— Tienes que decirle a Pacifica que te gusta —Espeto Mabel por quinceava vez.
Sentada de cabeza en el sillón mirando que Dipper estaba sentado con las piernas cruzadas sobre la alfombra leyendo su diario.
— No, lo hare cuando sea el momento perfecto —Contesto Dipper.
Mabel inflo los cachetes molesta y su hermano ignorando ese gesto paso la siguiente hoja.
— Pero a ella le gustas.
— ¿Te lo dijo? —Le pregunto mirándola con excesiva curiosidad.
— Nop —Respondió mientras se sentaba correctamente— Pero yo sé que es así —Agrego muy segura sonriendo.
— Igual, Mabel no interfieras— Y se dio la vuelta.
— Bien.
— ¿Bien? —Pregunto Dipper girando de nuevo para verla, sorprendido de que se rindiera así sin más y ella contestó afirmativamente.
— No intentes nada —Agrego sumamente desconfiado.
— No lo hare —Respondió desviando la mirada— Y tu seguramente tampoco —Añadió— Eres muy cobarde para confesarte.
Dipper frunció el ceño por como su hermana lo había llamado, viendo como ella sonreía y se acostaba en el sillón.
— No soy cobarde.
— Entonces confiésate, he esperado toda mi vida por este momento y tú no lo has hecho.
— Es que... —Se calló, se sacó la gorra y se removió el pelo molesto.
— Puedo ayudarte, deja a la casament...
— No necesito ayuda —Le interrumpió poniéndose devuelta la gorra, quien en ese momento se escuchó los golpeteos de la puerta y él se levantó dispuesto a abrirla— Puedo decírselo, sabes Mabel si la tuviera en frente le diría que me gusta sin ningún problema.
Al terminar de decir eso abrió la puerta y sin pensárselo dos veces (ya que solo necesita una más para recapacitarlo) las palabras habían salido de su boca ese… Me gustas.
Porque la persona que está detrás de la puerta era la mismísima Pacifica Northwest, quien luego de decir esas palabras que a la susodicha petrificaron y sonrojaron, le cerró la puerta en la cara.
— Ves Mabel... —Pero se detuvo al decir eso al comprender lo que dijo y sobretodo quien se encontraba detrás de la puerta quedando de la misma forma que lo había hecho Pacifica (Si es que era ella y no era un holograma)
Y el rogaba que fuera así, pero la amable de Mabel no le dio esa posibilidad cuando con una sonrisa de oreja a oreja. Repetía sin cesar: Te confesaste, por fin lo hiciste.
Entonces Dipper con los ojos muy abiertos como su boca por la impresión, internamente se regañaba por no pensar antes de hablar y que el momento "perfecto" que había planeado haya quedado arruinado.
