N. del T. Hoy vengo no con un fic propio sino con una traducción. El fanfic original es Playing the players escrito por angelically-devilish (.net/u/1855510/angelically_devilish). Todo lo que no reconozcáis de Rowling es suyo. A partir de aquí todo lo escrito es suyo:
DISCLAIMER
No me pertenecía, ni me pertenece, ni me pertenecerá nada de la franquicia de Harry Potter y he llorado abiertamente ante la idea de no poder vivir de este tipo de escritura.
RESUMEN: Fic de ley del matrimonio. Lo sé, lo sé, puedo oír los gruñidos y la de clichés que ya os estáis esperando, no aspiro a decepcionaros con respecto a los clichés. Es sólo que resulta que me gustan los fis de ley del matrimonio porque me da algo con lo que jugar
Nota de la Autora: Me doy cuenta del problema potencial de empezar a escribir una historia completamente nueva mientras tengo tantos trabajos en marcha pero soy el tipo de persona que trabaja extremadamente bien cuando no tiene toda su concentración puesta en un único proyecto. ¡Me aburro y no quiero que eso vuelva a pasar? Así que para lo que esperan ver lo que pasa en The Wolf and Little Red o How to Make a Bad Idea Worse, ¡no temáis! ¡Las actualizaré pronto!
¡LEED Y COMENTAD!
Capítulo Uno: Un mal día.
Hermione Granger de 21 años, mejor amiga del gran Harry Potter y protegida del difunto Albus Dumbledore, tenía el mal presentimiento de que iba a ser un mal día.
Cuando la luz entró a raudales por las cortinas esa fatídica mañana, Hermione no había pensado en nada de eso, eligió limitarse a gruñir y girarse para enterrar la cabeza en la relativa oscuridad de las almohadas. Su somnolencia le informó de que era, de hecho, algo sólido y, después de un rato, se dio cuenta de que era otro ser humano.
Un ser humano claramente desnudo.
Empezó a entender la situación al repasar los sucesos de la noche anterior, sin atreverse a girarse para mirar a su compañero hasta que hubo recuperado cierta apariencia de inteligencia. Deseó que la orquesta sin oído musical de su cabeza dejara de tocar Carmen de Bizet en su lóbulo frontal.
La noche anterior estaba algo borrosa. Había sido la fiesta de compromiso de alguien, había habido tantas en los últimos meses que había dejado de preocuparse sobre detalles como quién y dónde, y, más tarde, la cosa se había alargado por bares al azar con sus amigas aún solteras. Había consumido más alcohol del que le correspondía, la mayoría intentando ignorar las quejas constantes de Lavender y Parvati sobre su soltería, así que el resto de la noche se desvanecía en una bruma de la que no estaba segura de poder recuperarse.
Hermione emprendió la tarea de averiguar exactamente dónde estaba y con quién. Una vez que hubo establecido que el cuerpo a su lado era, de hecho, un hombre, su experiencia no le aseguraba esa conclusión, miró alrededor de la habitación para averiguar qué hombre era. El delicioso dolor entre sus piernas sólo podía haber sido causado por dos personas y cuando vio la insignia azul marino y dorada de la pancarta del equipo de quidditch, se recostó contra las almohadas, elogiándose por su trabajo detectivesco.
−¿Ya has terminado de intentar averiguar dónde estás?
Hermione sonrió levemente. La conocía demasiado bien.
−No me ha llevado tanto como la última vez.
Él se rió.
−Considerando la cantidad de sustancias ilegales que habías tomado la última vez, me impresionó que recordaras tu propio nombre y más aún que reconocieras mi habitación.
Su amante se había girado para mirarla y ella sonrió mirándolo a los ojos, brillantes y marrones. Oliver Wood, jugador reserva del Puddlemere United, había sido, a falta de un término mejor, un "polvo recurrente" cada vez que estaba demasiado hecha mierda para volver a Grimmauld Place. El acuerdo había funcionado durante casi tres años y, aunque no era tan frecuente como lo había sido en los "viejos tiempos" justo después de su graduación, aún valoraban su relación. Sin sentimientos, sin emociones, sin ataduras. Sólo sexo.
−¿A lo mejor puedes ponerme al día sobre cómo llegue aquí? La noche pasada está un poco borrosa –dijo ella mientras estiraba el cuerpo y disfrutaba de la docilidad de sus músculos.
Él reposaba las manos con cariño en su estómago plano, deslizando las puntas de los dedos por su piel.
−No estoy del todo seguro de lo que pasó. Todo lo que sé es que apareciste en mi puerta llevando únicamente una falda ridículamente corta, a las dos de la mañana, como una cuba y pidiendo que te follara. Lo que hice. Dos veces.
Ella notó su sonrisa de suficiencia mientras los dedos de él recorrían su esternón.
Lo miró con fingida indignación, le dio un golpe en la mano para apartarla de su cuerpo y puso las manos en las caderas, sabiendo lo absolutamente ridícula que parecía al estar totalmente desnuda.
−Oliver Wood, ¡cómo te atreves a aprovecharte de mi borrachera! ¡Debería darte vergüenza!
Él sonrió abiertamente.
−Por supuesto –dijo él, su acento escocés se deslizaba de forma deliciosa por sus palabras mientras ponía las manos detrás de la cabeza−. Totalmente avergonzado.
Ella rió entre dientes.
−Bueno, gracias por acogerme. Te daría las gracias por el sexo pero en realidad no lo recuerdo.
−Lo disfrutaste –se limitó a decir él.
Ella puso los ojos en blanco.
−Niñato arrogante –farfulló y él volvió a sonreír con suficiencia.
Deslizándose fuera de la cama, se puso a intentar localizar su ropa. Arqueando una ceja hacia su sonriente amante cogió con cuidado el sujetador del ventilador de techo de encima de la cama.
Los ojos de él brillaron.
−A mí no me mires, amor –dijo−. Eso fue cosa tuya. Anoche tenías ganas de un pequeño striptease y yo era un inocente espectador de tus perversas tretas.
Agitando la cabeza y diciéndose silenciosamente que evitar el alcohol le sentaría bien durante un tiempo, se puso su "falda ridículamente corta", un modelito negro de cuero que Ginny le había traído de unas vacaciones en Las Vegas, y continuó con la búsqueda y captura de su camiseta y sus zapatos.
−¿Llegarás bien a casa? Me ofrecería a acompañarte pero tengo entrenamiento en una hora –preguntó Oliver mientras miraba a Hermione deslizarse dentro del edredón nórdico para recuperar su camiseta.
−Creo que estaré bien –respondió ella con voz sorda mientras salía a la superficie poniéndose la camiseta blanca.
Oliver arqueó una ceja.
−Mione, amor, te das cuenta de que estás en Dorset en octubre, ¿verdad? –preguntó ligeramente divertido.
−Ah, sí. Bueno, en ese caso, tal vez podrías ofrecerme galantemente algo de ropa de abrigo.
Señaló de manera ausente con la mano la cómoda del rincón.
−Segundo cajón.
Ella puso los ojos en blanco pero permaneció en silencio cuando encontró una sudadera demasiado grade del Puddlemere United. Se la puso y empezó a arreglarse el pelo antes de fijarse en la hora. Dejó escapar un pequeño jadeo.
−¡Mierda! ¿De verdad son casi las diez?
Oliver frunció ligeramente el ceño.
−Eh… Sí.
−¡Joder!
Deslizándose sobre su confuso amante, lo besó ligeramente en los labios.
−Gracias, Wood. ¡Nos vemos!
Y corrió sin decir nada más.
Sirius Black rezongó al sentir el peso muerto de una mano dormida sobre su espalda. Le dolía un poco la cabeza, pero no era algo nuevo últimamente. Había bebido demasiado whiskey de fuego la noche anterior y había terminado en la cama con otro insulso y atractivo putón rubio.
Al menos, esperaba que fuera un insulso y atractivo putón rubio.
Al sentir que la mano en su espalda empezaba a acariciar sus músculos de un modo decididamente femenino, gruñó levemente, rodando lejos de su cuerpo de modo que estuviera boca arriba y cubriéndose los ojos con el brazo para intentar esconderse del sol.
−Tienes que irte –dijo, recurriendo a su habitual excusa para los rollos de una noche, con la voz algo amortiguada por la piel del brazo−. Espero gente para el almuerzo.
−¿Perdona? –dijo la conquista sin nombre, ligeramente ofendida.
−Espero invitados –repitió él.
−¿En mi apartamento?
Sirius hizo una pausa. Se frotó los ojos con las manos, echó un vistazo alrededor.
La habitación era rosa pastel.
Claro. Un pequeño error de cálculo.
−Lo siento –murmuró antes de bostezar y estirarse y deslizó las piernas por un lado de la cama.
−¿Supongo que te vas?
La voz era muy fría. Sirius se arriesgó a mirarla y la vio fruncir el ceño. No pudo evitar la sonrisita de suficiencia que le cruzó los labios cuando se alejó de ella. Aún lo tenía. La recordaba vagamente como la más guapa, y la menos complaciente, de todas las chicas del bar de la noche anterior. Era un gran vaso de infusión de Veela y él, Sirius Black, se la había follado toda la noche.
−Lo siento, amor –dijo con facilidad mientras se deslizaba dentro de sus vaqueros−. Pero no he mentido cuando he dicho que esperaba compañía. Sólo que, ya sabes, en mi casa.
Ella hizo un mohín y él intentó contenerse para no poner los ojos en blanco. Nunca dejaba que las chicas creyeran que era algo más que un rollo de una noche. Odiaba cuando llegaba la mañana siguiente y lo habían convertido en un héroe trágico que necesitaba la salvación a través del amor y el afecto. Lo aburría.
−¿Te veré otra vez? –preguntó ella con suavidad.
Él miró por la ventana. Un cielo gris, algo de viento. Su sentido canino le decía que había sal en el aire. Estaba en la costa. Recordaba vagamente a Fred y George mencionando Dover la noche antes, mientras se aparecían de un bar a otro.
¿O era Dorset?
Fuera como fuese, estaba lo suficientemente lejos de Londres como para no tener que correr el riesgo de volver a verla.
−Es posible –dijo Sirius sin comprometerse a nada mientras se ponía la camiseta por la cabeza, ignorando el hecho de que estaba del revés.
Localizó sus botas y se las puso antes de coger su chaqueta de cuero y de lanzarle a la mujer una sexy sonrisa marca de la casa.
−Adiós, amor –dijo con voz ronca, lanzándole un guiño−. Ha sido una noche fantástica.
Y sin decir nada más, abandonó la habitación.
Hermione aterrizó de modo vacilante en el último escalón de Grimmauld Place y perdió un poco el equilibrio por culpa de los tacones. Odiaba aparecerse llevando tacones pero lo tardío de la hora suponía tomar medidas drásticas. Sintió una breve e intensa antipatía por Kingsley Shackelbolt por decidir que las reuniones de la Orden tenían que ser a las diez de la mañana de los domingos. Aunque entendía que, con Voldemort escondido y los mortífagos preparados para tomar el Ministerio en cualquier momento, era imperativo que la Orden se reuniera en momentos en los que todos y cada uno de ellos estuvieran disponibles, eso no hacía que dejara de renegar en silencio por el impacto sobre su vida social.
Acababa de enderezarse cuando sintió que alguien se aparecía justo detrás de ella. Perdiendo el frágil equilibrio que había mantenido en el último escalón de la propiedad escondida, Hermione sintió que ella y su compañero caían hacia la puerta. Se encogió mientras quien fuera que estuviera detrás de ella la agarraba por las caderas de modo instintivo para mantener el equilibrio presionando los moratones recientes de la dura noche de sexo.
Desembarazándose de lo que ya había sumido que era un cuerpo masculino, se giró para echarle una bronca a l agresor. Sin embargo, se detuvo cuando unos pícaros ojos grises la miraron fijamente, enmarcados de manera muy masculina por unos enmarañados mechones negros y una mirada pícara que sólo significaban una cosa: había chocado con el dueño de la casa, Sirius Black.
Él sonrió con suficiencia ante su conjunto.
−Bonita falda, Granger.
Ella frunció el ceño.
−Menos manoseo la próxima vez, Black –le advirtió, alisándose la falda y apartándole las manos de las caderas de un manotazo.
Él puso los ojos en blanco.
−Mil perdones, señorita Granger –dijo arrastrando las palabras con sarcasmo−. No esperaba otro pasajero en el paseíllo de la vergüenza de media mañana.
−No estoy haciendo el paseíllo de la vergüenza. Estaba con Wood. ¿Cuál es tu excusa?
Él sonrió de oreja a oreja.
−No necesito una. Simplemente me mantengo a la altura de las expectativas que todo el mundo tiene sobre mi escasa moral.
Ella puso los ojos en blanco, pero no dijo nada mientras abría la puerta y los dejaba pasar a ambos.
−Así que… ¿Cuánto bebiste anoche para acabar pasando la noche en Dorset? –le preguntó él mientras dejaba sus chaquetas con descuido en el pasamanos y se dirigía a la cocina.
−Algo entre "demasiado" y "temporalmente invencible" –replicó ella.
Él rió.
−Oh, sí. He estado ahí.
Entraron en la cocina cuando la mayor parte de la Orden ya se había reunido. Se hizo el silencio mientras atravesaban, sin decir nada, los murmullos de desaprobación alrededor de la mesa y se dirigían directos a la cafetera.
−Qué amable por su parte unirse a nosotros, señorita Granger –dijo Snape con voz sarcástica y sedosa.
Ella le dirigió una sonrisa sardónica.
−Siempre aspiro a complacerte, Severus –replicó, sabiendo que su condición de antigua estudiante le permitía tratarlo con informalidad y sabiendo que ponerlo en práctica lo volvía loco.
Pilló a Lupin mirándola y sintió que se sonrojaba ligeramente mientras él arqueaba una ceja ante su conjunto. Como uno de sus dos sospechosos de los sucesos de la noche anterior, Lupin ya había visto esa falda, aunque no la había llevado puesta mucho tiempo después de que él la viera. Hermione no podía evitar sentir un ligero calor cuando su mirada se deslizó pausadamente por sus largas y torneadas piernas con esos tacones ridículamente altos. Lupin era el único que hacía que se sintiera tan deliciosamente primitiva.
−Ehm… Hermione –dijo Kingsley, aclarándose la garganta en un intento de mantener la calma−. No has visto el periódico hoy, ¿verdad?
−No. ¿Por qué?
Harry y Ron le hicieron sitio en la mesa y ella les dirigió sendas miradas de agradecimiento mientras se sentaba, Lupin le dirigió en silencio una copia de El Profeta. Bebió un sorbo de café, farfulló y se atragantó llenando la mesa de café.
Sí, desde luego.
Iba a ser un día realmente malo.
