DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: Skip Beat no es mío. Nakamura sensei no lo suelta…

NOTA: La historia no está muy pulida, pero necesitaba sacármela de dentro. Disculpas por adelantado.


LA VERDADERA HISTORIA DE CORN

Tenía cinco años cuando su abuelo le regaló la piedra.

En una extraña mezcla de inglés y japonés, Kuon entendió que era mágica, y que si cerrabas los ojos y la apretabas con fuerza contra tu pecho, se llevaría la tristeza, cuando su color azul se tornara púrpura.

Pero bueno, eso no era más que un cuento de su abuelo, y no pensó más en ello… Hasta que comenzaron los acosos y los insultos.

El pobre Kuon huía por las tardes al bosque, y se dejaba caer contra un árbol, con los brazos agarrándose las rodillas y la cabeza escondida, para ocultar el llanto. Sus padres no debían saberlo nunca, o no le dejarían volver a actuar. Porque él quería ser como su padre. Grande, hermoso y fuerte. Magnífico como debe ser un rey de los actores. Pero no podía, solo tenía seis años.

Una de esas tardes de lágrimas se acordó de los cuentos de su abuelo. Y buscó y buscó… Revolvió su armario, volcó todas sus gavetas, vació cajas y cajones…, hasta que la encontró oculta entre viejos juguetes rotos. Corn, la piedra azul.

Fue así como Corn acabó más allá del océano convertido en el refugio contra la tristeza de un pequeño solitario. En los momentos más terribles, cuando los moretones le impedían moverse y su ánimo estaba roto por el grito de mestizo, sangre sucia, o basura, lo que sea que ese día les inspirara, solo Corn le brindaba consuelo. Y no, sus padres no debían saber nada.

Jamás.

Los años fueron pasando y Kuon seguía luchando por actuar. Una y otra vez, a pesar de los insultos, los golpes y los desprecios. Porque él no era su padre y no le dejaban olvidarlo. Vivía a la sombra perpetua de sus grandes alas. Él resistía. Como podía.

Pero un día regresaron a Kyoto. La piedra Corn volvió a cruzar el océano, esta vez en el bolsillo de un Kuon de diez años, bien custodiada.

Y una tarde, huyendo al bosque, como era su costumbre, para ocultar los dolores del alma, la conoció. A una niña de ojos dorados. Ella le preguntó si era un hada. Él no la corrigió.

Y ese, querido lector, fue el momento exacto en que el hermoso hilo rojo del destino quedó anudado en sus meñiques. Dice la leyenda que el hilo podrá enredarse, estirarse y tensarse hasta lo imposible. Pero jamás se romperá.

La piedra Corn obró su magia. Sanó las lágrimas de la niña y el alma rota del joven Kuon. Fueron días de risas y alegrías. Días de verano y luz.

Pero el verano termina.

Y las lágrimas volvieron, porque no querían separarse, ajenos al hilo rojo que los unía. Pensando que jamás volverían a verse. Él le regaló la piedra azul, para que le recordara y aliviara sus desconsuelos y quebrantos. A él debería bastarle el recuerdo del tiempo compartido con la pequeña Kyoko-chan.

Y mientras se alejaba de ella, negándose a mirar atrás para no perder el valor, rezaba y rezaba por que la piedra Corn algún día le guiara hasta ella.

Quizás, algún día.

Porque, no lo olvidemos, la piedra Corn es mágica.

Y la magia siempre se abre camino.