El anciano del rincón junto a la ventana lo miraba de reojo mientras comentaba a sus cercanos.
—¿Les he dicho? Desde hace unos días que me andan faltando gallinas.
—¿Será un ratero? A mí también me quitaron algunas —decía otro viejo.
—No, no es eso, es algún bicho, yo encontré unas cerca de la arboleda, estaban destripadas las pobres —afirmaba otra mujer mayor.
—¿Y si es un zorro? Hace mucho no veo uno —dijo el segundo.
—No estoy segura, pero si fuese un zorro no sería cualquiera, sentí la maldad en el aire, como si en el viento o entre los árboles algo me estuviese viendo, de hecho, corrí de allí asustada.
—Mmm, para mí que andan los brujos en el bosque de nuevo, hay que tener cuidado —advertía el primer anciano.
Martín bebió rápidamente el jarrón de ron y lo apoyó de inmediato sobre la mesa. El pequeño estruendo provocó que algunas personas de la taberna lo miraran directamente por unos segundos, luego volvieron a lo suyo.
Revisó en sus bolsillos pero no encontró nada, apenas unos centavos y no serían aceptados en ese lugar. Ya había vendido el último puñado de cobre que tenía y no podía pagar con su único anillo de plata, pues era muy importante para él. Se deprimió al instante, estaba seguro antes de entrar que tenía algo de dinero, tal vez por descuidado lo perdió en el camino. Apoyando la cara sobre sus manos se dejó estar unos minutos y luego llevó sus mechones de cabello hacia atrás suspirando.
—Señor, ¿no tiene para pagar? —preguntó la joven muchacha que ayudaba en el lugar.
Parecía sentir la inseguridad que emanaba Martín. Este levantó la mirada. Sus ojos color esmeralda impactaron en los de ella que, impresionada por su belleza, se acercó un poco más al forastero rubio.
—Perdóneme señorita, pensé que tenía, pero no. Nada. ¿Hay alguna forma en la que puedo pagarle? —preguntó enmarcando las cejas dando un aspecto preocupado.
La chica quedó ida unos segundos, notando también que el acento particular que el otro traía no pertenecía a aquellas tierras. Era extranjero. Estaba hipnotizada por lo atractivo que era el muchacho. Entonces, volviendo en sí, le sonrió comprensiva respondiéndole.
—Descuide, ése va de parte de la casa, pero prometa volver pronto —presuntuosa apoyaba sus brazos sobre la barra para quedar de frente y más cerca del rostro de Martín, también para apretar claramente sus pechos.
El coqueteo femenino era bastante evidente, y la muchacha era muy bella también, pero eso no le hizo mover ni un pelo al joven, que levantándose con una sonrisa ligera comenzó a caminar hacia la puerta agregando.
—Muchas gracias, señorita.
—¡Adiós, no olvides volver! —decía la hija del dueño de aquel lugar.
Caminó alejándose a paso apurado del bar y a sólo un par de calles podía observar las gaviotas revoloteando y gritando cerca de allí. ¿Había un muelle?
Hace días venía caminando, más bien escapando, de otro pueblo que no lo aceptaba, y no era sorpresa. El simple hecho de ser un chico guapo, rubio de ojos claros, y con un acento particular ya era una señal de alerta para las mujeres jóvenes y enamoradizas, pero para los hombres no era más que señal de peligro y de inmediato hacían sentir excluido al forastero que se dedicaba una vez más a seguir rodando tierra... Eso y otras cosas propias de Martín.
Por lo que iba preguntando se había enterado de que llegó a viajar hasta el Sur del país vecino, un pequeño pueblo llamado Pargua, no conocía casi nada de las costumbres chilenas aun si llevaba tiempo largo en el territorio, pero esperaba cada día que el dolor de dejar su tierra natal no fuese en vano.
Llegó a aquel puerto admirando los botes pescadores, y su estómago, atraído por el olor a pescado, comenzó a gruñir. Ya había pasado tiempo que no comía nada decente, siempre se sustentaba de sobras de alguna casa de comidas o de lo que podía hurtar sin que se dieran cuenta.
Había un bote en particular, desprotegido y liberando un fuerte aroma a pez recién atrapado. Se le hacía agua la boca de sólo imaginarse cociendo uno de esos a las brasas de una fogata. Observó a todos lados con disimulo y terminó por abordar en el bote, ignoró la parte trasera con aquellas redes pesadas ocupando casi todo el espacio, ignoró también la cubierta y objetos posiblemente valiosos por el hambre, y se dirigió a la proa, donde había cajones, tres cajones llenos de peces. No lo pensó mucho, es más, todos sus sentidos se habían nublado y concentrado únicamente en el gusto y el olfato que pedían a gritos tomar ese pedazo de carne blanca entre sus manos.
Cuando al fin lo tomó, quedó observándolo como si de un tesoro se tratara, sonriendo algo penoso, no viendo la hora de conseguir algo de pan para dejar el pez en medio. Pero entonces se dio cuenta de que el bote estaba navegando y que llevaba varios metros lejos de la costa, ¿a dónde estaba yendo?
Se volteó rápidamente cuando escuchó la voz de alarma de un pescador.
—¿¡Qué estaí haciendo aquí!? ¿¡Estaí robando!? —sostenía una faca apuntando en dirección al rubio.
—¡Perdóneme! —dijo Martín al instante devolviendo el pez al cajón— ¡De verdad, perdóneme!
—¿Por qué estabas haciendo eso?
—Perdón, hace días no como. No lo hice de maldad. Por favor, perdóneme.
—Juan, ¿quién es ese? —decía un segundo pasajero saliendo de la cubierta con una de las redes en su manos.
—Un ratero, se quería llevar un pescado porque tenía hambre.
—Ay, aweona'o el cabro. ¿Por qué no trabaja honestamente pa' tener uno?
—No quiero problemas, de verdad, ¿podrían regresarme al muelle?
—¿Regresar? No, estamos volviendo a casa, hasta mañana no vamos a regresar, tenemos que ahorrar el combustible. Pero podrías ayudarnos un poco y te podemos dar un pez a cambio. ¿Qué dices? —dijo el que sujetaba las redes.
Quedó observándolos un momento y su tensión comenzó a disminuir. Veía como él se alejaba más y más del puerto, realmente estaba distraído cuando el bote comenzó a andar y no se dio cuenta de la distancia que llevaba viajando, era mucha. Sonrió algo avergonzado extendiendo su mano a los pescadores.
—Sí, está bien. Me llamo Diego, disculpen las molestias —era algo común del viajero decir un nombre diferente cada vez que el momento lo pedía, nunca quería ser recordado con un mismo nombre, pensaba que podía ser peligroso que lo reconocieran.
—Tranquilo, cabro, soy Juan y él es Oscar, ven, ayúdanos a desenredar estas redes y arreglarlas —respondió el primero saludando también con su mano igual que su compañero.
Viajaban casi al ocaso, Martín se estaba desesperando. Aun si se estaba llevando bien con esa gente, no podía evitar sentirse frustrado con el olor a mariscos, eran tan salvajes sus ganas que parecía sentirse enfermo.
—Disculpen, ¿a dónde dijeron que íbamos?
—A Castro, en la isla de Chiloé, allí vivimos con nuestras familias —respondía Oscar.
—Oe, Diego, hiciste un buen trabajo —comentaba Juan.
—Gracias... este... ¿Falta mucho para llegar? —respondía Martín cada vez más incómodo.
—Casi nada —ataba las últimas partes cortadas de la red—. Nunca llegamos antes de que el sol se ponga, mira, es por allá.
Aunque durante el viaje ya habían atravesado varias islas, recién en ese momento a lo lejos se veía una especie de playa y bosques frondosos que ocupaban más que la arquitectura del lugar, el muelle por otro lado ya se divisaba con varios barcos anclados. Pequeñas humaredas se advertían por encima del pueblo dando a entender sobre algunos fogones o chimeneas, la cruz de la parroquia se extendía por encima de Castro. Estaban llegando al fin a Chiloé.
—Se ve lindo —murmuró el rubio, más para sí que para los otros dos.
—¿Lindo? Chiloé es hermoso —decía Oscar agrandándose un poco—. Es muy tranquilo y la gente es bien cariñosa, ¿te gustaría quedarte unos días en el pueblo, Diego? Hoy te quedas a comer, mi esposa cocina manjares, y tengo una hija de tu edad, se van a llevar bien.
—Ya te quiere encajar a la hija, este weón —agregaba riendo su compañero.
—Ja, tú de envidioso, Juan, que mi Martita no quiso pololear con tu Marcos.
Se reían mientras Martín observaba ansioso la llegada.
Finalmente pararon en el muelle, tomó sus cosas y acomodándose la bufanda descendió del transporte navegante, esperando a que los hombres lo despidan.
—Gracias Diego, lo hiciste bien —dijo Juan extendiéndole dos peces mal envueltos en un pañuelo—. Lávalos y aliméntate bien, no andei haciendo weas.
—¿Dos?... Muchas gracias, señor.
—¿En serio no querí venir a cenar? No es chiste que mi mujer cocina rico.
—No se lo discuto, debe ser cierto, pero me hablaron tan bonito del lugar que voy a ir a recorrerlo un poco. Tal vez me quede aquí y otro día los encuentre.
—Si eres viajero te va encantar estar aquí, va' ver. ¿Pero dónde te vaí a quedar?
Dio media vuelta saludando con el brazo extendido mientras comenzaba a alejarse en dirección al bosque.
—¡Yo me las arreglo, adiós!
Apenas se acercó al pueblo pudo verlo de reojo, pues el sol se estaba por esconder... Y él también debía.
Esta vez, dio vuelta hacia el bosque, alejándose lo más que podía del muelle y del pueblo. En el límite de alguna parte de la playa y el bosque se estacionó, colocando sobre la arena dos ramas largas en forma de equis para saber en dónde estaban sus cosas si éste se perdía en el bosque curioseando, estarían unos metros dentro del bosque desde ese punto en la arena. Comenzó a preparar una pequeña fogata, virtuoso de las enseñanzas de su padre sacó dos piedras calizas de su bolsa para encender aquellas ramitas hasta que la fricción y los suspiros de Martín contra ellas dieron frutos. Las guardó nuevamente y extendió sus manos al fuego cuando ése comenzó a crecer para protegerse del frío. Entonces de a poco comenzó a desfallecer de sueño antes de que el pescado estuviera bien cocido. Quería mantenerse despierto por lo menos para llegar a comer eso, pero no podía...
Su vista se hizo borrosa, corrió hacia la playa, al lado de las ramas cruzadas, y comenzó a desvestirse como si un calor intenso lo quemara por dentro, como si la bufanda lo estrangulara, como si la ropa interior lo reprimiera. Al estar completamente desnudo su corazón empezó a acelerarse, tanto que le costaba respirar y la saliva se escapaba a montones por los costados de sus labios, jadeando, cerrando los ojos con fuerza cuando sus gritos dolorosos comenzaba a surgir. Una terrible picazón se apoderó de cuerpo entero, y como si fuese un animal suelto llegó a revolcarse sobre la arena, una, ... dos, ... tres veces.
Martín vuelve a quedar inconsciente como tantos otros martes a la medianoche.
Cuando la mañana llega despierta con imágenes confusas en la cabeza. En ellas ve animales huyendo, algunos muriendo, gritos de enfado, el muelle y los mariscos podridos atravesando su garganta. Realmente una asquerosidad que hace que su estómago le pase factura y se retuerza del dolor, y del frío al estar desnudo. Entre sus náuseas y mareos escucha una voz desconocida a su alrededor. Abre los ojos apenas mientras su mundo da vueltas y los árboles se balancean con más fuerza, parece, sobre él. Mientras también el canto de los pájaros se multiplica y lo perturban.
—¿Estará bien?
No sabe de quién es la voz, pero no se preocupa, muchas veces la gente se le acercaba a ver y no lo ayudaban porque creían que estaba ebrio un sábado temprano, o un irresponsable miércoles a la mañana. Sigue molesto por las aves que parecieran cantar en sus oídos, lo irritan. Lo sacan de quicio.
—¡Hijos de puta, cállense! —grita a pulmón y vuelve a sentirse decaído cerrando los ojos.
Tiembla y se acurruca en sí mismo tomándose el estómago, casi chillando de dolor. Y de pronto, los pájaros comienzan a dispersarse, menos esa presencia a su alrededor... que se acerca hasta correrle el flequillo que tapaba la cara del rubio. Éste, sorprendido, vuelve a abrir los ojos.
—¿Qué carajos? —por lo que ve, un chico más joven que él, de cabellos castaños y ojos miel, de piel algo parda y mirada curiosa lo está observando fijamente— ¿Quién sos?
El muchacho retira rápidamente su mano llevándosela al pecho y se aleja unos pasos cuando ve que el forastero malhumorado comienza a sentarse en su lugar tomándose la cabeza. Su expresión curiosa se ve entonces consternada, rápidamente desconfiando.
—¿Eres un brujo? —preguntó escondiéndose apenas detrás de un árbol.
—¿Un qué?...
—Un brujo, eres uno.
—No... —se refregó los ojos atontado aún— Soy Martín —entonces se dio cuenta que había dicho su verdadero nombre y se despabiló de golpe con una fuerte presión en las sienes buscando al muchacho.
—¿Martín?... ¿Ese es tu nombre? —dijo esta vez acercándose brevemente al otro aún manteniendo una de sus manos conectada al árbol que lo resguardó segundos antes.
—Sí... Pero no soy de acá, debería volver a mi casa —respondió con una especie de excusa para irse rápido, hasta que vio directamente al castaño.
Quedó atónito.
—¿Te encuentras bien, Martín?
—Eh... Vos... ¡Estás desnudo! —gritó al verse igualado al otro chico y un montón de ideas raras vinieron a su mente— ¿¡Qué fue lo que hice anoche!?
—¿Eh, de qué hablas?
—¿Vo- vos hace cuánto estás acá?
—Llegué hace poco.
—¿¡Y tan rápido te desnudaste!?
—¿Desnudarme? Pero yo ya estaba así.
—¿¡Qué!? —se cubrió la cara, ¿no habrá hecho una locura de esas que castiga la iglesia? Sin embargo, el otro chico no tenía ni idea de lo que él estaba suponiendo.
Trató de relajarse y respirar más calmo, intentó ponerse de pie y firmemente se dirigió al chico para preguntar.
—¿Sabes en qué dirección está la playa?
El joven moreno lo observó nuevamente sorprendido, pero contestó.
—Sí, por allá —señalaba con su mano.
—Gracias, y ¿sabes dónde está el muelle y el pueblo?
—Por allá —indicó hacía otro lado.
—Gracias —con eso Martín ya se ubicaría en su campamento. Iría en dirección opuesta al muelle costeando la playa hasta encontrar las dos ramas en equis que había dejado la noche anterior.
—Bueno... gracias, pibe —dio media vuelta tambaleando hacia su destino mientras el otro apenas movía la mano despidiéndolo.
Cuando al fin el rubio desapareció de su vista, el extraño castaño recobró el sentido mirándose ambas manos con extrañeza.
—¿Esa persona... me vio?
Una inexplicable sensación comenzó a dominarlo y, sin saber del todo por qué, sonrió.
¡Hola gente! ¡Al fin pudimos crear el primer capítulo en conjunto con Mely!
Lo habíamos dejado colgado bastante xD
Pero bueno, espero les guste. Mayormente la historia es de ella, ya que yo sólo hice un dibujo un día el cual no tenía idea de que representaría, pero al igual gracias a ella creamos una historia maravillosa con la cultura guaraní y la cultura chilote que estoy segura que les va a encantar de a poco pasen los capítulos.
¡Hola, ahora les habla Mely! La verdad hacia muchísimo que quería leer un fanfic que tratara de mitos y leyendas de ambos países, hay tanto potencial. La genia de Rocío se ofreció a escribirlo, y la verdad, se lució, capa total, ame tu forma de relatarlo es exquisita. Manténganse enganchadas que se vienen unos capítulos buenísimos. Les tenemos preparadas una gran historia.
