazos y se acercara más a él, agarrándole los brazos y escondiéndose en su cuello. Sus respiraciones le cosquilleaban en el cuello y pensó que si estando asustada conseguía que se doblegara a él quizás debería mantenerla así.

Sin embargo, obligó a su cola a convertirse en dos piernas humanas, pasando a ser humano por completo

-Ya se ha ido Adrielle

-¿Co-cómo lo sabes?

- Simplemente lo sé. Me debes un favor pues, al espantarla para ti ¿no? Me lo cobraré.

No pensaba dejar ir a Adrielle, ni pensaba dejar que nada la dañara. Curiosamente la quería para sí mismo, sana y salva, pero suya.