~Esperanza para Hyrule~
Prólogo: -Un comienzo desafortunado-
-DISCLAIMER-
The Legend of Zelda no me pertenece. Es propiedad de Eiji Aonuma y Nintendo. Esta historia no tiene fines de lucro; solo escribo como pasatiempo. La imagen tampoco me pertenece, los créditos van a su respectivo autor.
—¡Padre!— gritaba una pequeña niña con lágrimas que no cesaban. —¡Di algo, padre! ¡Por favor!
—Estúpida niña— escupió con diversión un hombre que se postraba delante de la niña y el difunto hombre. Envainaba una espada que emanaba pequeñas partículas moradas; esa espada no era común y corriente, sino algo de otro mundo. Volvió a hablar. —Tu querido padre, ha muerto tratando de protegerte... pero qué desperdicio.
No podía decir ni una sola palabra la pobre criatura. Lo único que salía de su boca eran sollozos mientras que más gotas salían furiosas de sus ojos. Había perdido a su querido padre, a manos del hombre delante suyo, y no podía hacer nada al respecto.
—¡Deja de llorar mocosa!—ordenó el hombre. —Ahora entrégame la trifuerza de la sabiduría.
Ella no podría hacer eso. Aunque quisiera, no podía. El divino poder de las diosas estaba dentro suyo, y su difunta madre le había dicho que bajo ninguna circunstancia, debía dársela a gente con malas intenciones.
Pero la niña no podía moverse. Lloraba desconsoladamente, sin poder abandonar a su padre el cual yacía en el frío piso de mármol.
—¡Te estoy hablando!
La niña de diez años volteo por primera vez a mirar al enfurecido hombre, el cual había empezado a acercarse, mientras desenvainaba su espada una vez más.
El miedo la invadió, mezclado con un intensa furia. Eso era adrenalina la que corría por las venas de la joven, con un fuerte deseo de seguir viviendo.
—¡Aléjate de mi, monstruo!— gritó con todas sus fuerzas, cuando por fin logró cesar sus lamentos.
—Me halagas, princesa— le dijo hipócritamente. —Y dime, ¿te gustaría morir igual que tu patético padre, o entregarme lo que ya me pertenece?
—...
Las palabras no salían; no había una respuesta a tal pregunta, y menos a una niña quien todavía no tenía una toma de decisiones coherente. ¿Que debía hacer? ¿Que podría hacer?
No quería morir.
El miedo la carcomía.
En un impulso de desesperación, cerró sus ojos con fuerza, e intentó con todo su poder sacar de sus manos una bola de fuego que salió rápida hacia el hombre.
Le pego directo en la cara, causando que el hombre se retorciera de dolor.
O eso pensaba ella.
De algo que parecía un grito desgarrador, se convirtió en una divertida risa.
—¿Acaso crees que tu inútil magia me haría un rasguño?— le preguntó. —Necesitarás más que eso.
—¡Si tú lo dices...!— gritó una tercera voz.
El sonido de dos espadas chocando dejó sorda a la pequeña hyliana.
—¡Pelea con alguien más apropiado, cobarde!
Su armadura, muy desgastada, era de un color dorado; el casco, del mismo color, solo podía resaltar la enorme barba del Hyliano. Llevaba un parche en el ojo derecho, cosa que le daba curiosidad. Pero no era tiempo para curiosear en apariencias.
Él peleaba fieramente con el asesino de su padre. Las chispas salían sin control con cada choque de ambas espadas.
—¡Impa, llévate a Zelda!—gritó.
En un par de segundos, de las sombras, apareció la sheikah lo más rápido que podía.
No se veía bien, y le preocupaba las heridas que esta poseía. No quería perder tampoco a su niñera; a su única amiga.
—¿Pero qué pasará con él?— preguntó la niña.
—Nos dará tiempo para escapar, ¡tenemos que irnos de inmediato!
Lo último que pudo ver mientras se alejaban del castillo, era la feroz batalla.
—¿Quién es el?— preguntó una Zelda de cinco años.
—El es el héroe de la leyenda, cariño— respondió su madre, con una cálida sonrisa.
—¿Huh?
Su padre, su madre y ella, daban un paseo por los pasillos del castillo, hasta que una enorme pintura llamó la atención de la princesa.
En ella estaba un joven de vestimenta verde elevando una peculiar espada a los cielos donde se encontraba la trifuerza, el poder divino de las tres diosas. Eso era algo que a Zelda le estaban comenzando a enseñar sus pofesores.
—Siempre que Hyrule está en una gran necesidad, él siempre aparece para derrotar a la terrible amenaza— respondió el rey, tratando de que no sonara tan complicado.
—Nunca debemos perder la esperanza en el, nunca lo olvides. Él siempre estará ahí, arriesgando su vida por el bien de Hyrule, sin importar el destino que le depare— dijo mirando con una sonrisa al héroe de la pintura. —Además, siempre está destinado conocer a la joven princesa, que eres tú, querida. —incitó la reina después de notar que Zelda veía al heroe con un brillo diferente, uno con admiración o algo más.
Ella volteó a verla con una expresión sorprendida, mientras su cara se tornaba roja.
La pareja comenzó a reírse por la actitud de su hija.
—Para eso falta mucho.— rascó con diversión su padre, ignorando el hecho de que su esposa estaba comenzando a toser de una manera muy constante, anormal.
—Mami, ¿qué te ocurre? ¿estás bien?— le preguntó Zelda, preocupada al ver la expresión de su madre.
—S.. Si querida, no es na...— volvió a toser.
El rey fue al auxilio de su esposa, ayudándola a seguir parada. El también tenía una expresión de preocupación, pero intento ocultarla por el bien de su hija.
—No hay nada de qué preocuparse, cariño— intentó calmarla. —¿Podrías ir al jardín a recoger las flores que tanto le gustan a tu madre mientras la llevo a su habitación?
Zelda se emocionó, pues le encantaba hacer cosas por su madre siempre que podía.
Olvido por completo lo mal que se veía, respondiendo:
—¡Claro!
Salió corriendo hacia el jardín.
Impa y Zelda escapaban de una ciudadela en llamas. Cuando había ocurrido el asalto, los guardias reales, junto con los sobrevivientes, escapaban hacia los demás reinos que podían acogerlos; Kakariko, la tribu de los Goron y el reino de los Zoras eran los más apropiados, rogándole a las diosas que nada hubiera ocurrido ahí. Descartaron la posibilidad de encontrar refugio en el bosque, de todos modos, puesto que era imposible no perderse.
Zelda se había dormido, e Impa caminaba en silencio entre las sombras, procurando no toparse con cualquier cosa que significara un peligro para la joven princesa.
Lo único en lo que pudo pensar la niñera de Zelda, fue en llevarla a un lugar diferente que los demás, ya que lo esencial era mantener lo mas secreto posible la ubicación de la niña. Tenía en posesión la trifuerza de la sabiduría, después de todo, y era un peligro que cayera en las manos de Ganondorf, quien había creído aprisionar en el reino sagrado. Tuvo suerte de escapar a tiempo.
Decidió llevarla a un lugar donde nunca la encontrarían, un lugar donde solo se podía entrar gracias a una melodía perdida en el tiempo. El templo del bosque.
Hola, Zekell aquí. Bien, como podrán apreciar, esta es, por así decirlo, mi primer FanFiction. La verdad es que por mucho, no es verdad. He estado en Fanfiction por mucho tiempo escribiendo para otra fandom, en otra cuenta, más sin embargo decidí hacer borrón y cuenta nueva, mudándome de nuevo a esta cuenta que había dejado abandonada hace mucho.
Fue entonces cuando comencé a inspirarme y escribir en un bloc de notas esta historia, la cual obviamente tiene Zelink (Por las diosas, es la pareja mas perfecta del mundo... Aonuma, ya deja de jodernos las existencia y vuélvalos canon n).
No sé si quedo bien o si quedó mal, después de todo, para la autora siempre será una masterpiece hardcore 360 nonscope.
De la fandom de donde venía, y escribía, me acostumbré a que llovieran muchas reviews, por lo cual ya estoy mentalmente preparada de que aquí no. Así que si quieren dejar una review, haganlo y si no, está bien. Responderé las pocas que hayan y lo agradeceré de corazón. Puede ser una crítica (también ya estoy mentalmente preparada para que me destruyan y no, no soy masoquista, si llega el caso de que escribo de la chin...), o solo una review de esas normalitas que todo el mundo suele dejar.
Bueno, espero que alguien en el mundo le haya por lo menos entretenido esta corta... ¿introducción? Yo que sé. Bueno, hasta el próximo capítulo (Eso espero).
:]
