Capitulo 1

¿Cuánto costaba realmente su vida? ¿Trescientos, cuatrocientos galeones por semana? Tal vez mucho menos que eso, al fin y al cabo, el dinero no era lo importante. Draco Malfoy no había triunfado como su padre antes de morir en la guerra, ni había tenido los mismos contactos, ni las mismas personas influyentes a su lado. Solo se encontró a él mismo en medio de la nada, lo único que él había tenido asegurado que no iba a vivir en su vida: El valerse por uno mismo. Había tenido la gran suerte de contar con su privilegiada mente para abrirse camino en la Academia de Medicina y remedios Mágicos y de allí había salido con su flamante título de cirujano pediátrico, sin ninguna otra cosa más que hacer que comenzar una vida monótona en la que tenía que ver a unos pobres niños enfermos y solos en un hospital, donde él intentaba que su estancia fuera lo más llevadera y amena posible.

Así que, saliendo del trabajo y sin nada más provechoso que hacer, se fue caminando sin rumbo fijo por las calles de Londres.

Su vida no había resultado ser tan mala después de todo, pero si tuviera alguien con quien compartirla, alguien que le esperara cada noche en la puerta para cogerle el abrigo y darle un beso de bienvenida, sería una buena vida. Desde luego, Greengrass no había podido darle eso sin pedir al menos una joya nueva cada semana.

Tenía un trabajo decente en el hospital San Mungo como Doctor en Pediatría, a quince turnos la semana. Al no tener nada que hacer, las guardias le daban un poco de entretenimiento, al mismo tiempo que los niños del hospital recibían cuidados extra. tenía un piso de Londres que daba de frente al Támesis para quedarse los días que tenía trabajo, todo el dinero que pudiera desear de su sueldo de Doctor y, por si fuera poco, su ilusión de todos los días al llegar a casa: su mascota, una perrita, que le esperaba todas las noches en la puerta moviendo su colita y con los ojitos abiertos. No era una mujer, ni le quitaba la chaqueta al entrar, pero le daba lametones en las manos y se ponía muy contenta, y a él eso le ilusionaba lo suficiente como para convencerse a sí mismo de levantarse al día siguiente.

Andando por la calle central, vio a lo lejos una tienda que le resultó curiosa: En el cartel ponía Willy's, y salía en la foto un payaso vestido de color celeste con un pato y algunos animales de granja mas. Decidió entrar a curiosear, y descubrió que era un restaurante muggle de comida rápida. Vio que solo quedaban un par de personas en la cola, y se colocó en el extremo para esperar su turno. Pensó que si se marchaba después de haber entrado y sin consumir nada, quedaría como un maleducado. Con curiosidad observó el suelo sucio, las servilletas usadas por doquier y los niños malcriados jugando en la sala de recreo, mientras los padres les reían las gracias o tomaban una cerveza, ajenos a la atención de estos. Bandejas por las mesas, nada más interesante que eso.

Mientras él estaba en sus pensamientos le llegó su turno, del que se percató por la señorita que estaba tras el mostrador:

–Bienvenido a Willy's, la mejor hamburguesería del Willy–Mundo, ¿que desea tomar…? –Preguntó la chica con desgana–.

–Pues… –comenzó, pero pronto se calló y miró a la mujer de la gorra y el uniforme grasiento con los ojos como platos–.

–¿Que le ocurre? –preguntó–. Si está indeciso, yo le recomiendo el menú doble con queso y patatas fritas…

– ¿Granger? –preguntó (o mejor dicho, consiguió preguntar) el chico–. ¿Hermione Granger?

–Sí, soy yo… ¿quién lo pregunta? –inquirió desconfiada–. Oiga, tengo que cerrar, así que si le importara darse prisa…

–Soy Malfoy. Draco Malfoy, ¿me recuerdas? –preguntó el muchacho, mirándola fijamente–. Del colegio.

– ¡Pues claro, Malfoy! Como no lo he intuido antes… rubio platino, chaqueta de trabajo, maletín… –suspiró–. ¿Bueno, y que quieres tomar?

–No tomaré nada, gracias, pero… ¿te apetece que charlemos un poco cuando cierres? –preguntó el rubio mirando con extrañeza el uniforme–.

–Mira –le interrumpió la ojimiel–, si lo que quieres es regodearte del buen trabajo que tienes delante de mí, mientras que yo me pudro en este… este…

–Cuchitril –la ayudó–.

–Si, en este cuchitril, ahórratelo, ya no conozco el significado de la palabra dignidad –lamentó ella–. No todos podemos ser tan ricos y despreocupados como tú. Te pondré un menú doble con queso y patatas. ¿Has probado la Coca–cola? –inquirió. La expresión del chico, de desconcierto total, la hizo convencerse–, muy bien, una botella de agua. Son seis libras con cincuenta.

–No pienso regodearme de ti, Granger… solo quiero que charlemos –le dijo, mientras abonaba sus seis libras y media y esperaba su bolsa con comida–. En frente hay un café para llevar. Voy en un segundo mientras cierras, y nos tomamos un café, ¿te apetece?

–Está bien… –dijo desconfiada–. Llama al cristal cuando estés aquí.

–o–

Todos pensaban que Hermione Granger, la heroína de guerra estudiaría algo grandioso, o se procuraría un gran puesto en algún lugar de renombre como Gringotts, pero algo ocurrió que desvió todos sus planes e hizo que se escondiera de la comunidad mágica por completo y para siempre: Ella se quedó embarazada. Nadie sabía de quién ni cómo habría ocurrido, pero simplemente se retiró del mundo mágico, tuvo a su bebé con ayuda de sus padres y decidió que había que buscar un trabajo para darle una vida mejor a su hijo más que vivir con sus abuelos.

– ¿Y cuéntame, que es lo que ha pasado? –Dijo el chico, echando un sobre de azúcar a su café y ofreciéndole a ella el té bien cargado que había pedido–.

– ¿Qué ha pasado con qué?

– ¿Por qué trabajas en este sitio tan horrible?

–Es el único que tiene horarios flexibles –respondió Hermione–. Ya sabes, por si me surge algún imprevisto. No pagan demasiado, pero para dos personas está bien, aunque no me llega a veces para el seguro medico y tengo que acudir a mamá… –admitió–.

– ¿Estás enferma? –Preguntó preocupado el muchacho–.

–No, no estoy enferma… es mi hijo. El tiene una enfermedad algo extraña, aun no saben como tratarla del todo, y le da muchos problemas respiratorios. Cuando le da un ataque de tos, o cuando aguanta la respiración al nadar, le tienen que hospitalizar. No tengo seguro mágico, porque no puedo pagar dos seguros (y el cambio de moneda sale demasiado caro), y el Muggle a duras penas lo puedo pagar… –se lamentó–. Pero voy tirando.

–Vaya Hermione –dijo el chico dándole un sorbo a su vaso de café de papel–. No sabía que tuvierais un hijo. Ya sabes, tu marido y tú.

–Tuviera. Solo me tiene a mí, no existe ningún padre. Y no hagas como que no lo has oído, todo el maldito mundo mágico sabe que tengo un hijo –le reprochó–.

– ¿Quién es el padre? –preguntó sin rodeos–. Perdona, pero no comprendo como una mujer como lo que tú fuiste no haya ido a pedir explicaciones y responsabilidades al padre de ese chico.

–Eso no es de tu incumbencia, Malfoy –espetó–. Digamos que… no es una vía que pueda seguir. Simplemente prefiero olvidarme de todo eso y dedicarme a mi hijo. Tú debes saber mejor que nadie lo que debe ser tener a alguien de quien cuidar.

–Yo no estoy casado ni tengo hijos –explicó el–. A pesar de tener un trabajo agradable, no puedo decir que eso me llene de felicidad, ni nada por el estilo, Granger. Simplemente tengo un perro, y apenas puedo dedicarle todo el tiempo que me gustaría, aunque ella me quiere y nos llevamos bien.

–Vaya, ¿tienes un perro? John siempre dice que quiere que tengamos una mascota, pero yo no le puedo sacar a pasear ni mantenerlo como Merlín manda y el está en el colegio… y no sé, no creo que el animalillo fuera feliz.

–Deberías buscar un buen chico que cuide de tu hijo y de ti, no deberías estar en ese tugurio trabajando hasta tan tarde sin tener tiempo para tu propio hijo –le aconsejó, más bien le recriminó–.

–No es tan sencillo. No quiero un hombre en mi vida.

–Ese chico necesita una buena figura paterna, Granger, y perdona que te lo diga pero no recuerdo que el Señor Granger fuera un buen tipo, que digamos –le replicó–.

–No quiero un hombre en mi vida –repitió–. He tenido demasiada mala suerte como para querer ocuparme de mi misma y mi hijo yo sola. A John no le hace falta saber la verdad.

–La verdad –rió–. ¿Es que acaso tu hijo no sabe quién es su propio padre?

–No, y a decir verdad yo tampoco –contestó ella, mordiéndose el labio inferior. Sin embargo, Draco Malfoy no podía estar seguro de que ese gesto fuera de arrepentimiento, ni de que estuviera diciendo toda la verdad–.

–No sabes quién es –repitió. Se quedó callado, pero al ver que ella no continuaba hablando, añadió–. ¿Vas a explicarte o tengo que sacártelo a la fuerza?

–Tú no eres nadie para preguntarme por mi vida privada –le dijo ella con rencor–. De hecho tú precisamente eres menos que nadie. No entiendo qué objetivo tenías en mente cuando me invitaste a tomar un café, pero debí imaginar que no era nada bueno.

–Y sin embargo, sigo aquí, a pesar de los insultos y las insolencias, intentando que no te sientas sola –añadió él–. Creo que eso es suficiente razón para conocer la historia.

–Ni siquiera lo saben mis padres. Desde que recuperaron su memoria, no han preguntado demasiado.

–Pues seré la primera persona en oírlo todo. No voy a ver a nadie a quien conozcas y aunque lo viera, no creerían mi historia. ¿Qué tienes que perder?

Ella respiró hondo, intentando calmar las palpitaciones de su corazón.

–Muy bien, tú lo has querido.

**La orden del fénix estaba perdiendo a sus miembros de manera exponencial. Harry, Ron y yo misma estábamos procurando encontrar los fragmentos de alma de quién–tú–sabes mientras él se hacía con el control de todo el mundo mágico en Gran Bretaña. Entonces fue cuando decidimos aventurarnos de nuevo en el bosque, esperando el momento propicio para volver, cuando unos carroñeros nos atraparon. Y nos llevaron a Malfoy Manor.

Harry, por favor, no te muevas –susurré, mientras intentaba seguir hechizando su cara–.

Cállate, mestiza –espetó el carroñero–. Cuando lleguemos a la mansión, los Malfoy decidirán qué hacer con vosotros, y entonces lo que menos le preocupará a tu amigo el feo será su cara.

Al llegar, a ellos los encerraron en las mazmorras y a mí me torturó tu tía, Bellatrix. Fue un interrogatorio duro, aún conservo mis cicatrices, recuerdo haber estado horas viajando entre la consciencia y el delirio, sin parar. Después de eso, antes del segundo interrogatorio, me encerraron en una habitación vacía, completamente oscura. Allí había un colchón manchado en el suelo, de algo pegajoso que parecía sangre, pero yo ya no tenía fuerzas para continuar, así que me acurruqué, débil y sola, y deseando morir para que todo acabara.

Allí fue donde sucedió todo.

Alguien entró en el oscuro dormitorio, presumo que un dormitorio de la familia, y su silueta me pareció simplemente aterradora. Forcejeamos, y cuando no pude más con mis fuerzas, una mano comenzó a retirar mi ropa, y una helada risa me paralizó por completo. Cerré los ojos, aunque él insistía en que le mirase, pero jamás lo hice. En todo el tiempo que estuve en aquel lugar, con aquel, hombre, nunca le miré… **

–No estarás intentando decir… –comenzó el chico–.

–No sé quién fue, pero uno de los Mortífagos que vivían en la mansión por aquel entonces entró, y después de insultarme y darme una paliza, él… –ella se llevó un pañuelo a la boca y Draco le ofreció un poco más de té. Ella dio un gran sorbo de la caliente bebida–. Dos meses después terminó la guerra y supe que estaba embarazada.

– ¿Sabes qué? Quiero compensarte –le dijo el chico–. Yo intenté que no cazaran a Potter, intenté que pensaran que simplemente era un chico feo e inflado que se habían encontrado en el bosque. Pero nunca pensé que pudiera pasar algo tan horrible como lo que me acabas de contar en mi propia casa –se asqueó–.

– ¿Compensarme? –preguntó extrañada–. ¿Y como piensas hacer eso?

–Soy pediatra en San Mungo, ¿sabes? Si alguna vez tu hijo tuviera problemas, de los que fueran… yo estoy dispuesto a atenderle en cualquier sitio. Solo tienes que llamarme –dijo mientras sacaba su tarjeta y se la daba a Hermione–. Llámame y llegaré lo más pronto posible.

–Pero no tengo dinero –dijo ella, preocupada–.

–El dinero no es problema, lo principal es la salud de tu hijo, ¿no? Piensa de donde ha nacido ese niño, que es lo que te hizo ese asqueroso desalmado, quien quiera que fuese. Tú quieres mucho a tu hijo, ¿verdad?

–Por supuesto –afirmó, algo más defensiva de lo que correspondía–.

–Bien, pues entonces no se diga más –sonrió–. Lo siento, pero creo que se me ha hecho tarde, debería irme ya a casa. Estoy encantado de volver a verte, Hermione.

– ¿Sabes?... ya no eres un egocéntrico –dijo de repente la castaña–.

–Vaya, ¿gracias? –se rió–.

–Quiero decir… has cambiado –le señaló de arriba abajo con su mano–.

–Tú también has cambiado, sin duda –le replicó el chico–. Ahora eres maleducada, desganada y no tienes amor propio ni dignidad, ni por supuesto nada que se le parezca. ¿En que momento te has convertido en un Draco Malfoy?

–Vaya, habló el que se preocupa por la comunidad, entra en locales muggles y regala seguros médicos gratuitos –dijo la castaña, poniéndose de nuevo a la defensiva–. Si me estas tomando el pelo con tu oferta, no la aceptaré –le replicó. Se levantó y le dio en monedas su parte del café–. Ya encontraré la forma de salir con mi hijo adelante, yo sola.

–No quería decir eso –se disculpó el rubio–. Yo…

Pero era demasiado tarde, porque la chica ya había cogido su bolso y su sucia gorra de trabajo y se había ido.

–o–

–Doctor Malfoy, acaba de entrar en urgencias un chico con problemas para respirar. Viene completamente azul, doctor, debería darse prisa –apremió la enfermera–.

–Pero yo hoy no estoy en urgencias, ¿Qué…? –preguntó, confuso–.

–Una chica me dio su tarjeta –le tendió, y el hombre la cogió y prestó toda su atención a la chica– y me dijo que usted le pidió que le avisara si ocurría algo así.

–Ahora mismo voy –dijo el hombre. Se puso su bata, su fonendoscopio y bajó apresuradamente las escaleras. Al cruzar las puertas abatibles, la encontró: Hermione Granger lloraba desconsolada con su hijo en una camilla del hospital, quien agarraba la manita de su madre, asustado. Ella aún llevaba el uniforme de trabajo, sucio y con olor a aceite quemado, y el chico se estaba poniendo azul por momentos.

– ¡Malfoy! –exclamó, mirando al chico con ojos suplicantes–. Por Dios Santo, Malfoy, ayúdame, no sé qué le ocurre, estábamos sentados cenando, antes de irme a trabajar, y…

–Déjame espacio –le pidió el chico, y oyó el pecho del niño con su fonendoscopio. Rápidamente detectó un ruido completamente inusual en su respiración, y miró a la chica con seguridad–. Dime exactamente que te dijeron los muggles que tenía tu hijo –le exigió. Ella se quedó perpleja, sin saber cuándo empezar a hablar–. ¡Ya!

–Me dijeron que tenía una enfermedad respiratoria, no me dijeron nada más. Es una enfermedad congénita, aunque no hay casos en mi familia. Aquí tienes su inhalador –le dijo, dándole de inmediato la bolsa con las medicinas de su hijo. Le acarició la frente al pequeño, retirando su rubio flequillo y tratando de calmarle–. ¿Qué ocurre?

–Tu hijo tiene un defecto pulmonar obstructivo, tiene algo en los pulmones que dificulta su respiración. Pero esto, Hermione, se puede solucionar, tiene solución. Imagino que los Muggles no te dijeron nada porque tu seguro médico no lo cubre–replicó, con algo de asco–. Necesito –dijo, y Draco hizo una señal a una de las enfermeras y ella trajo un formulario y una pluma con un tintero– que rellenes este permiso de intervención.

– ¿In–intervención? –Exclamó, casi ahogada, la chica–. Cielo Santo, ¿Qué va a pasar, Malfoy?

–Voy a salvarle la vida a tu hijo, pero necesito que des tu permiso, Granger. Y lo necesito ya, no tiene mucho tiempo –apremió, señalando a su hijo, cuyo rostro estaba azul y sus labios amoratados–.

Ella no lo pensó dos veces: No pensó en el dinero, no pensó en lo que debía a Draco Malfoy por todo aquello. Simplemente mojó su pluma en tinta y firmó tan rápido que casi no podía leerse. Eso le bastó al chico para subir al niño en la camilla que esperaba en la puerta del ascensor.

–Campeón, necesito que me mires –dijo el muchacho. El niño, con dificultad, se giró y le miró a los ojos–.

Fue entonces cuando Malfoy se percató de que el niño tenía sus mismos ojos grises, el cabello completamente rubio y sus facciones afiladas. Casi creía estar viéndose a sí mismo en un espejo, cuando recordó las palabras de Hermione: "Alguien entró en el oscuro dormitorio, presumo que un dormitorio de la familia, y su silueta me pareció simplemente aterradora." Intentando controlar el impulso de ir a matar a alguien, continuó con el chico:

–Dime, ¿Cómo te llamas?

–Me llamo John –dijo el niño–. Como John Doe.

– ¿John Doe? –Preguntó el doctor–.

–No sé quién es mi padre, ¿Pilla el chiste, doctor? –dijo el chico, intentando reír. Una tos se lo impidió, casi dejándolo sin respiración–.

–Pillo el chiste, pequeño Granger. Vamos a entrar en quirófano, ¿vale? –le explicó sin rodeos. Los ojos del niño se abrieron como platos, algo asustado–. Vamos a intentar curarte de una vez y para siempre, te lo prometo. Ahora, vas a respirar dentro de esta mascara y te vas a relajar. ¿Harás eso por mí?–le pidió–.

–Sí, doctor –aceptó el chico, que ya tenía la máscara colocada en su boca. Poco a poco sus ojos se fueron cerrando, y cuando hubo perdido por completo la consciencia, Malfoy dio la orden y comenzaron a intervenir–.

–o–

Hermione Granger no paraba en la sala de espera, dando vueltas sin parar. Varias personas habían ofrecido a Hermione un té o cualquier cosa que ella solicitase, pero en ese momento ella no podía comer ni beber nada, no mientras su hijo siguiera allí. El resto de pacientes y acompañantes que la habían visto llegar se compadecían de su situación, y trataban de hacer su espera lo más amena posible. Aún llevaba puesto el sucio uniforme de la hamburguesería, incluyendo la gorra grasienta que no cesaba de dar vueltas y de retorcerse en sus manos. Ya estaba dispuesta a entrar ella misma en el quirófano para pedir explicaciones, cuando Draco Malfoy, ataviado con patucos, cofia y mascarilla caminaba hacia ella por el pasillo.

– ¿Cómo está John? –Preguntó, desesperada–.

–John se recuperará, Granger. Por completo –le especificó. Ella le miró sin entender–. Ya no volverá a sufrir ataques, ni volverá a tener problemas de asfixia, ni apneas.

–Pero, ¿Cómo…? –preguntó, incrédula, mientras buscaba con su mano el brazo de una silla para sentarse–.

–Tu hijo tenía un defecto en sus pulmones, la parte inferior de sus pulmones no funcionaba. Era como si toda la zona estuviera muerta, pero su cuerpo entendiera que no lo estuviera, por lo que contaba con dichas zonas para la función respiratoria. He extirpado las zonas paralizadas de los pulmones de tu hijo, Hermione. Será una recuperación dura, pero después de esto será un niño normal. No más facturas de hospital ni preocupaciones por su salud, nunca más.

Ella le miraba como si ésa fuera la primera vez que le veía en su vida, como si fuera un ser desconocido. Acababa de salvar la vida de su hijo y de solucionar todos sus problemas financieros, de un solo golpe. Y sin embargo, estaba ahí de pie mirándola seriamente y sin un atisbo de alegría por tan inmenso logro.

–Malfoy, no te imaginas cuanto te lo agrad…

–Fue mi padre, ¿no es así? –preguntó directamente. Hermione, que se había levantado para tragarse su orgullo y darle un sincero abrazo, se detuvo en el aire, congelada–.

– ¿Qué? –Fue capaz de preguntar a duras penas–.

–Tu hijo tiene mis ojos. Y yo jamás he participado en las barbaries que los Mortífagos cometían en mi hogar –señaló–. Además, solo los miembros de mi familia podían llevarse a los cautivos a las dependencias superiores. Mi padre es el padre de ese niño, Hermione, porque es el único miembro de la familia Malfoy que ha podido ser responsable de eso, y el único mortífago que se parece a John.

– ¿Cómo voy yo a saber…?

–Lo has sabido siempre –la cortó. Se cruzó de brazos y la miró con completa seriedad–. Siempre has sabido que fue mi padre quien abusó de ti en mi casa. Y nunca se lo has querido decir a nadie, pero a mí no me puedes engañar. Los únicos que había en aquella casa esa noche con los mismos ojos que tu hijo éramos mi padre y yo. El defecto pulmonar de tu hijo es una herencia de mi propia familia, de los Malfoy. Mi abuelo la padeció. Esto no va a quedar así, te lo aseguro –le advirtió–.

– ¿Y qué piensas hacer? –preguntó entonces ella–. Tu padre ha muerto, Malfoy, hace años que murió, y aunque estuviera vivo no voy a presentarle a John como si pudiera ignorar cómo fue concebido, no quería que tuviera nada que ver con tu familia.

–Pero yo sigo vivo. Estoy aquí, soy pediatra, tengo un buen sueldo y una casa. Y una mascota –añadió, recordando lo que dijo Hermione en su primer reencuentro sobre la idea de John de adquirir una–.

–Por favor, no me hagas reír, Malfoy –se mofó ella amargamente–. ¿De verdad piensas que puedes llegar, remover mi pasado, contraer conmigo una deuda de vida y manejarla después como te plazca?

– ¡Tu hijo se llama a sí mismo John Doe! –le exclamó, sin creer que ella no lo supiera, y sintiéndose miserable cada vez que lo repetía–. ¡John Doe, Hermione!

–Es una broma que hace a menudo –dijo ella, sonriendo con pesar–.

–No tiene ni pizca de gracia. A tu hijo le duele ser John Doe. Y a mí me duele que lo sea. No te pido que finjamos tener una relación. Te pido que le digas que yo soy…

– ¿Qué tu eres su hermanastro? Es absurdo, una jodida locura, Malfoy –replicó–.

–Vas a decirle que yo soy su padre –ordenó–. Después de haber visto mis ojos en ese niño, no pienso aceptar una negativa. Esto lo ha provocado mi familia, y seré yo quien lo solucione. Ya te hemos arruinado demasiado la vida.

Al darse la vuelta, Hermione no tuvo valor para llevarle la contraria, pese a estar en contra de sus deseos. Le debía demasiado a ese hombre como para negarle nada. Una enfermera fue a buscarla para decirle que su hijo estaba despierto, y entonces ella acudió a su habitación y se olvidó de todo lo demás.