Contigo en invierno

1917, capítulo I

El suelo se encontraba frío y en cada escalón bajado, la delgada capa de piel que cubría sus delgados pies parecía protestar.

Con sigilo, logró llegar a la puerta sin hacer ruido alguno. Menuda osadía si se consideraban los agudos sentidos de su padre, siempre dispuesto a castigar lo que él consideraba una imprudencia.

La muchacha llegó al buzón, ubicado a unos metros de la puerta principal, sólo para confirmar sus más recientes y horribles sueños. Tomó el puñado de cartas, pero ella solo estaba interesada en una. Era la más delgada y lucía fría e insignificante. Sin embargo, ¡cuánto iba a afectar su contenido!

Con miedo y frustración arrugó el sobre y lo escondió entre sus temblorosas manos. Si rompía la carta-pensó-otra más aparecería anunciando aquella condena, pero este acto le daría el tiempo necesario para convencer a su hermano, estaba decidida a hacerlo escapar.

¿Qué importaba si no podía volver a su país si con eso salvaba su vida? ¿Qué importaba que lo apresaran si con eso se mantenía a salvo?

La muchacha optó por guardar la carta, decidida a que no llegara a manos de su padre. Aunque sabía que cuando el destino se empecinaba en algo ningún mortal podía hacerle cambiar de parecer, ella guardaba un secreto, y su intervención no podría ser detenida pues había nacido con el derecho a entrometerse.

Unas horas más tarde, Alice era llamada para desayunar. Su padre, puntual, ya se encontraba en la cabecera, con el diario local en las manos.

-Buenos días, padre-le saludó con diligencia, al sentarse a su lado.

El detuvo su lectura un momento para observar a su hija y la examinó, como hacía cada mañana, y como cada mañana no quedó satisfecho con lo que vio. El largo y liso cabello de Alice se encontraba pulcramente cuidado y trenzado, sus manos eran más blancas y ásperas de lo normal debido al continuo uso del jabón de lavar, las uñas eran diariamente cortadas con un esmero que alcanzaba la cutícula y la lengua cuidadosamente amarrada y escondida dentro de su boca con una precaución que le evitaba problemas con uno de los últimos familiares que le quedaban. Pero para él, nada de esto era suficiente, ni siquiera por el hecho de que su hija menor se parecía en tantos modos a su mujer, la única persona a la que había logrado amar y que había muerto para dejarlo aquí, en penitencia, con dos hijos que eran para él unos completos extraños.

Momentos después, Emmet, su hijo mayor, se sentaba a su costado izquierdo. El joven, que planeaba iniciar sus estudios superiores para el siguiente otoño, le dirigió una calida sonrisa a su pequeña hermana. Sonrisa que fue desdibujándose a medida que el padre hablaba.

La guerra era inminente, advirtió. Alice escondió la mirada, pues esta información no significaba nada nuevo para ella.

-Emmet-se dirigió el Sr. Brandon-no debes sorprenderte si tu presencia es requerida para apoyar a las tropas.

Emmet no pasó por alto el hecho de que su hermana había desviado su mirada y que no se atrevía a levantarla para mirarlo. Alice cruzó los dedos bajo el mantel, esperando que ocurriera un milagro y que su hermano se rebelara, pero esto no ocurrió y el Sr. Brandon siguió hablando.

-Es un gran honor, si yo pudiera ir-sacudió la cabeza-daría mi vida por mi país.

-Al parecer-murmuró Alice buscando la atención de su hermano-aún no es urgente tu presencia. No ha llegado ninguna carta.-volvió a esconder el rostro, esta vez tras la taza de café matutino, su hermano la conocía bien.

-Es cosa de días para que llegue-convino con voz pastosa el padre, debido a su buen humor.

Durante el día, Alice dedicaba sus horas al estudio. Su padre ya había resuelto la vida de sus hijos y aún cuando estas decisiones poco podían aportar a la dicha de los involucrados, el que las había tomado se encontraba determinado, y veía pasar los días con tranquilidad, satisfecho con el camino labrado para ambos.

Para su hija había planeado el convento, y en cuanto esta cumpliera los 17, plazo que no tardaba en llegar, la enviaría para que iniciara su instrucción.

Para Emmet...Bueno ahora todo había cambiado, la suerte le sonreía y cualquier otro plan que se hubiera forjado, debía quedar en el pasado.

Encerrada en su cuarto, Mary Alice Brandon, encontró muy conveniente el hecho de que no iba a poder salir hasta que no terminara de aprender su lección. Poco dispuesta a tener una excusa para toparse con Emmet, recorrió su pequeña habitación intentando hallar las palabras adecuadas para convencerlo sin asustarlo en el proceso.

Perdió su mirada observando por la ventana de su habitación. No tenía más vista que la de los tejados de las casas vecinas, cubiertos de nieve debido al inclemente invierno que se había dejado caer ese año, anormalmente, en Biloxi.

Como este escenario no la inspiraba en lo absoluto, despegó la mirada y volvió a dar vueltas por su habitación.

Estaba a punto de convencerse de que ser directa era su mejor carta.