No era por vergüenza ni por incomodidad, pero Blair prefería los besos a oscuras, y es que a oscuras no sentía miedo de aceptar que disfrutaba los labios de Serena. Apenas tocaba el cuerpo de su amiga que sentía como prohibido y se dejaba ser. Nunca faltaban las caricias, ni las palabras, ni las promesas que se evaporaban a la luz del día.
Le ardían las manos si no la tocaba, la necesitaba, nunca era suficiente el tiempo que pasaban bajo el cobijo de la madrugada; en esas horas en las que todo lo que ocurre se queda ahí, en las que no hay consecuencias y no se necesitan explicaciones. Pero aún así el miedo la acechaba, le decía que estaba mal, era el que detenía los orgasmos y le dejaba el cuerpo caliente.
Todo era un ensayo de una relación que siempre sería fortuita, que nunca dejarían de robarle al tiempo instantes preciosos que la memoria atesoraría como perfectos, aunque sólo fueras espejismos de una dolorosa verdad.
Tenerse, pertenecerse o no, siempre a medias. No podrían ser, pero tampoco no eran. La ambigüedad del sexo, de la atracción, la complementación que al final, no fue mas que un vacío tan oscuro como las noches que pasaban juntas.
